Capítulo 14
«DE nuevo en pie y en forma para luchar», pensó Gideon a la noche siguiente. Bueno, quizá lo de «en forma para luchar» era un poco exagerado. Una descripción más exacta era «en pie por los pelos pero obligándose a actuar». Guió a Scarlet por un pasadizo secreto tras otro del palacio de Cronos, aunque cada dos pasos tropezaba con sus propios pies.
Scarlet le apretó la mano.
—¿Seguro que estás bien? —preguntó.
—Por supuesto —mintió él. Bajo ningún concepto pensaba volver al dormitorio. Primero, porque haría el amor con ella y no había tiempo para eso y además ella tendría que hacer todo el trabajo y él quedaría como un estúpido. Más de lo que ya era. Y segundo, porque la venganza esperaba.
—Genial. Estás fatal. Deberíamos volver y...
—Sí.
—¡Ah! Eres muy frustrante. ¿Seguro que sabes adónde vas?
No era una mujer que sufriera en silencio.
—No —habían pasado miles de años desde la última vez que estuvo en aquella ciudadela celestial, pero recordaba aquellos pasadizos ocultos. Los dioses sabían que los había usado mucho en otro tiempo, cuando era uno de los guerreros de la élite de Zeus. Había tenido que llevar a escondidas al rey ante su amante y a la amante ante el rey, escuchando todo el rato complots contra su majestad y pendiente de los espías. Entonces, como ahora, ayudaba que muchas de las paredes estuvieran hechas de cristal doble.
—Hermoso —Scarlet tiró de él para detenerlo.
—Ya lo admiraremos todo luego —no, en realidad no lo harían. Estarían ocupados torturando al asesino de su hijo. «No pienses en eso hasta que encuentres a ese bastardo». Lo consumiría la rabia y agotaría el resto de sus energías.
Ella sabía lo que quería decir, sabía que no volverían.
—Pero nunca he visto nada igual.
Gideon sintió una punzada de remordimientos. Aunque Scarlet era hija de una reina, la habían tratado como a una esclava toda su vida, le habían negado lo que le pertenecía por nacimiento, no sólo cuando todos los Titanes estaban prisioneros, sino también después de su liberación. ¡Malditos! Aflojó el paso y le permitió contemplar las arañas de polvo de estrellas, las cataratas de mármol reluciente, las orquídeas que salían directamente de las paredes. ¿Cómo había podido su madre arrebatarle todo aquello? ¿Cómo podía tratarla tan mal la mujer que la había dado a luz?
«¿Como trataste tú a tu hijo?».
Gideon sacó la mandíbula.
«A mí me robaron su recuerdo, maldita sea».
Aquello no disminuía su sensación de culpa. Tendría que haber recordado a aquel chico maravilloso. Como mínimo alguna parte de él debería haberlo recordado. Sin embargo, de todas las veces que Gideon había visto destellos de Scarlet en su mente, nunca había visto destellos de Steel. No tenía ni un solo tatuaje que representara y honrara a su hijo muerto.
«Soy el peor padre del mundo, joder».
Mentira no tenía nada que decir sobre aquel tema; era como si, vivo o muerto, verdad o mentira, al demonio no le importara el chico a ningún nivel.
Pero Steel no podía ser mentira. Nadie podía fingir el dolor que había proyectado Scarlet sobre su asesinato. Ni siquiera los actores que a ella le gustaba comerse con la vista.
Gideon se frotó la cabeza con la mano libre. Todavía no conseguía recordar su vida con Scarlet. No podía recordar nada aunque su boda había sido lo más hermoso que había visto jamás. Ella resplandecía de amor, de promesas... de esperanza. Se sentía humilde sólo de pensar en ello.
Y sí, quería que volviera a mirarlo así. No lo merecía, pero no podía evitar ese deseo.
Se tocó una vez más el colgante de la mariposa que llevaba al cuello. Gracias a los dioses que ella lo había encontrado y se lo había llevado. Aunque tenía muchas razones para odiarlo, había pensado en él, había cuidado de él.
Era demasiado buena para él.
—¿Te imaginas viviendo aquí? —preguntó ella, con admiración mezclada con tristeza—. Yo me he visto obligada a vivir en cuevas y criptas cuando éste era mi legado. Es impresionante. No sé qué decir.
