Capítulo 24

LAS ramas secas de los árboles golpeaban las mejillas de Strider, le arañaban la piel y aumentaban su mal humor. Tenía a Hadiee, alias Haidee, alias Ex atada a él y abriendo la marcha. Ella se llevaba lo peor del azote de las ramas, se quejaba y le llamaba todo tipo de cosas, la más amable de las cuales era «bastardo».

Cuando estaban en el hotel, se había puesto encima de ella jurando hacerle más daño del que había causado ella, pero al final no la había cortado en pedazos, no le había hecho ni un arañazo, y eso le cabreaba infinitamente.

Había levantado la daga para hacerlo. Para cortarle un dedo como mínimo. Se lo merecía por haber matado a Baden. Pero ella lo había mirado con tal coraje, tal desafío, tantas ganas al parecer de que acabara con ella, que él había detenido su mano. Bajo ningún concepto le daría lo que quería.

—Deberías haberme matado, idiota —gritó ahora por encima del hombro, como si adivinara sus pensamientos. Y tal vez lo hacía. Ahora era inmortal, aunque él no sabía cómo era ni lo que era. Sus ojos grises brillaban. Tenía la piel sonrosada y cubierta de sudor, que en realidad parecía gotas minúsculas de hielo, y su pelo rosa se pegaba a sus sienes.

Incluso agotada, era guapísima. Menos mal que las «zorras hermosas» no eran su tipo.

—¿Y acabar con tu sufrimiento? Sigue andando.

—Serás tú el que sufra. Si crees que me voy a guardar mi furia para mí, eres más estúpido de lo que pareces. Y pareces increíblemente estúpido. Pienso decirte todo lo que me molesta. Empezando por los insectos. Me están comiendo viva.

Se quejó media hora de los malditos insectos. Y su voz chillona hizo que a él empezaran a sangrarle los oídos a los cinco minutos.

—Tiempo muerto —dijo ella—. Llevamos horas andando y necesito descansar.

—De eso nada. Estamos cerca de donde quiero ir. No puedes descansar todavía.

—Tiempo muerto. ¿O tienes miedo de descansar cinco minutos?

¿Miedo? Aquello era un desafío, y su demonio lo aceptó.

Strider se detuvo bruscamente. Ex no se dio cuenta y siguió andando hasta que se acabó la soga que llevaba atada al tobillo (el otro extremo iba atado a la muñeca de él) y cayó de cara. Se volvió rápidamente y lo miró de hito en hito.

La mueca de él se convirtió en una sonrisa cuando dejó su mochila al pie de un árbol y se sentó a su lado.

—Vale. Tiempo muerto.

Ex permaneció en el suelo, aunque se sentó y acercó las rodillas al pecho.

—Bastardo —murmuró.

—Si te tocas el tobillo, te corto las manos —una amenaza hueca probablemente, pero ella no lo sabía—. Y te voy a decir otra cosa. A partir de ahora, siempre que me desafíes, lo consideraré una invitación a acostarme contigo —estaba seguro de que nada le disgustaría más a ella.

El color sonrosado abandonó las mejillas de Ex.

—Me considero advertida.

Bien. Ahora, puesto que iban a descansar unos minutos, lo mejor sería aprovecharlos al máximo.

—¿Tienes hambre?

—Sí.

Él abrió la mochila y sacó una caja de Red Hots.

Ex la vio y los ojos casi se le salieron de las órbitas.

—¿Eso es lo que has traído para comer? ¡Gilipollas! «Estúpido» es una palabra demasiado generosa para describirte. Los caramelos no nos mantendrán en pie.

—Habla por ti —él se metió unos cuantos en la boca, masticó y cerró los ojos para saborear mejor.

Quizá incluso gimió.

La siguiente vez que la miró, ella fruncía el ceño y extendía la mano.

—¿Seguro que quieres? Sólo son para gilipollas demasiado estúpidos para traer comida como es debido.

—Dame.

