Capítulo 27
GIDEON apretó los labios contra los de Scarlet y ella respiró con fuerza, como si quisiera inhalar y saborear lo que le hacía. Una parte de él (el pene) quería apresurarse, entrar en ella lo más rápidamente posible para que pudieran quedar unidos, convertidos en uno solo. Y, maldición, tenía la impresión de que hacía una eternidad que no disfrutaba de ella. Pero estaba decidido a ir despacio. A hacer durar aquel asalto sexual. A hacer todo lo que no había hecho la última vez.
Como lamerle todos los tatuajes. Como verla lamer todos los suyos. Además, necesitaba probarle que él tenía ciertas habilidades en esa área. La última vez se había corrido con una sola embestida; estaba en juego su virilidad. Podía durar y lo haría.
Después de que sus lenguas combatieran y bailaran juntas durante minutos u horas, cuando ya no le quedó aire en los pulmones, levantó la cabeza y miró desde arriba a aquella mujer que amaba.
—¿No puedes...? Perdona —tenía que acostumbrarse a decir la verdad—. ¿Puedes llevarnos a otra parte? ¿Un sueño, despiertos? —lejos de los demonios que gemían y se revolcaban a su lado.
—Sí —repuso ella con suavidad.
—Hazlo. Por favor.
Ella apartó la vista de él y miró a su alrededor. Un momento después, la cama en la que yacían pareció salir del dormitorio donde los dos demonios protagonizaban una película porno y situarse en una playa tranquila de arena blanca brillante. Un agua cristalina lavaba la orilla y los pájaros volaban sobre sus cabezas cantando con suavidad.
—Siempre he querido ver ponerse el sol contigo en una playa —Scarlet se sonrojó—. Las películas no se pueden comparar, ¿verdad?
Un deseo muy sencillo, pero muy revelador. Ella había nacido en la cárcel, siempre rodeada de paredes. Después de su posesión, había perdido la capacidad de andar durante las horas de luz. Y aunque sus horas de dormir variaban, nunca era libre de hacerlo cuando quería, a la hora que le apeteciera. Ahora anhelaba lo que todos los demás daban por sentado. Lo que él daba por sentado.
—Es precioso —repuso—. Aunque no tanto como tú —le susurró al oído.
—¡Eh! —ella le empujó el pecho—. Acabas de llamarme... preciosa —movió la cabeza—. Perdona, no estoy acostumbrada a que digas la verdad. Casi preferiría que me llamaras fea.
—Fea, fea, fea —susurró él. Le tomó la barbilla y la obligó a mirarlo—. No hay ninguna mujer más fea, ninguna que me guste menos...
Ella se lamió los labios. Y aquello fue como una invitación.
—Tú lo has querido —él bajó la cabeza y la besó de nuevo en la boca. «No te apresures».
Ella se abrazó a su cintura, pero él la detuvo.
—Espera —le agarró el dobladillo de la camiseta y se la sacó por la cabeza. El pelo le cayó suavemente hasta los hombros desnudos. Tenía una piel clara suave y un sujetador de encaje negro—. Ahora puedes abrazarme.
Sus labios volvieron a encontrarse. Scarlet lo abrazó y le acarició los músculos de la espalda. Tenía las manos encallecidas de sostener dagas y eso creaba una fricción erótica en la espalda de él.
El calor se extendió por su sangre, calentándolo, impulsándolo a seguir. «Despacio». Pero quizá podía acelerar un poco. Le desabrochó el sujetador y lo dejó a un lado, mostrando sus pechos deslumbrantes.
Gideon se quitó la camiseta con un gemido. Volvió a gemir cuando su piel rozó la de Scarlet. Era fantástico. Sus pezones eran pequeñas perlas duras de placer. ¡Oh, sí! Ella se lo buscaba.
«Más». Le quitó los pantalones y las bragas, dejándola completamente desnuda, y la observó. Ella no intentó cubrirse ni se ruborizó. Se mordió el labio inferior y onduló las caderas, dejándole ver cuánto la excitaba su escrutinio. También lo excitaba a él. Ella era magnífica. Toda aquella piel cremosa, piernas delgadas, estómago plano, pechos firmes con pezones rosados y hombros de curvas elegantes.
—¿Estás mojada para mí? —preguntó con voz ronca.
—Sí.
—Déjame ver.
Ella parpadeó, insegura de pronto.
—Pero... yo creía que estaba al cargo de esto. Y que...
—Nos turnaremos. En este momento yo estoy al cargo. Déjame ver.
Scarlet separó los muslos sin vacilar, dejándole ver el paraíso. Sus pliegues rosados estaban húmedos y escondían el punto más dulce que él había tenido el privilegio de ver. Movió la mirada a la mariposa tatuada cerca de allí y se le hizo la boca agua.
«Afortunado tatuaje».
