Capítulo 4

CUANDO le bajó la hinchazón en los testículos, Gideon llamó a Lucien, guardián de Muerte, le pidió que limpiaran en el hotel y arrastró fuera a Scarlet por las calles brillantemente iluminadas hasta el Cadillac Escalade que había escondido en un aparcamiento a pocas manzanas de allí. Era plena noche y el cielo cuajado de estrellas enmarcaba una media luna plateada. Aunque estaba preparado para todo, no había más Cazadores ni reclutas o lo que fueran esperando atacar.

No sabía cómo lo habían seguido aquellos cuatro chicos. Sobre todo si no habían sido entrenados. Se había asegurado de que no los siguieran y estaba dispuesto a apostar a que un dios o una diosa lo vigilaban y habían comunicado su paradero. O eso o los chicos simplemente habían tenido suerte y estaban en el hotel cuando llegó él.

Gideon no creía en coincidencias, así que le parecía más probable lo primero. Cronos ayudaba a los Señores y Rea se había aliado con los Cazadores. ¿Pero por qué iba a enviar ella reclutas a luchar con él en lugar de Cazadores? ¿Y los encontrarían adondequiera que fueran?

Probablemente.

Apretó el volante con fuerza y puso el vehículo marcha atrás.

—¿Por qué te ha entrado tanta prisa? —preguntó Scarlet con tono conversador.

Él no se dejó engañar. Sabía que seguía muy cabreada con él.

Maniobró en silencio por el aparcamiento y salió a la calle marcha atrás. Era tarde y había poco tráfico, pero miraba continuamente por el espejo retrovisor, por si acaso.

—Te estás ganando otro tenedor en el pecho —murmuró ella.

—Cron —gritó él. «Calla, estás mosqueado con él, tiene que haber otro modo». Pero Gideon sabía que no lo había y no se iba a mentir a sí mismo—. No te necesito.

Scarlet se puso tensa.

—¿Cron, es Cronos? ¿Estás llamándolo?

Él asintió.

Ella siseó ultrajada y tiró de las esposas.

—¿Y qué narices quieres de él? Yo lo odio.

¿Ella tenía problemas con todo el mundo?

—No quiero respuestas, ¿vale?

—Pues puedes soltarme y luego charlas con él —dijo ella. Tiró con más fuerza de las esposas y empezó a dar patadas en la puerta del coche para abrirla.

¿Tenía miedo del dios? No era posible. Se había enfrentado a cuatro Cazadores en potencia sin vacilar.

—Mis razones para... evitarlo... no son urgentes —a él se le encogió el estómago. Había estado a punto de decir la verdad. Casi le había dicho que sus razones para invocar al dios eran muy urgentes—. Y esas razones no son de vida o muerte.

—¡Me importa una mierda! —ella seguía golpeando la puerta—. No lo quiero aquí.

Oh, sí. Tenía miedo. ¿Por qué?

En vez de preguntar, pues sabía que no se lo diría si lo hacía, cambió de tema para darle tiempo a calmarse. Si seguía tirando de él, iba a perder la mano. Otra vez.

—¿Tenías que dejar vivos a esos chicos? —los había matado sin dar ninguna muestra de merced.

Él habría hecho lo mismo, pero él era un hombre. ¿Las mujeres no tenían que ser de corazón blando y esas mierdas? Aparte de Cameo, claro, la guardiana de Tristeza. Ella podía matar a un enemigo sin estropearse ni una uña.

—Sí —Scarlet dejó de dar patadas y lo miró por encima del hombro—. ¿Y qué?

—¿Por qué? Podríamos haberles dado placer para arrancarles información.

Ella movió los labios como si reprimiera una sonrisa.

—¡Vaya, Gideon! No conocía esas inclinaciones tuyas. Aunque eran guapos, ¿verdad? Sobre todo el rubio. ¿Es ése con el que te imaginas haciendo el amor?

Él reconocía aquel tono. Engañosamente dulce y terriblemente irritante. Pero sí, el rubio era guapo y no le gustaba que ella se hubiera dado cuenta. Tampoco le gustaba que prefiriera a los rubios. Su esposa debería... «No sabes si es tu esposa».