Él le echó unos cuantos en la mano sorprendentemente fría, antes de que pudiera cambiar de idea sobre darle de comer, y se metió en la boca todos los que le cabían. De nuevo cerró los ojos en éxtasis. Canela. Era el mejor sabor del mundo. Ni las mujeres se le podían comparar. A menos que supieran a canela, pero nunca había encontrado a una que supiera. Al menos de un modo natural.

—¿Adónde vamos? —gruñó Ex.

Él tragó saliva.

—Eso no es asunto tuyo —respondió. Lo cierto era que la llevaba a Budapest, pero por el camino largo. A través de bosque, desierto y todo lo demás que se le ocurriera. Todo lo que pudiera ayudar a desmoronarla, debilitarla y obligarla a apoyarse en él. Y de paso despistar al novio si los seguía.

En aquel momento estaban en la isla de los No Mencionados. Iban camino del templo, pero manteniéndose apartados de la civilización.

Después de todo, él se dirigía allí cuando sus amigos y ella lo habían interrumpido y no veía motivo para cambiar de planes por su culpa. Además, eso tenía el beneficio añadido de mostrarle a Ex lo que era en realidad un monstruo.

La asustarían, se daría cuenta de que Strider no era tan malo como había pensado y agradecería que él la mantuviera sana y salva. Pronto confiaría en que la protegería siempre y se abriría y le contaría todo lo que él quería saber sobre ella y sus amigos Cazadores. Teniendo en cuenta que obviamente no tenía estómago para matarla, cosa que le seguía produciendo una gran vergüenza, lo menos que podía hacer era utilizarla y luego traicionarla. Como había traicionado ella a Baden.

Cuando terminara con ella, cuando ella confiara plenamente en él, quizá la enviara de regreso con su gente. Después de que ellos supieran que los había traicionado, claro. Ellos sí la matarían.

Pero para ganarse su confianza no podía ser muy amable con ella. Al menos al principio. Eso la haría recelar. Además, no eran tan buen actor. Odiaba a aquella mujer y la idea de ser amable con ella le ponía de los nervios.

—¿Tienes agua? —preguntó Ex, con su tono quejica.

—Sí —él sacó una de las botellas que llevaba, la destapó y tragó la mayor parte del contenido. Ella lanzó un gemido y él apretó la botella demasiado fuerte y rompió el plástico.

—¿Y bien? ¿Vas a compartirla o no?

Él le arrojó lo que quedaba.

—Tiene mis babas —la informó.

—Menos mal que estoy vacunada de todo —ella vació la botella y lo miró, claramente irritada por la poca cantidad que le había dado.

—Agradece que te haya dado algo —comentó él.

—Bastardo diabólico.

—Zorra asesina —«basta. Éste no es modo de ganársela. ¿A quién le importa si recela de tu buen comportamiento?»

«Haz que confíe en ti», ordenó Derrota. «Ganar, ganar, ganar».

Genial. Su demonio consideraba un desafío que se ganara su confianza. Era un desafío que él no necesitaba, pero ya no había modo de esquivarlo. Tenía que conseguir caerle bien.

Strider metió la mano en la mochila y buscó la carne seca que llevaba. Sacó una bolsa entera y otra botella de agua y lanzó ambas cosas a la chica.

Ella las tomó en el aire, vio lo que eran y gruñó:

—Gracias.

—De nada —¡aj! No había sido fácil decirlo. De hecho, tenía un sabor a ceniza en la lengua.

La observó comer en silencio. Tenía la cara manchada de tierra y pequeños arañazos en la barbilla. Los mosquitos le habían picado en el cuello, dejando círculos rosas hinchados. Tenía la ropa empapada en sudor y tan sucia como la cara.

¿Por qué nada de eso disminuía su belleza?

«Seguramente ha hecho un pacto con el Diablo, como Legión». Pero, a diferencia de Aeron, él no estaba dispuesto a morir para salvarla.

—¿Cuánto tiempo llevas con ese hombre?

Ella alzó las pestañas oscuras y sus ojos metálicos miraron en el interior del alma de él.

—¿Por qué quieres saberlo?

—Simple curiosidad.

