Los recuerdos inundaron a Aden. Ninguno de ellos era suyo, sino de Julian. Y todos eran devastadores. Se llamaba Robert Smart. Sí, era calvo y llevaba gafas. Daniel era el guapo, el fuerte, el listo, pero nunca había sido el preferido, y siempre había tenido envidia del talento de Robert con el mundo sobrenatural.

Así que se había refugiado en los libros de hechizos, de la magia negra, de lo oculto, hasta llegar al sacrificio humano.

El sacrificio de Robert.

La gente normal nunca hubiera pensado en tomar aquel camino, pero Daniel nunca había sido normal. Sus padres adoraban lo místico, creían en la adivinación, en la ouija y en los encantamientos de cualquier tipo.

Quizá aquél fuera el motivo por el que habían querido más a Robert. Y tal vez, por eso Daniel había decidido matarlo.

La noche del doce de diciembre, Daniel había llamado a Robert y le había pedido que fuera al hospital. Robert había ido porque quería que su hermano entrara en razón. Pero no había conseguido hablar con él. Daniel lo había apuñalado con saña mientras intentaba absorber las habilidades de Robert en su propio cuerpo.

Sin embargo, Robert había sido absorbido por Aden; su pasado había quedado enterrado, y su mente había renacido, antes de que su mellizo hubiera podido conseguir su objetivo.

Para intentar vencer a su hermano durante aquellos minutos finales, Robert había hecho algo. Durante su vida había aprendido a controlar su capacidad de despertar a los muertos, y había despertado a los difuntos de la morgue. Varios de ellos se habían comido su cadáver por completo, y el resto había matado a Daniel antes de que llegara ayuda.

Sin embargo, antes de que todo eso ocurriera, Daniel ya había hechizado a Tonya para conservar su amor eterno.

—Eh… Aden —dijo Victoria.

«Yo la quería, —dijo Julian al mismo tiempo, entristecido por aquellos recuerdos—, pero ella nunca me correspondió. Lo quería a él, y pagó por ello. Se dio cuenta de que Daniel estaba loco, y quiso dejarlo, pero ya era demasiado tarde. Entonces fue cuando él la maldijo para que lo quisiera siempre. Al final, lo único que yo quería era liberarla. Y lo habría conseguido, si mi propio hermano no me hubiera traicionado».

—Entonces la liberaremos ahora —dijo Aden. Él también se puso muy triste. Al hacer aquello liberaría también a Julian. Al listillo y divertido Julian, a quien él adoraba. A quien quería conservar para siempre. Perder a Eve le había dolido mucho. Perder a Julian sería incluso peor. Julian era como su hermano.

—¿Aden? —dijo nuevamente Victoria.

«Pero ¿cómo?, —preguntó Julian—. Necesito saber cuál fue el hechizo que usó Daniel, y no lo sé. No estaba allí. Ése es el verdadero motivo por el que fui al hospital: para intentar sonsacárselo».

—Aden, por favor.

«¿Y si viajaras a su vida pasada? Podríamos oír el encantamiento que utilizó».

—¡Aden!

«Espera, espera, espera, —dijo Elijah, antes de que Aden pudiera atender a Victoria—. Si viaja a la vida pasada de Tonya y ve por sus ojos, y oye por sus oídos, él, y nosotros también, todos podríamos quedar hechizados para amar a Daniel. Y no creo que queramos eso».

«Y también puede que no suceda nada por el estilo. Merece la pena correr el riesgo», dijo Julian.

«No volvió por mis brujas, y no va a volver por tu humana», dijo Caleb.

«Nos dijo que haría cualquier cosa por ayudarnos, —replicó Julian—. Corrígeme si me equivoco, pero viajar en el tiempo entra en esa categoría».

—Chicos, por favor. Tiene que haber otro modo. ¿Cuántas veces tengo que decir que viajar en el tiempo es peligroso?

—¡Aden! —exclamó Victoria, y lo zarandeó.

Aden se obligó a salir de su ensimismamiento y volver a la habitación.

—Victoria…

Se quedó sin palabras.

