Capítulo 23
«¡QUÉ zorra!», fue lo primero que pensó Scarlet al despertar. Se incorporó con rabia. Rea por fin la había sacado de Budapest y la había llevado a los Cielos. Donde había visto a su madre desnuda sentada a horcajadas sobre su novio desnudo. Después Rea la había lanzado a un lugar soleado. Dónde, no lo sabía. Sólo sabía que el cambio abrupto de la oscuridad a la luz había confundido completamente a su demonio. Allí no era como en el campo de ambrosía, allí existía el tiempo.
Había tenido una visión momentánea de coches y edificios altos y luego sus ojos se habían cerrado y su mente había entrado en un sueño profundo.
Ahora estaba en un maldito hospital, como descubrió cuando miró a su alrededor. Seguramente se habría dormido en una acera llena de gente, no habían podido despertarla y la habían llevado al hospital. ¡Mierda!
A su lado pitaba un monitor cardiaco. Tenía electrodos unidos al pecho y una vía en el brazo. El personal médico había cambiado su ropa por un camisón de papel y le habían quitado las armas. Seguramente aparecería la policía para hablar de ello, y eso era algo que ella no necesitaba en aquel momento.
¡Maldición! Se quitó la aguja con cuidado y se arrancó todos los cables. El monitor se volvió loco y empezó a emitir ruidos fuertes. Ella puso las piernas en el suelo a un lado de la camilla.
Sonaron pasos y entró en la habitación una mujer baja y gruesa. Cuando vio a Scarlet sentada, a punto de levantarse, extendió los brazos para volver a tumbarla.
—Señora, señora, tiene que ir con cuidado —hablaba en inglés sin el menor acento. «Estoy en Estados Unidos», comprendió Scarlet—. Todavía no sabemos qué le ha pasado y...
—Estoy bien y me marcho —apartó a la mujer con determinación y se puso en pie. Tenía las rodillas débiles y se tambaleó, pero afianzó el peso en los talones y se enderezó, aunque estaba mareada. ¿Qué demonios le habían metido en la vena? Unas manos fuertes se posaron en sus hombros e hicieron presión. Scarlet apartó los brazos de la mujer.
—¿Dónde está mi ropa? —el collar de la mariposa estaba en el bolsillo de los pantalones y quería recuperarlo.
La mujer no debía de estar acostumbrada a que la desafiaran; palideció y retrocedió con las manos alzadas.
—Su ropa está con su arsenal.
Sí. Aquellas armas la habían metido en líos.
—¿Y dónde está mi arsenal?
La mujer achicó los ojos.
—Lo tiene la policía —dijo con voz dura y firme—. Ahí fuera hay un agente que está esperando hablar con usted, así que sugiero que se vuelva a tumbar. No debe estar levantada. Todavía estamos haciendo pruebas para saber qué le ocurre.
¡Mierda! Si su ropa estaba encerrada en alguna comisaría, recuperarla llevaría mucho tiempo y esfuerzo. Tiempo y esfuerzo que no tenía.
—Oiga, a mí no me pasa nada excepto que me han robado mi ropa y mis pertenencias. ¿Dónde puñetas estoy?
—En el Northwestern Memorial.
—No. ¿Qué ciudad?
La enfermera parpadeó.
—Chicago.
¿Por qué narices la había enviado allí su madre?
—Voy a llamar a su doctora y decirle que quiere usted el alta —dijo la enfermera. Por supuesto, Scarlet sabía que mentía. Gracias a Gideon, ahora se consideraba un detector de mentiras viviente. La enfermera iba a llamar al policía.
Scarlet le permitió salir de la habitación sin protestar. En cuanto se quedó sola, sacó las sombras de su cabeza. La rodearon, envolviéndola con su oscuridad impenetrable. Bueno, impenetrable para todos los demás. Nadie podría verla pero ella podría ver a todo y a todos.
Sin embargo, en lugar de marcharse, se apretó contra la pared, al lado de la puerta. Justo a tiempo.
El agente, de unos veintitantos años, en buena forma física y una persona decidida, bajaba por el pasillo con un café en la mano. Dejó el café en el mostrador de las enfermeras sin aflojar el paso. Tenía la otra mano en la culata de la pistola.
Scarlet dio un respingo. Era un Cazador. El tatuaje que llevaba en la muñeca, el símbolo del infinito, no era un mero adorno. Era su marca, su juramento de matar a todos los que estaban poseídos por demonios.
