Capítulo 21
SCARLET experimentaba las cinco fases de la pena, todas al mismo tiempo.
Decepción: Gideon no se había retorcido de dolor cuando ella se había ido.
Ira: la zorra de su madre había ignorado sus llamadas una y otra vez, así que no había podido volver a los Cielos para empezar a buscar a Mnemosina.
Duda: podía dejar que Gideon ganara su guerra y olvida la venganza contra su tía; así él estaría a salvo y ella no sería un lastre.
Depresión: estaba segura de que no volvería a ver al hermoso guerrero.
Y Aceptación: había hecho bien en dejarlo; él estaría mejor sin ella.
Las lágrimas quemaban sus ojos, pero se las secó con rapidez. Sólo había pasado un día, pero lo echaba terriblemente de menos. Y como una adicta que necesitara un chute, se hallaba todavía en Budapest, cerca de él. Lo bastante cerca para escalar la verja de hierro que rodeaba la fortaleza, acercarse a la puerta principal, llamar, agarrarlo cuando abriera y darle un beso.
Sólo se resistía porque apenas había tenido fuerzas para alejarse la primera vez y era imposible que pudiera conseguirlo una segunda.
«Idiota». La frustración y la desesperación se unían a las demás emociones. Habría intentado invocar a alguien que no fuera su madre para intentar entrar en Titania, pero no caía bien a ninguno de los dioses, ni Griegos ni Titanes. O si caía, no se acordaba. ¡Maldita Mnemosina!
«Vuelve con Gideon», suplicó Pesadilla. «Seré bueno. Lo juro».
Su demonio había experimentado también los cinco estadios de la pena, pero seguía volviendo a la negociación. «Siempre te ha gustado. ¿Por qué? No lo entiendo. A ti no te gusta nadie».
«Me pertenece».
«Yo no le convengo». Pero quería que no fuera así. Lo deseaba mucho.
Él no era su esposo y no tenían una historia pasada, pero había empezado a... gustarle esa última semana. Y ella también a él. Le había dicho que quería algo más de ella que un solo polvo. Y al oír esas palabras había estado a punto de olvidar su decisión de marcharse.
Pero, al final, sabía que irse era la mejor opción. También sabía que tenía que cerrarle la puerta del todo o él podría ir a buscarla. Mientras viviera Rea, Gideon era vulnerable. Mientras viviera Mnemosina, la vulnerable era Scarlet. O mejor dicho, su mente.
Y si su mente era vulnerable, eso implicaba que Gideon estaba en peligro. Podían convencerla para que le hiciera daño, para que lo matara, o incluso persuadirla de que él quería hacerle daño o matarla. Ella lo atacaría y él no se merecía eso.
Era un buen hombre. Un buen hombre fuerte y atractivo, y ella ya le había complicado bastante la vida. Pero si cuando su madre y su tía estuvieran muertas, él quería todavía intentar una relación, estaría dispuesta. No obstante, dudaba de que quisiera intentarlo. Cuando ella se marchó, había frustración, desesperación, rabia y tristeza en sus ojos. Y dolor. Mucho dolor.
Scarlet había salido de la fortaleza llorando. Y había llorado más aún cuando se metió en aquella cripta subterránea. En cuanto llegó al fondo, cerró los ojos y entró en la tierra de los sueños llorando todavía.
Había tenido tentaciones de buscar a Gideon. De hecho, había necesitado de todas sus fuerzas para resistirse. Lo único que la había salvado de hacerlo era, curiosamente, su tía. Scarlet se había obligado a visitarla y a esperar en el umbral de consciencia de la diosa.
Había esperado y esperado, pero aquella zorra no se había dormido y, al final, Pesadilla había estado tan hambriento que ella había tenido que darle mano libre y el demonio se había lanzado a atormentar el sueño de miles, entre ellos Rea.
Scarlet había disfrutado esa parte y se había esmerado en mostrar a su madre su mayor miedo: perder a su esposo.
Ahora Scarlet volvía a estar dormida y esperaba de nuevo en el umbral de su tía. Si esa vez no conseguía llegar hasta Mnemosina, atraería a la diosa hacia ella. Y se divertiría en el proceso. Por eso se había quitado el colgante que le dio Gideon. Para que pudiera encontrarla. «Pronto».
Tuvo que esperar varias horas, pero esa vez se abrió la puerta de Mnemosina, aunque volvió a cerrarse con tal rapidez que Scarlet no puso colarse dentro. ¡Vaya, vaya! Su tía combatía la modorra. Pero pronto estaría perdida. Siempre ocurría.
