Capítulo 26

—¡GIDEON! ¡Gideon!

La voz frenética de Torin sacó a Gideon del sueño y lo lanzó directamente a un río de dolor. Sentía quemaduras, huesos rotos y desgarrones. Dolor por todas partes.

—Gideon, ¿me oyes? Tienes que despertar.

¿Por qué estaba...? Ah, sí, le había dicho la verdad a Scarlet. Casi sonrió. Había valido la pena. Scarlet, su hermosa Scarlet, estaba allí y ahora sabía que la amaba. Por fin.

Sabía que no se había acostado con su madre. Había dicho que se llamaba Scarlet. No Scarlet Pattinson ni Scarlet Reynolds. Sólo Scarlet.

Su Scarlet.

Seguramente ella también lo deseaba.

Cuando recuperara las fuerzas, la iba a cortejar a lo grande. Le iba a probar que estaban hechos para estar juntos.

Hasta Mentira ronroneó aprobando el plan. «No quiero encontrarla».

—¡Gideon!

Aunque su mente y su cuerpo anhelaban volver a hundirse en la inconsciencia, Gideon se obligó a abrir los ojos. La luz de la luna era ya débil y el sol luchaba por tener su lugar en el cielo. Su mujer se dormiría pronto y él podría abrazarla y olería.

—Scarlet está herida. Kane la está subiendo ahora a tu habitación. Estarán ahí en menos de un minuto. Kane ha tropezado varias veces y se ha torcido el tobillo. Esa diosa le ha hecho algo en la cabeza y él la ha dejado salir de la celda. Está buscando el modo de salir de la fortaleza y aquí no hay nadie para detenerla.

Los pensamientos de Gideon seguían fijos en la primera frase. «Scarlet está herida». ¡No! Se incorporó jadeando, sudando, mirando a su alrededor. ¿Cómo de graves eran las heridas? ¿Dónde estaba?

Se abrió la puerta y entró Kane con Scarlet inconsciente en los brazos. La sangre empapaba su cuello, sus hombros, la camiseta y el pelo. Gideon gimió. No. «¡No!».

Saltó de la cama y se le doblaron las rodillas con el impacto. Kane depositó a Scarlet en la cama con gentileza. Ella no hizo ni un sonido. Gideon se acuclilló y la miró para inspeccionar los daños.

Tenía tres hendiduras profundas en el cuello. Una alrededor de la carótida, otra de la tráquea y la tercera en la curva del hombro. Dos eran heridas de muerte, incluso para inmortales, una pretendía simplemente prolongar la agonía. Él aulló por dentro.

—¿Qué...?

—No lo sé —repuso Kane—. Está...

—La diosa le ha estropeado la memoria —intervino Torin—. Mientras él tomaba a Scarlet en brazos, Mnemosina ha sacado la mano entre los barrotes y le ha agarrado el tobillo. Le ha dicho que Scarlet estaba dentro de la celda y que tenía que abrirla para llegar hasta ella. Y él lo ha hecho. También le ha dicho que no había nadie más en la celda, así que él no ha prestado atención cuando la diosa ha salido de la mazmorra. Lo he grabado todo. Oh, y buen trabajo, amigos —dio una palmada—. Registrasteis muy bien a esa zorra en busca de armas.

Gideon debería haberla matado cuando tuvo ocasión. No lo había hecho y ahora Scarlet... su Scarlet... Las lágrimas le impedían ver. Colocó una mano en el corazón de ella. El latido era débil, errático y peligrosamente lento.

Los cortes seguían echando sangre y, si no se cerraban pronto, se desangraría. Torin no podía hacer nada en ese sentido. Gideon no permitiría que infectara a su chica aunque hubiera pensado una vez que sería agradable tenerla para él solo. Sí, Torin podía usar guantes para prevenir el contacto de piel contra piel, pero era arriesgado. Y Gideon no estaba dispuesto a correr el más mínimo riesgo. Con lo débil que estaba Scarlet, la enfermedad podía matarla si no lo hacían las heridas.

Con Kane tampoco se podía contar. Apenas si conseguía mantenerse con vida él, con los techos cayéndole encima y el suelo hundiéndose cuando pasaba. Gideon no le permitiría operar a Scarlet.

Sólo quedaba él, débil y tembloroso. No había tiempo de llegar al hospital.

—No necesito un botiquín —dijo. Se había cosido a sí mismo y había cosido a sus amigos miles de veces.