—Créeme, yo no prefiero vivir abajo —allí era uno entre miles tan fuertes como él o más. En la Tierra era un hombre poderoso.
Quería ser todopoderoso a los ojos de ella. Quería poder darle todo lo que deseara.
Quizá podría comprarle un palacio propio. O mejor aún, se lo construiría con sus propias manos.
—Increíble —ella se soltó de su mano, se detuvo y tocó el cristal—. ¿De verdad la gente lee en esas sillas?
Él se paró a su lado y suspiró.
—Tarda todo lo que quieras. No tenemos que llegar a la habitación de Cronos lo antes posible. Él no regresará a por mí pronto y no tenemos que irnos mucho antes de eso.
—Ya lo sé, ¿pero por qué aventurarnos a entrar en su dormitorio? —ella miraba las colgaduras de terciopelo y las mesas con incrustaciones de oro que llenaban la sala de estar vacía. Pero no. No estaba vacía. Un hombre alto y rubio se acercaba a las estanterías.
—¿Puede oírnos? —susurró Scarlet.
¿Quería ella que lo hiciera?
—Sí.
—Oh. Bien. Así podemos admirarlo en paz.
Gideon no reconoció al dios, pero eso no le impidió odiarlo a primera vista.
—Bien, como te decía, ¿por qué no podemos ir directamente a la prisión? —preguntó ella.
—No necesitamos un collar de esclavo para abrir las puertas del Tártaro.
—De eso nada. No pienso ponerme un collar de esclava nunca más.
—Tenemos que ponérnoslo, no sólo sostenerlo. ¿No sabes quién es ése? —«para saber el nombre del próximo hombre al que voy a matar».
—Claro que lo sé. Es Hiperión, el dios Titán de la Luz. Es guapísimo, ¿eh?
Gideon maldijo su atracción por los rubios.
—Puede que conociera la cara, pero no conozco el nombre. Tampoco sé que Hiperión es un psicópata. No le gusta prender fuego a inmortales sólo para verlos arder y oír sus gritos.
—Es sexy.
—¿Tú no lo conociste en la cárcel? —preguntó él entre dientes.
—Conocerlo sí. Pero no compartimos celda. Desgraciadamente.
Si Scarlet pensaba besar a otro hombre como lo había besado a él, si pensaba permitir a otro hombre que la tocara como la había tocado él, morir quemada sería la menor de sus preocupaciones. En aquel momento pertenecía a Gideon. Era su esposa. Y él no pensaba compartirla.
Le agarró la mano con una mueca y tiró de ella.
—No es suficiente —sus pasos eran tensos, sus botas golpeaban el suelo de ónice. Doblaron una esquina y apareció otra habitación. Un salón de baile. Duendecillos resplandecientes se movían por él, limpiando el polvo y sacándole brillo.
Al doblar otra esquina, el pasillo empezó a bajar, y aunque sus cansados muslos resintieron la quemazón, no aflojó el paso. Su rabia creciente le daba fuerzas. Rabia, no celos. Él no era celoso.
—¿Quién no eres hoy? —se dio cuenta de que no lo había preguntado todavía. Pero, como siempre, una vez que se le ocurrió, no podía pensar en otra cosa. «Di Lord. Espero que digas Lord».
—Scarlet... Hiperión. Sí, suena bien.
Gideon se detuvo y se volvió. Cuando Scarlet chocó con él, la agarró por los hombros y la sacudió. Ella apartó la vista y... Y sus labios se entreabrían en una sonrisa. La muy zorra estaba reprimiendo la risa.
Gideon la soltó. Su rabia se había evaporado. Rabiado celos.
—No estás pidiendo unos azotes, ¿lo sabes?
—Yo... —ella dio un respingo. Se apretó contra el cristal—. Ésa es Mnemosina, mi tía.
Mnemosina. Extraño nombre. Gideon siguió la dirección de su mirada. Dentro de un dormitorio opulento de madera de cerezo y mármol entrelazado con oro, había una rubia esbelta sentada en una cama revuelta. El cabello rizado le caía hasta la mitad de la espalda y llevaba un vestido negro brillante con ranuras en ambos muslos.
