Capítulo 7
AMUN, guardián del demonio Secreto, estaba sentado en una silla de plástico en el bosque verde que rodeaba su casa. Tenía un vaporizador delante de él y una nevera con cervezas heladas a su lado. El alcohol no afectaba mucho a los inmortales, pero a él le gustaba el sabor.
Encima de su cabeza brillaba el sol con tanta fuerza que unos cuantos miles de rayos ámbar conseguían abrirse paso entre las copas de los árboles para caer directamente en su piel. Y sí, tenía mucha piel al descubierto, pues había salido allí vestido con el bañador y una sonrisa.
Si cerraba los ojos, le resultaba fácil fingir que se encontraba en la playa. Solo. Hacía aquello siempre que podía; era un tiempo que pasaba alejado de la gente y los secretos que no podían ocultarle por mucho que lo intentaran. Secretos que su demonio siempre estaba desesperado por descubrir; siempre se metía en sus cabezas para encontrar y escuchar sus pensamientos. Pensamientos que Amun también oía.
Aquello era ya bastante duro, pero soportable. Si ésa hubiera sido su única habilidad, habría podido llevar una vida normal. Pero su demonio también podía «robar» esos recuerdos y cada voz nueva se unía a miles de otras que flotaban ya en su cabeza y aumentaban de volumen hasta fundirse con la suya, de modo que ya no podía distinguir qué recuerdos eran realmente suyos.
Era como si hubiera vivido la vida de la persona cuyos recuerdos tomaba. Y esa vida podía ser buena... o podía ser espantosa.
Robar pensamientos era algo que Amun odiaba, pero a veces era necesario. Descubrir lo que sabía el enemigo y lo que había planeado podía ayudar a ganar una batalla. Hacer olvidar a ese enemigo podía ayudar a ganar la guerra. Por eso, aunque lo odiaba, utilizaba a su demonio en ese sentido sin vacilar.
Una risa de mujer le llamó la atención y abrió los ojos. No necesitaba verla para saber quién se acercaba a su escondite. Olivia, el ángel. Y Aeron la perseguía de cerca.
Amun ya podía oír sus pensamientos. «Oh, dioses, su risa es tan sexy como el infierno».
«Si uso las alas, no podrá alcanzarme, y yo deseo que me alcance».
«Ya casi la tengo».
«Ya casi me tiene».
Olivia apareció entre los matorrales jadeando y sonriente y, al verlo, agarró la daga que llevaba atada en la parte exterior del muslo debajo de la túnica. Cuando se dio cuenta de que era él, detuvo el gesto, se relajó y lo saludó con la mano.
Aeron, que no esperaba que se detuviera, apareció un segundo después y chocó con ella. Cayeron los dos al suelo. Aeron se giró en el aire para recibir la mayor parte del golpe, pero Olivia desplegó sus gloriosas alas blancas y aleteó, cosa que frenó su impulso y los depositó con gentileza en un lecho de hojas.
—Por fin te tengo —dijo Aeron con un gruñido.
Intentó besarla.
—Aeron —protestó ella, mirando a Amun—. Tenemos compañía.
—¿Compañía? —el guerrero se puso en pie, buscando sus armas, y colocó a Olivia boca abajo, sin duda para proteger sus órganos vitales. Cuando vio a Amun, se relajó también. Y a Amun le pareció que se ruborizaba.
—Hola.
«Hola», dijo Amun por señas.
Le hubiera gustado saludar debidamente a su amigo, le hubiera encantado hablar con él, pero conocía bien los peligros de abrir la boca cuando todas aquellas voces luchaban por liberarse. Una palabra y lo dominarían. Se abrirían paso a través de sus defensas y se convertirían en todo lo que él sabía. Y todos a su alrededor oirían lo que él se veía obligado a oír a diario.
Quería demasiado a sus amigos para someterlos a ese veneno. Además, él estaba acostumbrado y ellos no.
Aeron ayudó a Olivia a levantarse y le quitó las hojas y las ramas de la túnica blanca.
—¿Qué haces aquí?
