Capítulo 25
SCARLET se encerró en una cripta. Eso duró seis horas.
Robó un bote con intención de pasar sus días a la deriva en el mar. Consiguió recorrer dos kilómetros.
Voló a Siberia. Duró tres minutos.
Cada vez se veía transportada a Budapest, al pasillo de la habitación de Gideon. Cada vez tenía que escabullirse sin que nadie se diera cuenta. Pero estaba cansada de escabullirse porque sabía que sólo serviría para que volvieran a llevarla de nuevo allí. ¿Quién? No lo sabía y ya no le importaba.
Obviamente alguien pensaba que tenía asuntos pendientes allí. Así que acabaría esos asuntos y regresaría a su exilio autoimpuesto. Sin venganza. Sin batallas. Sin amor.
Sin Gideon.
Era el modo más seguro. Para él y para ella.
Así no podrían usarla para hacerle daño. Si le ocurría algo porque su tía volvía a meterse en su cabeza... Si tenía que volver a verlo de nuevo con su madre, desnudo...
Apretó los puños. Se pegó al pasillo que llevaba a la habitación de Gideon, bien cubierta por sus sombras. No podrían verla, pero sí podrían oírla. Los gritos de Pesadilla eran tan intensos como sombras, pero con suerte pensarían que eran aullidos del viento. Pero conocía a los Señores y dudaba de que fuera así. Eran recelosos, cautelosos y propensos a actuar primero y preguntar después. Ésas eran algunas de las muchas razones por las que los admiraba. Pero no correría riesgos. Encontraría a Gideon, hablaría con él y se iría. Con suerte, esa vez se iría de verdad.
Su puerta estaba al doblar la esquina y a la derecha. Sólo un poco más...
Todo en su interior la impulsaba a correr y echarse en sus brazos. Se trataba de Gideon, su dulce Gideon, que le había dado más placer que nadie. Pero se obligó a ir despacio.
—Sí, ah, eh —dijo una voz de hombre de pronto, aunque no había nadie a su alrededor—. Sé que estás ahí, Scarlet. No te culpes por no poder esconderte de mí, yo soy infalible. Bueno, acabo de enviar un mensaje de texto a Gideon, así que aparecerá en cualquier...
—¡Scar! —oyó gritar a Gideon. Y a ella se le quiso salir el corazón del pecho—. Torin no te ha visto dentro de la fortaleza, así que no sé que estás... —se detuvo a pocos pasos de ella y exhaló con fuerza—... aquí —hundió los hombros—. No gracias a los dioses.
Pesadilla suspiró, contento por primera vez en días.
¡Y... mierda! ¡Qué hermoso era Gideon! Llevaba el pelo azul en punta alrededor de la cabeza, sus ojos azules brillaban y su piel estaba bronceada y perfecta. Ardía en deseos de tocarlo. Quería recorrer con la lengua sus tatuajes. La única vez que habían hecho el amor no lo había explorado suficiente. Había estado demasiado impaciente por tenerlo dentro.
—No me dejes explicarte lo que viste —dijo él, que seguía hablando apresuradamente—. Tu madre no me transportó a los Cielos y no quemó mi ropa, no me clavó de algún modo a la cama y no se subió encima de mí. Yo no la deseaba, te lo juro —en cuanto terminó la última confesión, su rostro se contorsionó de dolor y se le doblaron las rodillas.
¡Maldición! Verdad. Había dicho la verdad. «Yo no la deseaba». Scarlet se derritió por dentro y forzó a las sombras y los gritos a retirarse. Se inclinó y le rodeó la cintura con los brazos para ayudarlo a ponerse en pie.
—Idiota —dijo—. Eso ya lo había adivinado. Más o menos. Deberías haberme mentido. No deberías debilitarte así en mi presencia. Idiota —repitió. Ahora podía aprovecharse de él.
—Pero yo... te amo.
—¿Qué? —Scarlet lo soltó, atónita, y él cayó al suelo con un golpe sordo—. Perdona —ella se inclinó a levantarlo. ¡Dioses queridos! Lo que acababa de decir... no era posible.
Gideon no podía amarla; ella no era adorable. Era demasiado dura, muy terca y violenta. Él merecía dulzura y cariño, alguien que le diera ternura y ánimos.
—Yo... —dijo. Y no pudo seguir.