«Afortunado yo». Gideon se inclinó y pasó la lengua por las alas y a lo largo de la parte interna del muslo de ella. Las piernas de Scarlet se llenaron de carne de gallina. Deslizó los dedos en el pelo de él y le clavó las uñas en la cabeza. Él lamió y succionó la mariposa, pues era una de las razones de que estuvieran juntos en ese momento.
—Sí —gimió ella—. Sí.
Aunque él quería echarse encima y comérsela, le palmeó las caderas y le dio la vuelta. Ella dio un respingo y lo miró confusa por encima del hombro.
—Los demás también necesitan que les hagan caso —explicó él. Empezó por arriba y fue bajando por la espalda, besando todos los tatuajes de ella. El de Separarse es morir lo lamió hasta que estuvo jadeando. Sudando. Anhelante.
No se detuvo allí. No podía. Prestó la misma atención a su trasero; mordisqueó las nalgas y lamió la curva entre la nalga y la pierna; sopló también el sexo húmedo, pero sin llegar a tocarlo.
Cuando Scarlet se retorcía, suplicándole que la penetrara e incluso llevándose la mano entre las piernas para calmar ella misma el ansia, él se quedó inmóvil por fin. Tenía el pene tenso contra los vaqueros y su respiración parecía llevar fuego a sus pulmones.
—Gideon —musitó ella—. Por favor.
Su voz era una mezcla de dolor y excitación y él frunció el ceño. La quería descontrolada, sí, pero no dolorida.
—¿Necesitas un alivio, ángel?
—Sí.
Le soltó las muñecas, le dio la vuelta y al fin se permitió hacer lo que había querido hacer todo el tiempo. Saborearla profundamente, como si la poseyera con la lengua. Ella gritó al instante, lo abrazó con las caderas y lo recibió todavía más adentro.
—Sí. Sí.
Le llegó el orgasmo con la piel ardiendo, las rodillas apretadas en las sienes de él y sus dedos agarrados a las sábanas. Él tragó hasta la última gota de placer que ella le dio; su dulzura era mejor que ambrosía y fluía por sus venas marcándolo, encantándolo.
Sólo cuando ella se quedó inmóvil, levantó Gideon la cabeza y buscó su mirada. Scarlet tenía los ojos medio cerrados, la respiración rápida y los brazos y las piernas caídos a los lados como si fueran demasiado pesados para levantarlos. Nunca había visto a una mujer que pareciera tan saciada. Y nunca se había sentido más orgulloso. Él había hecho aquello. Le había dado aquello.
La luz del sol acariciaba cada centímetro de su cuerpo, añadiendo un tinte dorado a su piel. El pulso le golpeaba salvajemente en la base del cuello. Sus pezones ahora eran más oscuros, como si se ruborizaran bajo su escrutinio.
—Gracias —susurró ella—. Gracias.
—Es un placer.
Quizá captó dolor en la voz de él, pues se incorporó sobre los codos y miró su erección.
—¿Quieres que me ocupe de eso? —preguntó con voz ronca—. Porque, cariño, tiene muy buena pinta.
Gideon casi se atragantó con la saliva.
—Todavía no —dijo con voz apenas audible. No hasta que ella volviera a estar descontrolada, desesperada por tenerlo dentro.
—Es mentira, espero.
—Verdad. Más o menos. Sólo necesito un poco más de ti —bajó la cabeza y pasó la punta de la lengua por uno de aquellos hermosos pezones. Tiró del otro con los dedos porque no quería que se sintiera abandonado.
Aquélla era su mujer. Su amor. Cada momento con ella era precioso. Y una tortura. Porque a él le dolía. «Sé hombre. Pórtate como un hombre. Aguanta por ella».
Cuando Scarlet volvió a arquearse contra él y frotó su punto húmedo contra su pene, haciendo que palpitara y se agrandara como nunca antes, Gideon deslizó los dedos en el centro de ella y la encontró húmeda, goteando.
Preparada.
Un dulce paraíso.
Gideon se apartó de ella y rompió todo contacto. Se arrancó la ropa, que no tardó en caer al suelo hecha jirones, y volvió a colocarse encima de aquella mujer que le abría las piernas y lo miraba con unos ojos tan brillantes como el ónice pulido.
—¿Preparada?
—Más que preparada.
—Te voy a entrar muy hondo —colocó las piernas de ella en sus hombros de modo que sus pantorrillas le apretaran la espalda y colocó el pene en la abertura, pero no lo introdujo. «Todavía no, todavía no, todavía no». Ya quería explotar. «Tienes que calmarte».
—¿A qué estás esperando? ¡Lo necesito!
Gideon se juró que esa vez duraría aunque tuviera que ponerse a hacer ecuaciones matemáticas con la mente.
—Sólo... necesito... respirar.
—Pero yo estoy empezando... ¡Gideon! ¡Me corro!
