Capítulo 19

GIDEON oyó el ruido de la madera astillándose y supo que le habían echado la puerta abajo. A continuación, oyó pasos airados, una maldición de su amigo Kane y un «mierda» de Lucien.

Seguramente estaban confusos. Las sombras de Scarlet llenaban la estancia, espesas, oscuras y movedizas. Peor aún, los gritos que acompañaban aquellas sombras sonaban más amenazadores que un grito de guerra.

—¿Qué hacemos? —preguntó Kane.

Obviamente, ninguno de los dos podía ver a través de las sombras. Gideon tampoco. Pero no quería que ellos dispararan primero y preguntaran después.

—No soy yo —gritó por encima del ruido. Colocó a Scarlet debajo de él y la cubrió con la sábana. Por suerte, ella no se resistió, con lo que remitió su impulso de cegar a cualquiera que pudiera verla desnuda.

Si de él dependiera, nadie más la vería desnuda.

—¿Quién hay ahí? —preguntó Lucien.

—No soy Gid y no estoy bien.

—¿Gideon? —la sorpresa de Kane era evidente—. Strider nos dijo que te habías marchado.

—No he vuelto.

—¿Qué puñetas pasa aquí? —era Lucien otra vez.

—No me deis un minuto y no me ocuparé de todo. Oh, y no os quedéis parados —Gideon miró a Scarlet enarcando una ceja. Por mucho que quisiera mantenerla oculta, no podía. Sus amigos tenían que verla, ver cómo la miraba y saber sin ninguna duda que tenían que estar juntos. Que tocarla a ella era morir. Así de sencillo.

—¿Qué? —Scarlet tiró de la sábana, salió de debajo de él y se apoyó en el cabecero roto. Su rostro era de pura inexpresión, pero estaba colorada. Tenía el pelo moreno enredado alrededor de la cara y se apartó varios mechones con mano segura. Segura.

A Gideon no le gustó eso. No cuando él se sentía como si hubiera un terremoto en su interior.

—Como si lo supieras.

—Muy bien. Si quieres público en este momento, tendrás público —Scarlet cerró los ojos y su rostro se endureció con determinación. Un momento después las sombras se hicieron más ligeras y los gritos se acallaron; ambas cosas parecieron concentrarse a su alrededor antes de ser succionados del todo por ella.

Mientras ella lo montaba, mientras la penetraba, había olvidado que estaban allí. En realidad, lo había olvidado todo excepto el placer.

Y por todos los dioses, vaya si le había dado placer. Nunca le había sucedido nada igual. Pero había soñado con eso. Había soñado con estar a merced de una mujer mientras ella tomaba lo que quería de él. Probablemente no era algo con lo que soñaban muchos guerreros, pero a lo largo de los años había decepcionado a incontables mujeres y eso había sido muy duro para su ego.

Él decía algo del tipo de: «No me digas lo que quieres, no quiero saberlo». Y las mujeres no se lo decían y él tenía que adivinarlo y, por supuesto, casi siempre se equivocaba. Esa noche no había querido pensar en su próximo movimiento. No había querido preguntarse si lo hacía bien.

Scarlet se había ocupado de todo. De un modo exquisito.

Sí, se había corrido como un novato en el momento en el que había entrado en ella y se sentía muy avergonzado, pero eso sólo probaba lo mucho que lo había excitado. Él sabía que ella disfrutaba, que tomaba lo que necesitaba y eso aumentaba su placer. En realidad, todo en Scarlet aumentaba su placer.

Sus cuerpos encajaban juntos como dos piezas de un puzzle. El aroma de ella era mejor que ninguna ambrosía que hubiera olido. Su piel era suave, un contraste perfecto con las manos encallecidas de él, y su pelo era ideal para agarrarlo en el puño. Ella por dentro estaba húmeda, caliente y lo bastante ajustada para apretarlo.