Amun contestó por signos.
Aeron lo miró. Estaba aprendiendo el lenguaje, pero no lo dominaba todavía.
—Más despacio, por favor.
—Ha dicho que está de mini vacaciones —tradujo Olivia.
Amun asintió.
—Pues continúa —dio Aeron. «Quedaos. Por favor». Olivia no tenía secretos ni pecados, algo que Amun adoraba en ella. Era la persona más abierta, sincera e inocente que había conocido. Y Aeron... bueno, Amun ya conocía todos sus secretos. No eran nada nuevo para su demonio, por lo tanto éste permanecía adormilado en presencia del guerrero.
Sus pensamientos, no obstante, eran otra cuestión. Amun no podía evitar escuchar lo que ocurría dentro de sus cabezas. Para él era como si hablaran en voz alta.
Aeron pensaba: «¿Cómo puedo irme de aquí sin herir sus sentimientos?». Y Olivia pensaba: «¡Qué triste parece Amun! Debería animarlo».
—Nos encantará quedarnos contigo —repuso Olivia. Y tomó a Aeron de la mano.
El ex guardián de Ira la miró con una mueca. Obviamente, quería pasar las siguientes horas revolcándose con ella desnudo, no hablando con Amun.
Éste intentó no sonreír. Si había una cosa que disfrutaba más que aquellos momentos a solas, era gastar bromas a sus amigos. No podía hacerlo a menudo, pues se veía obligado a guardar silencio, así que se las arreglaba con lo que tenía.
«Muchas gracias. Me encantaría pasar tiempo con vosotros».
—Entonces pasaremos todo el que nos permitas —repuso Olivia, alegre.
La mueca de Aeron se hizo más profunda, y Amun reprimió una carcajada. Olivia guardó las alas en la espalda, tiró del guerrero descamisado hacia la silla de Amun y le dio un empujoncito.
Él se sentó con un suspiro, entre ruiditos de sus dagas y sus pistolas. Antes el cuerpo de Aeron había estado cubierto de tatuajes. Dibujos oscuros de muerte y violencia que le recordaran las cosas que había hecho y las que podía volver a hacer si no tenía cuidado. Pero no hacía mucho que lo habían matado y había vuelto milagrosamente a la vida. Y su cuerpo resucitado estaba limpio de tatuajes.
O mejor dicho, lo había estado. Pues Aeron había empezado ya a decorarse de nuevo. Esa vez, sin embargo, las imágenes eran casi cómicas. El nombre de Olivia tenía un lugar encima de su corazón y el rostro de ella aparecía dibujado perfectamente en la muñeca. También se había hecho tatuar alas negras en la espalda, un recordatorio de las que había perdido durante su transformación.
—Oh, ¿eso es cerveza? —Olivia dio palmadas de alegría y se sentó en las rodillas de Aeron. Sus rizos oscuros saltaban alrededor de sus hombros, mostrando y ocultando intermitentemente los brillantes pétalos de flores tejidos entre ellos—. Siempre he querido probar la cerveza.
Amun apartó la nevera de ella y Aeron gritó:
—¡No! ¡Nada de probar la cerveza! —y añadió con más calma—: Cariño, no, por favor.
Recordaban demasiado bien la última vez que Olivia se había pasado con el alcohol. Sin ninguna duda, era la borracha más triste del mundo.
Ella soltó un bufido.
—Muy bien. No la probaré.
Aeron se relajó. Quizá porque no sabía que ella pensaba engullirla en lugar de probarla.
Amun dio una palmada para distraerla antes de que pudiera agarrar la botella.
«Estás muy guapa hoy».
Ella se sonrojó y le brillaron los ojos azules. Irradiaba amor.
—Gracias —repuso sonriente.
—¿Qué ha dicho? —quiso saber Aeron.
—Dice que estoy muy guapa.
El guerrero apretó los labios.
—Yo te he dicho lo mismo hace cinco minutos y has salido corriendo.
—Pero pensaba recompensarte cuando me alcanzaras.