El hambre de Pesadilla se hacía cada vez más intenso, igual que el día anterior. «Sólo un poco más», le dijo ella. El villano gimió en el interior de su mente y las sombras y gritos que habían formado parte de ella durante miles de años, hasta el punto de que apenas los notaba ya (a menos que Gideon la excitara hasta la locura) se intensificaron también. Buscando liberación. Buscando un blanco.
«Lo prometo», añadió ella. Si tenía que permitirle otra avalancha de tormentos, lo haría. Finalmente, la espera dio fruto. La puerta de Mnemosina se abrió hasta la mitad y Scarlet se coló antes de que pudiera volver a cerrarla. Cosa que estaba a punto de hacer. Se agarró al sueño ligero y encantador que empezaba a formarse y tiró de él, introduciendo a su tía cada vez más profundamente en el sueño. Atrayéndola...
El sueño continuó; su tía era ya incapaz de despertarse.
Mnemosina se veía en el trono celestial, reina de los dioses y de los mortales por igual. Daba órdenes que se obedecían al instante y componían odas a su belleza. Aunque en la realidad era amante de Cronos, él no era el hombre al que de verdad deseaba. Ese honor correspondía a Atlas, el dios Titán de la Fuerza, un hombre atractivo de pelo moreno y ojos azules un poco más oscuros que los de Gideon, que se sentaba a la derecha de ella, adorándola. Era una escena muy tranquila y esperanzada.
Scarlet quería gritar. Su tía no merecía tales regalos ni siquiera en sueños. No después de lo que había hecho, de todo el dolor que había causado.
Levantó las manos y empezó a borrar el fondo. Atlas fue el primero en desaparecer, seguido del trono dorado y del palacio. En su lugar aparecieron espinas y llamas. Colocó a Mnemosina en el centro de aquellas llamas y vio cómo lamían el cuerpo de su tía, cómo quemaban su piel y su belleza.
Mnemosina gritó de terror. Tan real era el sueño, que su piel se quemaría en la realidad. No la mataría, Scarlet no permitiría que las llamas duraran tanto, pero aquella zorra quedaría horrorizada al verse por la mañana, al ver que su belleza había desaparecido y había una bruja asquerosa en su lugar. La piel se regeneraría, sí, pero hasta que lo hiciera... Scarlet se echó a reír.
Pesadilla bailaba dentro de su cabeza, disfrutando cada momento.
«Más».
—Será un placer.
Scarlet apagó las llamas con un solo pensamiento.
Su tía cayó al suelo gimiendo, con las rodillas demasiado débiles para sostenerla. Scarlet caminó hacia ella despacio, cambiando la escena a cada paso.
Fue formando las paredes grises del Tártaro y los camastros que habían llenado la celda que compartían. A continuación, aparecieron Cronos y Rea discutiendo en un rincón.
Finalmente, Scarlet se añadió a sí misma. Desaliñada, sucia, con un collar de esclava al cuello y el pelo colgando enmarañado hasta la cintura. Su madre había dejado de afeitarle la cabeza cuando llegó a la edad adulta. Para Rea entonces era más importante permitir que la molestaran otros prisioneros que ser la más guapa del lugar. Los guardias tampoco habían querido ayudar a Scarlet y le había sido imposible hacerse con un cuchillo. Cortarse el pelo se había convertido en un lujo y había sido una de las primeras cosas que había hecho al quedar en libertad.
En la visión, apoyó la espalda en los barrotes y miró a su tía.
—¿Recuerdas esto? —preguntó—. ¿Nuestros siglos de esclavitud?
Mnemosina apenas tenía fuerzas para alzar la vista, pero lo hizo, y el odio se reflejaba en sus ojos. Respiraba laboriosamente y por sus mejillas estropeadas rodaban las lágrimas. Aquellas gotas saladas seguramente picaban.
—O me buscas —le dijo Scarlet, que se acuclilló para quedar a su altura y le agarró la barbilla a pesar de los intentos de su tía por evitar el contacto—, o te traigo aquí cada vez que te duermas. Si no te han gustado las llamas, espera a ver lo que he planeado para la próxima vez.
—¡Zorra! —escupió Mnemosina. Mechones de pelo chamuscados se pegaban a su cráneo, tenía las mejillas hundidas y parte de los huesos resultaban visibles—. Cronos te matará cuando vea lo que me has hecho.
Scarlet sonrió.
—Bien. Espero impaciente sus intentos. Mientras tanto, aquí tienes una muestra del entretenimiento de mañana.
Y sin más, Scarlet arrojó a su tía a los lobos. Literalmente.