Pero la próxima vez llevaría él la batuta. Exigiría, a su modo, que le dijera lo que ansiaba. Ella entendería su modo de hablar y le diría la verdad. Le diría lo que quería que le hiciera. Y él se lo haría. Todo. No habría nada tabú. Cuanto más sucio, mejor.

Kane carraspeó y cambió el peso de un pie a otro. Gideon se dio cuenta de que miraba a Scarlet, que a su vez seguía mirándolo con rostro inexpresivo. Intentó no ruborizarse como un tonto, pero no lo consiguió.

—¿Quién es ella? —Kane enfundó las dos Sigs que llevaba en las manos con expresión divertida. Seguramente no había visto a Scarlet en la mazmorra.

Gideon lo observó. Su pelo, mezcla de castaño, oro y negro, era más corto que la última vez que lo había visto. Sin duda se lo había vuelto a quemar. Otra vez. El demonio de Kane, Desastre, se alimentaba de catástrofes, las atraía adrede. De hecho, una de las astillas que habían saltado de la puerta estaba clavada en su costado. De la herida salía sangre que empapaba la camiseta.

—Es mi esposa —dijo Gideon, y aunque sabía que era mentira, le gustó decirlo. Pudo captar el orgullo en su voz.

—No soy nadie —declaró Scarlet—. No soy nada.

Gideon la miró. ¡Y una porra! Ella era... todo.

¿Todo? Frunció el ceño. Eso debía de ser una exageración. Le gustaba estar con ella, disfrutaba con ella, había contemplado la idea de casarse de verdad, se sentía casado con ella y mataría para protegerla. Pero ¿lo era todo para él?

No podía pensar en nada que valorara tanto como valoraba a Scarlet. Ni su guerra ni sus armas. Ni siquiera sus amigos. Así que, sí. Tal vez.

—Es Pesadilla —dijo Lucien. Sus dagas apuntaban a Scarlet—. Una de las pocas prisioneras que han salido vivas de nuestras mazmorras —sus ojos, al contrario que los de Kane, no brillaban de regocijo. Sus ojos, uno azul que veía en el mundo espiritual y otro marrón que veía en la esfera terrenal, mostraban decisión. Estaba poseído por Muerte y podía desgarrar un alma en un instante. No necesitaba las dagas.

—No te sugiero que bajes las armas. Estoy seguro de que te encantaría que yo amenazara así a Annie tanto como me gusta a mí que amenaces tú a Scarlet.

Annie, de nombre verdadero Anya, era la prometida de Lucien. El rostro del guerrero tenía cicatrices terribles y, cuando se pasó la lengua por los dientes, esas cicatrices parecieron más profundas. Tenía una voluntad de hierro, le gustaban las normas y no corría riesgos en lo relativo a la seguridad de sus seres queridos. Especialmente de Anya.

—Podrías estar pidiendo eso bajo coacción —repuso Lucien—. Así que dejaré mis armas donde están, gracias.

—Tienes razón, me están amenazando —«guarda las malditas armas antes de que me vea obligado a hacer algo que lamentaremos los dos», quería gritar. Lucien era su amigo y Gideon no quería hacerle daño, pero atacaría sin vacilar para proteger a Scarlet. Ella había sufrido ya bastante.

Lucien por fin enfundó las dagas de mala gana.

—¿Por qué no estáis aquí? No me lo digáis y luego quedaos todo lo que queráis —lo que significaba que se lo dijeran y se largaran corriendo. Habían visto a Scarlet, sabían que era importante para él. Misión cumplida. Estaba deseando quedarse a solas con ella.

Lucien se masajeó la parte de atrás del cuello.

—Kane me ha puesto un mensaje diciendo que pasaba algo en tu habitación y he venido corriendo a ayudar, puesto que Torin y Cameo son los únicos que quedan en la fortaleza aparte de nosotros.

—¿Dónde están los demás?

—Ahora vamos a eso. No esperaba verte aquí. Strider me dijo que te habías ido con Pesadilla. Y por cierto, gracias por poner a todo el mundo en peligro dejándola libre.

