Para un vampiro o un hombre lobo, un guardia humano que estaba custodiando a otros dos humanos era como un bebé custodiando a otros dos bebés. Algo inútil. Sin embargo, Victoria nunca había estado más segura de su propia naturaleza: se había vuelto completamente humana.

Antes se había cortado la muñeca para verter sangre en una taza y que Aden pudiera comer, por fin, sin revelar su secreto, y sin que tuviera que morderla para que no se hiciera adicto a ella, ni ella a él. En la hoja del cuchillo no había je la nune, pero el metal había cortado su carne sin ninguna dificultad. Y la herida todavía no se le había curado. Y Fauces… bueno, había dejado de rugir, incluso de gimotear.

—¿Aden y tú estáis saliendo? —le preguntó Ryder de repente. Se había relajado por primera vez desde que había visto a Nathan convertirse en lobo.

Ella apoyó la sien en el cabecero del asiento y lo miró.

—Sí.

«Eso creo». Desde que él se había despertado en su cama, había sido amable, tierno, dulce y afectuoso. Tal y como era antes. Ella tenía que contener el impulso de lanzarse a sus brazos y contárselo todo. Sus miedos, su fragilidad… y su amor. Tenía miedo al rechazo.

—¿No te importa que esté loco?

—No está loco.

—Habla solo. O con las almas, como las llama él. No soy médico, pero estoy seguro de que eso está en la definición de «loco» de los libros de Medicina.

Victoria se giró y lo fulminó con la mirada. Cuánto se parecía aquel chico a Draven. No era consciente de la violencia que provocaba en los demás.

—Yo bebo sangre —dijo ella, «o por lo menos lo hacía»—, y mis mejores amigos se convierten en lobos. ¿Estamos locos nosotros?

Él sonrió. Debería haber sido una sonrisa de alegría, pero Ryder estaba triste.

—Seguramente.

—Cá-cállate —le dijo Shannon—. Ahora mismo.

—¿Qué? —preguntó Ryder, dando un puñetazo al techo de la furgoneta—. Todo esto es una locura, por mucho que todos nos comportemos como si fuera de lo más normal.

—Entonces, ¿por qué estás aquí? —le preguntó ella—. ¿Por qué has venido con nosotros?

—Estaba aburrido —respondió el chico, con una expresión de desafío.

Shannon lo miró con espanto. ¿Por qué? Ella se fijó en el reloj del salpicadero y calculó que Nathan y Maxwell se habían marchado hacía veintitrés minutos, y Aden, hacía diecinueve minutos. ¿Cuándo volverían?

—Tú-tú siemp-pre dice-ces que estás abu-burrido cuando quieres librarte-te de algo. ¿Qu-qué has hecho? —le preguntó Shannon a Ryder—. ¿P-por qué qu-querías marcharte de C-Crossroads?

—No he hecho nada —dijo Ryder, moviéndose con incomodidad en su sitio—. Y yo no quería marcharme de allí. Fue Aden quien nos pidió que viniéramos.

Shannon no se dejó engañar.

—¿Qu-qué demonios has hecho? No qu-quería creerlo, pero ano-noche te fuiste ju-justo desp-pués de que… Después. Apesta-tabas a gasolina. Dijiste qu-que habías es-tatado trabajando con la cam-mioneta. Te creí, pe-pero…

Ryder se encogió como si sintiera mucho dolor, y se frotó el pecho, sobre el corazón. Los dos chicos se fulminaron con la mirada durante un largo instante. Entonces, Ryder gimió de dolor, y después gritó rabiosamente.

—¿Quieres saber la verdad? Muy bien. Yo provoqué el incendio. Tenía una voz en la cabeza, y esa voz me dijo lo que tenía que hacer. Yo quería parar, pero no pude. ¿Y sabes otra cosa? Me dijo que te matara a ti, y que os matara a todos. Me acerqué a tu cama, e iba a hacerlo, tal y como él me dijo, pero empecé a temblar y no pude. No pude, así que te arrastré fuera de la casa.

Victoria lo escuchaba con horror creciente.

—Tú… tú-tú… —Shannon dejó caer la cabeza sobre las palmas de las manos.

—La voz me dijo que siguiera a Aden allí donde fuera. Me dijo… —Ryder comenzó a temblar violentamente, como si estuviera teniendo un ataque. Los ojos se le quedaron en blanco.

—¡Ryder! —gritó Shannon.

El muchacho empujó a su amigo para tumbarlo de costado y le metió la mano en la boca para evitar que se tragara la lengua. Entonces, los temblores cesaron tan rápidamente como habían comenzado.

Se abrió la puerta del pasajero, y el aire helado entró de nuevo en la furgoneta. Victoria no había visto a nadie abrirla, y en aquel momento comenzó a cerrarse sola. Entonces, ella se puso en guardia.

Tucker.

En un segundo, se materializó en el asiento. Tenía la ropa hecha jirones y ensangrentada, y el pelo rubio aplastado en la cabeza. En sus ojos había una tristeza corrosiva, que iba a tragarlo por completo si no tenía cuidado.

—Hola, Victoria. Veo que has recibido mi mensaje.

Ella no iba a acobardarse. Tal vez fuera humana, pero Riley le había enseñado a defenderse.

—Sí, lo recibí —le dijo ella. Y se había metido unas dagas bajo las mangas de la túnica.