«Mía no», intervino Mentira. «Mía no».

¿Eso implicaba que Mentira la reclamaba como esposa? Imposible. Si alguien la reclamaba, sería él, Gideon. Si es que estaban casados.

¿Y luego qué? Todavía pensaba devolverla a la mazmorra pasara lo que pasara. Lo que implicaba que ella lo odiaría. Aunque, por otra parte, ya lo odiaba. Su modo de tratarlo así lo indicaba.

Volvieron sus remordimientos. «Tiene que ser así».

«Sí. Ella no es mía».

«Cállate».

—¿Por qué los has dejado vivos? —insistió.

Scarlet se encogió de hombros con indiferencia.

—Nos iban a atacar. Si los hubiera dejado vivos, habrían tenido la oportunidad de volver a por nosotros. De envenenar a otros contra nosotros. Y su determinación habría sido mayor que nunca.

Lo que decía tenía sentido, pero lograba que a él se le encogiera el estómago. La convicción de su voz le había dicho algo sobre ella que Scarlet probablemente habría preferido que no supiera. En algún momento había dejado marchar a un enemigo en lugar de matarlo y ese enemigo había vuelto a por ella y le había hecho daño. Había vuelto con otros.

¿Cómo le habían hecho daño aquellos bastardos? ¿La habían violado? ¿Golpeado? El volante gimió y casi se partió por la mitad y Gideon se obligó a aflojar la mano. Si hubiera ido a buscarla cuando lo expulsaron de los Cielos, como al parecer le había prometido, ¿habría evitado aquello?

¡Por todos los dioses! Sus remordimientos eran como un cáncer que lo comía por dentro. De nuevo quiso pedirle una explicación, pero de nuevo supo que ella no le diría nada. Hasta que llegaran a su destino y la sedujera. Cosa que haría, con culpabilidad o sin ella. Antes de que llegaran las visitas inesperadas, ella había parecido dispuesta a aceptar su beso. ¡Qué narices!, había parecido dispuesta a devolverlo con la misma pasión.

Él quería eso. Lo necesitaba.

—¿Nada que decir? —preguntó ella—. ¿Ninguna respuesta tonta?

¿Tonta? Él hacía lo que podía. «Está frustrada, por eso ataca». Pero él no tenía toda la culpa. Algo le había pasado a su memoria. Aunque saber eso no aligeraba su culpabilidad.

En realidad, su memoria era otra de las cosas que tenía que hablar con Cronos.

—¡Cron! —gritó por segunda vez.

Y al igual que antes, Scarlet empezó a luchar por liberarse.

—Te he dicho que no lo quiero aquí. Te he dicho...

Pero no oyó el resto de sus palabras. Un momento estaba al volante, esposado a Scarlet y conduciendo por una carretera serpenteante y al siguiente estaba en los Cielos, rodeado de nubes blancas esponjosas. Scarlet no se hallaba a la vista.

Intentó no ceder al pánico. Se giró y la buscó con la mirada. Sólo encontró más nubes. No había calles ni edificios ni gente.

—¡Scar! —gritó, con el corazón a punto de salírsele del pecho. Tenía que encontrarla. No podía dejarla...

—Tranquilo, Mentira. El tiempo se ha parado momentáneamente para tu mujer. Cuando vuelvas, todo estará como lo has dejado.

Gideon se volvió de nuevo y se encontró con Cronos. Su corazón latió más despacio e intentó no dar muestras de asombro. El rey dios parecía más joven cada vez que lo veía, pero aquello... aquello... «Demasiado joven», pensó, moviendo la cabeza.

El pelo plateado había desaparecido. En su lugar había rizos de color miel y oro pálido. En lugar de arrugas, mostraba una piel lisa y bronceada.

Lo envolvía una túnica blanca, que parecía tan suave como las nubes, y unas sandalias calzaban sus pies venosos con cicatrices propias de un guerrero. Exudaba tanto poder que Gideon sintió su peso golpeándole los hombros. Permanecer erguido requería también poder. Mucho poder.

—¿Por qué me has invocado? —preguntó el rey.

—En último lugar —en primer lugar—, no quiero tu juramento de que todo será como no dijiste —confuso hasta para él, pero muy importante.