¿La idea de tenerlo dentro bastaba para llevarla al clímax? ¡Joder, sí! Entró en ella con un movimiento de las caderas. Aquellas paredes cálidas y húmedas se cerraron en torno a él, fuertes como un puño, apretándolo con la presión ideal. ¡Mierda, qué placer! Una vez más, fue casi demasiado. Sobre todo porque el segundo orgasmo hacía que ella se moviera con fuerza contra él. Pero se mordió el interior de la mejilla, sacando sangre, y empezó a moverse.
Una vez, dos, sí, sí. ¡Qué placer! ¡Qué bien! La besó, imitando con la lengua los movimientos del pene, embestida, retirada, embestida. Ella le agarró el trasero y le clavó las uñas en su esfuerzo por atraerlo hacia sí, por tenerlo más dentro. Aquello era lo que él había anhelado toda su vida.
—Tú lo eres... todo —le dijo.
—¡Gideon! Me encanta. Me encanta... esto.
La voz de ella lo excitó de tal modo que se convirtió en un cavernícola. «Poséela por completo».
—¡Scarlet! —dura, profundamente, entraba y salía de ella, montándola con tal intensidad que lanzó el cuerpo de Scarlet a una espiral de placer por tercera vez.
Ella se agarró a él; y prácticamente le extrajo el semen del pene al instante siguiente.
El orgasmo fue tan intenso, tan apabullante, que Gideon vio estrellas detrás de los ojos y todos sus músculos quedaron petrificados. No podía moverse ni respirar, sólo podía sentir. Se derrumbó encima de ella.
—Eso sí que es resistencia —jadeó mucho rato después.
Ella soltó una carcajada sincera que le llegó hasta el fondo del alma. Aquello le produjo aún más satisfacción que el sexo. Scarlet no reía a menudo, pero por los dioses que reiría más en el futuro. Él se aseguraría de eso. Era un juramento que cumpliría con su último aliento y con todos los intermedios.
Gideon se puso de lado y colocó a Scarlet en la curva de su cuerpo.
—Quiero casarme contigo. De verdad —era una necesidad—. Pero eso ya te lo he dicho.
Ella se puso rígida, intentó apartarse pero él no se lo permitió.
—Sí, pero...
—Sin peros —él negó con la cabeza.
—Pero olvidas que yo soy un peligro para ti. Creo que ya había decidido quedarme contigo, aunque en este momento no puedo recordar ni mi nombre. ¿Pero y si te pasa algo por mi causa? Prefiero morir.
—En realidad, no olvido nada. Simplemente no me importa —él abrazó con fuerza aquel tesoro al que no estaba dispuesto a renunciar—. Te quiero en mi vida y no hay más que hablar. Quiero entregarte mi vida como los guerreros antiguos entregaban su vida a sus reyes. Y no hay un momento mejor que éste. Puedo proclamar la verdad ahora mismo.
El silencio espeso y opresivo que siguió le hizo daño, pero Gideon le dio a Scarlet el tiempo que ella necesitaba para digerir su confesión y asimilar lo que él quería. No la presionaría. No quería parecerse a aquella zorra de NeeMa. Pero por los dioses que quería hacerlo. Quería presionarla con todas sus fuerzas.
—No comprendo esto, Gideon —dijo ella en un susurro torturado.
—¿Qué hay que comprender? Yo te amo.
—Pero podrías estar con alguien mejor.
«Pero, pero, pero». Estaba harto de aquella estúpida palabra.
—¿Mejor que tú? —volvió a ponerse encima de ella—. No hay nadie mejor que tú. Eres fea y débil y yo no me excito nunca pensando en ti.
Scarlet frunció los labios, pero combatió la sonrisa.
—¿Y si más adelante lamentas esta decisión?
—No la lamentaré —nunca en su vida había estado tan seguro de nada.
—¿Estás seguro? Porque una vez hecho, no podrás deshacerlo.
—Eso es lo mejor que has dicho en todo el día. Mejor aún que «sí, sí, más».
Scarlet seguía sin sonreír, pero ahora había una chispa en sus ojos oscuros.
—Sí, ¿pero cómo puedes saber que no lo lamentarás? ¿Y si mi tía juega de nuevo con mi memoria y...?
—Todas las parejas tienen problemas, cariño —él le tomó las mejillas para obligarla a mirarlo—. Lidiaremos con lo que venga.
Las lágrimas apagaron la chispa en los ojos.
—Sí, pero tú sufrirías y yo ya te he hecho sufrir muchas veces.
¿Qué podía decir para hacerle entenderlo?
—Por si no te has dado cuenta, todas esas veces me han parecido juegos preliminares.
Ella frunció los labios de nuevo y esa vez no pudo reprimir una sonrisa. Bien. A Gideon se le daba cada vez mejor aquello de ayudarla a buscar el humor en cada situación.