Su padre estaba sentado junto a Tonya, que estaba demasiado tranquila, y tenía una pistola apoyada en el muslo. Estaba apuntando a Aden. Al instante, Aden se puso en pie delante de Victoria, para protegerla. Junior rugió de nuevo, como respuesta a la reacción de Aden.

Aden respiró profundamente e intentó mantener la cabeza clara. No iba a permitir que las emociones lo dominaran en aquella ocasión.

—¿Cómo me has encontrado?

—¿Es que piensas que entre las marcas que te hice no te iba a poner una que me permitiera seguir tu rastro?

Aden se dio cuenta de que Joe siempre había sabido dónde estaba. Su padre, simplemente, había elegido no verlo hasta aquel día. «No reacciones. Eso es lo que él quiere».

—Y ahora, si quisiera hacerle daño a tu novia, ya se lo habría hecho —dijo Joe, tocando ligeramente el gatillo de su arma—. Siéntate.

—Lo siento —susurró ella.

—No tienes por qué.

—Se coló aquí, y…

Aden alargó el brazo hacia atrás para apretarle la rodilla.

—Yo estaría quieto, si fuera tú —dijo Joe—. El más mínimo movimiento me pone nervioso.

Tonya no se había movido, ni había dicho nada durante aquella conversación. No estaba muerta, pero tampoco estaba allí enteramente.

—La he drogado —dijo Joe, al notar que Aden se fijaba en la mujer—. Una inyección, y ya está. Uno aprende a usar todas las armas que puede cuando tiene que huir siempre para salvar la vida.

Parecía que el primer peligro había pasado. Claramente, lo siguiente era conversar.

—Estás amargado. Teniendo ya tu edad, deberías haberlo superado. Hay gente que tiene vidas mucho más difíciles que la tuya.

Junior empezó a rugir y ensordeció las voces de las almas.

Joe arqueó una ceja.

—¿Te refieres a ti mismo? ¿Crees que tu vida es más dura que la mía?

«No reacciones».

—Me refiero a que eres un infantil. Y deberías ver lo que le pasó al último tipo que me apuntó con un arma. Ah, espera. No puedes. Está muerto.

Joe se puso una mano sobre el corazón.

—Mi hijo, un asesino. Qué orgulloso estoy.

Era la primera vez que Joe reconocía su vínculo con él. Y hacerlo de aquel modo, lleno de sarcasmo y rechazo, bueno, era un arma más dañina que la pistola.

—Así que tú nunca has matado en defensa propia, ¿verdad? —le espetó Aden.

«Estás reaccionando».

Respiró profundamente.

Victoria lo tomó de la mano. Estaba temblando, aunque tenía una expresión de serenidad. Junior volvió a rugir. Por mucho que Aden despreciara a aquel hombre, no quería que se convirtiera en la merienda del monstruo.

—A propósito, tus conversaciones contigo mismo son mucho más interesantes ahora que cuando tenías tres años —dijo Joe, y miró a Victoria—. ¿Sabes cuál fue su primera palabra? Lijah. ¿Y la segunda? Ebb. ¿Y la tercera? Jewels. Y la cuarta, Kayb. Sí, tenía un ligero problema de pronunciación.

«¿Y fui el último?, —preguntó Caleb—. Gracias por tanto amor, “Hayden”».

Aden ignoró lo que le estaba diciendo el alma para no distraerse. En las palabras de Joe no había afecto. Sólo estaba narrando los hechos con objetividad. Sin duda, Joe estaba dispuesto a desollarlo y dejarlo sangrando por dentro.

Asesinato con palabras. Era inteligente. A nadie podían meterlo en la cárcel por eso.

Victoria chasqueó la lengua.

—¿Sabes, Joe? ¿Te importa que te llame Joe? Seguramente, Aden dijo primero los nombres de las almas porque eran mejores padres y amigos para él de lo que tú fuiste jamás. Es evidente, ¿no te parece?

Joe apretó la mandíbula, y Aden le apretó la rodilla a Victoria para advertirle que dejara de provocar a un idiota con un arma.

—Ya está bien de charla. Vamos al grano —dijo Joe—. ¿Por qué quieres viajar al pasado de esta mujer?