Confuso o no, Cronos lo conocía bastante bien para saber lo que quería decir.

—Tienes mi palabra. Ella no se va a estrellar. Ni siquiera sabrá que te has ido a menos que tú se lo digas —y por suerte, Cronos no parecía enfadado por su exigencia—. ¿Ya estás contento?

Algo irritado, quizá sí, pero no enfadado. Mejor.

—No. Nada contento —todos los músculos de su cuerpo se relajaron—. No, gracias.

—¿Eso significa que me has perdonado por no decirte cómo encontrar el espíritu de Aeron?

No. Jamás. Pero no se lo dijo al rey, sino que guardó silencio. Mejor silencioso que castigado. Hasta él era lo bastante listo para saber eso. Pero la pregunta explicaba la súbita benevolencia y paciencia del rey.

—Lo que hice —dijo Cronos, algo tenso ahora—, lo hice por tu bien.

¿Hacerlo suplicar y negarle lo que pedía había sido por su bien? Sí, claro.

—Tú eres un inmortal, no un dios, así que tu comprensión es limitada, pero un día me darás las gracias —Cronos arrugó la nariz con disgusto—. No puedo creer que te esté dando explicaciones. Es vomitivo que tenga que mimarte así. ¿Dónde está el temible guerrero que tendría que ver?

Gideon reprimió un suspiro. ¿Mimarlo? ¡Ja!

—Tú no eres un...

—Vigila tu lengua, Mentira —los ojos negros del dios se endurecieron. ¡Qué raro! Normalmente sus ojos eran de oro puro—. O la perderás.

Gideon asintió con la cabeza con rigidez. Quizá no era muy listo después de todo.

—Mejor así —Cronos chasqueó con la lengua, claramente satisfecho de haber dominado a su subordinado—. Y ahora te lo pregunto por última vez. ¿Por qué me has invocado?

«Para pedirte la cabeza de tu esposa en una bandeja de plata. Aunque no hace falta que sea de plata. Servirá cualquier metal». Pero no podía decir eso en voz alta.

—Quiero que sepas que tu esposa... es un verdadero regalo —se preparó para un castigo inmediato, pero no pudo evitar llevar instintivamente la mano a una de sus dagas.

—Si lo que te gusta es que te regalen basura, entonces estamos de acuerdo —repuso el rey dios con sequedad.

Una verdad, aunque pronunciada con desprecio. Mentira escupió con disgusto.

Gideon devolvió la daga a su funda. Sorprendentemente, el rey y él estaban de acuerdo.

—Esto es lo que no hay. No sospecho que ha vigilado todos nuestros movimientos. No sospecho que nos ha hecho seguir. Y no sospecho que ha enviado humanos a matarnos.

—Lo sé —Cronos se pellizcó el puente de la nariz como un hombre que estuviera al límite de su paciencia—. ¡Maldita hembra! Siempre ha dado más guerra de lo que vale.

—¿Cómo podemos animarla? —«a parar», añadió en silencio. Le hubiera gustado poder decir lo que quería—. No está causando problemas y no nos va a hacer asesinar antes de que podamos ayudar a Gal a que no te corte la cabeza —es decir, ellos tenían que evitar que Galen le cortara la cabeza.

Danika podía hacer algo más que mirar en el Cielo y en el Infierno. Podía predecir el futuro. Y afirmaba que Galen decapitaría a Cronos. Lo cual era la única razón por la que el rey de los Titanes ayudaba a los Señores.

No, aquello no era verdad. Había otra razón, que Gideon había descubierto hacía muy poco. Cronos estaba poseído por un demonio, Codicia. Él, como Scarlet, había sido prisionero en el Tártaro y uno de los pocos afortunados elegidos para albergar a los demonios que sobraban.

Cronos paseaba delante de él y el poder que emitía se intensificaba y hacía chisporrotear el aire.

—Después de lo que le pasó a tu cohorte Aeron, he hecho amuletos para todos vosotros. Cuando los llevéis puestos, ella no podrá vigilaros.

Verdad. ¿Y no era maravilloso aquello?

—No me des el mío —«rápido, rápido, rápido».

El rey dios seguía paseando sin tregua.