—Muy bien —concedió con un suspiro. Sus lágrimas se secaban poco a poco—. Podemos casarnos de verdad, pero juro por los dioses que si mi tía vuelve a jugar con mi memoria, o si mi madre te secuestra, te dejaré.
«Gracias a los dioses».
—Rea no me preocupa —repuso Gideon. El corazón le latía con tanta fuerza que él sabía que ese órgano quedaría tocado para siempre—. Y a NeeMa la buscaremos y la mataremos. ¿Qué mejor luna de miel? —bajo ningún concepto volvería a dejarla marchar, pero no había necesidad de decirle eso y asustarla. No le diría que la seguiría a donde fuera todo el tiempo que fuera necesario—. No quiero esperar. Y quiero hacer esto al viejo estilo, pero si tú quieres una boda a lo grande, podemos tenerla también más adelante.
Ella lo tumbó de espaldas y se sentó a horcajadas sobre él.
—No necesito una gran boda. Pero si tú vas a hacer esto al viejo estilo, yo también. Soy también una guerrera, ¿sabes?
—Créeme, lo sé —aquélla era una de las cosas que le gustaban de ella. Toda su fuerza... Maldición, empezaba a excitarse de nuevo, y eso que su cuerpo debería haber pasado semanas saciado después del placer que acababa de experimentar.
La excitación se mezclaba con un entusiasmo desconocido. Se iba a casar con la mujer que amaba.
Scarlet se inclinó y lo rozó con los pezones. Él los lamió y succionó y ella gimió. Cuando su cabeza se aclaró un poco, Scarlet agarró uno de los cuchillos que él escondía debajo de la almohada y deslizó la punta entre los pechos. La piel se abrió y un hilo de sangre bajó por su estómago.
—¿Estás seguro de esto? —preguntó temblorosa—. Ultima oportunidad de...
Gideon tomó el cuchillo y se cortó en el centro del pecho, exactamente como había hecho ella. La sangre corrió en ambas direcciones, bajó por las costillas y subió hacia el cuello.
—Nunca en mi larguísima vida he estado tan seguro de nada. Ven aquí.
Scarlet se tumbó encima de él y sus sangres se juntaron. Ella temblaba.
Él la miró a los ojos.
—Soy tuyo y tú eres mía.
—Soy tuya y tú... tú eres mío —repitió ella.
Él le tomó la mano y la puso sobre su corazón galopante.
—Desde este momento y hasta el final de los tiempos.
Los dedos de ella se movieron sobre él, pero no se apartó.
—Desde este momento...
«Vamos. Dilo». El poder antiguo se movía a su alrededor, tan espeso como había sido el silencio. Esperando.
—Desde este momento... hasta el final de los tiempos.
¡Sí! Por fin.
Un río de fuego lo golpeó y gritó. A Scarlet debió de pasarle lo mismo, pues su grito se fundió con el de él. Aquel fuego ardía en su alma, partiéndola en dos. Pero luego cristalizó un hielo dulce y frío, que llenó aquel vacío herido y volvió a hacerlo completo. A hacerlo más que Gideon. A hacerlo el hombre de Scarlet.
—Ya está hecho —dijo con voz llena de satisfacción. Ella era suya. Era su esposa. Ahora y siempre. Todos los huesos de su cuerpo, todas las células, vibraron con aquel conocimiento.
—Separarse es morir —añadió, seguro ahora de que había aprendido aquella frase cuando ella había entrado en sus sueños siglos atrás. Ya entonces estaban conectados.
—Espero que no te arrepientas de esto —susurró Scarlet.
—Nunca —la besó en la boca con suavidad y sonrió—. ¿Y tú no tienes nada que decirme?
—Separarse es morir —repitió ella—. Y quiero que sepas que... nunca estuve con otro hombre cuando vine aquí y te vi. Te mentí.
Él no esperaba aquella confesión y cerró los ojos un momento.
—Me alegro. Comprendía por qué lo habías hecho, pero me alegro de que mintieras. Me alegro mucho. Tú eres mía.
—Tuya —repuso ella sorprendida, como si le costara creerlo.
Un día lo creería plenamente. Él le acarició la columna.
—¿Y quién eres hoy?
—Scarlet... Lord.
A Gideon le gustó cómo sonaba aquello. Era lo más parecido a una declaración de amor que iba a conseguir. Porque, conociéndola como la conocía, y quería creer que la conocía bastante bien, ella no le iba a confesar sus sentimientos. Y sí, sabía que los tenía o no se habría casado con él. Pero hasta que su tía estuviera muerta y hubieran lidiado con su madre, intentaría mantener algún tipo de distancia.
Y él la ayudaría a conseguir eso. No le asustaba luchar con dos seres más fuertes y poderosos que él. No cuando el premio era el corazón de Scarlet.