—No puedes... —empezó a decir Kane.

—¡Ahora no! —gruñó Gideon con impaciencia.

Kane asintió y se puso en acción.

Gideon oía gemir a Mentira dentro de su cabeza. El demonio canturreaba: «Dulces sueños, dulces sueños, dulces sueños». Gideon lo tradujo por: «Pesadilla, pesadilla, pesadilla». Tuvo que reprimir un rugido.

—Te vas a poner bien, Scarlet —dijo. No sintió un aumento de dolor. Tanto su mente como su demonio consideraban sus palabras una mentira—. Te vas a poner bien —repitió, llorando ya abiertamente.

Apartó el pelo y la sangre de su rostro con manos temblorosas. Eso hizo que los músculos del hombro formaran un nudo, pero no le importó. El dolor no era nada comparado con aquello.

—Tú no estás en condiciones de hacer eso —dijo Torin muy serio.

Pero no había más remedio. No hacer nada sería verla morir. Y él no la vería morir. Ella se pondría bien independientemente de lo que todos creyeran.

Kane volvió con las mejillas llenas de blanco. Sin duda le había caído yeso encima por el camino.

—Toma —dejó el maletín negro sobre la cama—. Espero que sepas lo que haces.

Gideon abrió el maletín. Sacó hilo, aguja y tijeras pequeñas y se puso a trabajar. Tardó siglos en coser una de las heridas, pues se le nublaban los ojos y se le debilitaba la mano, pero lo consiguió. Pasó a la siguiente y después a la otra, hasta que Scarlet dejó de sangrar.

Pero el problema era que ya había perdido mucha sangre y Gideon no tenía lo necesario para hacer una transfusión. Cosa que ella necesitaba desesperadamente. Así que tendría que hacerlo al modo antiguo.

Todos los inmortales tenían el mismo tipo de sangre y no tenían que preocuparse por una reacción negativa como los humanos. Pero Scarlet era mitad humana y él nunca había hecho una transfusión a un humano, sólo a sí mismo y a los otros Señores. Aunque eso no lo iba a detener. Sacó la jeringa del maletín, se pinchó y sacó toda la sangre que pudo. A continuación, clavó la jeringa en el brazo de Scarlet y le fue introduciendo lentamente el fluido.

Si ella se quejaba luego de que hubieran compartido una aguja, le daría una azotaina. Después de abrazarla. Y hacerle el amor. Y volver a abrazarla. Eran inmortales además de amantes. No pasaría nada.

Repitió el proceso tantas veces que perdió la cuenta. Lo repitió hasta que Kane le agarró la muñeca y dijo:

—Ya es suficiente, te estás consumiendo.

Cierto. Estaba más débil que antes. Pero si Scarlet necesitaba más, le daría más. Le daría hasta la última gota.

—Ya no puedes hacer nada más, amigo —dijo Kane, tan serio como Torin—. Excepto esperar y rezar.

«Dulces sueños, dulces sueños, dulces sueños».

Gideon pensó que tenía que haber algo más que pudiera hacer. Y se quedó pensándolo.

Las sombras y los gritos envolvían a Scarlet y la arrastraban a un mar de oscuridad y de ruidos, aprisionándola. Eran más fuertes que ella y estaban atrapadas en su interior, de modo que no tenían otra salida, no tenían otro modo de alimentarse. Y necesitaban miedo para alimentarse. Mucho miedo.

Miedo que sacarían de ella.

Por su mente pasó una imagen terrorífica tras otra y casi todas tenían que ver con Gideon. Gideon con otra mujer y disfrutando cada momento. Gideon decapitado por Galen. Gideon persiguiendo a Mnemosina para vengar la muerte de Scarlet y muriendo a su vez...

Scarlet intentaba introducirse en todas las escenas y cambiar el resultado, pero eso sólo empeoraba las cosas. Gideon se reía de ella o se lanzaba a su cuello. ¡Y cómo le dolía el cuello! Le costaba trabajo respirar y sentía el cuerpo pesado y frío. Y sabía que lo que imaginaba no era cierto, eran cosas que Gideon no haría jamás, lo cual añadía culpabilidad a las demás emociones.

Parpadeó sorprendida. Un fuego cálido se había encendido en su sangre y viajaba por ella, creando pequeños bolsillos de energía. Esa energía fue creciendo hasta que Scarlet se vio consumida por ella. La oscuridad y los gritos se acallaron por fin y entró en un sueño pacífico.

