Capítulo 10

—¡QUÉ hombre tan estúpido! ¡Qué cerdo! ¡Qué imbécil! ¡Es un idiota!

Scarlet caminaba por el bosque, golpeando los troncos por el camino y dedicando a Gideon todos lo insultos que se le ocurrían.

—Ese mierdero... Ese cavernícola descerebrado... Ese... padre.

Se detuvo jadeante, sudando, con dolor en las manos. Él no sabía que había sido padre. Ella le había arrojado a la cara aquella información y luego lo había dejado que lidiara solo con ella. Y demasiado bien sabía lo imposible que era lidiar solo con algo así.

Durante meses después de la muerte de Steel, no había hecho otra cosa que llorar. Había dejado de comer, había dejado de hablar. Quizá se habría recuperado antes si hubiera tenido alguien al lado que se preocupara por ella y recogiera los pedazos rotos de su alma.

Por mucho que odiara... No, «odiar» era una palabra muy fuerte en ese momento, aunque no sabía por qué. Pero por mucho que le disgustara Gideon, no lo quería revolcándose en la autocompasión. Estaba en plena guerra y no podía permitirse eso.

«Una noche más con él», pensó, odiándose a sí misma. Se giró y echó a andar hacia el campamento de Gideon. Lo oyó gritar a Cronos, el rey dios que la había despreciado toda la vida porque ella era la prueba de la traición de su esposa. Una prueba que todo el mundo podía ver.

¿Gideon había querido pedirle que le confirmara la existencia de Steel, como si no le bastara con la palabra y el dolor de ella? ¿O buscaba vengarse de Zeus, como había intentado ella en otro tiempo?

Si se trataba de eso, tendría que detenerlo. El antiguo soberano sufría más encerrado y privado de su poder, sabiendo que su mayor rival controlaba su trono, de lo que habría sufrido si ella lo hubiera matado. Demasiado rápido. Demasiado fácil. Aun así, no podía dejar solo a Gideon, así que permanecería a su lado lo que quedaba de noche y lo consolaría lo mejor que pudiera. No se lo merecía, pero ella siempre había sido generosa. Y después de aquello habría terminado con él. Esa vez de verdad. Pero cuando se abrió paso entre la última pared de hojas, vio que él había abandonado ya el campamento. ¿Tan pronto? No le había oído dar ni un paso. ¿Dónde narices se había metido?

Scarlet se volvió y miró a su alrededor en busca de alguna señal de él. Sólo encontró una bolsa y se acercó a ella. Por el camino, algo duro, caliente y fino le pinchó el pie descalzo, y se detuvo.

Frunció el ceño confusa y se agachó. Era el colgante de mariposa. ¿Por qué lo había dejado allí? ¿Porque había terminado con ella y ya no quería que tuvieran nada en común?

Adelantó la barbilla y se quitó también el suyo. Había sido una tonta al ponérselo. Los apretó juntos en el puño. Metal contra metal.

—Huele a podrido —respiró hondo y captó el aroma del rey dios. Era un perfume empalagoso, lo bastante acre para aguijonear la nariz. Ella había soportado ese olor casi toda su vida y se había alegrado mucho de dejarlo atrás cuando salió del Tártaro.

Cronos había estado allí. ¡Hijo de perra! ¿Adónde se había llevado a Gideon? ¿El dios lo había atacado o lo había ayudado?

Tenía que saberlo. Y sólo había un modo de descubrirlo.

—¡Madre! —gritó.

Había jurado no volver a hacer aquello nunca más. Pero dejar a Gideon impotente ante los crueles caprichos de Cronos no era una opción. Y, sí, tal vez los dos se llevaban bien y Gideon estaba feliz en ese momento, pero ella haría igualmente todo lo que pudiera por separarlos.

Sin duda, Cronos intentaría envenenar la mente de Gideon contra ella. Eso no debería importarle, teniendo en cuenta que pensaba marcharse al día siguiente, pero una parte de ella no podía aceptar tal resultado.

Pasaron varios minutos y no sucedió nada.

—Te vas a hacer la difícil, ¿eh? —murmuró—. Muy bien, pues yo también puedo.

Pero primero tendría que prepararse. Seguro que Gideon guardaba algunas armas en aquella bolsa. Terminó de acercarse y abrió la cremallera. Dentro encontró camisetas, vaqueros, un pantalón de chándal y armas. Una semiautomática, algunos cuchillos y un hacha. Y lo más sorprendente: una bolsa de caramelos masticables sin abrir.

