Capítulo 20
EL colchón viejo crujía sin cesar porque la mujer que estaba encima de él se movía violentamente, sumida en lo que probablemente sería una pesadilla sangrienta y violenta. «Tendré que darle luego las gracias a la mujer de Gideon», pensó Strider, por si ella era la responsable. Y no se sintió culpable por su falta de compasión.
Había estudiado a su botín mientras dormía. Había estudiado cada centímetro de ella, incluso hasta el punto de quitarle la ropa para mirar bien sus lugares ocultos. Se podían guardar armas en cualquier parte. Algunos dirían que no tenía escrúpulos, y él estaría de acuerdo. Con aquella mujer no los tenía.
Ahora sabía quién era y ella no merecía su indulgencia, merecía la punta de su daga.
Allí, tumbada en la cama del pequeño motel, encerrada con él en aquella pequeña habitación, estaba Hadiee, la mujer que había llevado a Baden, el guardián de Desconfianza, al sacrificio. «Ella ayudó a destruir a mi mejor amigo».
La decapitación había tenido lugar miles de años atrás y ella había sido humana. O eso había creído Strider. Sin embargo, allí estaba, tan joven como entonces. Lo que significaba que ahora era inmortal, ¿no? Cómo había ocurrido, no lo sabía. Pero lo averiguaría. Averiguaría muchas cosas con aquella zorra.
Había tardado varias horas en reconocerla porque sí, los tatuajes, piercings y mechones rosas en el pelo lo habían despistado. Ella no tenía aquel aspecto antes. Entonces tenía el pelo algo más claro y la piel brillante por la caricia del sol. Y llevaba un vestido burdo de criada, aunque eso no había ocultado su belleza.
No la habría reconocido de no ser por un tatuaje que llevaba en la espalda. Señores: IIII Hadiee: I
Había dividido la espalda en dos partes, una para los Señores y otra para ella. Y él sabía muy bien lo que significaban las marcas porque Baden se había marcado del mismo modo. ¡Zorra!
Los cuatro a los que sus amigos y él habían matado, presuntamente, no podía nombrarlos. Y sí, probablemente los habían sacrificado. En tantos siglos, él había matado a miles. Eso debería haber disminuido su ira contra aquella mujer, pero no fue así. Baden había sido el mejor hombre que Strider había conocido. El más amable con sus amigos, el que más los apoyaba y el que más se preocupaba.
Ser poseído por el demonio de Desconfianza lo había cambiado, claro, como ser poseídos por una fuerza tan oscura los había cambiado a todos. Pero él había sido el primero en recuperar el sentido común. El que había guiado a todos los demás hacia la luz. Había sentido los remordimientos por la destrucción que habían causado los Señores y había sido el primero en tender la mano e intentar compensar a los humanos.
También había sido el que más odiaba en lo que se habían convertido. Odiaba desconfiar de sí mismo y de todos los que lo rodeaban, incluidos sus amigos. Sobre todo sus amigos. Pero eso sólo había servido para que Strider lo quisiera aún más. Baden había sido la salvación de Strider y éste había querido ser su salvación.
Hadiee había destruido aquella posibilidad.
Mientras la chica seguía moviéndose, con los ojos cerrados, la piel bañada en sudor y las manos y piernas tirando de las ligaduras, sonó el móvil. Strider sonrió. Esperaba que ocurriera eso y no tenía que ser adivino para saber quién llamaba. El novio. El jefe de los Cazadores que lo habían perseguido.
Strider tomó el móvil y lo abrió.
—Lo siento —dijo—, pero tu novia está un poco atada en este momento y no puede ponerse al teléfono.
Hubo una pausa. Una respiración jadeante.
—Ella es mía, bastardo asqueroso. Si le haces algo...
¡Oh, sí! El novio.
—¿«Si»? —Strider rió divertido—. Eso tiene gracia. De verdad.
Oyó un rugido.