—El único problema es que impedirán que os observen todos los dioses.

Se refería a él. El bastardo tenía que tener sus tentáculos en todo.

—Tengo noticias para ti. Los inconvenientes sobrepasan en mucho a las ventajas, así que no me lo des —repitió, extendiendo la mano.

Una parte de su impaciencia se debía al deseo de quedar oculto a los dioses. Por fin. Pero, sobre todo, quería regresar al lado de Scarlet cuanto antes. Se dio cuenta de que no le gustaba estar lejos de ella.

Los paseos del rey continuaban, e incluso ganaban en velocidad.

—Espera un momento. Si hago esto, necesito informes diarios. Y si pasa un solo día sin que alguien me cuente lo que está pasando ahí abajo, atacaré personalmente la fortaleza y os quitaré los amuletos de alrededor del cuello. Después de quitaros las cabezas.

Gideon no dijo que quitarles la cabeza liberaría a los demonios, que se lanzarían a un ataque sin piedad, algo que haría que todos maldijeran a Cronos por haber sido la causa. Y ésa era la razón por la que el rey dios había dejado con vida a los guerreros al asumir el control de los Cielos, aunque deseaba desesperadamente destruirlos.

Y era raro pensar que se pudiera maldecir al rey de los dioses. Pero sí, se podía hacer. Al parecer, Cronos no era el dios más poderoso del universo. Ese honor pertenecía al ser misterioso que le había salvado la vida a Aeron. Al ser que había derrotado incluso a la muerte mucho tiempo atrás. «La Única Deidad Verdadera», lo llamaba Olivia.

Aunque había una posibilidad de que no castigaran sólo a Cronos por liberar a los demonios de sus anfitriones. Ahora sabían que se podían emparejar con otros seres. Eso era lo que había pasado con Desconfianza, el demonio de su amigo Baden.

Baden estaba muerto y Desconfianza residía dentro de una mujer Cazadora. Una mujer a la que Gideon no estaba seguro de poder matar aunque tuviera una daga apretándole la garganta. No porque le importara matar mujer, pues lo había hecho otras veces. A las órdenes de Sabin, era obligatorio tratar a las mujeres como iguales en todas las cosas, incluso la guerra. Lo que le preocupaba era que una parte de Baden moraba en el cuerpo de aquella mujer.

¿Cómo iba a tener él algo que ver con la segunda derrota de su amigo?

—¡Mentira! ¿Me estás escuchando? Te he preguntado si lo comprendes.

Un momento. ¿Qué? Gideon salió de sus pensamientos.

—Por favor, no te repitas.

Las mejillas del dios se tiñeron de rojo, y no era un rojo de vergüenza, no, era furia lo que coloreaba su rostro.

—No te lo repetiré. O me dais los informes diarios que he pedido o no recibiréis los amuletos. ¿Comprendes?

Los informes, los amuletos. Por supuesto. ¿De verdad era necesaria aquella pataleta?

—No, no comprendo.

Por fin Cronos se quedó quieto y su mirada dorada se posó en Gideon. Dorada otra vez. ¿A qué se debía aquel cambio continuo?

—Muy bien —Cronos tendió la mano con la palma hacia arriba. Brillaron unas luces azules que cubrieron toda la mano hasta que algo empezó a cristalizar sobre su piel. Dos cosas, en realidad.

Gideon se inclinó hacia delante para ver mejor. Vio dos cadenas de plata, ambas con una mariposa colgando del centro. En sus alas rugosas había pequeños rubíes, zafiros, un trozo de ónice, marfil y un ópalo. Todas las joyas o piedras parecían vivas, poseídas de un fuego interior que Gideon normalmente veía sólo en los sueños.

Bonitos, pero...

—Voy a parecer muy viril —no pudo evitar decir.

El rey dios soltó un gruñido mucho más amenazador que ninguno de los de antes.

—¿Eso es una queja, Mentira? Porque puedo...

—Sí, sí. No me disculpo. No los quiero —agarró los colgantes antes de que se los quitara y se colgó uno al cuello. El metal estaba caliente... lo bastante para hacerle ampollas en la piel, pero no se lo quitó.