—Ella no tiene un nombre —¿a qué se debía su voz irritada, ofendida?—. Y no es Scarlet —sólo quería que sus amigos la trataran bien. La trataran con respeto y no como si fuera una molestia o una enemiga y él tuviera que ir con cuidado siempre que ella se hallara cerca.

—¡Bueno! —Scarlet sacó los brazos en un gesto ampuloso—. Hemos vuelto. O ha vuelto él. Yo me largo —pasó las piernas a un lado de la cama y soltó la sábana. Al instante siguiente, sus pechos exquisitos estaban desnudos, con ambos pezones duros como cerezas congeladas—. Ha sido un placer veros.

Los dos guerreros abrieron mucho los ojos y se volvieron para darle la espalda.

—Sí, seguro que te vas a ir —intervino Gideon. ¿Adónde narices pensaba que iba?

Gideon la tomó de la nuca y volvió a tumbarla en la cama. Era un tratamiento brusco, sí, pero ella podía soportarlo y a él le gustaba eso de ella. Con la otra mano subió la sábana. Se instaló a su lado y la abrazó y sujetó al estilo lucha libre.

Ella era también una guerrera. Podría haber luchado, pero no lo hizo. Gideon pensó sombrío que no era porque le importara quién la viera desnuda. Obviamente, no se avergonzaba de su cuerpo. No pensaba que debiera hacerlo, pero aun así... Estaba dispuesto a lijarles las córneas a sus amigos aunque hubieran guardado las armas. Ahora sabían lo rojos que eran sus pezones.

—Tengo cosas que hacer —repuso ella con rigidez—. Y tú también. Es hora de despedirse.

—Claro. Porque no hemos acordado ocuparnos de esto juntos.

Scarlet se pasó la lengua por los dientes.

—Yo no he accedido a nada.

Tal vez no o tal vez sí. Con ella no se podía saber. Lo cual, pensándolo bien, era raro. No habían estado casados. Sus pasados no estaban entrelazados. Bueno, al menos no tanto como habían asumido. Y ahora sabían que los recuerdos de ella eran falsos. ¿Por qué, entonces, su demonio seguía sin saber cuándo decía ella la verdad?

—¿Podemos darnos la vuelta? —preguntó Kane, otra vez divertido.

—No —dijo Gideon.

—¿Por qué queréis volveros? —preguntó Scarlet—. Ya estamos decentes.

Ambos guerreros giraron a la vez. Lucien tiró del cuello de su camiseta y Kane reprimía claramente una sonrisa.

—Tenemos que hablar —dijo Lucien. Miró a Scarlet—. Han pasado muchas cosas en tu ausencia que debes saber.

—No digas más —ella intentó soltarse y levantarse, aunque en ningún momento intentó herir a Gideon—. Sé captar una indirecta —añadió—. Os daré intimidad.

Gideon la sujetó con fuerza.

—Lo que tengas que decirme, puedes decirlo delante de ella.

Scarlet se quedó quieta, y aquello era bueno y malo. La piel de ella se había frotado con la suya y, bueno, la tela que cubría su regazo se hacía más alta a cada segundo.

Gideon se sonrojó por segunda vez en los últimos cinco minutos. La alzó y la colocó delante de él para cubrir su erección creciente con el cuerpo de ella. Fue un error. El pene se colocó en el hueco de su trasero y tuvo que reprimir un gemido.

Scarlet dio un respingo como si la hubiera quemado e intentó apartarse de un salto.

—¡Gideon!

Él la rodeó con los brazos y enmarcó las piernas de ella con las suyas.

—No te pongas cómoda. Vas a alguna parte.

—Gideon —repitió ella entre dientes.

—Scar.

—Vale, maldito testarudo —ella suspiró y se relajó contra él. Incluso apoyó la cabeza en la curva de su hombro.

Él no pudo resistirse y la besó en la sien. «Buena chica».