Scarlet se puso rápidamente una camiseta y el pantalón de chándal. Tuvo que enrollar este último en la cintura y los tobillos, pero al menos no se le caía. A continuación distribuyó las armas por su cuerpo y metió los colgantes en la funda de uno de los cuchillos.

Había llegado el momento de volver a probar.

—¡Madre! Contéstame o te juro que encontraré el modo de volver a los Cielos. Me mudaré contigo y seré tu compañera constante. No podrás ver a nadie sin mi presencia. No podrás hacer nada sin que yo esté a tu lado. ¿Me oyes? Es tu última oportunidad, madre, antes de que...

—¡Basta! No puedes llamarme por ese nombre odioso. ¿Cuántas veces te lo he dicho?

Miles. Y a Scarlet no le había importado lo más mínimo ninguna de ellas.

La voz había sonado a sus espaldas, así que se volvió despacio, como si Rea no fuera lo bastante peligrosa para temer tenerla a sus espaldas. Aunque la verdad era que no le gustaba ver a la mujer que la había dado a luz. Pero la necesitaba.

Cuando sus miradas se encontraron por fin, a Scarlet le costó reprimir un respingo de sorpresa.

La última vez que había visto a Rea, la mujer estaba muy envejecida. Su sedoso pelo negro se había vuelto gris y su piel lisa se había convertido en algo parecido a un pergamino seco y arrugado. Ahora, su pelo era una mezcla perfecta de negro y gris y en su piel quedaban sólo unas cuantas arrugas.

Rea llevaba una túnica dorada con un amplio escote.

—¿Piensas quedarte mirándome toda la noche, Scarlet? —se burló—. Sé que soy hermosa, pero merezco respeto. Dime por qué me has llamado y acabemos de una vez.

«Contrólate».

—¡Sorpresa! Quería darte el premio a la Madre del Año —repuso la joven con sequedad.

Rea achicó sus ojos negros, tan parecidos a los de Scarlet.

—Tengo cosas mejores que hacer que perder el tiempo discutiendo con una desagradecida.

Desagradecida. Claro. Scarlet simplemente se negaba a satisfacer todos los caprichos de la exigente diosa. Por una buena razón. Que de eso no podía salir nada bueno.

En otro tiempo Rea la había querido. La había tratado como a una joya. Pero a medida que Scarlet maduraba, había empezado a verla como un peligro. Una competidora. Por los hombres, por el trono, si conseguían escapar alguna vez, cosa que siempre había entrado en sus planes. El cariño había dado paso a los celos y éstos al odio.

Y aquel odio... ¡Oh, dioses! Scarlet había querido morir cuando descubrió que su propia madre se alegraría de verla muerta.

De no haber sido por Alastor el Vengador, un dios griego que se había sentido atraído por la joven Scarlet, Rea y Cronos la habrían hecho matar. Pero Alastor los había maldecido como podía hacerlo un vengador. Siempre que intentaran matarla, envejecerían físicamente.

No hacía falta decir que lo habían intentado muchas veces. Y habían envejecido, tal y como Alastor había prometido. Finalmente, habían dejado de intentarlo y Scarlet había llevado una vida todo lo normal que podía ser la vida de una chica en el Tártaro. O sea, sin intimidad, peleando por cada miga de comida y siempre preparada para todo.

Habría sido agradable tener a Alastor a su lado en ese momento. Así, Rea haría todo lo que le pidiera sin protestar. Pero, por desgracia, Alastor había muerto cuando escaparon los Titanes, y con él la maldición.

«Este no es momento para ponerse a recordar». Scarlet adelantó la barbilla y enderezó los hombros en un esfuerzo por disfrazar su odio.

—Tu esposo ha estado aquí. ¿Qué ha hecho con Gideon?

Rea frunció el ceño, aunque no pudo ocultar cierta satisfacción.

—Me temo que no tengo ni idea de quién es ese Gideon.

¡Y unas narices! La madre de Scarlet quizá no supiera que Gideon y ella habían estado casados, pues no lo sabía nadie, pero todos habían estado al tanto de su interés por el guerrero. Más aún, todos habían conocido al ejército de Zeus, es decir, a los guerreros que visitaban la prisión, y Gideon era uno de ellos.

—Vamos, madre. Yo sé que ayudas a los Cazadores. También sé que tu equipo va perdiendo.

Rea se sonrojó.

—Tú no sabes nada, chica tonta.