—No hace falta que digas que tú también —él jadeaba. Las palabras salían de sus labios más deprisa, como si supiera que se desmayaría pronto—. Has de saber que tengo a tu tía. Me la dio Cronos.
Ella estuvo a punto de soltarlo de nuevo, pero consiguió seguir caminando con él. Finalmente, entraron en su dormitorio. Su tía estaba allí. ¡Su tía estaba allí, joder! Ahora podía hacer lo que Scarlet más temía.
—¿Dónde está? —preguntó.
—Mazmorra —gimió él.
—¡Maldita sea, Gideon! ¡Empieza a mentirme!
—Perdona —gruñó él.
Más verdad.
—No me pidas perdón. Cállate antes de que te destroces permanentemente.
—Muy... importante... —siseó él.
—¡Cállate! —Scarlet lo ayudó a acostarse. Con lo musculoso que era, resultaba extremadamente pesado. Pero al fin quedó tumbado en el colchón. Se le cerraban los párpados y movía la cabeza con violencia.
—No te... vayas —dijo; el dolor volvía a ser tan intenso que le cortaba las palabras. Extendió la mano a ciegas y agarró la de ella—. ¿Scarlet?
Ella sabía lo que quería preguntarle. Si se había emparejado con algún otro actor en su mente.
—Hoy soy sólo Scarlet —susurró—. Ahora cállate. Por favor.
Le apretó los dedos y se sentó a su lado, incapaz de resistirse aunque estaba desesperada por ir a la mazmorra y acabar con su tía de una vez por todas. Si es que tenía valor para acercarse a ella.
Gideon se calmó al instante y a ella le quemaron un poco los ojos.
La luz de la luna entraba por la ventana y lo acariciaba, volviendo brillante la piel sudorosa de él. ¡Cómo lo había echado de menos! ¡Cómo lo había anhelado!
¡Maldición! Él lo había estropeado todo. «Te amo», había dicho, y lo decía en serio. Ahora ya no podría renunciar a él ni siquiera para salvarlo de sí misma. «¿Habrías sido capaz de hacerlo?». Scarlet pasó unos dedos temblorosos por la frente de él, que suspiró de alivio, más o menos como había hecho Pesadilla, con el cuerpo vuelto hacia ella, buscando. Él la amaba.
En serio. ¿Cómo podía amarla?
Decidió que no podía. Estaba confuso, eso era todo. Quizá se sentía agradecido porque ella le había dado al fin el sexo que anhelaba. Pero cuando se pasara la novedad, se daría cuenta de que no le convenía. Se daría cuenta de que había alguien mejor para él y la echaría de su lado.
Y ella se vería obligada a renunciar a él.
Sus uñas se alargaron y convirtieron en garras cuando imaginó a aquel guerrero magnífico besando y tocando a otra mujer. Pero Gideon debió de percibir que estaba alterada, pues empezó a moverse de nuevo. Ella lo tocó con gentileza y él volvió a calmarse.
Pasó mucho rato con Scarlet acariciándole el rostro y Gideon acabó por adormilarse al fin. El alivio de ella era tan palpable como había sido antes el de él. No le gustaba verlo sufrir. Si alguien merecía paz, era aquel hombre.
—Galen vino a por él, ¿sabes? —dijo de nuevo la misma voz de hombre, desde el pasillo.
Scarlet levantó la vista y salió de la habitación. De nuevo no había nadie cerca. Lo que significaba que había altavoces por todas partes. Y era evidente que aquel hombre la observaba, lo que significaba que también había cámaras por todas partes, siguiendo todos sus movimientos.
—O sea que también tenéis a Galen encerrado, ¿eh? —lidiaría con él y con su tía cuando bajara a la mazmorra. Si se atrevía.
—No. Galen estaba a punto de caer por fin y farfullaba que Gideon no podría matarlo, cuando apareció Rea y se los llevó a los dos.
«Galen farfullaba que Gideon no podría matarlo». Todo el calor abandonó el cuerpo de Scarlet, dejándola convertida en un cascarón vacío. Galen había ido a buscar a Gideon específicamente. Porque ella lo había atormentado en sueños.
Su intención había sido atormentarlo para hacer que el líder de los Cazadores se retirara, y en vez de eso lo había metido más en la guerra, lo había vuelto más decidido a ganar. Era una cosa más que había hecho para destrozarle la vida a Gideon. Otra razón por la que le convendría más otra mujer. Ella le había hecho daño una y otra vez. Sintió náuseas.