—Y bien —ella hizo un gesto imperioso con a mano—. ¿A qué esperáis? Empezad a hablar. Cuando antes empecéis, antes acabará esto.

Tanto Lucien como Kane estaban demasiado sorprendidos para hablar.

—¿Seguro que no queréis vestiros antes? —preguntó finalmente Kane.

—No, estamos seguros —repuso Gideon en su lugar. Primero, porque ahora ya sentía demasiada curiosidad para esperar el tiempo que tardarían en vestirse. Segundo, porque no quería que ellos pudieran ver a Scarlet de nuevo. Y tercero, porque no quería soltarla.

Tal vez era un egoísta al colocar así la tentación delante de Kane. Éste hacía años que no tenía una amante, pues temía que su demonio causara daños físicos a sus mujeres. Lo cual no era un miedo irracional. Había sucedido varias veces. Gideon recordaba los gritos. Pero en ese momento a él sólo le importaba Scarlet. Si la soltaba, podía salir corriendo antes de que aclararan las cosas entre ellos.

—No sigáis su consejo y no hablad —terminó—. No podéis confiar en ella, lo juro —después de todo lo que había pasado, Scarlet no lo traicionaría. De eso estaba seguro.

Lucien asintió, aunque no ocultó su renuencia.

—Empezaremos por el principio. Puede que no lo sepas, pero Aeron, Amun y William se fueron al Infierno a rescatar a Legión y nadie ha vuelto a saber nada de ellos desde entonces.

Cronos había mencionado que habían ido a alguna parte, pero no había dicho que fuera el Infierno. ¡Genial! Gideon no podría irse hasta que hablara con Amun, y no sabía cuánto tiempo podría convencer a Scarlet de que esperara para sacrificar a su despreciable familia.

Por supuesto, Scarlet tenía que impedirle que contactara con Amun y avisara a Cronos, y él había planeado dejarle que lo hiciera y liberarla de su promesa a Rea, pero ella no podría pararlo si no conseguía encontrar a Amun. O sea, que, de todos modos, tendría que esperar.

Desgraciadamente, nunca había sido un hombre paciente. Quería acabar con aquello cuanto antes. Quería a NeeMa a su merced, o sea al extremo de su espada. Quería tiempo para cortejar a Scarlet, tiempo para probarle que las cosas entre ellos podían funcionar. Y ahora todo eso tenía que esperar.

—¿Preparado para lo demás? —preguntó Lucien, reprimiendo ahora él una sonrisa—. Te noto distraído.

Gideon no estaba dispuesto a sonrojarse de nuevo.

—No sigas —gruñó.

Lucien sonrió abiertamente.

—Los Cazadores rodearon la fortaleza, al parecer con intención de robarnos las reliquias. Decidimos separarnos. Anya y yo nos llevamos la Jaula; Reyes se llevó a Danika, y Strider la Capa. Paris decidió tomarse unas vacaciones.

—¿Ya no estamos rodeados? —preguntó Gideon.

—Strider mató a la mayoría al salir —repuso Kane con orgulloso. «Qué suerte».

—¿Los otros?

—Maddox no quería a Ashlyn cerca de un campo de batalla en potencia y se la llevó —contestó Lucien—. Sabin y Gwen se llevaron a Gilly a alguna parte. Y Olivia está con Lysander, en el Cielo.

Sí, eso dejaba sólo a Kane, Torin y Cameo. ¿Podrían defender el fuerte si atacaban otros Cazadores?

Sí, había muchas trampas por la montaña y cualquier intruso tendría que empezar por enfrentarse a explosiones, alambres tensos, disparos y cepos de metal en los tobillos. Pero eso no detendría a grupos de centenares de personas. Los que sobrevivieran podrían entrar.

—¿Puedo contar con que te quedes? —preguntó Kane.

Añadir un guerrero más a la receta no era una cura milagrosa, pero ayudaría.