Por eso la había llevado su madre allí. Probablemente había un contingente de Cazadores en aquella ciudad.
Al menos Rea no la había transportado en medio de ese contingente. Lo que tenía que significar que, a algún nivel, Rea le tenía cierto afecto.
«No digas tonterías». Muy probablemente, Rea había calculado mal la distancia.
Cuando el hombre llegó a su habitación, entró con expresión decidida. Al darse cuenta de que estaba vacía, gruñó:
—¿Adónde ha ido?
Ninguna de las enfermeras podía acercarse a contestar.
¿Había tenido tiempo Rea de decirle quién era Scarlet? Probablemente no. De otro modo, habría habido más de un Cazador esperando que despertara y aquél no la habría dejado sola ni un segundo. ¿Pero por qué estaba allí?
Quizá alguien había informado de que se había materializado de repente y él probablemente quería saber cómo lo había hecho.
Una furia renovada le explotó en el pecho. Se había dormido delante de humanos que podían haberle hecho lo que hubieran querido y no habría podido defenderse. Una ofensa más por la que castigar a su madre.
Mientras el agente pedía ayuda por radio y gritaba órdenes al personal del hospital para que cerraran todas las puertas el edificio, Scarlet salió al pasillo, haciendo lo posible por permanecer en la sombra para que sus sombras se fundieran con ella.
Salir del hospital no ofreció complicaciones. Era imposible cerrar las puertas de Urgencias, puesto que entraban enfermos por ellas. El sol se ponía ya, creando un cielo púrpura, y el aire olía a flores de verano. Cantaban los grillos y por la calle cercana pasaban coches. Una ambulancia entraba en el aparcamiento con la sirena puesta.
Scarlet se dirigió al mismo aparcamiento con intención de robar un coche. ¿Pero adónde iría? Su tía estaba demasiado débil para encontrarla en ese momento. No podía ir a los Cielos a luchar con su madre, pues no podía ocultar su paradero a los dioses y cualquiera de ellos podía encontrarla en cualquier momento y lanzarla a otra guarida de Cazadores.
Gideon no estaba en casa, así que no podía...
Gideon. Apretó los puños. ¿Sabían sus amigos dónde estaba y lo que había estado haciendo? Se clavó las uñas en la palma de la mano. «Más despacio. ¿Estás segura de que hacía el amor con tu madre? No parecía un hombre que estuviera disfrutando».
Scarlet frunció el ceño. Sí, tanto Gideon como su madre estaban desnudos. Y sí, su madre se sentaba a horcajadas sobre él. Y vale, no, no había habido promesas entre Gideon y ella. Ella le había dicho que habían terminado. Él era libre de hacer lo que quisiera con quien quisiera. Pero en sus ojos había visto pánico. Pánico y furia.
¿Y si él no estaba allí por voluntad propia? Tragó saliva, temerosa de tener esperanza. Y se odió por ello. Él podía estar en apuros.
Y su reacción podía explicar por qué su madre la había transportado allí para que los viera y luego la había echado antes de que Gideon pudiera decir nada. ¿Qué mejor modo de hacerle daño que «robarle» a su hombre?
La misma esperanza a la que temía echó alas de pronto y revoloteó a través de ella. Si se equivocaba sobre lo que había pasado y él deseaba de verdad a Rea, ella... ¿Qué? ¿Los mataría a los dos? ¿Intentaría recordarle lo bien que lo habían pasado juntos?
No. Eso seguía sin ser una opción. Seguía siendo demasiado peligroso. Además, después de todo lo que había ocurrido, Gideon merecía una vida larga y feliz.
Finalmente Scarlet supo lo que tenía que hacer para salvarlo, para darle aquella vida larga y feliz. Y hubiera preferido arrancarse una pierna a mordiscos. Porque ahora la esperaba a ella una eternidad de sufrimiento.
Gideon estaba sentado enfrente de la celda de la mazmorra mirando a NeeMa, que seguía bastante chamuscada. No obstante, asomaba ya pelo claro en su cabeza y una piel nueva se formaba en la cara y las extremidades. Podría haberse regenerado ya del todo de no ser porque el collar de esclava, que le impedía usar sus poderes de diosa, había frenado considerablemente su proceso de curación.