Pero Pesadilla captó el miedo súbito de la reina diosa y ronroneó, deseoso de invadir su mente y explotar hasta la última gota de ese miedo.

—Tienes una última oportunidad de decirme lo que quiero saber y luego empezaré a buscar a Gideon por mi cuenta. Y cada noche que fracase y no lo encuentre, mi demonio te encontrará a ti. No podrás cerrar los ojos sin ver tu derrota. Sin ver todos los modos en los que puedes morir.

Rea levantó la barbilla; la especulación había reemplazado al miedo en su expresión.

—Vaya, vaya. Casi estoy orgullosa de ti en este momento. Deberíamos unir fuerzas y...

—¿Dónde está Gideon? —Scarlet jamás ayudaría a su madre. En ningún sentido. ¡Las cosas que le había hecho aquella mujer! Apuñalarla, enviarle a hombres que intentaban violarla, humillarla siempre que podía... No. Jamás.

Pasó un momento en silencio. Después Rea achicó los ojos hasta convertirlos en dos pequeñas ranuras de odio.

—Podría matarte por esa desvergüenza, ¿sabes? Nada me impide hacerlo ahora. Ninguna maldición de envejecimiento.

—Inténtalo —Scarlet casi deseaba que lo hiciera. Ahora sabía cuidarse sola. De hecho, había matado a muchos de los Titanes que la habían atacado en la prisión. Rea tenía que saber eso. Tenía que saber de lo que era capaz.

Cuando vio que la reina diosa no se movía, Scarlet casi sonrió. Oh, sí. Rea lo sabía. No habría desafíos ese día.

—Gideon ha prometido una recompensa a Cronos —dijo su madre, que estaba rígida—. Te llevaré con él si me prometes conseguir que nunca entregue la recompensa.

Scarlet debería haber sabido que intentaría sacar provecho de la situación.

—Hecho.

Pero no le costaba trabajo acceder a aquello, pues ella aborrecía a Cronos tanto como su madre. Además, Gideon era un mentiroso. Si había prometido algo al rey dios, era porque no tenía la menor intención de hacerlo.

Por lo tanto, no tendría que hacer nada.

—Vamos, pues. Acabemos cuanto antes.

Rea agitó una mano en el aire y al instante siguiente, Scarlet se encontró en un dormitorio desconocido. Las paredes estaban forradas de terciopelo rojo y del techo colgaban lágrimas de cristal como estrellas parpadeantes. Todos los muebles eran de caoba reluciente, hechos para seducir. Había una cama de columnas con las sábanas revueltas, un sofá de dos plazas, estanterías llenas con fotos de desnudos en lugar de libros y una cómoda llena de cuencos con frutas.

—¿Dónde estamos? —preguntó, incapaz de ocultar su admiración.

—En la Corte —Rea miró a su alrededor con disgusto—. Cronos solía conservar esta habitación secreta para sus amantes —soltó una risita—. Pero sólo la tuvo hasta que yo le prendí fuego. Aunque luego Zeus la restauró para sus amantes. Yo vine aquí cuando salí del Tártaro, sólo para ver lo que habían hecho. ¿No te acuerdas? Tú intentaste entrar, pero te lo negamos —volvió a reír, pero esa vez con crueldad—. Quizá Cronos y tu Gideon tienen una aventura amorosa.

Para nada. Gideon no tenía esas inclinaciones. Si ella no lo hubiera sabido ya, su beso se lo habría dicho. Le gustaban las mujeres. Le gustaban más de lo que deberían gustarle.

—¿Dónde está?

—¿Cronos? Debes saber que no vigilo todos sus...

—Pones a prueba mi paciencia, madre. ¿Dónde está Gideon?

La reina diosa se pasó la lengua por los dientes con resentimiento y señaló el bulto en el centro del lecho.

—Lo encontrarás ahí.

—Si me mientes... —Scarlet no terminó la amenaza.

Se acercó a la cama temblando y sí, allí estaba Gideon, semioculto por las sábanas. Pero su alivio no duró mucho. El cuerpo pálido de él temblaba y estaba bañado en sudor enfermizo. Tenía los dientes clavados en el labio inferior y gemía.

Su mata de pelo azul estaba aplastaba en la frente y las sienes y tenía los ojos cerrados con fuerza. ¿Qué le ocurría? Scarlet quería ocuparse de él pero no se permitió avanzar ni un centímetro más. Todavía no. No con testigos.

Rea se situó a su lado.