—No hay prisa, ¿recuerdas? —él le rodeó la cintura con un brazo. Antes no se había atrevido, pero ella se había burlado de él un momento atrás y ahora estaba distraída; y a él no le importaba usar ambas cosas en ventaja propia. Quería tocarla a todas horas.
—Tengo que hablar con ella, Gideon. Por favor —Scarlet lo miró implorante—. Es la diosa de la Memoria y puede que sepa quién alteró tu mente. O al menos cómo lo hicieron. No puedo creer que no se me haya ocurrido antes preguntarle.
Era la primera vez que ella le pedía algo y Gideon descubrió que no podía negarle nada.
—¿Seguro que no puedes confiar en ella?
Scarlet frunció el ceño e inclinó a un lado la cabeza.
—Siempre fue amable conmigo. Espera. Al menos eso creo. Me abrazaba cuando estaba triste. O eso creo. Mis recuerdos de ella son borrosos.
Borrosos. Aquello no era propio de Scarlet, que se acordaba de todo.
Miró a Gideon a los ojos y su ceño se hizo más profundo.
—Espera. ¿Qué decía?
¿Tampoco se acordaba de eso?
—No hablábamos de tu tía.
—¿Mi qué?
Él parpadeó. ¿No podía recordar una conversación de dos segundos atrás? ¡Qué raro! ¡Y qué poco le gustaba eso!
Miró a la mujer. La diosa de la Memoria, ¿eh? Gideon nunca había tratado con ella. La habían encerrado antes de que lo crearan a él y nunca había oído comentarios sobre ella. Ni buenos ni malos.
Scarlet siguió su mirada.
—¡Oh, mira, Gideon! Es mi tía Mnemosina —saltó arriba y abajo—. Es la diosa de la Memoria. Quizá pueda decirnos cómo te robaron tus recuerdos.
—Scar, no me mires.
Ella giró la cabeza despacio y sus miradas se encontraron.
—¿Qué?
—¿Quién no está en esa habitación?
Ella parpadeó confusa, igual que había hecho un momento atrás.
—¿Qué habitación?
Él le tomó la barbilla y le volvió la cabeza hacia el cristal para que viera una vez más quién había en la estancia. Scarlet dio un respingo.
—¡Gideon! ¿Sabes quién es ésa? Es la diosa de la Memoria y quizá pueda decirnos cómo te borraron tus recuerdos.
A él se le encogió el estómago. Estaba claro que alguien, ¿la propia Mnemosina?, había jugado con la mente de Scarlet. Porque si no miraba a su tía, no conseguía recordarla.
¿Podía Mnemosina haberse llevado también los recuerdos de él?
Sólo había un modo de descubrirlo.
Furia. Mucha furia.
—No me des un minuto para buscar el mejor modo de acercarme a ella. ¿Vale? Y deja de mirar a tu tía pase lo que pase.
—Vale —ella intentó volver la cabeza hacia él, pero él le puso una mano en la nunca y le sostuvo la cabeza inmóvil.
—Muy bien. Me quedaré quieta. ¿Pero por qué quieres que no deje de mirarla?
—Hazlo —no quería que ella volviera a olvidar.
Dejó caer los brazos a los costados y consideró sus opciones. Había una puerta que llevaba al dormitorio desde el pasadizo secreto. En realidad, había una puerta a todas las habitaciones del palacio. Pero no quería entrar por allí y revelar el pasadizo a Mnemosina por si ella no lo conocía. Mientras fuera un secreto, podía usarlo como vía de huida. Y eso le dejaba sólo una opción. Esperar.
Primer obstáculo. Scarlet y él tendrían que esperar hasta que la diosa saliera de la habitación, colarse en ella y esperar allí su regreso. Eso podía causar todo tipo de problemas, pues necesitaban llegar al dormitorio de Cronos antes de que el rey se diera cuenta de su marcha.
Cronos podía haber guardado los collares de esclavos en alguna otra parte, pero Gideon lo dudaba mucho. El rey dios querría tenerlos cerca por si decidía esclavizar a alguien nuevo.
Segundo obstáculo. Scarlet tendría que dormir pronto y eso los obligaría a parar otras doce horas por lo menos. Aquello era mucho esperar.
En el lado positivo, Cronos no podía encontrarlos. Podían esconderse en cualquier parte. Pero eso no significaba que pudieran escapar.