—Está bien, te lo diré. Pero antes contesta a una pregunta mía.

—Vale —eso no quería decir que fuera a contestar la verdad.

—¿Tienes novia?

—No —era verdad. No había razón para mentir en eso.

—Lo suponía —repuso ella, con una chulería que le irritó.

Strider apretó los dientes. ¿Qué? ¿Pensaba que no era lo bastante guapo para conquistar a una mujer? ¿Pensaba que nadie podría soportarlo periodos de tiempo largos? Pues estaba equivocada. No tenía novia porque no quería. Su demonio se nutría del reto de conquistar sus corazones, pero una vez que lo había logrado, desaparecía su atracción por ellas.

Y entonces, claro, las mujeres, intentaban desafiarlo de otros modos. Modos que él odiaba. «Seguro que no puedes pasar el día entero conmigo y divertirte». «Seguro que no puedes llamarme todas las noches de la semana próxima». Era mejor para todos tener relaciones que sólo fueran temporales.

—Y bien —dijo—. ¿Cuánto tiempo llevas con ese hombre?

—Dos años.

¿Dos años? En años humanos, eso era bastante tiempo.

—¿Y por qué no os habéis casado?

Ella se encogió de hombros y se metió el último trozo de carne en la boca.

—A ver si lo adivino. ¿Tú querías pero él no?

—En realidad —repuso ella, tensa—, él quería pero yo no.

Interesante e inesperado.

—¿Por qué no querías? ¿Sólo querías usarlo para el sexo?

El sonrojo volvió a sus mejillas, suavizando sus rasgos y haciéndola más que hermosa. Haciendo que pareciera vulnerable... dulce.

—Algo parecido —murmuró.

Scarlet sintió una opresión en el pecho. Una opresión que no entendía y en la que no quería pensar. «No te sientes atraído por esta mujer».

—No es por cambiar de tema, ¿pero recuerdas haberme matado? —preguntó ella.

—Sí —muchos siglos atrás, él le había clavado la daga en el estómago, rabioso por lo que ella le había hecho a Baden. A continuación, cuando ella se doblaba hacia delante, le había cortado la cabeza—. ¿Te importa decirme por qué estás viva?

Ella no contestó.

—¿No te sientes culpable por lo que hiciste?

—Demonios, no. ¿Te sientes tú culpable por lo que le hiciste a mi mejor amigo?

—Demonios, no.

Strider estaba seguro de que no. Y eso... le preocupaba. No debería haberle preocupado. Sabía quién era ella y lo que era... en su mayor parte. Combatir el mal era su objetivo y aquella mujer consideraba malo a Baden. ¿Pero le habría costado tanto fingir remordimientos?

Strider cerró la mochilla con el ceño fruncido y se puso en pie.

—Hay que seguir —gruñó. Ex no se apresuró a obedecer. Lo miró largo rato, subiendo y bajando las manos por las pantorrillas.

—Arriba —dijo él con más gentileza. Tiró de la cuerda, pero ésta estaba demasiado floja. Ex había conseguido cortarla de algún modo, aunque él no había visto en ningún momento sus dedos cerca de ella. Y, desde luego, no llevaba una navaja encima. Al menos no una navaja que él hubiera podido ver.

—Tiempo muerto —Ex, sonriendo, lanzó una patada con más fuerza de la que debería tener alguien de su tamaño, juntó los tobillos y lo derribó al suelo. Se alejó como alma que lleva el diablo.

«Capturar, capturar. Ganar, ganar», gritó Derrota. Strider se levantó y salió corriendo tras ella. «Vas perdiendo, tienes que ganar».

Mientras corría, él buscó la Capa que se había atado al pecho para esconderla allí pensando que Ex no querría tocarlo. La Capa no estaba allí.

¡Qué... zorra! Se las había arreglado de algún modo para robarla. Igual que con la cuerda, no tenía ni idea de cómo lo había hecho. Sólo sabía que tenía que alcanzarla antes de que encontrara a su novio.