Gideon duró tres días. Tres malditos días. Cuando recuperó las fuerzas, ayudó a fortificar la fortaleza, se desplazó a la ciudad en varias ocasiones para buscar Cazadores, encontró algunos despistados, los interrogó, no descubrió nada y los mató.
Ahora iba a buscar a Scarlet.
Los recuerdos que tenía de él los había creado ella y sí, sabía que eran falsos. Pero, falsos o no, había construido algunos buenos momentos entre ellos. Y seguramente lo deseaba todavía. Aunque creía que la había abandonado en la prisión y la había traicionado con incontables mujeres, aun así había ido a buscarlo a Budapest.
Él no podía ser menos.
Lo cierto era que la amaba. La amaba con todo el aliento de su cuerpo, con todas las células de su sangre, con todos los huesos y órganos que poseía. La amaba hasta lo más profundo de su alma. Sólo había necesitado cinco minutos después de su marcha para comprenderlo así.
Ella era fuerte y valiente, lo comprendía como no lo había comprendido nadie. Bromeaba con él y no parecía nunca molesta porque él no pudiera decir la verdad; de hecho, le divertía. Era hermosa y encajaba perfectamente con él.
Gideon no podía concentrarse en nada en su ausencia porque sólo podía pensar en ella. Sólo podía pensar en dónde estaría y qué estaría haciendo. Preguntarse si lo echaría de menos, si lo necesitaba, pensar en el placer que se habían dado mutuamente y que podían volver a darse.
Lo único que tenía que hacer era encontrarla.
«No», suspiró Mentira. «No, gracias».
«No me des las gracias, amigo».
¿Dónde estaría? Gideon se frotó la parte de atrás del cuello. Podía pensar en aquello. Scarlet quería destruir a la diosa de la Memoria; la última persona a la que había visto la diosa era Cronos. En los Cielos. Sólo los inmortales que podían transportarse o que tenían alas podían entrar por su cuenta, y Scarlet no entraba en ninguna de las dos categorías. O sea que habría necesitado ayuda.
Sabía que Cronos no la ayudaría. Así que seguramente habría recurrido a su madre, como había hecho al ir en busca de él. ¿Pero habría vuelto a ayudarla la reina diosa? Scarlet ahora quería su destrucción. Así que probablemente no. ¿Quién quedaba?
¡Maldición! No se le ocurría nadie. Lo cual lo dejaba como al principio. Ella nunca le había hablado de un amigo ni de un aliado.
Pero eso no importaba. De todos modos, iría en su busca. Si tenía que destruir el mundo, lo haría. Y había alguien que podía decirle por dónde empezar.
Gideon se acercó a la habitación de Torin. Antes de que levantara la mano para llamar, su amigo le dijo que entrara. Lo había visto por las cámaras.
Gideon giró el picaporte y entró. Cerró la puerta tras de sí.
—Esperaba que vinieras antes —Torin giró en su sillón. Apoyaba las manos en el estómago y habría pasado por un hombre relajado de no ser porque tenía las mejillas sonrojadas, los ojos vidriosos y le costaba respirar.
Detrás de él, una de las pantallas de ordenador transmitía un vídeo de YouTube titulado Caza de brujas, una noche tranquila en casa.
Gideon vio mujeres. Montones de mujeres sexys. Unas bebían champán de la botella, otras bailaban de un modo provocador, y todas reían estrepitosamente.
—¡Enséñales lo que sabes hacer, Carrow! —gritó alguien.
La cámara enfocó a una morena guapísima de ojos verdes, que se levantó el top y enseñó unos pechos enormes.
—¡Yuju! —gritó. Hizo una pausa enseñando todavía el pecho—. Si pasas esto sin compartir los beneficios, te corto los...
—¡Maldición! —Torin se volvió, pulsó unas teclas y la pantalla del ordenador quedó en negro—. Creía que había apagado eso —murmuró.
Gideon decidió no preguntar nada.
—¿Cómo no están todos hoy? —todos los Señores hablaban con Torin al menos una vez al día y Gideon había decidido acudir a él para anunciar su marcha.
—Vivos. Es lo único que sé. Aunque Strider me ha puesto un mensaje diciendo que volverá pronto a casa con un «regalo» para todos.
¿Un regalo? Gideon sintió curiosidad, pero se limitó a asentir con la cabeza.
—Oye, no hay algo que tengo que decirte...
—Alto ahí —Torin levantó una mano—. Como ya he dicho, te estaba esperando. Sé lo de tu «esposa» y, francamente, me sorprende que hayas tardado tanto. Kane, Cameo y yo lo tenemos todo controlado aquí. Desde que Strider atacó como un ciclón a los que rodeaban la fortaleza, nadie ha intentado atacarnos y no he visto nada que indique que alguien lo hará en un futuro cercano, así que vete a buscar a tu mujer. Si puedes convencerla de que se una a nosotros, todos dejarán de venir corriendo a pedirme que te haga entrar en razón y la encierre. De todos modos, ella no ha intentado atacarnos, ¿vale?