—¿Por qué haces esto? —preguntó de pronto una voz femenina desde el dormitorio. Pero Mnemosina no había movido los labios. Gideon miró con más atención y vio a una segunda mujer que acababa de salir del vestidor. ¿Una criada?
—Con la marcha de Atlas —repuso la diosa con tono aburrido—, necesitaba un amante.
Atlas, el dios Titán de la Fuerza. Una vez había intentado escapar del Tártaro y Gideon había ayudarlo a capturarlo y volver a encerrarlo. Y no había sido fácil. Nadie había luchado con tanto ahínco como él.
¿Adónde había ido el dios de la Fuerza?
—¿Pero... Cronos? —la criada se acercó a la cama con unos zapatos de tacón de aguja en la mano. Era alta y delgada, con pelo castaño rizado. Llevaba un vestido de algodón azul y ninguna joya—. Sólo hace seis días que eres su amante y ya te ha echado de sus aposentos para meter a un hombre.
—No necesito que me lo recuerdes —replicó la diosa.
—¿Te has enterado ya de quién es el hombre?
—No, pero me enteraré.
—¿Es su...?
—¿Su amante masculino? ¡Quién sabe! También descubriré eso. Y si lo es, eliminaré a ese bastardo.
La criada suspiró.
—Tu hermana no te perdonará nunca que hayas ocupado su puesto al lado del rey.
Mnemosina rió con despreocupación.
—Oh, Leto, eres una tonta ignorante. Mi hermana no me molestará nunca, haga lo haga.
¡Ah! Él conocía el nombre. Leto era la diosa Griega de la Modestia. Había sido una de las doncellas personales de Hera, pero eso no le había impedido parir dos hijos de Zeus. Y cuando la antigua reina se había enterado de la infidelidad de Zeus, había odiado a Leto y había intentado matarla. Por eso Leto había sido encarcelada con los Titanes y después, probablemente, había ayudado a Cronos a recuperar su trono.
Leto se inclinó ante Mnemosina y le puso los zapatos.
—¿Pero cómo puedes estar segura?
—Porque sí.
—Pero...
Mnemosina se incorporó con el ceño fruncido.
—Ya me estás molestando. Márchate.
Leto se ruborizó, pero se enderezó y salió de la habitación.
Mnemosina se acercó a un espejo de cuerpo entero que había justo enfrente de Scarlet y Gideon y se miró detenidamente en él.
—Perfecto —musitó con satisfacción.
Scarlet extendió una mano y tocó el cristal a la altura de la mandíbula de la diosa.
—Ese tono con Leto... no es propio de ella. Ella es gentil. Es siempre amable... Creo. Aunque todo en mi interior me dice que ella me abrazaba y me decía palabras tiernas al oído, en algún lugar de mi mente la veo empujándome. Sí. Así es. Me empujó. Ahora lo veo.
—¿Tus recuerdos se están volviendo borrosos? —preguntó Gideon, que quería decir si se estaban aclarando.
Ella entendió la pregunta.
—Sí. Cuanto más la miro, más firmes se vuelven. Ella no sólo me tiró al suelo, sino que además me dio patadas cuando aún no me había levantado.
Primero, aquella zorra iba a pagar por eso. Segundo, Scarlet recuperaba la memoria con sorprendente rapidez. ¡Ojalá hubiera sido tan fácil para él! Sólo pensar en algo y bum, que estuviera allí hasta el último detalle. Deseaba desesperadamente revivir todos los momentos pasados con Scarlet y Steel.
—Preocúpate, Scar —«no te preocupes»—. No vas a hablar con ella.
—Gracias —de Scarlet emanaba tal anhelo que a él empezó a dolerle el pecho—. Hay muchas cosas que quiero preguntarle. Los golpes y patadas, tú. ¿Y si... y si fue ella la que te hizo eso?
Sí, él también tenía preguntas. ¡Y maldición! Aunque él podía esperar las respuestas, no quería que Scarlet tuviera que hacerlo. Tenía que haber otro modo de entrar en la habitación.
Miró pasillo adelante, por donde todavía no habían bajado. Había varias puertas más.