—No quiero hacerlo —dijo Aden. Sin embargo, ¿por qué no iba a contarle el resto? Él no estaba haciendo nada malo—. Pero ella está hechizada, y tengo que liberarla de ese hechizo. Y para conseguirlo, necesito saber cuál es.

—¿Es que no sabes distinguirlo?

—¿Acaso tú sí?

—O sea, puedes viajar al pasado, parece que eres el rey de los vampiros y de los lobos, ¿y no puedes oír el eco de un hechizo? ¿No sientes las vibraciones de su magia?

—¿Acaso tú sí? —repitió Aden—. Espera, no me lo digas. También me tatuaste una marca para eso.

Joe negó con la cabeza.

—Práctica. Y de todos modos, ¿por qué te interesas por esta mujer? Ella no es nada tuyo.

—No me interesa.

«Eh», dijo Julian.

Joe frunció el ceño.

—Entonces, ¿por qué…?

—A mí no me interesa, pero a una de las almas de mi cabeza sí.

«Bueno, eso sí puedo aceptarlo».

—Las almas. Claro. Siempre las quisiste por encima de todo —dijo Joe, y se volvió hacia Tonya—. Sé amable y tráeme papel y lápiz, cariño.

—Sí, por supuesto —dijo ella, arrastrando las palabras al hablar. Se puso en pie y se alejó.

Victoria hizo ademán de seguirla, pero Joe negó con la cabeza.

—¿Es que no tienes miedo de que escape? —le preguntó Victoria.

—No. La droga abre su mente a la sugestión. Hará lo que se le ordene.

Victoria lo observó atentamente durante un momento.

—¿Sabes, Joe? Eres peor que mi padre, y creía que eso no era posible. Él me daba latigazos, y muchas veces lo hacía sólo por diversión.

—¿Sí? ¿Y quién es tu padre, cielo?

Aden volvió a apretarle la rodilla para que se mantuviera en silencio. Joe odiaba a las criaturas del mundo sobrenatural, y cabía la posibilidad de que quisiera castigar a Victoria por su origen, o por los pecados de los demás.

Joe sonrió ligeramente, y se contentó con dejar pasar el misterio.

—Has elegido una chica problemática con traumas parentales. Supongo que nos parecemos más de lo que nunca pensé.

¿Qué le estaba diciendo? ¿Que la madre de Aden tenía problemas? ¿Que ella también tenía traumas a causa de sus padres? Deseaba preguntárselo con todas sus fuerzas. Pese a todo, anhelaba saber cosas sobre su madre.

Las pocas veces que se había permitido a sí mismo pensar en ella, se había preguntado cómo era, si había estado tan dispuesta a abandonarlo como Joe, o si quería quedarse con él. ¿Dónde estaría? ¿Qué estaría haciendo en aquel momento?

¿Era la mujer a la que habían visto Riley y Mary Ann aquel día, con Joe, en la furgoneta?

—No preguntes —dijo Joe con aspereza, como si hubiera adivinado la dirección que estaba tomando su pensamiento.

En aquel momento, Tonya regresó con el papel y el lápiz y le entregó ambas cosas a Joe antes de sentarse a su lado. Joe comenzó a escribir, aunque sin soltar el arma. Cuando terminó, puso el papel sobre la mesa.

Miró a Aden a los ojos.

—Ahora ya no puedes decir que nunca te he ayudado.

«No reacciones».

No pudo evitar que se le acelerara el corazón de la sorpresa.

—¿Qué es eso?

—El billete a la libertad de la señora Smart.

¿Verdad o mentira? De cualquier modo, Aden dijo:

—Vaya, te has ganado el premio al mejor padre del año.

Joe frunció el ceño y se inclinó hacia Tonya.

—Tonya, vas a ser una buena chica. Escucha a Aden y haz lo que él te diga, ¿de acuerdo?

—Sí. Haré lo que él me diga.

Entonces, Joe miró a Aden.