Él no llevaba un collar, pero su proceso de curación también parecía frenado. Después de dos días, seguía débil y apenas si había podido caminar por la fortaleza y bajar hasta allí, donde había permanecido NeeMa, pero su determinación lo había empujado a ello.
Conseguiría respuestas para Scarlet.
—No contestarás... —bajó el volumen de voz en la palabra «no» con la esperanza de que NeeMa oyera sólo lo que él quería que oyera—... a todo lo que te pregunto. Si no lo haces, no te quemaré de nuevo la piel —y no era un farol. Lo haría sin dudar.
—Sí —repuso NeeMa. Yacía en la cama, con la mejilla apoyada en las manos. Abrió los párpados y mostró el blanco de los ojos, que contrastaba fuertemente con los círculos negros que los rodeaban—. Lo haré.
Gideon estaba acostumbrado a torturar Cazadores por cada retazo de información, así que aquella facilidad lo despistó un poco. Había creído que tendría que quemarla al menos una vez para conseguir la primera respuesta. El que no fuera así... Su naturaleza recelosa se impuso a su determinación y su decepción. Chamuscarla más podía ser divertido.
—¿Por qué no has atormentado a Scarlet todos estos años? —preguntó. Seguía bajando el volumen en la palabra «no».
—¿Por qué te importa a ti? —la voz de ella sonaba ronca por el humo—. No eres su marido.
«Quiero serlo. Un día lo seré».
—No... —en voz baja—... contestes a la pregunta —gritó. Levantó un encendedor.
Ella se encogió.
—Por aburrimiento —contestó—. Favores a mi hermana la reina. ¿Por qué si no?
Verdad. Él se odió entonces, porque, en cierto modo, era tan culpable del tratamiento dado a Scarlet como su tía. ¿Cuántas veces había entrado en el Tártaro? Incontables. ¿Por qué no se había fijado en Scarlet? La mujer, no el chico. Si se hubiera fijado, habría podido hacer miles de cosas para protegerla.
Por ejemplo, podría haberla trasladado a una celda privada. Podría haber matado a Rea y a NeeMa o, como mínimo, haberlas amenazado con hacerlo si no dejaban de atormentarla. Pero no se había fijado en la mujer encantadora en la que se había convertido y, en consecuencia, no había hecho nada.
¿Cómo podía no haberse fijado? ¿Cómo había sido tan ciego y tan estúpido? Ella era la persona más importante de su vida.
No la merecía, pero eso no impediría que intentara conquistarla.
—¿Hay algún modo de deshacer el daño que... —bajó la voz—... no... —volvió a subirla—... le causaste?
—Sí. Puedo retirar todos sus recuerdos.
Lo cual era lo que quería Scarlet. Pero no Gideon. Él quería a Scarlet tal y como estaba. Pero también colocaba los deseos de ella por delante de los suyos y haría todo lo necesario por lograr su felicidad. Incluso aquello.
Eso no le impediría intentar cortejarla de nuevo.
—¿Pero lo haré? —continuó NeeMa, que parecía ya algo más fuerte—. No. Créeme, es mejor tener como enemiga a Scarlet que a Rea.
Y, sin embargo, se había hecho amante de Cronos. Pero quizá eso había sido a petición de su hermana, para tener vigilado al rey dios. Interesante. Amun sabría la verdad, y por eso Cronos había querido pedirle ayuda.
—Y si he de ser sincera —añadió NeeMa—, después de lo que me ha hecho Scarlet, prefiero morir antes que ayudarla.
Teniendo en cuenta que ésa era su segunda opción, tal vez consiguiera su deseo. Pero cambiaría de idea cuando él se acercara con el encendedor y una lata de gasolina. Estaba seguro. Aunque no volvió a amenazarla, pues no había necesidad. Scarlet no estaba allí, así que ¿para qué forzar el tema en ese momento?
—¿Por qué... no... la odia su madre? —preguntó, alzando y bajando la voz en los puntos necesarios.
NeeMa se colocó de espaldas y respiró hondo.
—Mi hermana no puede evitarlo. Creía amar al padre de Scarlet, pero él sólo la estaba utilizando. Tenía esposa y abandonó a Rea en cuanto se enteró de su embarazo. Luego, los Griegos capturaron a los Titanes y nos encerraron en el Tártaro, lo que le impidió vengarse de aquel estúpido mortal.