Gideon sintió un alivio tan intenso que casi dio un abrazo de oso a su amigo.
—Te odio, tío. No lo sabes, ¿verdad?
Torin sonrió.
—Ahora que no tengo problemas entendiéndote, yo también te odio. Pero no se te ocurra abrazarme. Sí, se nota que quieres y yo no soy un tipo al que abrazar. Sería un abrazo mortal.
Podía valer la pena.
—Yo no lo haría —dijo Gideon, muy serio—. Abrazarte. Y tampoco te daría un gran beso húmedo en los labios —lo que significaba que sí lo haría. Porque eso implicaría que todavía podría besar a Scarlet. Sí, él se infectaría y ella también, pero ninguno de los dos moriría por eso y así ninguno de ellos podría volver a tocar a nadie más.
Le gustaba la idea de tener a Scarlet para él solo. El guardián de Enfermedad hizo un mohín.
—En ese caso, no dejes que te detenga. Hace tiempo que no me besan, así que estoy desesperado. Hasta tú me pareces una buena opción en este momento.
Gideon no estaba seguro de que Torin hubiera sido besado alguna vez, pero sonrió.
—Eres...
—¡Mentira! —gritó una voz dura desde el exterior, voz que resonó por los altavoces de Torin—. ¡Mentira! Sé que estás ahí. Ven aquí enseguida. Ven aquí, piojoso cobarde.
Torin se giró a mirar los monitores. Gideon se colocó a su lado para ver mejor y lo que vio lo dejó atónito. Galen, guardián de Esperanza, jefe de los Cazadores, planeaba fuera de la fortaleza moviendo sus alas blancas con frenesí.
Normalmente llevaba una túnica blanca inmaculada, probablemente para parecerse más a los ángeles y a los dioses. Ese día la túnica estaba cubierta de hollín y sangre y desgastada por el dobladillo.
—No me matarás —gritó el guardián de Esperanza, con los brazos extendidos y una daga reluciente en cada mano. Tenía el pelo claro de punta y un brillo fanático en sus ojos azules—. Me aseguraré de que no lo hagas.
¿Aquello era un sueño? Nada así había ocurrido nunca. Galen se movía en las sombras, siempre enviaba humanos a hacer su trabajo sucio. Él nunca había desafiado abiertamente a los Señores.
—Está completamente cuerdo, ¿verdad? —preguntó Gideon. Aquel tipo estaba como una cabra.
—No sé por qué te llama a ti —Torin movía los dedos en el teclado con rapidez—. No veo que haya Cazadores ahí fuera. Pero yo no me fiaría de que no tenga refuerzos escondidos en alguna parte.
—¡Mentira! O sales aquí a luchar conmigo, o derribo tu casa hasta los cimientos.
—Esto tiene que ser un truco —insistió Torin—. O ya habría intentado quemar la casa en vez de limitarse a amenazar con hacerlo.
Truco o no truco, Gideon no podía desaprovechar aquella oportunidad. Capturar a Galen acabaría la guerra contra los Cazadores. Acabaría la guerra con éxito y eliminaría uno de los peligros para Scarlet.
—Puedo intentar derribarlo de un tiro —dijo Torin—. Y tú puedes...
—Sí —si Torin fallaba, aquel bastado podía volver a huir—. No me dejes a mí. Mi puntería no es mejor.
—¡Mentira!
Torin asintió.
—Estoy enviando un mensaje a Kane y a Cameo. Les digo que salgan al bosque y se aseguren de que no te han tendido una emboscada.
—No, gracias. Y ahora no le digas a nuestro amigo que saldré en cinco minutos.
Torin volvió a asentir y se apresuró a obedecer.
Gideon corrió a su dormitorio. Iba ya armado, pues un guerrero nunca podía ser demasiado precavido, pero tomó su lanzagranadas y una granada y sonrió. Hacía mucho tiempo que no había podido usar aquel juguete, pues Sabin opinaba que era muy peligroso dispararlo con inocentes alrededor.
Ese día no había inocentes alrededor.
Corrió a la parte de la fortaleza donde estaba Galen y se asomó a la ventana más alta, por encima del Cazador. Galen miraba al suelo, esperando que saliera por la puerta principal. ¡Idiota! Gideon abrió un poco la ventana lo más silenciosamente posible y colocó el extremo del cañón entre la apertura y las cortinas.
