Mary Ann no podía descansar. La medicación y el shock estaban dejando de hacerle efecto, y las emociones volvían con la fuerza de un ariete. Aden y Victoria se habían marchado a su habitación una hora antes, y estaban en el cuarto de al lado, pero ella no podía cerrar los ojos. Riley todavía estaba a su lado, inmóvil. Tan inmóvil que podría haber estado muerto.

Eso era lo que iba a ocurrirle a Shannon otra vez.

La única manera de matar a un zombi era cortarle la cabeza. El hecho de pensar en que su amigo tuviera que terminar así, y en que nunca podría volver a verlo ni a hablar con él, hizo que Mary Ann llorara hasta que no le quedó nada por dentro. Hasta que tuvo los ojos hinchados y la nariz taponada. En algún momento, Riley la tomó entre sus brazos, aquellos brazos fuertes y adorados, y la estrechó contra sí.

Cuando su cuerpo dejó de temblar, Mary Ann exhaló un suspiro. Ojalá aquello fuera el final de su tristeza, pero su mente se negaba a animarse.

—¿Estás bien? —le preguntó Riley con la voz ronca, y apartó los brazos de ella.

Ella se tumbó de costado para mirarlo. Riley estaba boca arriba, mirando al techo.

—No quiero vomitar, si es lo que me estás preguntando.

—Bueno, entonces sí estás bien.

—¿Me vas a tatuar las marcas?

—Sí, si todavía quieres. Te arreglaré la que te destrozaron, y te pondré una nueva para evitar que succiones la energía de los demás.

—Gracias.

Sin embargo, ¿por qué él estaba tan dispuesto a hacerlo? ¿Porque ya no le importaba si ella vivía o moría?

—Entonces, ¿a qué esperamos? —preguntó él. Bajó de la cama, y cuando lo hacía, ella vio la herida que tenía en la pantorrilla. Estaba inflamada, roja, casi en carne viva. Riley debía de haber sufrido mucho.

Ella lo agarró del brazo y le impidió que se pusiera en pie.

—¿Cómo te sientes tú?

—Bien —dijo, y se zafó de su mano. —Ella se quedó muy triste, y observó que él abría la bolsa que le había dejado su hermano. Cuando tuvo todo lo que necesitaba, lo colocó junto a ella—. Date la vuelta —le dijo.

Mary Ann obedeció. Riley no dijo nada. Tiró de la bata del hospital, que era lo que ella llevaba puesto todavía, y le descubrió un hombro. Arreglar aquella marca de su espalda era algo doloroso; la aguja tenía que trabajar sobre costras recientes y carne que se estaba curando.

Cuando terminó, ella estaba temblando y sudando.

—¿Dónde quieres que te haga la nueva?

Cabía la posibilidad de que se volviera humana de nuevo. Normal. Y eso significaba que cabía la posibilidad de que pudiera ver a su padre de nuevo. Él iba a quedarse anonadado cuando viera todos aquellos tatuajes en sus brazos. No había motivo para añadir otro más, y aumentar su desazón.

—En la pierna —dijo.

Le dolía la espalda, así que no intentó tumbarse. Simplemente, se apoyó en una almohada y extendió una pierna.

Riley le subió el camisón por encima de la rodilla, y durante un momento no se movió. Se quedó mirándola con una expresión… ¿apasionada?

—¿Riley?

Su voz lo sacó del ensimismamiento, y con un gesto ceñudo, él volvió a trabajar. Después del otro, aquel segundo tatuaje apenas molestó a Mary Ann. Sin embargo, vaya, era bastante grande. Le llegaba desde debajo de la rodilla hasta el tobillo.

Riley apagó la máquina y lo recogió todo. Después le secó la sangre de la pierna con una toalla.

—Victoria estaba equivocada. No morirás si esto no funciona.

—¿A qué te refieres?

—Si empiezas a debilitarte, o no puedes comer comida normal nunca más, yo puedo cerrar esta marca y volverás a ser tú misma.

—No. Quiero que esté en funcionamiento.

—Mary Ann…

—No. Así que necesito que me hagas otro tatuaje.

Él entrecerró los ojos, pero no protestó. Sin embargo, Mary Ann lo conocía, y sabía que estaba pensando en que iba a hacer lo que quería.

—¿Una marca para qué?

—Ya sabes para qué. Quiero una marca como la de Aden. Una que le impida a todo el mundo intentar borrarme las marcas.

Él estaba negando con la cabeza antes de que ella terminara.

—Reconócelo. Las brujas no habrían intentado hacerme un agujero en la marca que me protegía de la muerte por herida física si hubiera tenido una de ésas —dijo Mary Ann.