—¿Y ella... no... culpaba a Scarlet? —«zorra». Mientras esperaba su respuesta, encendió el mechero, retándola a negársela.
—Al principio no. Al principio quería a la niña. O más bien quería a la niña tanto como podía quererla. Pero cuando Scarlet creció, se parecía tanto a su padre que el cariño de Rea murió. Y no ayudó que Scarlet se estuviera convirtiendo una mujer tan guapa. A Rea le habían quitado ya muchas cosas. El trono, su poder, su libertad. No ser considerada la más guapa de esa esfera era un golpe que su ego no podía tolerar.
Por vanidad, había entregado su hija a los monstruos encerrados dentro de su celda. Gideon comprendió que llamar «zorra» a aquella mujer era insultar alas zorras.
Gideon quería volver con Rea con un cuchillo en la mano. Le cortaría la garganta sin vacilar y escupiría en su cuerpo sin vida.
—No continúes.
—Después, cuando la emparejaron con Conflicto —siguió NeeMa temblorosa—, todos sus sentimientos se intensificaron. El odio, los celos, la necesidad de ponerse a prueba. Estaba obligada a causar problemas. Como tú bien sabes.
—A ti te dieron un demonio —una afirmación, no una pregunta. Ni una sola vez tenía color rojo en los ojos. Ni una sola vez había visto un destello de pura maldad detrás de su cara. Oh, había maldad, sí, pero no del tipo demoníaco.
—No, a mí me perdonaron —repuso ella.
—¿Por qué... no? —terminó en un susurro.
—Zeus eligió quién tenía que cargar con qué demonio y todos los emparejamientos los decidió por despecho. Una especie de castigo. Yo no había hecho nada contra él. Al menos nada que él recordara.
Verdad mezclada con superioridad chulesca.
Mentira siseó.
Zeus había dicho a algunos de los Señores por qué les habían dado su demonio. Lucien había recibido a Muerte porque había abierto la Caja de Pandora y había estado a punto de causar el fin del mundo. Maddox había recibido a Violencia porque era el que más soldados había matado cuando buscaba la Caja. Paris había seducido a Pandora para distraerla y, por lo tanto, le había tocado Promiscuidad.
¿Por qué le habían dado Mentira a él? Había sido un buen guerrero para el rey de los dioses. Había ayudado a robar la Caja de Pandora, sí, pero su parte había sido mínima porque se había sentido culpable por traicionar a su creador.
Y eso llevaba a otra pregunta. ¿Por qué habían dado Pesadilla a Scarlet?
Mentira empezó a ronronear.
Gideon frunció el ceño. ¿Por qué ronroneaba? Eso implicaba afecto.
«Creía que ya pasabas de Scarlet, bastardo veleta».
«No es mía».
«Debería pedirle a su demonio que...».
«No es mía».
Un momento. ¿Qué? «¿Su demonio?».
«No es mía».
Él abrió mucho los ojos y al final todas las piezas encajaron. ¿Los dos demonios habían sido... amantes en el interior de la Caja? ¿O quizá en el Infierno?
El ronroneo aumentó de volumen y Gideon movió la cabeza admirado. Tanto tiempo con su demonio y no había sabido que tales criaturas pudieran formar aquel tipo de vínculo. Pero Mentira y Pesadilla debían de haberlo hecho.
Eso explicaba muchas cosas. Por qué Mentira había querido estar con Scarlet pero no le importaba nada la propia Scarlet. Por qué Mentira había estado dispuesto a hacerle algo terrible como decir la verdad con tal de conservar a Scarlet cerca. Por qué Mentira había respondido a Rea cuando se parecía a Scarlet. El demonio sólo había visto la envoltura y había asumido que Pesadilla estaba dentro.
Quizá Zeus conocía esa conexión. Quizá conocía también el deseo de Scarlet por Gideon. Quizá le había dado el demonio de Mentira como un... regalo. «Y tú querías buscar el modo de matarlo». Quizá tuviera que dar las gracias al antiguo rey de los dioses. Pero preferiría besar a Scarlet. ¿Dónde narices estaba y qué hacía?
¿Se le tiraría al cuello la próxima vez que lo viera? Después de todo, seguramente creía que se había tirado a su madre. ¿O intentaría esquivarlo toda la eternidad?