El segundo colgante se lo metió al bolsillo. Tendría que conseguir que Scarlet se lo pusiera.

—¿Y mis enemigos? —preguntó.

—Visitaré la fortaleza y se los daré.

Verdad. Era curioso lo complaciente que se mostraba el dios. Tenía que haber una razón para ello, una razón que no auguraba nada bueno para Gideon. Aun así, aceptaría lo que pudiera conseguir.

—No gracias —repitió.

—Si eso es todo...

—No esperes. Scarlet no me dijo que estuvimos casados y no me preguntaba si...

—¿Scarlet? —el dorado desapareció una vez más de los ojos del dios, reemplazado por el negro obsidiana—. ¿La hija de Rea?

Gideon parpadeó. ¿Ella era hija de Rea? ¿Era una princesa? Eso significaba...

—¿Tú no eres su padre? —preguntó. Aquello podía explicar las miradas negras a juego.

—¡No! —aquella sola palabra despedía tanto disgusto que Gideon podría haberse ahogado en él—. No vuelvas a pronunciar nunca esa blasfemia o desataré un torrente de sufrimientos como no has conocido jamás.

¿Por qué tanto disgusto? ¿Y por qué la advertencia? Ella era una mujer hermosa, inteligente y valiente, y aquel bastardo debería estar orgulloso de llamarla «hija». Gideon apretó los puños aunque se dijo que no estaba enfadado. Le aliviaba que Cronos no fuera su suegro. O su posible suegro.

La esposa de Sabin, Gwen, era hija de Galen, y Gideon había visto los problemas que había causado aquella relación familiar. No, gracias.

—Su padre era un mortal y su madre es una puta —continuó Cronos con el mismo disgusto—. ¿Es ella la que va en tu vehículo? Me parece que no te he prestado suficiente atención últimamente, Mentira. Sabía que teníais a la chica en la mazmorra, pero no sabía que la habías sacado sin mi permiso. Debería castigarte.

De nuevo verdad. «Cuidado».

«Ella no es mía», intervino su demonio de pronto. Una advertencia al rey. Advertencia que, por suerte, Cronos no podía oír.

«Ahora no. No lo cabrees más».

—No me disculpo, Gran Dios —le sorprendió que Cronos no lo castigara por lo de «Gran Dios», pues debía saber que lo había dicho como un insulto—. Como no decía, ella no me dijo que habíamos estado casados. Algo que yo recuerdo. No quiero engañarla para que piense que me estoy ablandando con ella y que no me cuente así más cosas. Y no pienso devolverla a la mazmorra en cuanto no tenga todas las respuestas.

—¿Casados? ¿Scarlet y tú? —Cronos frunció el ceño e inclinó la cabeza a un lado, pensativo—. Todos sabíamos que ella se interesó por ti desde el momento en que te vio, pero no había señales de que os vierais. Ni mucho menos de que estuvierais dispuestos a casaros.

¿Ella siempre se había mostrado interesada por él? De pronto deseó sacar pecho y golpeárselo como un gorila. A ella le gustaba él y siempre le había gustado. A pesar de su presunta adoración por los rubios. «Gracias a todos los dioses».

Seguramente habría algún modo de contrarrestar su furia y conseguir de nuevo su interés.

—¿Sabes de alguien que no tuviera el poder de borrar los recuerdos de ella de mi mente?

Hubo una pausa, casi opresiva en su intensidad. Cronos se lamió los labios, incómodo de pronto.

—No —dijo vacilante. El demonio de Gideon ronroneó. Era mentira.

Cronos acababa de decir una mentira. Sí conocía a alguien que poseía ese tipo de poder. ¿Quién?

—¿Por qué...?

—No hay más preguntas —dijo el dios, cortante—. Pero... ten cuidado con ella. Es muy fiera. Si no lo fuera, me habría ocupado de ella personalmente.

«Tú no la tocarás», quiso gritar él, aunque su demonio volvía a ronronear. También era mentira. ¿Pero en qué había mentido el rey en esa ocasión? ¿En que ella era fiera o en que se habría «ocupado» de ella? ¿O en las dos cosas?