—Así no está muy atractivo, ¿verdad? —comentó; y Gideon abrió los párpados. Tenía los ojos de un rojo brillante y no podía enfocarlos en ninguna de las mujeres—. El pelo azul, los piercings, todo ese dolor... Un guerrero de verdad no lo admitiría, ni mucho menos sucumbiría a él.

—Lo dice una mujer que nunca ha conocido un dolor de verdad —Scarlet se clavó las uñas en las palmas. «Nadie habla mal de él aparte de mí».

—Con una hija como tú, he conocido mi parte, créeme.

A Scarlet no le gustaba aquella mujer, pero aquel tipo de comentarios todavía le hacían daño.

Quizá porque, durante largo tiempo, cuando su madre empezó a despreciarla y atormentarla a propósito, ella se había esforzado por ser una buena hija. Había sido la esclava personal de Rea y satisfecho todos sus caprichos.

Si su madre quería más comida, ella la robaba. Si su madre creía que una diosa era demasiado guapa, Scarlet le rompía la nariz. Si su madre quería pasar tiempo fuera de la celda, Scarlet se lo conseguía, haciendo para ello todo lo que le pidiera el guardia.

Lo peor había sido aquello, entregarse a hombres que no le gustaban y a los que les gustaba ella. Sin el cariño de su madre, se sentía indigna y estaba decidida a recuperarlo como fuera. Hasta el primer intento de asesinato, cuando Rea la había distraído antes de lanzársele al cuello.

—Todos te miran. Todos te desean. A ti, una mierdecilla —había gritado Rea cuando salía sangre.

Cronos, que también estaba en la celda, la había atacado a su vez.

—Puede que seas hija de mi esposa, pero no eres mi heredera y nunca tendrás mi corona.

Alastor, que pasaba por allí, la había visto caer, había entrado en la celda, había apartado a Rea de un empujón y había tomado en brazos a Scarlet.

—Tú no tienes corona —había dicho al antiguo rey dios—. Ni volverás a tenerla jamás.

Después de cuidarla, había devuelto a Scarlet a la cárcel, donde esperaban Rea y Cronos. Para entonces, Alastor ya los había maldecido. Pero eso no les había impedido intentarlo una y otra vez. En realidad, habían pasado meses hasta que se dieron cuenta de lo mucho que estaban envejeciendo. Entonces habían parado.

A veces, sin embargo, sus palabras atormentaban todavía a Scarlet.

Rió con amargura. Aquellos ecos del pasado eran su pesadilla personal.

—Te avisaré cuando cumpla mi parte del trato —dijo con voz desprovista de emociones—. Ya puedes irte.

Por supuesto, su madre permaneció donde estaba.

—Nunca supe lo que veías en él, por qué lo mirabas con tanto deseo. Los guapos eran Paris, Lucien y Galen, aunque ya nadie llamaría guapo a Lucien —Rea arrugó el rostro con disgusto—. Sabin era el fuerte, el decidido. Strider, el divertido. Cualquiera de ellos habría sido mejor que él, el salvaje que disfrutaba luchando.

Como si eso fuera un crimen. Scarlet apretó la mandíbula para no contestar. En primer lugar, no quería que su madre supiera cuánto significaba todavía Gideon para ella. Aunque se aseguró a sí misma que no era tanto. Defenderlo sería como gritar sus sentimientos a los cuatro vientos. En segundo lugar, odiaba que nadie, y sobre todo Rea, lo viera así, debilitado y sufriendo. Y prolongar aquella conversación sólo conseguiría alentar a la reina diosa a seguir allí.

—Ahora todos son diabólicos y hay que exterminarlos —continuó su madre.

—Es curioso que digas eso tú, que eres igual que ellos, Conflicto —oh, sí, Rea estaba poseída por el demonio de Conflicto. Ella lo negaba, pero Scarlet sabía la verdad.

Rea se puso rígida, como un depredador que divisa una presa después de mucho tiempo ayunando.

—Si vuelves a pronunciar esa palabra, me llevaré a tu amante a mi cama. Podría hacerlo, ¿sabes?, y tú no podrías impedírmelo. Me hago más guapa cada día.

«No reacciones». Ni con los celos que la invadían de pronto ni con furia. Aquello sólo alentaría a la reina diosa.

—Haz lo que quieras. Más tarde. Por el momento, déjanos —dijo, sabiendo que su orden pondría a Rea de los nervios—. Tengo unas cuantas cosas que comentar con él y luego puedes hacerlo tuyo —ya estaba; aquello despistaría a su madre.