Un ruido muy alto... terrible. Amun conseguía de algún modo mantenerse en pie y agarraba una daga. William y Aeron estaban a ambos lados de él para protegerlo. Una nueva horda de demonios los rodeaban (habían luchado ya con la primera y la segunda línea de defensa), unos pequeños, otros grandes, pero todos decididos. Sus pensamientos... estaban plenamente concentrados en sangre, dolor y muerte.

«Saborear», pensaban. «Herir». «Matar». Atacaban a los guerreros con las garras, los mordían con sus colmillos envenenados, daban patadas y golpes, riendo y mofándose.

La batalla había durado horas. Tal vez días. Quizá años. Los tres estaban exhaustos, llenos de cortes, sangrando, temblando, en el límite, probablemente sintiendo un dolor agonizante, y cada vez que mataban un demonio, tres más ocupaban su lugar. Pero se negaban a rendirse.

Amun intentaba ayudarlos, pero cada vez que se movía, cada vez que intentaba atacar a una de las criaturas, una voz nueva entraba en su mente y crecía en volumen, con imágenes nuevas pasando por su cabeza... violaciones, más torturas, más asesinatos... que casi conseguían hacerlo caer de rodillas.

A través de todo eso, Lucifer estaba sentado en su trono, observando sonriente con Legión a sus pies. De vez en cuando le daba una palmadita en la cabeza como si ella fuera su perro favorito. Y cuando ella intentaba incorporarse, desesperada por ayudar a Aeron, el Príncipe de la Oscuridad le clavaba las uñas en la cabeza y la tenía así hasta que ella gimoteaba que se rendía con la sangre cayéndole por las sienes.

—No sé si puedo soportar mucho más —gruñó Aeron.

—Mi brazo... cuelga... de un hilo —repuso William. Y no exageraba nada.

«Tengo que ayudarlos», pensó Amun. El aire era caliente y le secaba las pocas fuerzas que le quedaban. Y el humo... Sólo quería toser. Toser hasta que expulsara intestinos suficientes para morir.

Aunque eso tal vez no fuera necesario. El olor a la muerte estaba presente en todas sus inhalaciones, le picaba en la nariz y prometía un final. Muy, muy pronto.

«Aguanta. Ignora las voces y las imágenes». Probablemente la única razón de que los otros dos guerreros siguieran en pie a pesar del veneno que probablemente había en sus cuerpos era que habían bebido el resto del Agua de la Vida.

Si aquello no acababa pronto, el agua perdería su potencia y nada podría salvarlos.

«No puedo dejar que mueran». Él sí. Él recibiría encantado un final. Pero sus amigos no. Sus amigos jamás. Amun levantó el brazo con un rugido, con el cuchillo ya preparado. Y sí, las voces y las imágenes crecieron en intensidad, pero esa vez no dejó que lo detuvieran. Se lanzó al frente, fuera del abrazo protector de sus amigos, y cortó, cortó y cortó. A sus pies cayó un demonio tras otro, gruñendo y sangrando.

Cuando llegó al centro de ellos, estaba empapado con sus fluidos, le ardían los ojos y tenía la boca llena de sabor a podredumbre, pero no se detuvo. Y poco después ya no quería detenerse. Las imágenes... Sí, quería matar. Quería amputar.

Cortó el brazo a un demonio y sonrió. Partió en dos la pierna de otro y se echó a reír. Arrancó ojos, lenguas, incluso partes íntimas, y reía cada vez más. Aquello era divertido.

Los demonios lo miraban con miedo y se apartaban de él. Pero él no se lo permitía. Necesitaba más. Estaba entusiasmado. Imaginaba todas las cosas que podía hacerles. Ellos gritarían, suplicarían, sangrarían.

«Sí. Divertido».

—¡Detenedlo! —gritó Lucifer, que había dejado de parecer relajado—. Cortadle la cabeza.

—¿Por qué no te cortamos la cabeza a ti? —preguntó una voz nueva—. Quedará muy bien en mi vitrina de trofeos.