—¿Qué pedazo de mierda diabólica eres tú?
—Eso no importa. Sólo importa que esta mierda diabólica tiene a tu mujer. Y no piensa devolverla a menos que sea en pedazos.
Oyó una maldición.
—¿Qué quieres de ella? ¿Quieres que hagamos un cambio?
—Sí, la cambio por mil corazones de Cazadores. Oh, espera. Los Cazadores no tienen corazón. Así que creo que no la voy a cambiar por nada.
—Eres un sucio asqueroso... —el humano se detuvo, como si acabara de darse cuenta de que Strider podía castigar a su chica por todo lo que él dijera—. Ella es una buena persona. Tiene familia. Es...
Strider sintió ira.
—Yo también soy una buena persona. Y tengo familia —podía imaginarse al Cazador apretando los dientes al oír eso—. Y, sin embargo, ella me habría arrancado la cabeza sin vacilar. Es justo que yo haga lo mismo.
—Tú no eres bueno y lo sabes. Eres egoísta y malvado. Deberías estar en el Infierno.
—Yo no he hecho otra cosa que intentar protegerme durante miles de años.
—Y para protegerte, has matado a mis amigos.
—Igual que tu mujer mató al mío —Strider golpeó la mesa con el puño y astilló la madera.
Un respingo femenino le hizo volver la vista hacia la mujer. Se quedó inmóvil. Ella había dejado de moverse y lo miraba con ojos grises ardientes.
—Y créeme —añadió con calma—, pagará por ello.
Hadiee no mostró ninguna reacción. Su novio, en cambio, explotó:
—Ella no ha matado a nadie, pero yo sí. Cámbiame por ella.
¿Aquel hombre no conocía la historia? Resultaba improbable que la única persona que había conseguido matar a un Señor del Submundo no se hubiera convertido en una leyenda entre los suyos.
—No, gracias —dijo Strider—. Me gusta el rehén que tengo.
La furia se apoderó del Cazador, nublando su sentido común.
—Te encontraré y te mataré, hijo de puta.
Strider sonrió.
—Eso me suena a reto. Lo acepto —el demonio saltó de contento dentro de su cabeza—. Encuéntrame y tendremos una fiestecita.
Cerró el teléfono sin apartar la mirada de la chica, disfrutando del hecho de haber tenido la última palabra. Se puso en pie. La expresión asesina de Hadiee lo siguió hasta el baño. Strider sabía que se podían rastrear los móviles y no estaba dispuesto a permitir que sucediera eso. Destrozó el aparato en todos los pedacitos que pudo y los tiró por el váter.
Cuando volvió a reunirse con ella, se sentó a los pies de la cama, estiró las piernas y puso las manos detrás de la cabeza en una postura de relajación.
—¿Te sientes mejor después del descanso, querida Hadiee?
La sorpresa oscureció los ojos metálicos de ella.
—Sabes quién soy —era una afirmación, no una pregunta.
—Sí.
—Pero ya nadie me llama así. Ahora soy Haidee. Un cambio pequeño en las letras, pero un gran paso para la modernización, ¿no te parece, Derrota?
O sea que también sabía quién era él. ¿Cómo era que ella lo sabía pero el novio no?
—O puedes llamarme Ejecutora —añadió, burlona.
En lugar de golpearla como quería, Strider enarcó una ceja.
—Te llamaré Ex. Puesto que vamos a ser íntimos, un apelativo cariñoso me parece apropiado.
La furia reemplazó a la sorpresa en el rostro de la mujer. Una vez más empezó a moverse en la cama y a tirar de las ligaduras. Echó los labios atrás sobre los dientes y le siseó.
—Tócame y te arrancaré la piel del cuerpo.
—Como si yo pudiera tocarte en ese sentido —él se estremeció. Aquella mujer no le atraía ni lo más mínimo.
—Como si yo fuera tan estúpida como para creer a un demonio.