—Los hechizos son indestructibles a menos que quien los hace se reserve una palabra para anularlos. Yo oigo en mi mente el hechizo que hizo ese tal Daniel, y él dejó previsto un modo de deshacerlo. Seguramente fue por si dejaba de amarla y quería librarse de ella. O castigarla. O hacerle daño. Siempre hay un motivo, pero yo no puedo interpretarlo. En cualquier caso, su liberación está en las palabras que he escrito en este papel.

Aden no iba a darle las gracias al hombre. Demasiado poco, y demasiado tarde.

—No intentes encontrarme a mí, Aden, ni a tu madre. Seguro que tus amigos te dijeron que han visto juguetes en la casa. Sí, tienes una hermana pequeña. Pero no puedes verla. Ella no es como tú, y sólo le causarías dolor y sufrimiento.

Sí, sus amigos le habían contado lo de la niña, pero al oír las palabras «hermana pequeña» y darse cuenta de que nunca iba a verla, tuvo ganas de echarse a llorar.

—Por eso he venido —dijo Joe, sin preocuparse de las heridas que estaba infligiendo—. Para decirte que no ocurrirá nada bueno si la buscas.

Junior comenzó a dar golpes contra su cráneo.

«Tranquilo. Vamos, tranquilo».

—No me mataste, y yo no te he matado a ti —dijo Joe—. Dejémoslo así, y separémonos para siempre.

—Por lo menos, dale una fotografía de su madre y de su hermana —dijo Victoria.

—No. Lo mejor es cortar todos los lazos. Créeme. —Con aquellas palabras, Joe se puso en pie y salió del salón. Aunque se detuvo en la puerta durante varios segundos, como si tuviera algo más que decir, finalmente no lo hizo. Se marchó y cerró de un portazo.

¿Cómo era posible que Joe le hiciera algo así? ¿Cómo podía abandonarlo así, otra vez? La pregunta más inquietante de todas fue, sin embargo, ¿cómo habría podido ser su vida si Joe lo hubiera querido, lo hubiera tenido consigo y le hubiera enseñado a sobrevivir?

Junior estuvo a punto de romperle los tímpanos con su siguiente grito.

«Tranquilo, tranquilo».

Tonya permaneció sentada, sin inmutarse.

Victoria lo abrazó, se sentó en su regazo y lo estrechó.

—Lo siento. Él no te merece.

Seguramente Victoria también se había dicho a sí misma aquellas palabras después de que su padre le hubiera roto el corazón. Aden la abrazó, y dejó que ella lo consolara, inhaló su olor delicioso y notó que se le hacía la boca agua. Sin embargo, no se permitió probar su sangre. Poco a poco, se calmó, y Junior también.

«Aden, por favor», estaba diciendo Julian.

Julian. Su amigo. Tenía que ayudarlo. Besó a Victoria en la sien, la dejó sobre el sofá, tomó el papel y lo leyó. Se acercó a la mujer y se agachó frente a ella.

—Mírame, Tonya.

Ella obedeció.

«¿Va a funcionar?, —preguntó Julian—. Tiene que funcionar».

Aden no estaba seguro de si tendría efecto algo tan sencillo como lo que había propuesto su padre. Sin embargo, dijo:

—Tonya Smart, tu corazón es tuyo. Tu alma es tuya. Puedes amar, puedes morir, pero la verdad te hará libre.

Ella lo miró con desconcierto.

«¿Por qué no ha ocurrido nada?», preguntó Julian.

—Todavía está drogada —dijo Victoria—. Tal vez eso impide que reaccione.

—Lucha contra la influencia de la droga —le dijo Aden, y, al igual que en otras ocasiones, la mujer obedeció.

Los ojos se le aclararon, y dejaron ver las sombras que se retorcían violentamente en ellos. Gritó, y todo su cuerpo se estremeció. Se agitó y se encorvó. Tembló, gimió y crispó los dedos.

Aden se apartó de ella, porque no sabía cómo ayudarla.

«Haz que pare», le rogó Julian.

—No puedo.

Lo único que Aden podía hacer era observar con horror como aquellas sombras salían por los poros de su piel y que se elevaban por encima de ella en una niebla oscura, entre gritos que resonaban por la habitación.

Aden volvió junto a Victoria, y sus movimientos debieron de asustar a las sombras, porque salieron disparadas hacia el techo y lo atravesaron. Cuando desaparecieron, sólo quedó el silencio.

