Victoria permaneció inmóvil mientras Aden estaba en el balcón, sin hacer nada. No estaba hablando con sus súbditos; estaba descalzo, solo, sin inmutarse por nada de lo que le rodeaba. Por sus venas fluía la sangre de otra persona y eso irritaba a Victoria, aunque debería estar eufórica por ello: Aden estaba vivo. Estaba despierto.
El balcón dejaba pasar el aire frío de la mañana a la habitación, y Victoria se estremeció por primera vez en su vida. Hubiera deseado tener un abrigo.
¿Por qué Aden no se estremecía? Tenía el torso desnudo, y Victoria admiró su cuerpo musculoso. Mirando lo que no debía mirar; qué humano por su parte. Antes, Aden se habría sentido orgulloso de ello. En aquel momento… ella ya no sabía lo que estaba ocurriendo en su cabeza. Sólo sabía que Riley tenía razón, que a Aden le sucedía algo. No era la misma persona que antes. Era más frío, más duro.
Era desafiante.
A los vampiros les encantaba desafiar a los que consideraban más débiles y vulnerables que ellos. Y los débiles y vulnerables tenían que aceptar aquellos desafíos, o se verían condenados a la esclavitud para toda la eternidad. De todos modos, cuando perdían también eran condenados a ser esclavos. La diferencia era que al aceptar el desafío, al menos se libraban del escarnio y la tortura.
Aquellas reglas las había dictado Vlad, por supuesto. Él despreciaba la debilidad y la cobardía, según decía, y los desafíos eran una manera de cribar a aquellos que no estaban a la altura.
¿Acaso Aden tenía pensado desafiar a todo el mundo?
Hubo un movimiento en el cielo, algo que captó la atención de Victoria. Alzó la vista y vio pasar un pájaro negro. Después, unas nubes grises ocultaron el sol. Su madre habría dicho que los ángeles estaban patinando en el cielo.
Su madre. Cuánto la echaba de menos. Hacía siete años que estaba encerrada en una prisión de Rumanía, debido a la acusación de haber proporcionado a los humanos información sobre los vampiros. Vlad había prohibido a sus súbditos incluso que pronunciaran su nombre. Edina «el Cisne».
Victoria sintió un escalofrío al pensar en su madre. La rebelión era algo muy nuevo para ella.
Cuando Aden había ganado el trono de los vampiros, había liberado a su madre por petición suya. Ella esperaba que su madre se teletransportara a Crossroads para que pudieran estar juntas otra vez, pero Edina había preferido permanecer en su tierra natal.
Como si Victoria no fuera lo suficientemente importante.
Ella quería ser importante para alguien, y lo había sido para Aden. Desde el primer momento en que se habían visto, él había hecho que se sintiera especial. Pero ahora…
Se acercó a él con un nudo en el estómago. Él siguió concentrado en el bosque que rodeaba a la mansión. Ella tuvo ganas de tomarle la mano, pero no sabía cuál sería su reacción…
—Creo que deberías volver atrás en el tiempo —dijo. Lo había pensado bien. Si Aden volvía a la noche en que Tucker lo había apuñalado, podría evitar todo aquello. Evitaría no sólo su propio apuñalamiento, sino también el intento de transformarlo en vampiro para salvarle la vida.
—No.
—¿No? ¿Así de fácil?
—Así de fácil.
—Pero, Aden, podrías pararle los pies a Tucker de una vez por todas.
—Hay muchas cosas que pueden salir mal, y no sabemos lo que ocurriría en la nueva realidad. Podría ser mucho peor que ésta.
—Sólo hay una manera de saberlo con certeza.
—No.
Qué rotundo. Le recordaba a su padre.
—Está bien —dijo ella, con un escalofrío.
Él miró hacia abajo, justo debajo del balcón en el que se encontraban, y ella siguió su mirada. En el jardín no había ni una sola flor, pero los matorrales eran amarillos y naranjas. En el centro del patio había un círculo de metal muy grande. Era una marca dibujada en la tierra, hecha de círculos que se entrelazaban. El metal podía moverse y abrirse; formaba una plataforma que descendía hacia una cripta. Y en aquella cripta estaba enterrado su padre.
Sin decir una palabra, Aden se subió a la barandilla y se irguió.
—¿Qué estás haciendo? ¡Hay varios pisos! ¡Baja!
Él dio un salto hacia el exterior y a Victoria se le escapó un grito mientras se asomaba con el corazón en vilo, viéndolo caer, y caer… y aterrizar. Aden no se dio un golpe violento, ni se hizo daño. Cayó agachado, después se estiró y salió del patio con movimientos gráciles y una determinación letal.
Victoria había hecho lo mismo cientos de veces. Tal vez por eso no vaciló, y lo siguió.
—¡Aden, espera!
Mientras caía hacia la superficie plana y dura del suelo, recordó que tenía una piel nueva, una piel humana. Movió los brazos y las piernas para intentar detener la caída, pero era demasiado tarde. Ella…
Impactó con el suelo.
Sus rodillas vibraron a causa del golpe, y se desplomó contra las barras de metal del suelo. Durante aquel choque, todo el aire se le escapó de los pulmones. El hombro se le descoyuntó y le causó un daño insoportable. Se quedó allí temblando, de frío y de dolor, derramando lágrimas calientes que le quemaban la piel de las mejillas.
Algunos minutos después oyó unos pasos y, de repente, percibió el olor de Aden en el aire. Aquel perfume asombroso a… Victoria frunció el ceño. Olía distinto. Seguía siendo maravilloso, pero diferente. Le resultaba familiar. Era un olor a sándalo y a pino. Era una esencia mística muy antigua, pero que estaba muy viva, y tan especiada como la de la chica humana.