Las brujas podían percibir las marcas, y sabían exactamente lo que significaban.

—Sí, pero ¿qué harás si te capturan? ¿Qué harás si te tatúan una marca que no quieres?

—Pues tatúame una marca que impida que me tatúen más marcas.

—Nadie que esté en su sano juicio permite nunca que le hagan esa marca. Quedarías expuesta a todos los demás encantamientos.

—Riley.

—Mary Ann.

—Quiero esa marca, Riley. La primera que mencioné.

—Es demasiado arriesgado.

—Aden la tiene.

—Porque le merece la pena correr ese riesgo. Él atrae a demasiada gente que quiere usarlo, controlarlo y hacerle daño.

—Vaya noticia. También hay gente que quiere hacerme daño a mí.

De hecho, todo el mundo a quien Riley conocía quería matarla. Incluso sus hermanos. ¿Era ella la única que recordaba cómo la habían mirado la noche en que había matado a todas aquellas hadas y brujas? La habían mirado con espanto y con furia. El único motivo por el que se habían tomado tantas molestias en salvarla aquel día era que Riley la quería. O al menos, la había querido.

—Con una marca imborrable que te proteja de la muerte por herida física, ¿cómo crees que intentarán matarte las brujas la próxima vez? —le gruñó él—. Y van a intentarlo. Te echarán la culpa de «La Masacre de las Túnicas Rojas».

—Pero si yo…

Él no le permitió terminar.

—Por si no lo entiendes, deja que te lo explique. Te encerrarán, no te dejarán comer y te torturarán sin matarte, manteniéndote en esa situación hasta que mueras de vieja.

Imposible.

—Pero si puede que pasen décadas hasta que muera…

—Exactamente.

Mary Ann se dio cuenta de que le estaba permitiendo que la asustara.

—Hazme la marca —le dijo. Ya lo había decidido. Prefería morir lenta y dolorosamente antes que volver a causar la muerte de otro cuando tuviera hambre. Y él no iba a conseguir que cambiara de opinión.

—Ya he guardado el equipo.

—No es nada difícil volver a sacarlo.

—No.

—No quiero volver a ser un peligro para ti.

En la mejilla de Riley vibró un músculo.

—No lo serás.

—¿Ah, no? ¿Y qué es lo que ha cambiado? —le preguntó ella, con toda la indiferencia que pudo fingir. Por fin iba a descubrir por qué se estaba comportando Riley de aquella manera.

Él se pasó la lengua por los dientes, y en sus ojos verdes se encendió un fuego familiar. Sin embargo, no era de pasión, sino de furia. Y él nunca la había mirado así.

—Ya no puedo cambiar de forma.

—¿Cómo?

—Ya no puedo cambiar de forma. Lo he intentado muchas veces desde que salimos del hospital. No puedo.

—¿Porque…? ¿Porque me alimenté de ti?

—Tú no querías hacerlo. Incluso te resististe. Pero yo te obligué y te alimenté —dijo él, y la furia se debilitó. La desesperanza ocupó su lugar—. No importa. El resultado es el mismo.

¿Que no importaba? ¡Importaba más que nada! Tal vez él la hubiera presionado, pero era ella quien había tomado su energía, ¡quien le había quitado a su animal! Riley había perdido su verdadero ser por su culpa. No era de extrañar que la odiara.

—Riley, lo siento. Lo siento. Yo no quería… Yo nunca habría… —No tenía palabras para transmitirle el remordimiento que sentía. Aquello no podría arreglarlo nunca.

De todas las cosas que había hecho, aquélla era la peor. Comenzó a llorar de nuevo.

—Sabíamos que era una posibilidad —dijo él.

—Entonces, ¿eres humano?

A Riley se le escapó una carcajada amarga.

—Totalmente.

Aquello tenía que ser una tortura para él. Había sido un hombre lobo toda su vida.

Su larga vida, que podría acortarse mucho, y también por su culpa, pensó Mary Ann. Todos sus amigos, y su familia, eran hombres lobo. Y en aquel momento, era algo que odiaba ser: débil, vulnerable.

Riley se puso en pie y se alejó de ella.

—Voy a ducharme. Intenta descansar un poco. —No esperó a que ella respondiera. Entró en el baño y cerró la puerta.

La apartó de sí.

Para siempre.

Mary Ann se hizo un ovillo y comenzó a sollozar.

Aden soltó una maldición entre dientes.

—¿Has oído eso?

—¿La palabrota que acabas de decir? —preguntó Victoria—. Sí. Me has susurrado la blasfemia en el oído.

—No, eso no. Lo que le acaba de decir Riley a Mary Ann.