—No, sólo eres lo bastante estúpida para asesinar a uno.
Ella no mostró vergüenza ni remordimientos, sólo una sonrisa oscura y malvada que no llegó a sus ojos.
—Tú dices estúpida, yo digo valiente.
—Pues, como iba diciendo —siguió él, decidido a volver a asustarla—, tengo intención de intimar contigo con mis armas.
Curiosamente, aquello pareció calmarla.
—Puedes intentarlo —repuso.
—Haré más que eso —antes de que ella pudiera contestar, cambió de tema—. Has cambiado.
Ella lo miró e hizo una mueca de disgusto.
—Tú no.
—Ah. Gracias —Strider se llevó una mano al corazón—. Eso significa mucho para mí.
—No era un cumplido —dijo ella cortante.
Bien. Empezaba a responder a la provocación.
—Pues claro que lo era. Soy guapísimo.
—También eres un cobarde —replicó ella—. Un hombre de verdad lucharía con alguien de su tamaño.
Strider casi sonrió. Lo habían llamado cosas peores. Quizá por eso no le afectaban nunca ese tipo de insultos.
—En realidad, soy un guerrero muy listo. He ido a por el vínculo más débil, sí, pero ahora el resto de la cadena se debilitará. Piénsalo bien. Con tu muerte, los hombres se volverán locos. Se dejarán llevar por las emociones. Cometerán errores. Errores fatales. Yo sólo tendré que esperar, caer encima de ellos y matarlos.
Ella no mostró ninguna reacción. O no creía que él fuera a matar a una mujer, lo cual era estúpido, pues lo había hecho otras veces y debía de saberlo, o se consideraba infalible. Lo cual era... «posible», comprendió con un terror repentino.
—Sé que eres más que humana —Strider inclinó la cabeza a un lado y observó el cuerpo compacto de la mujer—. Lo que no sé es lo que eres ni cómo has llegado ahí.
—Ni lo sabrás nunca —repuso ella.
—Supongo que eso no importa. A los inmortales también se los puede apuñalar.
Una sonrisa curvó los labios de ella. Una sonrisa satisfecha y burlona. Y esa vez el regocijo llegó a sus ojos.
—Lo sé.
Dos simples palabras, pero que prendieron en el interior de Strider un fuego que crepitó y se extendió. Hasta tal punto que él quería levantarse y estrangularla. Quería hacerle daño, hacerla sufrir interminablemente. Y lo haría.
Siempre había sido un hombre posesivo. Lo que consideraba suyo era suyo. Mujeres, armas, no importaba. Él no compartía. Nunca. Y en aquel momento consideraba a aquella mujer de su propiedad y hacerla sufrir su misión.
Era suya para hacer lo que quisiera. «Todo lo que queramos», intervino su demonio. O sea que Derrota también quería lo mismo. Quizá Strider pudiera compartir por esa vez.
Adoptó una expresión que no denotara nada aparte de calma. Pensó que quizá hubiera puntos rojos en sus ojos, lo que mostraría lo cerca de la superficie que estaba ahora su demonio, porque Hadiee, no, Haidee, no, Ex, palideció y unas líneas azules se hicieron visibles bajo su piel.
En el interior de su cabeza, Derrota rió, encantado de haber asustado a la mujer.
—Capturarte ha sido lo más fácil que he hecho jamás —dijo—. No ha sido ningún reto. No eres una gran guerrera, ¿verdad? Y eso hace que me pregunte por qué te conservan los hombres con ellos. ¿Porque les gusta pasarte de uno a otro? ¿Porque conseguiste matar a un Señor, algo que ninguno de tu clase ha podido repetir?
Ella achicó los ojos.
—A lo mejor me he dejado capturar. A lo mejor sigo siendo un Cebo y, ahora que estamos juntos, te llevaré al matadero. Pero ¿dejar que me usen los hombres? No. Estoy con uno y él te castigará por esto. Tienes mi palabra.