El guerrero posó sus ojos color violeta en Amun. «¿Por qué tenías que estar aquí?», pensó, sabiendo que Amun lo oía. «Ahora mi recompensa tiene que esperar».
—¿Vienes aquí a menudo? —preguntó en voz alta.
Amun asintió, procurando no echarse a reír.
Los ojos color violeta se apartaron de él para mirar a su alrededor.
—Entiendo por qué. Esto es agradable. Tranquilo.
Y ésa era una de las razones por las que Olivia lo había llevado por aquel camino. Quería que su hombre olvidara sus problemas, aunque fuera sólo un rato, y simplemente disfrutara.
«Un paraíso, desde luego», dijo Amun por señas.
—¿Pero no te preocupa que aparezcan los Cazadores? —preguntó Olivia. Y pareció hundirse en sí misma. Amun sabía que el odio no formaba parte de ella, pero a Olivia no le gustaba el dolor que los Cazadores habían causado a su hombre.
«¿Te preocupaba a ti?».
Ella se sonrojó y Aeron se atragantó con lo que parecía un golpe de risa. Aquello sí lo había entendido.
«En realidad, con la verja de hierro alrededor de la propiedad y con Torin vigilando este sitio sin cesar, no me preocupa nada aparte de relajarme».
Torin, el guardián de Enfermedad. El pobre hombre no podía tocar la piel de nadie sin infectarlo con toda suerte de enfermedades. Por supuesto, esas enfermedades no matarían a inmortales, pero los infectarían y ellos a su vez infectarían a todos los que tocaran. En consecuencia, Torin pasaba la mayor parte del tiempo solo en su habitación.
Bueno, ya no tan solo.
Amun había captado sus pensamientos y los de Cameo, la guardiana de Tristeza. Los dos llevaban semanas metidos en una aventura apasionada de No-me-puedes-tocar-pero-me-puedes-ver-mientras-finjo-que-me-tocas. Ambos sabían que no duraría, pero por el momento disfrutaban el uno del otro. Hasta tal punto que Amun a menudo quería partirse el cráneo y extraer su cerebro para tener unos momentos de paz.
—No pretendíamos interrumpir tu relajación —dijo Aeron—. Así que ya nos...
«Todo lo mío es vuestro».
Aeron hundió los hombros y Amun reprimió otra carcajada.
—Sí, pero mi amor tiene razón. Mereces relajarte en paz. ¿Por qué no te quedas con medio bosque y nosotros nos quedamos con la otra mitad? No, eso no funcionará —continuó Olivia—. Nos estresaríamos por la línea divisoria. Oh, ya sé, podemos hacer una agenda —sonrió, orgullosa de sí misma—. Tú te lo quedas lunes, miércoles y viernes y nosotros martes y jueves.
«O yo me lo quedo todos los días puesto que ya estaba antes y vosotros podéis visitarme de vez en cuando».
—O tú nos das las gracias por permitirte esos tres días —replicó Aeron cuando Olivia le tradujo—. Si no, contaremos tu secreto y todos los habitantes de la fortaleza empezarán a venir aquí.
Amun le sacó el dedo corazón, lo cual no necesitaba traducción.
La carcajada que soltó su amigo fue un bálsamo para sus oídos. Antes de Olivia y de los sucesos que habían llevado a la muerte de Aeron, éste no se mostraba nunca tan alegre. Era más o menos como Amun creía ser. Sombrío. Tristón. Casi dominado por la pena.
«¿Cómo es vivir sin un demonio?».
Habían pasado tantos siglos que Amun apenas recordaba lo que era vivir en los Cielos libre de cuidados y de interferencias.
—¿La verdad? —Aeron se echó hacia atrás hasta que sus hombros descansaron en el tronco de un árbol. Tiró de Olivia hacia sí y la ayudó a colocarse abrazada a él—. Fantástico. No hay una voz en mi cabeza que me impulse a hacer cosas terribles. No siento impulsos de herir ni de matar. Pero también es... raro. No me había dado cuenta de hasta qué punto había llegado a confiar en ese villano para tener información sobre la gente. Ahora tengo que volver a aprender a adivinar las intenciones de los demás.