—Ah. No. ¿Tú sí?

—Sí —dijo él.

Ella estaba tumbada a su lado, acurrucada contra su costado, y él le estaba peinando el pelo con los dedos, disfrutando de su suavidad. La habitación estaba a oscuras, pero su mirada atravesaba la oscuridad como si fuera de día.

—¿Cómo? —preguntó ella.

—Tal vez las paredes sean demasiado delgadas.

—Entonces yo también lo habría oído. ¿Cómo?

—¿Otra habilidad de vampiro?

—Eso tiene más sentido. ¿Qué ha dicho Riley?

—Que ya no puede convertirse en lobo.

Ella se incorporó de golpe, con los ojos abiertos como platos y una expresión de angustia.

—¿Qué?

—No mates al mensajero —le dijo él. Volvió a tumbarla a su lado y la abrazó, y ella se acurrucó de nuevo contra su cuerpo—. Acaba de decírselo a Mary Ann. Parece que ella se alimentó de él antes de que se los llevaran al hospital.

—¿Y cómo… cómo estaba Riley?

—Sorprendentemente bien.

—Oh, no. Cuando disimula así es cuando peor se siente —dijo ella, y dio un puñetazo en el pecho de Aden—. ¡La voy a matar!

Intentó sentarse de nuevo, pero él la abrazó con fuerza y la mantuvo a su lado.

—Él está dándose una ducha, y no creo que ella quisiera hacerle daño.

—No me importa. Ése es el motivo por el que todas las razas siempre han liquidado a los embebedores. Por accidentes como éste, que no deben ocurrir.

—Tal vez él se cure. Tal vez…

—Mary Ann le robó la capacidad de cambiar de forma, y no hay cura para eso.

—También decías que un humano no podía transformarse en vampiro.

—Yo… yo… ¡Oh! De todos modos, quiero matarla.

Bueno, sería mejor dejar aquel tema antes de que Victoria se enfureciera y Fauces saliera de su cabeza a jugar. Eso haría que Junior también saliera. Además, Aden tenía la sensación de que Riley volvería a ser lobo. Tal vez sólo fuera un deseo por su parte, pero… él confiaba en sus sentimientos.

—Suéltame, Aden. Vamos —dijo ella.

—Todavía no. Quiero hablar contigo de una cosa.

—¿De qué? —preguntó ella de mala gana.

—Sé que no quieres que me alimente de ti, y lo respeto. Sin embargo, quisiera saber por qué. ¿Es porque tienes miedo de que vuelva a sumirme en la inconsciencia, como en la cueva?

—No. Si existiera esa posibilidad, habría sucedido después de que bebieras mi sangre de la copa.

Él creía lo mismo.

—Entonces, ¿temes que vea el mundo a través de tus ojos?

—No. Es decir, todavía no ha ocurrido. Podría suceder, claro, pero no me molesta esa idea. Ya lo has hecho antes, y además, ya sabes todo lo que hay que saber sobre mí.

—Entonces, dime qué es lo que te ronda en esa cabeza tuya. Por favor.

Ella hizo un dibujito en su pecho con la punta del dedo.

—No te va a gustar.

—Dímelo de todos modos.

Entonces, ella posó los labios sobre su corazón, y los latidos de Aden se aceleraron.

—Sabes que te estás convirtiendo en un vampiro, ¿verdad?

—Sí —dijo Aden. En aquel momento, supo adónde conducía aquella conversación. Lo supo, y no le gustó. Sintió frío por todo el cuerpo.

—Bueno, pues yo me estoy convirtiendo en humana. Me estoy haciendo completamente humana.

Bingo.

—Mi piel —continuó Victoria— es como era la tuya. Es fácil de cortar. Ya no puedo teletransportarme ni usar la voz de autoridad. Y como comida humana. Me tomé una hamburguesa antes de volver con el almuerzo de Mary Ann. ¡Una hamburguesa! Y me encantó.

Tantos cambios. Demasiados cambios.

—¿Y sigues necesitando sangre?

—Yo no, aunque Fauces sí. Su gruñido… Al principio era más fuerte, porque él tenía mucha hambre, pero ahora se está debilitando. Está tan callado que casi me da miedo que… que… ya sabes.

—Que se esté muriendo.

Sí. Muriéndose.

Aden se pellizcó el puente de la nariz mientras intentaba aclararse las ideas. Debería haberse dado cuenta de aquello. Después de todo, tenía toda la lógica, y explicaba muchas cosas. Su piel fría y su reticencia a hacer las cosas que siempre había hecho. Cuando pensó en todos los riesgos que ella había corrido últimamente, todos los riesgos que él le había pedido que corriera, le dieron ganas de dar puñetazos en la pared.