—Quédate aquí —dijo. «Vamos». Tiró de ella. La siguiente habitación estaba ocupada por varios dioses, pero la siguiente a ésa se hallaba vacía. Perfecto. Podían salir del pasadizo secreto sin que nadie se enterara, retroceder a la habitación de Mnemosina y entrar por la puerta delantera. Así, si se hacía necesaria una huida rápida, siempre podrían volver al pasadizo.
Gideon giró el pomo y la puerta se abrió sin ruido.
Dentro de la nueva estancia, cerró la puerta y vio que el panel se alineaba con la pared de espejos. Miró a Scarlet y se puso un dedo en los labios para aconsejarle silencio. Aquella estancia podía estar vacía, pero las de al lado no lo estaban.
Ella asintió con la cabeza.
Evitar el lecho inmaculado de plumas no fue fácil, pues podía imaginarse a Scarlet encima de él, acariciando su pene siempre duro; pero consiguió colocar un pie delante del otro. Como había planeado, retrocedieron. En el pasillo los pasaron varios duendecillos cargados con artículos de limpieza. Gideon caminaba como si tuviera derecho a estar allí y nadie les prestó atención. Con todos los inmortales que pasaban por aquel palacio, seguramente estaban acostumbrados a los desconocidos.
La puerta de Mnemosina estaba cerrada. Y él empezaba a cansarse de intentar pronunciar aquel nombre aunque fuera mentalmente. De todos modos, jamás podría decirlo en voz alta debido a su maldición contra la verdad. NeeMa sería lo máximo a lo que podría llegar. Además, Scarlet creía que recordaba a aquella mujer empujándola, y, por lo que a él respectaba, eso la convertía en enemiga.
—Déjame hablar a mí —dijo.
—Gracias a los dioses. No pensaba decirte nada, pero ahora que lo mencionas... Ella no te comprendería, así que nos harás un favor a todos si me dejas a mí.
Él la besó en los labios, un modo silencioso de darle las gracias y luego tomó una daga en la mano libre y entró de golpe.
La diosa se volvió hacia él con un respingo y se llevó una mano al corazón.
—¿Qué...?
—Hola, tía —dijo Scarlet, al lado de Gideon—. ¿Me has echado de menos?
Gideon estaba orgulloso de ella. Hablaba con una determinación de hierro.
La diosa abrió mucho sus ojos azules.
—¿Scarlet?
—La misma.
—¿Cómo has llegado aquí? —la diosa no podía ocultar su ultraje. Ni su miedo—. Tu madre...
—Eso no importa —repuso Scarlet—. Tenemos preguntas y tú tienes respuestas. Respuestas que nos va a dar.
«Buena chica».
NeeMa tragó saliva. Rió temblorosa.
—Sí, por supuesto. Y por supuesto que te he echado de menos. ¡Te quiero tanto! Tú lo sabes. Haría cualquier cosa por ti, igual que lo hacía cuando eras niña. ¿Te acuerdas?
Pasó un momento. Scarlet inclinó la cabeza a un lado y apretó los labios como si pensara en algo importante. Relajó su postura guerrera.
—Sí. Sí, me acuerdo. Fuiste muy amable conmigo.
Gideon le apretó la mano. «No te desconcentres ahora, querida». Ella miraba a la diosa. Su mente no debería nublarse, debería aclararse, ¿no? Eso era lo que había ocurrido en el pasillo.
—Me alegro de que te acuerdes —NeeMa abrió los brazos; era la viva imagen del amor—. Ven aquí y dale un abrazo a tu tía favorita.
Scarlet se soltó de él y corrió hacia delante.
—Siento que te hayamos asustado. No te vamos a hacer nada, lo juro.
Gideon intentó agarrarla, pero ella se colocó fuera de su alcance y se lanzó en brazos de su tía. A él no le quedó más remedio que ver cómo se llenaban de satisfacción los ojos de la diosa. Pensó que definitivamente era una zorra. Además de eso, su demonio se estaba volviendo loco de pronto. En el buen sentido. Al demonio le gustaba.
Los mentirosos patológicos siempre le producían ese efecto.
—Me alegro mucho de verte —prosiguió Scarlet, perdida en su mundo. Al parecer, mirarla no evitaba su influjo si se estaba en la misma estancia. O cuando ella tejía adrede un engaño.
—Y yo me alegro muchísimo de que estés viva.