Se levantó con cuidado de no mover a Gideon y salió de puntillas de la habitación. En su última visita allí había memorizado los planos de la fortaleza y sabía adónde tenía que ir. Sí. Se atrevía.
—No dejaré que la mates —dijo la voz.
—¿Quién eres tú? —preguntó ella.
Empezó a bajar la escalera. Algunas de las ventanas tenían cristaleras de colores y los rayos dorados de la luna, al atravesarlas, creaban jirones de arco iris en las paredes.
—Torin, guardián de Enfermedad y protector del Universo —su voz seguía teniendo el mismo volumen a pesar de que ella se desplazaba—. O al menos de la fortaleza.
—Nunca he oído hablar de ti.
—¿Ni siquiera cuando estabas encerrada en el Tártaro? Mis hazañas eran legendarias.
—Lo siento.
Oyó un suspiró decepcionado.
—Bueno, pues Gideon no ha terminado de interrogar a esa mujer, así que tengo que asegurarme de que siga con vida hasta que pueda hacerlo.
Un amigo leal. Ella no podía criticar eso y de hecho se alegraba de que Gideon tuviera un sistema de apoyo tan fuerte. Eso era algo que ella siempre había querido pero nunca había encontrado.
—¿Sabes qué? Él la reservaba para mí —creía conocer a Gideon lo bastante bien para decir aquello con seguridad. Él era muy generoso—. Así que seguro que no le importa que le corte la garganta. Seguro que me dará las gracias.
—Eso tendrá que decírmelo él —la voz firme de Torin no admitía discusiones.
Scarlet dobló una esquina, cruzó un pasillo y empezó a bajar otra escalera. Aquélla era más ancha, más burda, más sucia. Hasta el aire que respiraba se volvía más espeso y entraba polvo en sus pulmones.
—Por si no te has dado cuenta —dijo—, Gideon está algo incapacitado en este momento.
—Lo que significa... ¿qué? Que tendré que asegurarme de que ella sigue con vida hasta que él deje de estar incapacitado. Créeme, te dejaré inconsciente si sospecho que vas a dar un golpe mortal. Y tengo el presentimiento de que ya pasas mucho tiempo inconsciente.
—¿Y cómo piensas dejarme inconsciente, eh?
Él rió con humor genuino, y el sonido era agradable.
—No te voy a contar mis secretos.
—Muy bien. Sólo hablaré con ella —Scarlet suspiró. Verdad o mentira, no lo sabía. Suponía que lo descubriría cuando estuviera con su tía.
Llegó al final de las escaleras y entró en la mazmorra. La conocía bien, pues había ocupado una celda allí varias semanas. Y casi rió como una colegiala cuando vio a su tía encerrada en la misma celda que había ocupado ella. Aquello era justicia. Una estrella de oro para Gideon.
Mnemosina dormía encima del camastro ataviada con una túnica blanca sucia. Grandes trozos de su piel eran rosas y saludables mientras otras áreas seguían siendo negras y chamuscadas. Le había crecido parte del pelo, aunque era fino y corto. Su pecho se elevaba y caía muy rápidamente, en una respiración superficial.
Scarlet agarró los barrotes sonriendo.
—¡Vaya, vaya, vaya! ¡Cómo caen los poderosos! De amante del rey de los dioses a cena de inmortales, prisionera de los Señores del Submundo. ¡Pobrecita!
Mnemosina abrió los ojos y la miró. Se incorporó, retrocedió y se apretó contra la pared más lejana.
—¿Qué haces aquí?
El miedo de la diosa le gustó a Scarlet más todavía que a su demonio.
—Vengo a saludar a mi tía preferida, nada más.
Mnemosina se pasó la punta de la lengua por los labios ennegrecidos.
—Y suplicarme que te borre la memoria, seguro.
—¿Suplicar? —Scarlet rió—. No.
Su tía alzó la barbilla; al parecer, el miedo le daba valor.
—De todos modos no servirá de nada. Tienes que darme las gracias, chica bastarda, no matarme por ello.
—¿Ah, sí? —Scarlet enarcó una ceja en un saludo burlón—. ¿Por qué?
—Tú no habrías tenido la audacia de buscar a tu Gideon si no hubieras creído que ya estaba casado contigo. Lo habrías observado de lejos durante años, temiendo llamar su atención, temiendo que te rechazara.