Amun sabía que, con Ira, Aeron percibía los pecados de una persona en el momento en que ésta se acercaba a él. Entonces sentía la necesidad de castigarla, de hacerle el daño que esa persona hubiera hecho a otros.
«Te adaptarás».
—Espero que pronto.
—Lo bueno es que ya no es tan sombrío —añadió Olivia.
Aeron sonrió y le besó la punta de la nariz.
—Gracias a ti, cariño.
—De nada.
A Amun le dio un leve brinco el corazón. De alegría por lo que había encontrado su amigo, pero sí, también de envidia. Quería una mujer. Desesperadamente. Había encontrado una con la que también podría haber disfrutado. Kaia, una de las hermanas arpías de Gwen, la mujer de Sabin. Era una embustera y una ladrona, pero se mostraba sincera al respecto y sus pecados estaban bien a la vista. No tenía secretos.
Pero ella se había acostado con Paris, guardián de Promiscuidad y uno de los amigos más íntimos de Amun. Paris no deseaba repetir ni tampoco podría aunque quisiera. Cuando Paris se acostaba con una mujer, no podía volver a empalmarse con ella. Eso era parte de su maldición. Pero aunque Amun sabía que la pequeña arpía sentía curiosidad por él, también sabía que no estaba preparada para echar raíces por el momento. Y él quería algo duradero.
Con otras mujeres, las mujeres humanas, era muy difícil. Sabía lo que pensaban cada minuto del día. Sabía cuándo les resultaba atractivo otro hombre. Sabía cuándo le decían algo amable pero estaban pensando en algo cruel.
Aeron suspiró, lo que volvió su atención al presente. «Ya que estoy aquí, puedo preguntárselo», pensó el guerrero.
Amun se enderezó. Sabía que Aeron le haría antes o después esa pregunta, pero no sabía cómo responderla.
«No me preguntes», dijo por señas. «Todavía no».
Debajo del ojo de su amigo se movió un músculo.
—Odio que me leas el pensamiento.
«Pues esconde tus pensamientos». Pero Amun no creía que hubiera un modo de hacerlo. Nadie había logrado esa hazaña.
—No puedo —confirmó Aeron—. Lo que significa que tú ya sabes que Olivia y yo nos vamos mañana.
En realidad, no. Aquello no era cierto. Aeron planeaba dejar a Olivia allí, pero ella no lo sabía todavía. El guerrero deseaba desesperadamente que ella estuviera a salvo. Lo cual, en su opinión, implicaba dejarla allí, aunque el ángel se enfadara.
«¿Adónde vais?», preguntó, aunque también conocía la respuesta.
—Al Infierno —repuso Aeron. Y no era una metáfora—. Queremos que nos acompañes.
Legión, la diablesa a la que Aeron quería como a una hija, estaba atrapada en aquella esfera llameante y él tenía intención de rescatarla. Si le hubiera pedido a Amun que fuera a cualquier otra parte, habría dicho que sí sin vacilar. Pero el Infierno... Se estremeció. Su demonio había vivido allí en otro tiempo. Ese mismo demonio había luchado por escapar, lo había conseguido y había sido castigado por ello.
Pero el recuerdo de aquel lugar nunca se había borrado. El calor, los gritos, la variedad de olores a azufre y carne podrida que impregnaban el aire. Asqueroso. Si añadía a eso los odiosos pensamientos de los demonios que todavía vivían allí y los pensamientos atormentados de las almas que sufrían allí, aquello era un infierno doble para Amun.
«¿Y Baden?», preguntó. Otra de las cargas de Aeron.
Éste enarcó una ceja.
—También sabes eso. Bien.
Baden. En otro tiempo su mejor amigo. Pero los Cazadores le habían cortado la cabeza miles de años atrás. A diferencia de Aeron, a él no le habían dado otra oportunidad de vivir. Al parecer, no había hecho nada para merecerla. Pero Aeron había pasado algo de tiempo en el Más Allá y lo había visto y hablado con él.