Ryder, con unos movimientos muy rápidos, se incorporó y empujó a Shannon para apartarlo de sí.

—No me toques con tus sucias manos, humano —dijo. Pese a su vehemencia, su voz sonó formal, culta, con un ligero acento rumano.

—¿Está-tás bien? —le preguntó Shannon. Aunque Ryder acababa de admitir que había destruido su hogar, era evidente que el muchacho se preocupaba por él.

—Estoy bien, sí —dijo Ryder—. Y voy a estar mejor. —Entonces se sacó una daga de la bota y se la clavó a Shannon en el corazón.

Se movió con tanta rapidez que Victoria sólo pudo asimilar lo que había pasado cuando Shannon gritó. Cuando la sangre ya estaba brotando. Después de que Ryder hubiera hundido la daga hasta el fondo.

Shannon balbuceó sin poder formar las palabras. En sus ojos había una confusión total.

—¡No! —gritó Victoria, y se lanzó hacia atrás. Se colocó frente a Shannon y empujó a Ryder para alejarlo de él. Sin preocuparse de si la apuñalaba a ella también, le sacó la daga del pecho a Shannon y apretó las palmas de las manos sobre la herida para intentar contener la hemorragia.

Ryder se echó a reír.

—Huele bien, ¿eh, Tucker, muchacho?

—Sí —respondió Tucker automáticamente.

Ella se dio cuenta de que no podía hacer nada por ayudar a Shannon. Se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Shannon, lo siento muchísimo. Debería haber…

Debería haber hecho algo. Cualquier cosa.

Shannon estaba jadeando, intentando respirar desesperadamente. La sangre se le derramaba por las comisuras de los labios. Estaba sufriendo mucho, y Victoria odiaba su sufrimiento casi más que la idea de que fuera a morir.

—Así —le dijo Ryder a Tucker— es como se hacen las cosas. Si le hubieras hecho eso a Aden, mi hija no habría podido salvarlo.

Su hija.

Entonces, Vlad había poseído a Ryder.

Él era quien les había hecho aquello a Shannon y a Aden. A todos. El hombre a quien ella había llorado una vez.

No podía teletransportar a Shannon. Y esperar a que llegara Aden le causaría un sufrimiento innecesario.

Aden. Durante un instante, volvió a la noche de su apuñalamiento. Él también estaba sufriendo mucho. Quería que todo terminara, incluyendo su vida. Habría dado cualquier cosa por un poco de paz. Incluso le había pedido que lo dejara marchar.

Entonces, ella no le había hecho caso. Sin embargo, en aquel momento no tenía otro remedio.

—Lo siento muchísimo. —Odiándose a sí misma, mordió a Shannon en la yugular. Sus colmillos ya no eran tan afilados como antes, ni tan largos, pero tampoco podía remediar aquello. Los jadeos de Shannon se incrementaron durante un momento, pero no luchó contra ella mientras bebía su sangre todo lo rápidamente que podía. Aquel líquido tenía un sabor a metal y a desesperación. Victoria no se permitió pensar en ello, y siguió bebiendo hasta que no quedó nada. Hasta que Shannon se quedó inerte.

Hasta que hubo muerto, y hubo dejado de sufrir.

A cierta distancia, oyó los rasguños de unas garras de lobo. Nathan. Maxwell.

Se irguió, llorando, y miró alrededor de la furgoneta. Todo estaba borroso. No sabía cómo había podido hacerle aquello a Shannon, ni siquiera para librarlo del dolor. Se enjugó los ojos con el dorso de la mano.

Vio a Maxwell, que todavía llevaba las gafas de sol, y a Nathan, que todavía tenía puesto el disfraz de perro guía. Estaban chocándose contra los coches como si los dos estuvieran ciegos.

—Nunca encontrarán esta furgoneta —dijo Tucker—. Me he asegurado de ello.

—Tu habilidad para proyectar ilusiones es el único motivo por el que continúas con vida, chico —le dijo Ryder—. Espero que seas consciente de ello.

¿Estaban hablando de aquello en aquel momento, como si no hubiera ocurrido nada? Monstruos sin corazón.

Victoria miró a su padre, que ya no lo era, y al chico que había cambiado su vida para siempre.

—¿Cómo has podido hacer esto?

—Cuánto me alegro de volver a verte, mi amor —le dijo Ryder, con una sonrisa fría—. Aunque me hayas traicionado de maneras que no voy a perdonar.

Tenía la intención de matarla, y la expresión de su cara lo decía claramente.

—No me das miedo, padre. Ya no.

Él se tocó la barbilla con el dedo.

—¿Y qué puedo hacer para cambiar eso? Seguro que se me ocurrirá algo.

«¿Cómo es posible que alguna vez admirara a este hombre?».

—Shannon no había hecho nada para merecer la muerte.

Por fin, una reacción. La diversión se borró del rostro de Ryder, y sus ojos se convirtieron en dos rendijas diminutas, mientras se pasaba la lengua por los colmillos. Era la expresión de un depredador que había visto a una presa.

—Ayudó a Aden. Claro que merecía morir.

Victoria dio un salto y aterrizó sobre él. Tal vez Vlad hubiera poseído a Ryder, pero Ryder todavía tenía un cuerpo humano, lo cual significaba que todavía era vulnerable.

No pudo hacer nada mientras ella comenzaba a morderle la yugular.

Como humana tampoco era tan ineficaz, después de todo.