—¿La palabra de una Cazadora? Lo siento, pero eso no significa nada para mí.
—Si crees que te voy a suplicar que me dejes marchar, te equivocas. Si crees que me voy a arrodillar a tus pies, te equivocas. Ganaré yo.
—Lo puedes intentar —dijo él, copiando las palabras anteriores de ella.
Ella hizo una mueca.
—Haré algo más que eso. Le daré tu cabeza a mi hombre como regalo de cumpleaños.
Muchos habrían estado llorando ya. Ella era tan valiente como afirmaba; de eso no había duda.
—Está claro que no me conoces bien, si piensas que estarás viva para el próximo cumpleaños de tu amante. Claro que, eres una Cazadora. No puedo esperar que seas inteligente.
Jirones de niebla salieron de las narices de la mujer. Al principio él creyó que estaba equivocado, pero no. Aquello era niebla y cristalizaba delante de su cara.
—Oh, te conozco bien —dijo ella—, Strider, guardián de Derrota. He oído historias de tus hazañas. Has quemado ciudades hasta los cimientos, atormentado a inocentes y destruido a sus familias.
Debajo del ojo de Strider se movió un músculo.
—Eso fue hace mucho tiempo.
Ella no había terminado.
—Te creces con los retos. No puedes perder sin sufrir. Pues ¿sabes una cosa? No creo que puedas tenerme en esta habitación sin tener que atarme. No creo que seas lo bastante fuerte.
¿Qué? ¡Zorra! Quería desafiarlo, ¿no? No tardaría en descubrir su error. Él se incorporó, se acercó a la cama y sacó un cuchillo. Sorprendentemente, ella ni parpadeó cuando lo bajó hacia su cuerpo. Parecía... impaciente. Preparada para morir. ¡Qué reacción tan extraña! Él cortó sus ligaduras con precisión. Ella, inmediatamente, intentó correr hacia la puerta, pero él la agarró por la cintura y volvió a arrojarla sobre la cama. Ella dio un respingo y él se lanzó encima y la aplastó con su peso. Ella se resistió. Lo mordió, lo golpeó con las manos y le dio un rodillazo en la entrepierna. ¡Maldición!
Strider aguantó el dolor, el mareo y las náuseas y la mujer no tardó en cansarse jadeante, sudando, con más niebla saliendo por las narices.
Aquella niebla helada olía a... ambrosía, espesa, adictiva.
—Deberías pensar antes de hablar. No has comido ni bebido. Estás muy débil para luchar conmigo.
Cuando ella quedó inmóvil del todo, Strider le agarró las muñecas y las colocó por encima de su cabeza. Le sujetó las piernas con las suyas y hundió el estómago más profundamente en su cuerpo.
Ella era blanda y fría, casi como el champán puesto en hielo. Y el olor a ambrosía... Strider sintió que su pene se alargaba y engordaba y gruñó, muy cabreado de pronto.
—¿Lo ves? Es fácil —le dijo.
Ella lo miró a través del escudo de las pestañas.
—El primer asalto es tuyo. Eso importa muy poco.
—Lo dice la perdedora.
Su demonio ronroneó de alegría. Aquella alegría provocó placer, y aquel placer lo inundó. ¡Ah! Por eso se había excitado. Gracias a los dioses, no tenía nada que ver con la mujer. Si deseaba a una maldita Cazadora, no podría vivir consigo mismo.
—¿Y ahora qué? —preguntó ella con aquella voz tranquila y muerta.
—Ahora —repuso él—, enviamos un trozo de ti a tu novio y después el resto de ti a mis amigos.
Cuando llegaron al palacio de Lucifer, Amun estaba inutilizado y temía que había debilitado a sus compañeros. Había habido más batallas con demonios y Aeron y William habían tenido que luchar solos y al mismo tiempo protegerlo. Ahora estaban ensangrentados, heridos, y se veían obligados a arrastrarlo consigo.