No importaba si era fiera. Era su esposa. Tal vez. Pero fuera como fuera, se iba a acostar con ella. Si eso no le hacía recuperar la memoria, no lo haría nada. Al menos eso tenía sentido. ¿Y si después de eso estaba dispuesta a ayudarlos a sus amigos y a él en su guerra contra los Cazadores?

Sí, por supuesto. Si Scarlet los ayudaba, no tendría que devolverla a la mazmorra, aunque le había dicho a Cronos que lo haría. El rey quería ganar la guerra, ¿no? Scarlet podía destruir al enemigo mientras dormía, eliminando así la necesidad de bombardeos, puñaladas y tiroteos.

Aquello sería una gran ventaja sin ninguna desventaja. Bueno, sólo una, pero era pequeña, así que no valía la pena mencionarla. «Pensaba que no te mentías nunca a ti mismo». Gideon se mordió la lengua hasta que captó sabor a cobre. Vale. La desventaja era enorme. Tremenda. Nunca podría confiar en Scarlet porque su demonio no podía saber si mentía o decía la verdad. Y después de lo que le había hecho, ella nunca querría ayudarlo.

Por lo tanto, tenía que volver a la mazmorra.

—Ya me he cansado de que te pierdas continuamente en tus pensamientos —suspiró Cronos.

Gideon también. No le gustaba el resultado de sus pensamientos.

—No tengo una última cosa —con suerte, el dios entendería que tenía algo más de lo que hablar después de aquello—. En la cárcel, ¿nadie le hizo daño?

Los ojos del rey dios adoptaron una expresión dura.

—Hemos terminado. Tú tienes cosas que hacer y yo también, así que...

Estaba claro que no quería seguir hablando de Scarlet. Gideon lo maldijo para sí. Aunque quería protestar, cambió rápidamente de tema, antes de que lo echaran de allí.

—No hay nada más que necesite saber. Olivia no nos dijo que tienes a Sienna —Sienna era la mujer de Paris. Una mujer que había muerto en brazos del guerrero. Una mujer a la que Paris seguía anhelando.

Gideon tenía la sensación de ser siempre el último que se enteraba de esas cosas. Desde luego, Paris no se lo había dicho. Pero a Olivia le encantaba contar detalles de su vida, y de las de los demás, y a Gideon le encantaba pasar tiempo con ella. Olivia le había dicho que Cronos había tomado el espíritu de Sienna, había conservado a la chica cerca y que, cuando Ira salió del cuerpo de Aeron, el dios había colocado al demonio dentro de la chica.

¡Cuándo dolor debía de estar soportando ella en aquel momento! ¡Cuánta agonía mental! Aquel demonio probablemente la empujaba a hacer un montón de cosas despreciables. Cosas que ella haría, no podría evitarlo. Cosas que le atormentarían toda la eternidad.

—La tengo —admitió Cronos de mala gana.

Verdad. Mentira siseó.

«Ve con cuidado», se recordó Gideon.

—¿Puedo no verla? —para informar a Paris.

—No —ninguna vacilación—. No puedes. Y ahora hemos terminado de verdad. Ya te he mostrado demasiada indulgencia y mira lo que he conseguido —al instante siguiente, Gideon estaba de vuelta al volante del Cadillac, con Scarlet esposada a su lado.

El cambio fue tan repentino que giró el volante accidentalmente. El coche viró a un lado con los neumáticos chirriando. Otro coche se acercaba por el otro carril con los faros encendidos. Otro giro rápido y el coche pasó sin rozarlos. Por los pelos. Scarlet dio un respingo.

—¿Qué narices estás haciendo? Nuestra conversación no terminará porque yo salga volando por el parabrisas, ¿vale?

Su demonio suspiró de contento. «No es mía». Gideon enderezó el coche, pero no mencionó lo que acababa de pasar en los Cielos. Con lo poco que a ella le gustaba Cronos, no podía estar seguro de su reacción. Sin embargo, a todas las mujeres les gustaba recibir regalos y aquél parecía el momento perfecto para una distracción. «No estropees esto».

—Bueno, ah, no me gustaría que metieras la mano en mi bolsillo.

Hubo un momento de silencio.

—Me parece que no —dijo ella con sequedad.

—No tengo un regalo para ti.