Gideon echó atrás la cabeza y la apoyó en el cabecero roto. Cerró los ojos. ¡Maldición! Si atacaban la fortaleza y resultaba herido antes del regreso de Amun, si eso retrasaba el enfrentamiento con NeeMa... Tendría que aguantarse.

—No —repuso—. No puedes contar conmigo.

Scarlet no reaccionó.

—Lo sabía —dijo Kane—. Gracias.

—Ahora quedaos aquí —dijo Gideon a los guerreros—. No necesito estar a solas con ella.

—Que te diviertas —repuso Lucien con otra sonrisa.

—Y procurad controlar las... lo que vimos al llegar —añadió Kane—. Era algo muy raro.

Los dos hombres se volvieron y salieron de la habitación. Uno de ellos se quedó en el pasillo a intentar colocar de nuevo la puerta en sus goznes. Como no lo consiguió, apoyó la madera en la entrada de modo que cubriera casi todo el dormitorio, dejando sólo visible una grieta de luz.

Al fin solos.

—No te quedes aquí conmigo —dijo Gideon. Y una vez más odió a su demonio. Deseaba más que nada que Scarlet se quedara allí y estaba dispuesto a suplicar para conseguirlo. A suplicar de verdad. Pero no podía permitir que su cuerpo se debilitara en ese momento. Sus amigos lo necesitaban fuerte—. No quiero estar contigo. No podemos hacer esto, sé que no podemos.

—¿Por qué quieres estar conmigo? —preguntó ella. Se soltó finalmente, se puso en pie y lo miró con sus ojos negros brillantes. Estaba gloriosa en su desnudez. Tenía la piel sonrosada y los pezones erguidos por el aire frío—. ¿Por qué quieres intentarlo?

«Deja que se vaya». Una súplica de Mentira para que se quedara allí.

«Estoy en ello. ¿Pero por qué te importa a ti?».

«No es mía».

«Claro que no», replicó él, haciéndole a su demonio lo que a veces le hacía Scarlet a él. Aunque sabía que el demonio mentía, respondió como si el villano dijera la verdad. «Es mía». Y aquello no estaba abierto a debate.

—No le prometiste a tu madre impedirme ayudar a Cronos —dijo—. No tienes que...

La risa amarga de Scarlet lo interrumpió.

—¿Sabes qué? Le mentí a mi madre. Además de lo cual, tú y yo no tenemos un pasado —siguió antes de que él pudiera contestar—. Nos sentimos atraídos el uno por el otro, sí, pero eso pasará. En este momento sólo soy un juguete nuevo que os gusta a ti y a tu demonio. Y eso tiene que ser un alivio para ti. Pero tenemos objetivos diferentes y eso es lo que importa. Yo voy a matar a mi madre y a mi tía aunque me cueste una eternidad. Tú vas a proteger a tus amigos.

Un juguete nuevo. ¡Y una mierda! Gideon se arrodilló y apartó la sábana. Sí, su erección se extendía hacia ella y sí, Scarlet se dio cuenta e incluso retrocedió un paso, pero él no la tapó. Que viera lo que le hacía aquel «juguete nuevo».

«No la agarres», ordenó Mentira.

¿Agarrarla? Perdería un brazo. «Tenemos que ir con cuidado».

—Está claro que has pensado esto racionalmente, Scar. Si no cumples tu promesa, vivirás feliz y comerás perdices —una cosa sí sabía. Para los inmortales era fatal romper una promesa. Él había encarcelado a muchos Griegos por aquel delito. Por lo tanto, Scarlet tendría que cumplirla—. Segundo, si no te enfrentas a tu tía, ella no te dará recuerdos nuevos. No te derrotará —Gideon también rió con amargura—. No te encadenará con la cadena que ella elija.

—Ahora sé lo que puede hacer. Sé contra lo que tengo que protegerme.

¿Ah, sí?

—¿Acaso recuerdas lo que ha pasado hoy?

Scarlet enderezó los hombros y levantó la barbilla.

—Ya te lo he dicho. Ahora estoy preparada.