Sus amigos habrían estado mejor si lo hubieran dejado atrás.
La nueva voz en su cabeza... era peor que ninguna otra de las que había conocido. ¡Tantos impulsos! Matar, amputar, destruir. Le recordaba sus primeros años con Secreto. ¡Tantas hazañas horribles! ¡Tantos recuerdos mezclados con los suyos!
Uno de los nuevos recuerdos ocupaba su mente en aquel momento. Tres almas humanas estaban encadenadas ante él, las tres temblando, llorando, suplicando piedad. Pero él no tenía piedad. Era demasiado impaciente para eso. Pasó las puntas de sus garras afiladas por los dos hombres, hundiéndolas, cortando la piel y golpeando el hueso, dejando a la mujer que viera lo que le haría pronto, aumentando su miedo. Los dos hombres gritaban, pues sus garras estaban mojadas en ácido.
Ese ácido quemaba las almas humanas y pudría todo lo que tocaba.
La piel se fue chamuscando y eso se fue extendiendo. Entonces les dio la vuelta de uno en uno y los violó. Sus gritos aumentaron, sus movimientos también, y él rió. Rió con auténtica alegría. Aquello era muy divertido.
La mujer miraba cada embestida impotente, temerosa, sabiendo que ella sería la siguiente.
«Pronto», le prometió él. Finalmente, se vació en el segundo hombre y se volvió a la mujer, empalmado de nuevo. Siempre estaba empalmado. Siempre preparado. Cuanto menos deseosa se mostrara la víctima, mejor.
La mujer intentó alejarse a rastras, pero la cadena que le sujetaba el cuello se lo impidió. Él se echó a reír.
«No puedes huir de mí, gusano».
«¡No!», gritó Amun en su mente. «Ése no soy yo. Ése no soy yo».
Se dobló y vomitó. Los espasmos recorrían su cuerpo mientras la bilis se abría paso a través de su garganta.
Unas manos fuertes le palmearon la espalda.
—Eso es. Échalo fuera —dijo Aeron. Cuando vació el estómago por completo, se incorporó. O lo intentó. Sus rodillas cedieron y ya ni sus amigos pudieron sujetarlo. Pesaba demasiado. Era un peso muerto, sin huesos.
Consiguieron arrastrarlo hasta un árbol nudoso y apoyarlo en el tronco. «Árboles en el Infierno», pensó confuso. «Imagínate».
Aeron se acuclilló delante de él.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó.
«Nada». Amun se obligó a tener los ojos abiertos. La nueva voz seguía gritando para darse a conocer y el dolor aumentó en su cabeza. Pero prefería sentir ese dolor a ver aquellas imágenes terribles.
Miró a su alrededor en busca de una distracción. El bosque estaba compuesto de ceniza y hojas marchitas. No había verde ni flores coloridas. Sólo un interminable mar negro. Almas a las que habían atormentado allí.
Él había atormentado almas allí.
¡Oh, dioses!
—Descansa un momento para recuperar fuerzas —dijo William. Señaló la colina en la que estaba el palacio de Lucifer—. Ya falta poco.
Amun siguió la dirección de su mirada. En aquel mar monocromático sobresalían ladrillos negros, dos torres curvas unidas en el centro para formar una calavera gigante. Había una escalera rodeada de estacas que tenían cabezas humanas clavadas y llevaba hasta la boca de esa calavera, donde colgaban dientes afilados y amarillentos como si fueran una araña de cristal. No podría llegar hasta allí.
«Dejadme aquí», intentó decir por señas.
No lo consiguió, pero William entendió lo que quería decir.
—Tienes que venir con nosotros. Si llega a ser necesario, y espero que no, sólo tú puedes descubrir dónde ha escondido Lucifer a la chica.
¿Y cuánto peores serian los recuerdos de Lucifer que los de su demonio? ¿Cuánto más podía soportar Amun?