Amun conocía esa voz, sabía que pertenecía a alguien a quien admiraba, pero no tenía tiempo de mirar al que hablaba. ¡Había tantos blancos esperando su daga! Cortó una garganta, apuñaló un corazón, sintió que algo caliente le salpicaba el rostro y lo lamió. «Delicioso».

—Lysander —siseó Lucifer.

—¡Oh, Aeron! —gritó una voz femenina—. Pobrecito mío. Estás destrozado.

—¡Olivia! ¡Vete de aquí! ¡Vete! Tú no debes ver esto.

—No me iré sin ti. Y si tuvieras alguna idea de lo que he tenido que hacer para convencer al Alto Consejo Celestial de que envíen un ejército aquí abajo, me suplicarías que te perdonara por haberme dejado atrás y me darías las gracias por venir en tu ayuda.

Habían llegado los ángeles. Amun suponía que debería alegrarse, pero los demonios que lo rodeaban salieron huyendo y gritando, dejándolo sin nadie a quien matar. Aquello no era divertido.

Se volvió con una mueca. Vio el ejército de ángeles de túnica blanca que formaban un semicírculo en torno a Lucifer. Vio al Príncipe de la Oscuridad que les siseaba y también intentaba huir. Uno de aquellos ángeles entregaba a Legión, que sollozaba, a un William que estaba casi inconsciente y Olivia abrazaba a un Aeron tembloroso.

Si Amun no podía matar demonios, suponía que podía matar ángeles. Sí. Sí. Podía. Sonrió. Quizá serían mejores blancos. Gritarían más, caerían con más fuerza, sufrirían más.

Se lanzó al frente con la daga levantada y estaba a punto de apuñalar en la espalda a uno de aquellos bastardos con alas en la espalda cuando una mano agarró su muñeca con fuerza y lo detuvo.

Amun rugió de furia. Hacía tiempo que no hablaba, tenía las cuerdas vocales desentrenadas y el grito salió muy ronco.

—¿Qué haces, Secreto? —preguntó Lysander, sacudiéndolo—. Ésta es mi gente, que ha venido a ayudarte. No puedes atacarlos. Jamás.

Amun volvió a rugir. Por el rabillo del ojo vio que Aeron intentaba soltarse del abrazo de Olivia.

—Suéltalo, Lysander —dijo—. No es él mismo.

—Aeron, para —Olivia lo envolvió con sus alas para mantenerlo más cerca de ella—. Míralo a los ojos. Ahora es completamente demonio. No te acerques a él o te puede infectar también a ti.

¿Infectar? Amun nunca se había sentido mejor ni había disfrutado tanto. Sus amigos tendrían suerte de experimentar aquello.

—Déjame hablar con él —suplicó Aeron—. Está así por mi culpa.

—Hablar no será suficiente —repuso Lysander. Sus ojos oscuros miraban en el interior del alma de Amun. Su voz era tranquila, hipnótica—. ¿Verdad, demonio?

Amun se soltó y se arrojó sobre él ángel, aunque se sobresaltó al ver que agarraba un brazo de demonio en la mano. ¿Cuándo lo había arrancado? Lysander esperaba el golpe y lo bloqueó con una mano; con la otra hizo salir una espada de fuego de la nada.

—¡No! —gritaron Aeron y William al unísono.

El impulso del bloqueo del ángel había hecho girar a Amun sobre sí, y el mareo subsiguiente lo había hecho caer de rodillas. En la posición perfecta para una decapitación.

Pero Lysander no le cortó la cabeza.

La espada de fuego descendió, lo golpeó en el pecho, quemó la ropa y la carne y dejó un agujero abierto.

Al principio Amun estaba demasiado atontado para hacer otra cosa que mirar aquella herida humeante. Luego lo atravesó el dolor, comiéndolo vivo, intensificando todavía más las voces e imágenes en su cabeza. Cayó hacia delante, de cara, con todos los músculos del cuerpo temblando en agonía.

Lysander se arrodilló a su lado.

—Si tienes suerte —le dijo—, morirás de esto. Si no, sobrevivirás pero desearás no haberlo hecho. De un modo u otro, pasarás el resto de tus días en prisión.