Tonya se desplomó sobre su asiento, se deslizó hasta el suelo y se quedó allí, jadeando. Estaba empapada en sudor y enrojecida. Estaba llorando.

—Yo… él… ¡Oh, Dios mío! —sollozó.

Victoria se inclinó hacia ella, pero Tonya retrocedió frenéticamente.

—¡No me toques! ¡Salid! ¡Salid de mi casa! ¡Os odio! ¡Os odio a todos! Lo odio. Odio, odio, odio.

Los sollozos se intensificaron, y ella estuvo a punto de ahogarse.

—Julian… Robert —dijo Aden—. ¿Quieres que le diga algo?

Una pausa.

«No. Ahora no lo escucharía, y además, no sé qué puedo decirle. Ya no la quiero como la quise, pero no deseo que se pudra en la prisión que le construyó Daniel. Ahora es libre, —dijo Julian—. Es verdaderamente libre, y eso es lo que importa».

A medida que hablaba, su voz se había hecho más suave, más baja.

Se estaba marchando. Aden se dio cuenta y tuvo que contener un sollozo. «No te marches, —quiso decirle—. No estoy preparado». Sin embargo, se guardó aquellas palabras. No tenía por qué cargar a Julian con ellas.

—¿Cuánto tiempo te queda?

«No mucho», susurró Julian.

Victoria tomó a Aden de la mano.

—¿Aden?

—Vamos —dijo él.

Estaba temblando cuando salieron de la casa. Podría haberlos teletransportado, pero sus emociones estaban muy alteradas, y no sabía dónde iban a aterrizar.

Hacía frío, y se avecinaba una tormenta. El cielo estaba oscuro y encapotado. Aquel tiempo encajaba perfectamente con su estado de ánimo. Los condujo hacia un bosquecillo, y allí cayó de rodillas.

—¿Julian?

«Sigo aquí. Y quiero que sepas… que te quiero, Aden».

—Yo también te quiero.

«Gracias por todo. Has sido un anfitrión estupendo, y nunca te olvidaré».

De nuevo, Aden quiso rogarle que no se marchara, pero no lo hizo. Acababa de perder a Joe, aunque en realidad no quisiera formar parte de la vida de aquel hombre, pero ¿perder también a Julian? Le ardían los ojos.

—Has sido un gran amigo.

«Julian, —dijo Elijah, en un tono triste y alegre a la vez. Aden lo entendía. Estaba triste por sí mismo, pero contento por su amigo—. Nunca te olvidaremos».

«Tío, —dijo Caleb—. Sabía que eras el que intentaba disimular la calvicie».

Julian se echó a reír.

«Os quiero, chicos. Os quería incluso cuando erais un grano en el trasero».

Caleb fue el que se rio en aquella ocasión.

«Creo que deberías expresarlo de otra forma. Tú no tienes trasero».

—Te voy a echar de menos —dijo Aden suavemente. Le temblaba tanto la barbilla que casi no pudo pronunciar aquellas palabras—. Si ves a Eve, salúdala de nuestra parte.

«Lo haré. No puedo creer que nos estemos despidiendo. No puedo creer que no vaya a veros más. Que nunca vaya a oír a Caleb otra vez haciendo el libidinoso, ni a Elijah aguando la fiesta. Aden, eres la persona más honorable y afectuosa que he conocido. Estás buscando tu camino hacia la luz. No soy adivino, pero veo que tu futuro encierra cosas muy grandes, amigo mío. Lo sé».

Aden notó que le resbalaban lágrimas ardientes por las mejillas.

—Volveremos a vernos —dijo. No podía pensar en lo contrario, porque se moriría.

«Os quiero mucho», repitió Julian. Después se marchó. Aden sintió su ausencia hasta en los huesos.

Otra despedida para la que no estaba preparado.

Victoria lo abrazó y lloró con él. No supieron cuánto tiempo pasó.

Cuando ambos se calmaron, ella susurró:

—Vamos a buscar a Riley y a Mary Ann y volvamos a casa, Aden.

—Sí. Volvamos a casa.