—Habrá mucha diferencia —no habría ninguna. ¿Por qué no podía verlo ella?

—Pues el fracaso es un riesgo que estoy dispuesta a correr.

Pero él no lo estaba.

—No te quedes aquí conmigo y no te ayudaré a derrotarla. Tú y yo somos más débiles juntos, tú no lo sabes —eran más fuertes—. Yo no hice nada para ayudarte a recuperar el sentido común la última vez, ¿verdad? —lo había hecho todo.

Los ojos de Scarlet brillaron de furia. Se cruzó de brazos.

—¿Y se puede saber cuánto tiempo esperas que me quede?

Gideon no contestó. No podía. No sabía cuánto tiempo tendría que guardar la fortaleza y a sus habitantes. No sabía cuánto tiempo pasaría hasta que volviera Amun.

—Eso me parecía —ella se volvió. La curva elegante de su espalda lo hacía sudar, y aquellos tatuajes... Nunca los había lamido, nunca les había prestado la atención que merecían. Un día dedicaría una noche entera a su espalda. Si ella le dejaba, claro—. Tú me tendrías aquí indefinidamente, y eso no lo permitiré. Me marcho.

«Sí. Sí, deja que se vaya». Mentira.

—Scar.

—Me voy —repitió ella, pero no salió corriendo—. Sí, me voy —dio un paso, dos. Vacilante. Como si luchara consigo misma. O quizá con su demonio. Mentira gimió.

Ella dio otro paso, todavía vacilante. Y luego silencio. Esperaba. Quizá la había convencido. Quizá...

Ella apretó los puños y entró en el vestidor. Oyó rumor de ropa.

Un gruñido. «Párala», dijo Mentira. Y era la primera vez en todos los siglos que llevaban juntos que el demonio decía la verdad. «Por favor».

Gideon parpadeó sorprendido y su demonio gritó de dolor. El dolor irradió por todo el cuerpo de Gideon. Soltó un gruñido. Los músculos parecían desprenderse de los huesos y éstos parecían salirse de la piel.

—No —gimió—. ¡No!

—¿Gideon?

«Para... la».

Otro gruñido. Su visión se llenó de negro. «Cállate. Tenemos que estar fuertes».

«Para...»

El sudor salía de Gideon formando ríos pequeños por todo su cuerpo.

—No me des... un par de días para averiguar lo que... no está pasando y no hacer... lo que pueda por ayudar... para que no pueda irme con... la conciencia tranquila —apenas podía hablar.

Ella se asomó por la puerta del vestidor con el ceño fruncido.

—¿Qué te ocurre?

—Nada.

Pasó un momento; ella esperaba que se explicara.

—¿Tienes dolores?

—No.

De nuevo esperó ella. Gideon no dijo nada más. No quería su lástima. No quería que tuviera que cuidar de él. Quería que lo viera como el guerrero que era.

Ella frunció el ceño y apartó la vista.

—Oye. Los dos sabemos la verdad. No puedes irte de aquí con la conciencia tranquila te dé el tiempo que te dé. Y no, no hago esto para ser cruel. Por favor, créeme —susurró ella. Volvió a desaparecer en el vestidor.

«Para... para...».

«¡Cállate!».

—Me he acostado... con muy pocas mujeres —dijo jadeando, casi gimiendo. Muchas—. Todas ellas me han hecho sentir... plenamente satisfecho —le habían dado placer, sí, pero siempre se había sentido vacío y solo—. Pero contigo es sólo físico —no lo era—. No admiro tu fuerza y tu coraje y, joder, no quiero verte sonreír —quería. Más que nada en el mundo.

—No me conoces —repuso ella. Pero había un temblor en su voz.

—Y no... quiero hacerlo —¡joder! No podría permanecer despierto mucho más rato. Tuvo que recurrir a todas sus fuerzas para ponerse en pie.

—¡Cállate! ¡Cállate! Tengo que irme —hubo una pausa—. Tengo que hacerlo —un susurro.