Rea no obedeció enseguida. Cruzó al otro lado de la cama y pasó la punta de una uña por la pierna de Gideon, por el estómago y el cuello. Gideon le agarró la muñeca y gruñó. Ella soltó una carcajada.

—Zorra —gruñó él. Y se dobló con otro gemido.

—¿Sabes?, creo que lo seduciré de todos modos —la reina diosa desapareció con una sonrisa y dejó a Scarlet a solas con su esposo.

Al fin ésta pudo subirse a la cama, como quería. Se instaló al lado de Gideon con mucho cuidado, con el corazón latiéndole con fuerza.

—¿Estás prisionero? —preguntó, apartándole el pelo de la frente húmeda.

Él se apoyó en su mano.

—Sí.

Ella supo que era mentira porque su respuesta no fue seguida de otro gemido.

—¿Por qué estás aquí?

—No para buscar... a Zeus.

Parte del hielo que rodeaba el corazón de Scarlet se derritió; no pudo evitarlo. Él quería venganza.

—Matarlo no hará que te sientas mejor —musitó con suavidad.

Sus miradas se encontraron.

—No estoy dispuesto a... averiguarlo.

—Cronos no te permitirá hacer eso. ¿Por qué te ha traído aquí?

Gideon sonrió un instante.

—No necesita mi ayuda con los Cazadores. No le he pedido que me trajera aquí para recuperarme de las verdades que he dicho. No tengo intención de ir al Tártaro.

—¿Has dicho la verdad? ¿En el bosque? —Scarlet le puso la mano en la mejilla y acarició con el pulgar el golpe que tenía debajo del ojo—. ¡Qué estúpido! Créeme, si yo pensara que eso aliviaría mi dolor, habría encontrado el modo de matar a Zeus hace mucho.

—Scar —él alzó una mano temblorosa y se la puso en la nuca. Su contacto era débil, pero ella sabía lo que hacía: ofrecerle consuelo. Consuelo que le habían negado mucho tiempo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas.

Peligroso. Muy peligroso. No podía permitir aquello. No podía apoyarse en él de ese modo. Ni siquiera para algo tan sencillo y maravilloso como recibir consuelo. ¿Qué pasaría la próxima vez que necesitara consuelo y él no estuviera cerca o no quisiera ofrecérselo? Lo necesitaría y no sabría cómo hacerlo sin él.

Se enderezó, pero Gideon estaba demasiado débil para seguir el movimiento y su brazo cayó sobre la cama.

«Eres dura».

—Es peligroso estar en Titania —dijo con frialdad—. Tú encarcelaste a muchos de esos Titanes y se alegrarían mucho de vengarse.

—Eso me importa mucho. Puede que no, pero a ella sí.

—Deberíamos volver a la Tierra.

—Claro, claro.

Él se resistía.

—Gideon...

—¿Y si no fue Zeus el que me arrebató mis recuerdos de Steel y de ti? ¿Y si no me los quitó él para que yo no lo besara?

Aquello... aquello tenía sentido. Zeus había sido tan poderoso que bien podía haber borrado los recuerdos de Gideon para impedir que el guerrero lo matara por la muerte de Steel. Aunque los dioses y diosas de la memoria eran normalmente los únicos que podían hacer algo así, Zeus podría haber pagado a uno de ellos.

Cada pensamiento nuevo producía más ira en el interior de Scarlet. La misma ira que había conocido en su celda, la misma que había llevado consigo desde su huida, pero más fuerte. Mucho más fuerte. Quizá Zeus le había robado algo más que a su hijo. Tal vez le había robado su futuro.

Scarlet no entendía por qué se había conformado con dejarlo languidecer en su celda. Aquello no era propio de ella. Quizá alguien había jugado también con su mente.

—Te ayudaré a llegar hasta él —dijo con una calma tal que hasta ella se asustó. Correrían ríos de sangre. Los gritos resonarían durante mil noches.

Quería ir ya, en ese mismo momento, pero la mañana se acercaba con rapidez y ella caería en el sueño y sería incapaz de cuidar de sí misma.

Se dio cuenta de que para hacer aquello necesitaba a Gideon y se iba a permitir usarlo. Al día siguiente. Oh, sí, al día siguiente se vengarían.

—Él sufrirá —dijo Gideon jadeante. Gimió de dolor una vez más, pero sus siguientes palabras sonaron muy claras—: Lo juro.