Baden estaba allí. Podían liberarlo y que volviera con ellos, como Aeron. Sólo tenían que encontrar el modo de convencer a alguna deidad de que lo devolviera a la vida.
Aeron se había guardado esa información. Era una vieja costumbre en él. Le gustaba sopesar todos los hechos y buscar todas las soluciones posibles antes de mencionar un problema en potencia a los de más. Eso nunca había sido tan evidente como en aquel momento. Él ya no sufría, pero los otros sí, y no quería añadirles más sufrimiento hasta que pudiera ofrecer una solución.
—Cuando Legión esté a salvo, hablaré a los demás de Baden y podremos concentrarnos en liberarlo. Pero Legión tiene que ser lo primero. Ella está sufriendo, él no.
«¿Y los Cazadores? ¿Las reliquias? ¿La Caja de Pandora? ¿Te olvidarás de todo eso? Ahora que estás sin demonio, no tiene por qué preocuparte eso».
Aeron arrugó la frente.
—Te equivocas. Me preocupan muchísimo. No quiero ver morir a mis amigos porque he permitido que mi enemigo encuentre las reliquias. No quiero que mueran mis amigos porque yo no estaba allí para protegerlos. Pero también quiero a Legión. La están torturando allí abajo y no puedo soportarlo. Tengo que liberarla o no podré ayudar a nadie.
«¿Incluso después de lo que te hizo?».
—Sí —repuso Aeron sin vacilar.
Olivia asintió.
—Sí, yo también.
Amun esperaba de Olivia ese tipo de perdón. Ella era un ángel y no sabía odiar. Ni siquiera podía estar enfadada mucho rato. ¿Pero Aeron? ¿Perdonar a una mujer que había hecho un pacto con el Diablo, había estado a punto de arruinarle la vida y casi había matado a su ángel? Sorprendente. Pero quizá le resultara fácil perdonar ahora que no tenía que soportar la necesidad de venganza de su demonio.
—Cuanto antes la encontremos, antes liberaremos a Baden y antes podré concentrarme en las reliquias y los Cazadores —añadió Aeron.
Había muchas razones para ir, sí, pero ninguna más poderosa que la razón de Amun para quedarse.
«¿Le has pedido a alguien más que te acompañe?».
Aeron apoyó la cabeza en el tronco del árbol y alzó la vista al cielo.
—No. Tampoco me gusta pedírtelo a ti. No quiero dejar la fortaleza sin protección ni cargar a los guerreros con una tarea más.
«¿Y por qué a mí?». Aeron no había pensado nunca esa respuesta, así que Amun la desconocía también. Los otros guerreros eran tan fuertes como él y poseían la misma habilidad para la batalla.
—Por Secreto... —repuso Olivia con un suspiro triste—. Tu demonio podrá averiguar dónde tienen a Legión.
Aquello tenía sentido y Amun casi gimió. Porque implicaba que lo necesitaban a él en particular. No por su fuerza, sino por su demonio. Ningún otro serviría. ¿Cómo, entonces, iba a decirles que no?
No podía.
Se pasó una mano por el rostro repentinamente cansado. Aunque todo en su interior empezaba a gritar en protesta, asintió con la cabeza. «Si accedo a hacer esto, tendrás que pedírselo a otro más». Para que ocupara el lugar de Olivia y aumentara sus probabilidades de tener éxito.
—¿A quién?
«William».
William era una especie de inmortal, aunque ninguno de ellos sabía qué era exactamente. A él le gustaba considerarse un dios del sexo. Estaba dispuesto a acostarse con quien fuera. Era un hombre sin mucha ética, sí, pero le gustaba luchar casi tanto como le gustaba el sexo y no estaba poseído por un demonio. Por lo tanto, la oscuridad del Infierno no le asustaría. Y si Amun caía, como sospechaba que ocurriría, habría alguien allí para ayudar a salir a Aeron.
—Se lo pediré —dijo éste.
Amun suspiró con la misma tristeza que Olivia antes.
«Entonces cuenta conmigo».