No supo cuánto tiempo pasó hasta que volvió a ser consciente de algo.

—¡Diablo! ¿No puedes oírme? —dijo una voz masculina desde el otro extremo de un túnel largo y oscuro—. ¿No puedes verme?

Gideon. Gideon estaba cerca. Ella abrió los ojos doloridos y vio la cara borrosa de él. Borrosa porque sombras gritonas salían de ella y bailaban alrededor de él.

Una ola de decepción y rabia la embargó. Aquello era otro truco. Gideon no era más que un espejismo, un modo de atormentarla.

—Diablo. No me hables. Por favor.

«No puede ser real».

—Márchate —dijo ella. Y todavía le dolía la garganta. Intentó apartarse—. Déjame en paz.

—Siempre —dedos fuertes agarraron su mandíbula. Eran una manta de calor en plena tormenta de invierno. Le sostuvieron la cabeza, obligándola a mantener la vista fija en él—. No te vas a poner bien, ¿vale? No he tenido mucho miedo. No le he rezado a Cronos, no le he suplicado que te ayude. No le he dicho que está en deuda conmigo por haberme dejado en la oscuridad sobre Aeron. Él no me ha dicho que te había traído aquí. No te ha dado un frasco de su sangre.

Farfullaba y, aunque ella sabía que eso era otra pesadilla, se regodeaba mirándolo. Cabello azul, ojos eléctricos. Ceja con piercing, cuerpo musculoso. Su corazón se aceleró, y de pronto fue más fuerte, más firme.

—No siento que te hayan herido. No siento no haber acabado con tu tía cuando tuve esa oportunidad.

Ella frunció el ceño. ¿Por qué se disculpaba Gideon en aquel sueño? Aquello era placer, no terror. Aunque él no tenía motivos para disculparse, pues no había hecho nada malo. Pero aun así, aquello no era algo que haría su demonio. La alegría no era lo que más le gustaba.

Eso sólo podía significar que Gideon estaba allí de verdad. Estaba cerca de ella, hablaba con ella. La tocaba.

Ella no podía hacer otra cosa que mirarlo maravillada.

—Estoy despierta. Estoy viva. No comprendo.

—Yo no te he dado mi sangre —las manos callosas de él le acariciaban las sienes—. Tú no vas a sobrevivir, ¿verdad? ¿Verdad?

¿Le había dado su sangre? Debía de haber sido la inyección de fuerza que había sentido ella, de paz. No había nadie mejor que Gideon.

Pensó con admiración que él la amaba. Sufría por decir la verdad, pero había encontrado fuerzas para darle lo que ella necesitaba.

«Te estás derritiendo otra vez. Te hará daño si te quedas con él».

«Ya me he derretido». De hecho, ya no quedaba hielo alrededor de su corazón henchido.

—Sí. Sí, sobreviviré —dijo. Y mataría por fin a Mnemosina—. Gracias a ti, ya me siento más fuerte —sobre todo ahora que él estaba con ella.

—Mal, muy mal. Mi demonio quería... —se interrumpió, pues lo envolvieron los gritos y sombras.

Ahora tenían otro blanco. Y por una vez, a Pesadilla no parecía importarle que el nuevo blanco fuera Gideon. Seguramente su hambre era demasiado grande.

Al instante siguiente aparecieron miles de arañas pequeñas en el cuerpo de él, reptando por todas partes.

—No es mentira, no es mentira, no es mentira —canturreaba él, incapaz de ocultar su miedo. Scarlet sabía que intentaba recordarse que las imágenes eran una ilusión.

—¿Qué decías de tu demonio? —preguntó ella para distraerlo. Lo abrazó y le puso las manos en la nuca—. Dímelo, por favor.

—No quería... lanzarse hacia el tuyo —él estaba tenso, combatiendo claramente el impulso de golpear a los insectos. Pero golpearlos habría sido creer que estaban allí. Habría perdido la mentira contra su mente.

—Pues que lo haga —repuso ella. Con suerte, un encuentro con Mentira distraería a Pesadilla.

—Claro. No es nada peligroso.

—Hazlo y te dejo que me beses —si él quería todavía besarla, claro. Porque después de todo lo que ella...

—¿Cómo?

Todavía quería besarla. El alivio de ella casi resultaba palpable.

—¿Cómo te besaré? Acercando mis labios a los tuyos, deslizando mi lengua en tu boca y saboreando tu dulce sabor.