«¡No!». Un grito. Gideon aulló de dolor.

—La mañana no... llegará pronto. No esperes un día más al menos —«quédate para siempre».

—¡Maldita sea, Gideon! ¿Qué te pasa? Dímelo de una vez —ella se asomó de nuevo con una prenda negra en las manos—. Por favor.

—No te quedes —dijo él entre dientes.

Ella soltó un suspiro de frustración.

—La luna está alta. Tengo varias horas para encontrar un lugar seguro. Estaré bien, así que no te preocupes por mí, si es eso lo que te pasa.

Quizá pudiera detenerla. Hacer que siguiera hablando hasta que saliera el sol y se quedara dormida. Preguntó lo primero que le pasó por la cabeza.

—¿Cómo sabía tu demonio que me gustan tanto... las arañas?

—Mi demonio siempre sabe esas cosas. ¿Y por qué te dan miedo?

—Antes de mi posesión... —después—... y nunca luego en ocasiones —siempre—, las sentía arrastrándose por encima de mí. Yo no las echaba y otras muchas no ocupaban su lugar.

Scarlet volvió a desaparecer en el vestidor. Algo cayó al suelo. Ella soltó una maldición apagada.

¿Qué más podía preguntarle? Tenía el cerebro nublado por el dolor, pero tenía que haber algo que...

—¿Por qué...?

—Calla. Cállate ya. Nunca has estado tan hablador, así que sé lo que intentas hacer —sonó un ruido de metal contra cuero, una pistola probablemente, y ella salió al fin.

Tenía el pelo recogido en una coleta en la base del cuello. Llevaba otra camiseta de él y un pantalón de chándal, ambas prendas enrolladas para hacerlas más pequeñas. A Gideon, debilitado y dolorido como estaba, le fallaron finalmente las rodillas y cayó al suelo.

Scarlet se adelantó con un grito de preocupación, pero se detuvo antes de tocarlo y retrocedió.

—Por favor, compréndelo, Gideon —su voz era fría, muy fría, y aquello era mucho peor que su falta de emociones—. Tiene que ser así. Estar contigo... hace daño. Hay demasiadas interferencias. Yo soy un peligro para ti. Y sé que no es culpa tuya, es mía, pero eso no cambia nada.

Todos los instintos que Gideon poseía ansiaban decirle que ella no era un peligro. Pero no podía. Verdad o mentira, NeeMa influía en ella con demasiada facilidad. Pero eso no implicaba que Scarlet no valiera el riesgo.

Ella valía todos los riesgos.

Pero Gideon quería que fuera feliz, aunque eso implicara pasarlo mal él, y Scarlet no creía que pudieran ser felices juntos, algo que la hacía sufrir.

Y ese sufrimiento lo destrozaba. Scarlet había sufrido ya demasiado.

—Además —prosiguió ella con la misma frialdad. Se frotó la sien como si le doliera la cabeza. O quizá, como Gideon sospechaba, su demonio estaba tan alterado como Mentira—, como te dije, voy a hacer todo lo posible por conseguir que me dejen la memoria limpia. Si tengo que entrar en el Tártaro y secuestrar al dios Griego de la Memoria, lo haré. Y después no me acordaré de ti, así que no tiene sentido empezar algo que no tiene futuro.

«No, no, no».

Gideon movió un brazo en dirección a la puerta con un gran esfuerzo.

—Quédate, entonces —si necesitaba irse para encontrar la felicidad, que se fuera. Pero cuando él se curara y la fortaleza estuviera a salvo, iría tras ella. Encontraría el modo de probarle que también podía hacerla feliz. Y aquello de borrar su memoria no iba a ocurrir. Jamás.

—Adiós, Gideon —dijo Scarlet. Vaciló sólo un momento antes de salir de la habitación.

«¡No! ¡No! ¡Mía! ¡Vuelve!», gritó Mentira. Y Gideon ya no supo nada más.