Y aparte de eso, sólo había una cosa más que quisiera hacer.

—Bueno, aquí está nuestro nuevo plan. Vas a alimentarte de mí, y yo me voy a alimentar de ti. Haremos otro intercambio de sangre, como en la cueva.

Ella frotó su mejilla contra él al negar con la cabeza.

—No sabemos cómo vamos a reaccionar. Ni cómo reaccionarán ellos.

Los monstruos.

—Exacto. Y ya es hora de que lo averigüemos. Ahora vamos a ser activos, ¿no te acuerdas? No estamos sólo reaccionando, sino actuando.

Ella exhaló un suspiro tembloroso.

—De acuerdo. Tienes razón. Sé que tienes razón.

Bien, porque ya se le estaba haciendo la boca agua, y estaba desesperado por saborearla. Y tal vez estuviera presionándola para hacer aquello porque lo deseaba desesperadamente, no sólo porque pensara que iba a salvarlos. Pero no le importaba.

—¿Lista?

—Sí.

Entonces, él se tendió sobre ella, y ella giró la cabeza hacia un lado para ofrecerle el pulso que latía en su cuello. A él comenzaron a dolerle las encías y se pasó la lengua sobre los colmillos. Y se dio cuenta de que, por primera vez en su vida, los tenía afilados como cuchillos. No tan largos como los de Victoria, pero mucho más que antes.

—Tú primero —le dijo él, que quería que estuviera tan fuerte como fuera posible para soportar su mordisco.

Ella tembló, pero entonces le lamió el cuello y succionó para calentarle la sangre, y mordió, y bebió. Y, al contrario que antes, su mordisco dolió, porque Victoria no le inoculó ninguna sustancia química que pudiera anestesiarlo; pero a él no le importó. Le gustaba que ella estuviera tomando lo que necesitaba de él. Era algo que Aden le había suplicado desde que se habían conocido. Y, cuando ella terminó, él le hizo lo mismo: lamió, succionó, calentó y mordió, y finalmente bebió.

A ella se le escapó un gemido; el sonido reverberó por la habitación. Le acarició el cuero cabelludo con los dedos.

—Es gozoso —susurró Victoria con la voz ronca.

Entonces fue él quien gimió. Algo tan dulce y tan delicioso que le llenaba, que fluía en su interior, que lo fortalecía y calmaba a Junior, que los consumía a los dos. Sin darse cuenta se estaba frotando contra Victoria, pero no parecía que a ella le molestara, sino que le gustaba, porque seguía sus movimientos.

Sin embargo, pronto dejó de ser suficiente para los dos. Aden sacó los colmillos de su cuello, algo que seguramente era lo más difícil que había hecho en su vida; no quería tomar demasiada sangre, quería protegerla incluso de sí mismo, y ella gruñó de decepción. Él no podía separarse de ella.

—Aden —susurró Victoria.

—Sí.

—Más.

—¿Mordisco?

Le dedicó una suave sonrisa.

—Más de todo.

Como si necesitara que lo animaran. La besó hasta que les faltó el aire, y después volvió a besarla.

En algún momento durante aquel segundo beso, su ropa desapareció y sus manos comenzaron a explorar. Aden nunca se había sentido tan bien. Necesitaba más, tal y como había dicho Victoria, pero no podía tomar mucho más. Tenía un cortocircuito en la cabeza. Aquello era todo lo que él había pensado, sólo que mejor. Mucho mejor.

—¿Demasiado deprisa? —le preguntó en un susurro—. ¿Debería parar?

—Demasiado lento. No pares.

—Pre-preservativo —dijo él. No tenía preservativos, y no podía arriesgarse a hacer el amor con ella sin protección. No podían arriesgarse a que ella se quedara embarazada. Además, había enfermedades de transmisión sexual en el mundo, y aunque sabía que ella no tenía ninguna, y que los vampiros eran inmunes a las enfermedades humanas, no iba a ser estúpido con aquello.

—Yo… tengo uno. Después de nuestra conversación en el bosque, he llevado uno todo el tiempo.

El envoltorio que crujía, por fin, tuvo sentido. Ojalá él lo hubiera sabido antes.

Ella se levantó de la cama para ir a buscarlo y volvió unos segundos después. Retomaron las cosas donde las habían dejado.

Las almas no hicieron ni un solo comentario. Junior no rugió. O tal vez, Aden estaba tan absorto en lo que estaba haciendo que no se dio cuenta. Sólo existía Victoria, sólo existían aquel momento y el allí. Era la primera vez que estaban juntos. Su primera vez.

Su… todo.