—Tú has estado antes aquí —dijo Aeron a William—. Anya dice que Lucifer te tiene miedo. ¿Por qué?
—Anya dice tonterías —William dejó la mente en blanco para impedir que Amun leyera la verdad.
—No lo creo. El conocimiento es poder y nosotros necesitamos todo el poder que podamos conseguir. Míranos —Aeron señaló su cuerpo ensangrentado.
Estaba al límite de su paciencia, dispuesto a estallar a la menor ofensa.
—El motivo no importa —repuso William cortante. Él también se aprestaba a la batalla—. Me combatirá a mí igual que a ti.
Discutir no servía de nada. Amun tendió una mano temblorosa para que lo ayudaran a levantarse. Sus rodillas estuvieron a punto de ceder de nuevo, pero lo rodearon dos brazos fuertes, sus anclas en la tormenta.
Los tres prosiguieron la marcha. Cuando llegaron a la cima de la colina, jadeaban y maldecían. No había demonios de guardia en la escalera, probablemente porque Lucifer no quería alejarlos. El príncipe de la oscuridad estaba dentro y los aguardaba.
Subieron las escaleras. Se abrió la puerta. Después de una breve pausa, entraron en un vestíbulo amplio, donde descansaban montones de huesos en cada rincón. El suelo estaba rojo de sangre y pegajoso de cosas que Amun no quería imaginar.
Se soltó de sus amigos, decidido a mantenerse en pie solo. No los entorpecería más de lo que ya lo había hecho. Era un guerrero. Podía hacer aquello.
«Estad preparados», susurró Aeron, que había empuñado ya sus dagas.
—Estoy preparado —repuso William, que agarraba con fuerza sus cuchillos.
Se habían quedado sin balas y habían tenido que tirar las pistolas.
Echaron a andar, con Amun tropezando continuamente con sus propios pies. Pero caminaba y, en aquel momento, eso era lo único que importaba. Finalmente, llegaron a una habitación donde llamas de color naranja dorado lamían las paredes y lanzaban calor en todas las direcciones.
Su demonio suspiró. Y a Amun le pareció que pronunciaba la palabra «casa». Se le revolvió el estómago. «Casa no», pensó. «Mi casa jamás».
«Concéntrate». En el centro de la habitación había un estrado hecho de azufre y encima del estrado, un trono hecho de metal retorcido y cuernos.
El Príncipe de la Oscuridad se sentaba en él con calma, sin inmutarse por la inesperada visita.
—Por fin —dijo; tomó un sorbo de una copa enjoyada. Tenía una buena figura, pelo negro y ojos dorados. De no ser por lo muertos que estaban esos ojos, habría tenido una cara atractiva, que seguramente habría atraído a las mujeres. Pero los ojos lo traicionaban, mostraban su maldad a todo el mundo—. Habéis tardado mucho.
—¿Dónde está Legión? —preguntó Aeron.
—¿Qué? ¿Sin saludar siquiera? Sin preguntar: «¿Cómo estás, señor?».
—Estoy muy bien —respondió William—. Muchas gracias, vil esclavo.
Lucifer sacó la mandíbula e hizo un gesto de saludo con la cabeza.
—William. Me sorprendió oír que habías regresado.
—Dile a este hombre lo que quiere saber y nos marcharemos. No tendremos que derramar tu sangre.
Amun concentraba toda su energía en Lucifer, uniéndose con su mente, metiéndose en sus pensamientos. Al principio no había nada, sólo silencio. Pero Amun siguió escarbando y debió de atravesar algún tipo de barrera, pues lo golpeó una ola intensa de odio. Odio y miedo, como había predicho Anya. «Mío, mío, mío. No me quitarás lo que es mío».