—¡Mentira! —gritó el frenético inmortal—. ¡Cobarde! ¡Sal, maldito seas!
¿Cobarde? No. Era listo. Gideon cargó la granada, apoyó el lanzagranadas en el hombro, apuntó, sonrió cuando Galen apareció en el punto de mira y apretó el gatillo.
¡Bum!
Aunque Gideon era fuerte, la fuerza de la granada lo hizo caer hacia atrás, pero se enderezó rápidamente y observó el resultado de su trabajo a través del humo.
Había dado en el blanco, lanzando a Galen varios metros más allá dando vueltas en al aire y provocando una explosión de fuego y hollín en el cielo. Aquello habría matado a un mortal. Galen, sin embargo, tenía cortes y magulladuras y le faltaba una mano, pero no estaba muerto. Aunque sí cabreado.
Se lanzó con un rugido a través de la ventana de la habitación situada encima. Rompió el cristal y lanzó un gruñido. Gideon agarró sus dos dagas y salió al pasillo.
Encontró a su enemigo en mitad del corredor y cayeron al suelo golpeando, dando patadas y apuñalando. Galen tenía las alas rotas y el muñón de la muñeca sangraba de tal modo que empapó la ropa de Gideon. Había un agujero humeante en su hombro, donde la granada debía de haberle dado primero, pero su fuerza permanecía intacta a base de determinación.
—No me cortarás la cabeza —rugía, agitando la mano que le quedaba. Había conseguido mantener la daga en ella y apuñalaba a Gideon en la cara. La mejilla de éste se abrió y empezó a sangrar también.
Gideon atacó también con sus dagas. Una cortó a Galen en el cuello y la otra en el hombro ileso. Aquel hombre había sido su amigo durante muchos años, pero también su enemigo miles de años más. No quedaba ningún afecto. Ningún recuerdo bueno. Acabarían aquello de una vez por todas. Galen luchaba por respirar, agarrándose el cuello abierto. Gideon se soltó y miró, jadeante, sudando y sangrando, al hombre responsable de tantos sufrimientos suyos.
Si Galen no hubiera existido, jamás se le habría ocurrido abrir la Caja de Pandora. Habría permanecido en el Olimpo como guerrero a las órdenes de Zeus; quizá habría acabado por fijarse en Scarlet y la habría liberado, como soñaba ella. Quizá habrían vivido felices.
O quizá habría sido encerrado cuando los Titanes escaparon del Tártaro. Por otra parte, quizá los Titanes no habrían escapado si los demás guerreros y él hubieran estado allí. Pero eso no importaba. Lo hecho, hecho estaba. Ahora tenía ocasión de arreglar las cosas.
Oyó pasos de dos pares de botas y comprendió que Kane y Cameo corrían en su ayuda. Se echó a reír. Aquello parecía muy sencillo. Aquel hombre lo había esquivado, había causado problemas a distancia, pero había caído en cuestión de minutos.
La vida no podía ser mejor.
Alzó la daga. Un golpe más y Galen estaría inconsciente mucho, mucho tiempo. Tiempo que los Señores aprovecharían para decidir si matarlo y liberar su demonio o no matarlo. Tiempo para que Gwen, su hija, se despidiera de él.
Por supuesto, en ese momento se presentó Rea, la reina diosa, en un destello de luz azul. Estaba pálida y temblorosa y fruncía el rostro en una mueca. ¿Había estado observando todo el tiempo?
—¡Cómo te atreves! —gritó—. Es mi guerrero. Mío. Tú no tenías que tocarlo. Pero ahora... ahora pagarás por ello.
Al instante siguiente, Gideon se encontró arrancado de la fortaleza y prisionero en una jaula muy estrecha, con barrotes por todos los lados, arriba y abajo, mirando un dormitorio lujoso de terciopelo y mármol. El aire olía a ambrosía, y cuadros de dioses Titanes decoraban las paredes. Había una cama de cuatro columnas con un toldo de encaje rosa y una araña de cristal colgaba del techo sujeta por una sola liana. El techo era una bóveda clara que dejaba pasar un adorable cielo azul.
¡Mierda! La victoria había desaparecido y la derrota era suya. Todo en un abrir y cerrar de ojos. Casi no podía creerlo. Esperaba que aquello fuera sólo un sueño. Una pesadilla obra de Scarlet. Pero en el fondo sabía que ella no le haría eso. Aquello era real. Había perdido.
«Ten mucho cuidado con lo que deseas», pensó con amargura. Había querido que lo llevaran de nuevo a los Cielos para buscar a Scarlet y ahora estaba allí. Solo que estaba a merced de la reina de los dioses.
Y ella no tenía piedad.