Aunque quisiera, no podría hacer eso. Estaba buscando a NeeMa, y acabaría por descubrir que su rastro llevaba a la fortaleza. Entonces volverían a encontrarse. Y él tendría que estar preparado y cruzar los dedos para que ella no lo matara mientras dormía ni le arrancara la cabeza antes de que tuviera ocasión de explicarse.
Cruzar los dedos también para que ella quisiera oír su explicación.
—Hablando de pérdida de memoria, creo que es curioso que Scarlet y tú os hayáis vuelto a encontrar.
La voz de NeeMa lo sacó de sus pensamientos. Enarcó las cejas.
—¿No... —susurró—... has dicho «vuelto»? —terminó en voz más alta.
—Seguramente no te acuerdas, pero viniste a buscarla una vez. Bueno, a un chico que habías descubierto que era una chica. Ella había crecido ya y resultaba bastante claro que te gustaba lo que veías.
El fuego se inició en su pecho y se extendió después por sus miembros. Al principio, Gideon no sabía por qué. Luego comprendió que Mentira se movía dentro de él con tal agitación que le transmitía aquel nerviosismo. ¿Por qué?
—¿Te acuerdas? —preguntó la diosa.
Él recordaba a aquel chico y ahora sabía que había sido Scarlet. Pero no recordaba haber visto una versión adulta. ¿Habían jugado con su memoria?
—En cualquier caso, por alguna razón, no volviste nunca más. La dejaste allí —ella mostró una sonrisa falsa—. ¡Qué lástima!
Él se incorporó, jadeando con la fuerza de una furia súbita. Encendió y apagó el mechero varias veces. Ella había jugado con su memoria.
—Oh, ¿quieres recordarlo? Dame la mano y lo harás. Puedo entrar en tu cabeza incluso con el collar.
—Un día —él agarró los barrotes y los sacudió. El mechero chocaba con el metal.
—¿Sí? —preguntó ella, que obviamente creía que no había nada que él pudiera hacer. Lo miró a los ojos—. ¿Qué harás un día?
—Te... te... —nada le parecía lo bastante violento.
—¿Me matarás? ¿Me torturarás? ¿Qué daño me puedes hacer tú? ¿Decirme que soy fea? ¿Que no tengo poder? Hazlo, pues. Y verás cómo castigo a Scarlet por ello. Los dos sabemos que volverá a por mí. La convenceré de que la odias. La convenceré de que te mate. La convenceré de que se acueste con un hombre tras otro. La convenceré incluso de que se mate. Y no hay nada...
Un aullido salvaje resonó entre ellos. Durante el discurso de ella, Mentira se había ido agitando cada vez más. Al oír hablar de la muerte de Scarlet, había estallado.
Antes de que Gideon supiera lo que ocurría, el demonio explotó fuera de su cuerpo, una visión oscura de escamas, cuernos y huesos. De maldad.
NeeMa gritó horrorizada cuando el villano se lanzó sobre ella... y desapareció en su interior. Se movió, se dobló. Gimió. Su rostro se llenó de lágrimas.
—¡Qué fea soy! —lloró—. No tengo ningún poder, no soy digna de vivir. ¡Oh, dioses, qué indigna soy!
Todas las cosas que había dicho a Gideon, las cosas que ella no había creído. Pero ahora, con el demonio convenciéndola de que las mentiras eran verdad, las creía, y eso la desgarraba por dentro.
Gideon no podía hacer otra cosa que mirar con una mezcla de sorpresa y fascinación. Mentira había salido de él. «Salido de él». Y obviamente ahora se movía en el interior de la cabeza de NeeMa, haciéndole creer las mentiras sobre su belleza y su fuerza. No sabía cómo lo había hecho el demonio ni por qué no había salido antes nunca de él.
Tampoco sabía por qué el demonio permanecía cuerdo y él, Gideon, vivo.
Minutos después, cuando NeeMa sollozaba encogida en la celda, temblando toda entera, el demonio regresó a él y se instaló en su cabeza ronroneando de placer.
«¿Cómo has hecho eso?», le preguntó Gideon.
«Lo sé».
El demonio no tenía ni idea.
«¿Por qué has vuelto?»
«No estoy atado a ti».
«¿Puedes repetirlo?»
«Lo sé».
«Vamos a averiguarlo».
—Creo que debes prepararte —dijo a la diosa con una sonrisa—. Me parece que nos vamos a divertir mucho.