—Siento que mis siervos os hayan tratado tan mal —dijo Lucifer. Su voz era tan tranquila como antes, como si no estuviera canturreando en su cabeza—. Por supuesto, los castigaré. Aunque quizá sea más misericordioso de lo que solías ser tú. En la sien de William sobresalió una vena. Seguía cerrado y Amun no tenía fuerza mental suficiente para llegar hasta él. Además, aquello podría romper el vínculo con el Diablo.
Lucifer movió la cabeza a un lado y sonrió con la atención fija en Aeron.
—Hay algo diferente en ti, Ira —se tocó la barbilla pensativo—. No, no, no puedo llamarte así, ¿verdad? Ya no eres Ira. Ahora no tienes demonio. ¿Te gustaría cambiar eso?
—O nos dices dónde está la chica o luchas con nosotros. Me estás aburriendo y tengo cosas que hacer —dijo William.
Lucifer lo miró achicando los ojos.
—Ah, sí. Sé muy bien qué cosas son ésas. Seducir a la encantadora Gilly. Tu deseo por ella crece día a día, ¿verdad, hermano? Y me sorprende que no hayas pasado a saludar a tus Jinetes. Te echan mucho de menos.
¿Hermano? ¿Jinetes? ¿Se refería a los cuatro Jinetes del Apocalipsis?
Aeron se puso tenso y lanzó a William una mirada sorprendida y rabiosa.
Lucifer rió dentro de su cabeza, muy complacido consigo mismo.
«Intenta dividiros», dijo Amun por señas. No sabía si Lucifer había dicho la verdad. No sobre los Jinetes ni sobre Gilly, pues ambas cosas eran ciertas. Sobre la relación familiar. Desgraciadamente, ninguno de los otros dos guerreros le prestó atención.
—Miente, por supuesto —declaró William, aunque le temblaba un poco la voz—. Nunca he tocado a Gilly y nunca la tocaré. No soy un pedófilo. Y el comentario de los Jinetes ni siquiera merece una respuesta.
Lucifer enarcó una ceja oscura.
—Lo que tú digas. Pero vamos a empezar con la diversión de la noche y acabar con tu aburrimiento, ¿no? —dio una palmada y el sonido resonó en las llamas circundantes.
Dos Demonios Supremos entraron en la sala por la izquierda. Si sus sonrisas eran alguna indicación, habían esperado la llamada impacientes. Entre ellos iba Legión, con los hombros hundidos, el pelo pálido colgando en mechones ensangrentados alrededor de la cabeza. La habían desnudado y encadenado y tenía costras en los muslos donde la habían azotado.
Amun, que sabía que no podía permitirse esa distracción, bloqueó sus pensamientos. Pero no sin antes captar un vistazo de ellos. ¡Oh, la de cosas terribles que le habían hecho! Mucho peores que las que le había mostrado el lugarteniente de Dolor, pues ese demonio sólo había visto porciones de su tortura.
Ella quizá no se recuperara nunca.
Tenía tantos cortes y golpes como él y había una desolación en sus ojos que no estaba allí antes. Pero cuando vio a Aeron, empezó a debatirse, a gritar, con preocupación por él y esperanza por sí misma.
—¡Aeron! ¡Aeron!
Los demonios la sujetaban con firmeza y Aeron intentó adelantarse, pero William lo agarró del brazo y lo sujetó.
—Eso es lo que él quiere.
Lucifer observaba a Aeron para ver su reacción. Le encantaba la palidez de su rostro y el modo en que apretaba los dientes.
—¿Nada que decir, guerrero?
Aeron asintió.
—Morirás por esto.
—¿Nada más?
Aeron volvió a asentir con rigidez, como si no se sintiera capaz de hablar.
Amun captó la ola de decepción que embargó al Diablo. Éste quería que Aeron aullara y amenazara. Pero Lucifer no se iba a dejar amilanar por eso. Lo que planeaba volvería loco a aquel estúpido Aeron, que había arruinado sus planes de poseer a Legión, destruir a los Señores y salir de su encierro en el Infierno.
—Que empiece la fiesta —dijo Lucifer.