—También he vivido miles de años con la creencia de que había presenciado el asesinato de mi hijo. ¿Tengo que darte las gracias? —Scarlet sacudió los barrotes con tanta fuerza que tembló toda la estructura y cayó polvo del techo—. No. No será eso lo que recibas de mí.
—Pues mátame —su tía levantó más la barbilla—. Hazlo.
—Ya te lo he dicho. No será eso lo que haré contigo —comprendió que no mataría a su tía aquel día, aunque el deseo estaba allí y sentía tentaciones. No por Gideon, sino porque Mnemosina no merecía sumirse en la nada sin dolor ni sufrimiento.
«¿De verdad?».
Vale. No iba a actuar porque Gideon no había dado la orden de matar a la diosa. Scarlet quería ser tan leal con él como lo era su amigo. Quizá así sería digna de ser su mujer.
¿Pero quería probar que era digna de él?
Sí. Sí quería. Más que nada en el mundo, incluso que la venganza contra su tía. Lo amaba. Lo amaba tanto que le dolía. Él no era su esposo, pero lo amaba como si lo fuera. Tal vez era por los recuerdos que había creado o tal vez no. En cualquier caso, él era dueño de su corazón. Siempre había poseído su corazón. Si había alguna posibilidad de que pudieran estar juntos, por pequeña que fuera...
—Tu hombre vino a verme, ¿sabes? —dijo Mnemosina—. Quería saber por qué te odio tanto, pero me negué a decírselo —hablaba con chulería.
Scarlet se encogió de hombros.
—Sinceramente, no me importa por qué lo hiciste. Sólo me importa que lo hiciste.
Mnemosina parpadeó. Negó con la cabeza.
—Te importa. Te conozco.
—En otro tiempo, quizá. ¿Pero sabes qué? Me he dado cuenta de que no eres importante. Además, lo que hiciste me llevó hasta Gideon, como tú has dicho —Scarlet se volvió para ir con su hombre. Para consolarlo y darle todo lo que necesitaba.
—¿Adónde vas? Vuelve aquí, Scarlet.
Ella caminó un paso... dos. Empezó a subir.
—¡Scarlet! No puedes irte. Tu madre no podía matarte cuando estábamos prisioneras, ya lo sabes. Si lo intentaba empezaba a envejecer. Pero si lo conseguía, sería vieja toda la eternidad, sin esperanzas de recuperar su belleza de antes. Por lo tanto, me encomendó a mí tu tormento y yo acepté porque... porque...
Scarlet se detuvo. La pared le impedía ver la celda de su tía, pero su voz... Su voz sonaba aguda pero sincera.
—Continúa.
—Si quieres saberlo, ven aquí y mírame.
Pasó un momento. Dos. Podía ser una pérdida de tiempo, pero... La curiosidad pudo más que ella y retrocedió hasta estar de nuevo enfrente de la celda.
Mnemosina asintió.
—Un día metieron a un vidente en la celda. Ese vidente te miró y se echó a reír. Dijo que matarías a tu madre y te sentarías en el trono celestial. Yo borré ese recuerdo de todo el mundo excepto de Rea y Cronos. Ellos merecían saber la verdad sobre ti.
—¿Y qué tiene que ver eso con lo demás?
—Está todo relacionado de un modo que tú no puedes comprender, aunque te diré que, cuando uno de los dos muera, el otro lo seguirá automáticamente. Si matas a Rea, matarás también a Cronos.
Scarlet sintió la boca seca.
—Al vidente lo matamos —continuó su tía—. A ti te mantuvimos ocupada con el amor por Gideon y con la tragedia de la muerte de vuestro hijo, con la esperanza de que acabaras con tu vida tú misma. Pero nunca lo intentaste, ¿verdad?
¿Pero cuántas veces se había sentido tentada? Incontables.
—¿Comprendes ahora la verdadera razón por la que Cronos me entregó a Gideon?
—No.
Mnemosina sonrió.
—Lo hizo para que pudiera probar mi lealtad a la corona... y eliminarte de una vez por todas.
Antes de que Scarlet tuviera tiempo de moverse, Mnemosina se había retirado y había arrojado tres pequeñas estrellas de plata. Eran muy afiladas y atravesaron la garganta de Scarlet. Cada una de ellas cortó venas y arterias, incluso las cuerdas vocales. Las sombras y los gritos salieron de ella por voluntad propia y la envolvieron, llorando por ella.
Scarlet no supo nada más.