Mentira. Tanto él como su demonio la reconocieron enseguida.
Aquella zorra pagaría por jugar con su mujer. Antes ya lo había pensado, pero ahora era una necesidad.
—Bien, háblame del hombre que me has traído —la diosa miró a Gideon. Sin duda lo reconoció, pues una expresión de sorpresa cubrió su rostro—. ¿Qué haces tú aquí con Scarlet? ¿Qué preguntas tenéis para mí?
Él se pasó la lengua por los dientes. Su reacción era interesante. Ella lo conocía y no esperaba verlo con Scarlet.
—Scar, diablo —él le hizo señas de que volviera a su lado—. No le preguntes si me borró mis recuerdos.
La cara de la diosa se llenó de pánico. Se enderezó, se puso rígida.
—Scarlet, querida. Tu amigo es muy grosero. Y desafortunadamente, ya ha actuado así otras veces, ¿verdad? —acarició las sienes de Scarlet, frotándolas con los pulgares en círculos—. Aunque tú te esfuerzas mucho por inculcarle modales.
—Gideon —lo riñó Scarlet. Soltó a su tía y se volvió a él. Tenía los ojos vidriosos—. ¿Cómo te atreves a tratar así a mi tía favorita? Te he dicho muchas veces que trates a mi familia con respeto.
¿Perdón?
NeeMa estaba detrás de ella, era más alta que Scarlet pero la usaba a modo de escudo de todos modos.
—¡No le preguntes! —gritó él.
Scarlet parpadeó; sus ojos dejaron de estar vidriosos.
—Preguntarle...
NeeMa puso una mano temblorosa en el hombro de su sobrina.
—Scarlet. Tú sabes que te quiero. Sabes que jamás te haría daño. Y ahora sabes, y lo lamento mucho, que Gideon te ha utilizado para llegar hasta mí. Él y yo fuimos amantes y siempre ha querido recuperarme. ¿No es verdad? Ya hemos hablado de esto.
¡Embustera!
Y sin embargo, cada una de sus palabras vibraba con tal poder que Gideon casi creyó que había utilizado a Scarlet para llegar hasta aquel punto. Que había querido matar a Scarlet y a su tía desde el principio. Porque si NeeMa no podía ser suya, no sería de nadie.
Mentira rió y una imagen entró en la mente de Gideon. Era pequeña y borrosa, pero estaba allí. Una imagen de Gideon caminando adelante y atrás, planeando. Y cuanto más estudiaba la imagen, más detalles le encontraba. Estaba en su dormitorio de Budapest y...
Mentira volvió a reír. «Lo odio, lo odio, lo odio». Esa vez Gideon se vio arrancado de sus pensamientos. Si Mentira «odiaba» tanto las imágenes, eso implicaba que eran mentira. Y si eran mentira, las había puesto allí NeeMa. Y si NeeMa las había puesto allí...
—Me has utilizado —dijo Scarlet con un respingo. Lo miraba con una expresión muy dolida.
¿Las mismas imágenes falsas habían pasado por su mente? Pues claro que sí. NeeMa era más poderosa de lo que había sospechado.
—Diablo, no tienes que creerme. No mataría a tu tía si tú estuvieras delante de ella —«vamos, querida, apártate y acabaré con ella».
—¿Cómo has podido hacerme eso? —preguntó Scarlet—. ¿Cómo has podido usarme para reconquistar a mi tía después de todo lo que ya me has hecho?
—Yo nunca... —¡mierda! No podía decirlo. No podía decir la verdad—. Tu tía me parece guapa —«entiende lo que digo. Por favor, entiéndelo»—. Tú no eres la única a la que quiero.
NeeMa, ahora sonriente, ya sin miedo, retrocedió apartándose de Scarlet.
—Voy a buscar ayuda, querida —a pesar de su expresión, su tono de voz seguía siendo triste—. Tú no dejes que salga de aquí bajo ningún concepto.
—No —Scarlet abrió las piernas y cerró los puños. Estaba en posición de ataque y esa vez el ataque iba dirigido contra él.
¿Qué narices...?
—Scar, esto no es... —empezó a decir él.
Pero antes de que pudiera decir nada más, ella se lanzó sobre él con clara intención de matarlo, pues se arrojó sobre su cuello.