Él sonrió.

—Tú no sabes lo que quiero decir.

Bien. Estaba distraído. Y quería saber cómo podía dejar que los demonios estuvieran juntos.

—Sinceramente, no lo sé. Creía que lo sabías tú. Lo único que se me ocurre es que le cedas el control. Cuando yo pierdo el control de mí misma, Pesadilla me deja, como ahora, aunque sigue atado a mí.

Gideon se pasó la lengua por los dientes.

—Mentira no se hizo con el control ayer. No estaba lleno de ira y no salió de mí. Así que quizá te equivocas. Quizá yo no puedo facilitárselo. Pero si te acaricia a ti...

Si le hacía daño.

—No lo hará —tal vez—. Vale la pena intentarlo —«por favor que funcione, por favor que funcione, por favor que funcione»—. Por favor.

Gideon cerró los ojos con expresión concentrada. Pasaron varios momentos pero no sucedió nada. Era un guerrero y no le sería fácil ceder el control. Scarlet lo besó repetidamente en la barbilla para recordarle lo que le esperaba si tenía éxito.

—Esto... no... funciona.

Despacio, muy despacio, una niebla oscura empezó a salir de su piel. Pareció que pasaba una eternidad hasta que esa niebla quedó libre de él y adoptó la forma de una criatura alta, con escamas y cuernos que salían de la cabeza y los hombros. En realidad, de todas partes.

Finalmente, Pesadilla se quedó inmóvil; callaron los gritos, dejando sólo un silencio ensordecedor. A continuación, con un gemido, el demonio de Gideon también cobró forma y se convirtió en una criatura aún más alta con escamas, colmillos que llegaban hasta la barbilla y músculos muy superiores a los de ningún Señor del Submundo.

Las dos criaturas corrieron a encontrarse en el centro y se abrazaron. Sus labios se unieron y sus cuerpos escamados cayeron al suelo, revolcándose juntos. Pesadilla frotaba una erección gigante contra Mentira, que abría las piernas.

—¿Mi demonio es una chica? —preguntó Gideon, atónito.

Verdad. Acababa de decir la verdad, pero no sufría. ¿Se daba cuenta?

—¿No lo sabías? Yo siempre he sabido que el mío era macho.

—Está claro que tú eres la más lista de los dos.

Sus ojos se encontraron y ambos rieron. La expresión de Gideon se suavizó. Le mordisqueó la barbilla.

—Adoro tu risa.

A ella se le humedecieron los ojos y volvió rápidamente a la conversación de los demonios, pues no quería echarse a llorar como un bebé delante de él.

—Creo que se gustan.

—Yo creo que se aman —él frunció el ceño—. Estoy diciendo la verdad y no sufro.

—¿Te... alegras de eso? De poder decir la verdad.

—Claro que sí.

¡Gracias a los dioses! Ella se habría odiado si lo hubiera impulsado a hacer aquello y él hubiera acabado lamentándolo.

Gideon la miró con adoración.

—¡Tengo tanto que decirte y tenía tanto miedo de perderte antes de que tuviera ocasión! Te amo. ¡Eres tan hermosa!

Oírle decir lo que pensaba era raro al principio, y Scarlet se sorprendió intentando descifrar lo que quería decir.

—Admiro tu fuerza y tu coraje y quiero pasar mi vida contigo. Quiero que te cases conmigo, esta vez de verdad. Quiero tener hijos contigo.

—Como Steel —no pudo evitar susurrar ella.

—Como nuestro querido Steel —dijo él. Se miraron tiernamente. Él se puso tenso—. ¿Que sientes tú por mí, Scarlet? Tengo que saberlo.

Ella no podía negarle nada.

—No debería decírtelo. Yo... Tú eres mi debilidad. Pueden usarte contra mí y lo han hecho más de una vez. Y has sufrido por ello.

—¿Soy tu debilidad? —él volvió a sonreír. A ella se le aceleró el pulso. Asintió con la cabeza.

—Sí. Y mientras estemos juntos, tú estás en peligro. Lo cual me convierte en una zorra egoísta por querer estar contigo de todos modos, pero...

—No puedes evitarlo.

Ella volvió a asentir.

—Quiero que sepas que me gusta...

Gideon le puso un dedo en los labios para silenciarla.

—Lo único que importa ahora es que nos deseamos. Ya pensaremos más tarde en todo lo demás. De momento, querida mía, te voy a hacer el amor como siempre he deseado.