Los ojos oscuros de ella se iluminaron con curiosidad, pero permaneció inmóvil. Siempre recelosa.

—El regalo no será un falo duro, ¿verdad? Porque si lo es, tendría que devolvértelo unos centímetros más corto.

Él frunció los labios reprimiendo una sonrisa. Y sí, su falo estaba duro. Sólo tenía que estar cerca de ella para tener una erección. O pensar en ella. Le gustaba su sucio sentido del humor.

—Sí, lo es, pero no encontrarás eso también.

Entonces fue ella la que frunció los labios. Lo había hecho otras veces, pero nunca la había visto sonreír.

Sonreír de verdad. Y deseaba desesperadamente verlo. Ella resplandecería. Sabía que sería así porque podía ver su hermoso rostro sonriente en su mente, sus labios rojos curvados en las comisuras, los dientes rectos y blancos. Las pestañas bajarían un poco, pero dejarían ver todavía el brillo pícaro de sus ojos.

Contuvo el aliento. ¿Eso era un recuerdo? ¿Un recuerdo de Scarlet sonriéndole? ¿Feliz con él? ¿Satisfecha físicamente?

—Muy bien —gruñó ella, pero no pudo ocultar el temblor de su mano cuando la metió al bolsillo con cuidado de evitar la erección de Gideon. Dio otro respingo cuando sus dedos agarraron el metal caliente.

Gideon tuvo que apretar los labios para reprimir un gemido de placer. Su contacto... Estaba tan cerca del Pequeño Gideon que sólo tenía que girar la muñeca para tocarlo. Y él quería que lo tocara tan desesperadamente como quería ver su sonrisa. Pero ella retiró enseguida la mano, sin girar la muñeca, y observó el amuleto.

—¿Qué es esto? —¿había decepción en su voz?

—No es igual que el mío, eso seguro.

Scarlet posó su mirada en él, que sacó el amuleto de debajo de la camiseta.

—¡Oh! —la decepción, si había sido eso, desapareció—. ¿Por qué quieres que llevemos colgantes iguales?

Ahora Scarlet no sabía si estaba contenta, enfadada o anhelante. O quizá era simplemente una mezcla de las tres cosas. Que el regalo le hacía feliz porque implicaba que había pensado en ella. Que le molestaba porque se lo daba ahora, cuando no la recordaba. Y que le producía anhelo porque parecía ofrecer la esperanza de un futuro juntos.

—¿Y bien? —preguntó ella.

Él se encogió de hombros, porque no podía contestar sin perjudicar su causa. Si admitía que no lo había comprado él, le haría daño. Si admitía que no era un símbolo de lo que habían compartido una vez y quizá podrían volver a compartir, también le haría daño.

—¿Cuándo lo has comprado?

De nuevo se encogió de hombros. Ella se lo puso con rabia y él deseó gritar de alivio. Ya estaba hecho. Scarlet estaba protegida de la vigilancia de otros y él no había tenido que insistir mucho. La noche le parecía de pronto más brillante.

—Por cierto, tú pareces estúpido con el tuyo. Pareces una chica.

O no. Sus palabras confirmaban los primeros miedos de él, pero en el fondo sabía que ella sólo quería provocarlo porque no lo comprendía. Muy propio de Scarlet.

«Y tú la conoces muy bien, ¿verdad?». Gideon tampoco tenía una respuesta para eso.

—¿Adónde vamos? —gruñó ella.

Él volvió a encogerse de hombros. Sinceramente, no lo sabía. Tenía tres días y medio, o mejor dicho noches, para conquistarla. Para descubrir su pasado juntos. Así que lo mejor sería un lugar romántico. ¿Pero dónde?

Estaba claro que no la conocía, porque no sabía lo que le resultaría romántico. ¿Una cabaña aislada? ¿Un hotel de lujo? Suspiró.

—No me hables de un lugar al que siempre hayas querido ir pero no hayas...

—Oh, ¿ahora quieres hablar? —lo interrumpió ella—. Me parece que no —achicó los ojos, encendió la radio y puso música rock. Se recostó en su asiento y miró por la ventanilla.

Mensaje recibido. Pasaba totalmente de él.