«No voy a permitir que los celos se adueñen de mí».
Victoria abrió los ojos, sin saber cuándo los había cerrado, y vio que Aden se estaba inclinando hacia ella con una expresión tan impertérrita como antes. El pelo negro le caía sobre los ojos. Ojos de un increíble color violeta.
Desde que lo conocía, lo había visto con los ojos de color dorado, verde, castaño, azul y negro, pero el violeta no había aparecido hasta que habían pasado aquel tiempo en la cueva.
Él le tendió la mano. Ella pensó que era para ayudarla, y sonrió débilmente.
—Gracias.
—Yo no daría las gracias si fuera tú —respondió él.
La agarró del hombro y se lo colocó en su sitio. Entonces fue cuando Victoria supo lo que era el dolor de verdad. Se le escapó un grito horrendo, desgarrador, que espantó a los pájaros de los árboles.
—De nada —dijo él mientras se erguía.
—La próxima vez… —susurró ella.
—No habrá próxima vez. No vas a volver a saltar desde el balcón. Prométemelo.
—No, yo…
—Prométemelo —insistió él.
—Deja de interrumpirme.
—Está bien.
Aden no le dio ninguna explicación, y ella preguntó con enfado:
—¿Por qué saltaste? Podías haber bajado por el interior de la casa.
Y haberle ahorrado un ataque de pánico y la dislocación del hombro.
—Así era más rápido —dijo él. Se dio la vuelta y se alejó. De nuevo.
—Espera.
Él no esperó.
Victoria reunió fuerzas y se puso en pie. Aunque le temblaban las rodillas, consiguió mantenerse. Comenzó a andar detrás de Aden, pero él no se giró hacia ella ni una sola vez. No le importaba si le seguía o no, y eso le dolió más que la lesión del hombro.
—¿Por qué quieres hablar con todo el mundo? —le preguntó.
—Hay que aclarar unas cuantas cosas —respondió Aden.
Se acercó a la entrada de la casa y subió los escalones del porche. Se detuvo ante la gran puerta arqueada. Había pocos vampiros en el jardín a aquellas horas del día, pero cuando lo vieron, rápidamente se inclinaron ante él.
Pasó un minuto.
Pasaron varios minutos.
—Eh… Aden. Si quieres entrar en la casa, tendrás que atravesar la puerta. Quedarte aquí plantado no te va a servir de nada.
—Ya lo sé. Pero antes estoy observando lo que es mío.
Una vez más, parecía su padre. O Dmitri, su antiguo prometido. Victoria sintió desagrado, porque no le tenía demasiado afecto a ninguno de los dos hombres. Ojalá Aden volviera a ser normal cuando se le pasara el efecto de las pastillas.
¿Qué iba a hacer ella si no era así?
Bueno, no iba a pensar en eso en aquel momento. Ayudaría a Aden en la reunión y lo protegería, y más tarde se preocuparía de lo demás.
—¿Y te gusta lo que ves? —le preguntó, mientras recordaba la primera vez que había llevado a Aden a la mansión. Era una residencia de estilo reina Ana, con torres asimétricas, piedra gótica y ventanas estrechas con vidrieras. Todo estaba pintado de negro.
—Sí.
Las respuestas de una sola palabra eran exasperantes, pensó Victoria.
Por fin, él abrió la puerta y entró. Miró a su alrededor por el gran vestíbulo y observó las paredes negras, la alfombra granate y el mobiliario antiguo, y frunció el ceño.
—Conozco la distribución de la casa. Hay treinta dormitorios, casi todos en el piso superior. Hay veinte chimeneas, un salón enorme, una sala del trono y dos comedores. Sin embargo, yo nunca he estado en ellas. Sólo he estado en este vestíbulo, en tu habitación y en el patio trasero. ¿Cómo es posible que conozca la casa?
Buena pregunta.
—Tal vez durante todos estos días hemos estado intercambiando recuerdos.
—Tal vez. ¿Recuerdas tú algo de mí?
Oh, sí. Sobre todo las palizas que había recibido en algunos de los hospitales mentales en los que había vivido. Victoria deseaba castigar a los culpables. También recordaba el aislamiento que había sufrido en varios de los hogares de acogida en los que había estado; los padres adoptivos tenían miedo de él, pero lo cuidaban a cambio del cheque que les pagaba el gobierno. Por no mencionar el rechazo que le habían demostrado siempre los chicos de su edad, que lo consideraban demasiado distinto a ellos, demasiado raro.
Por eso, no podía alejarse de él en aquel momento. Por muy distante o por muy extraño que estuviera, no iba a rechazarlo.
—¿Y bien? —insistió él.
—Sí, recuerdo cosas —respondió Victoria. Sin embargo, no le dijo qué—. ¿Y tú? ¿Recuerdas algo específico sobre mí, aparte de esta casa?
Aden reflexionó durante un momento.
—Sí, recuerdo algo.
—¿Qué?
—Cuando llegaste a Crossroads, atraída por la explosión sobrenatural que ocasionamos Mary Ann y yo sin saberlo, me viste a cierta distancia y pensaste que debías matarme.
Oh. Vaya.
—Lo primero es que yo ya te había contado eso. Y lo segundo es que, sacado de contexto, parece mucho peor de lo que fue.
—¿Quieres decir que las ganas de matarme son mejores cuando están en contexto?
Ella apretó los dientes.
—No, pero se te olvida que para nosotros, esa atracción irresistible era algo muy raro. No sabíamos por qué nos habías llamado, ni lo que tenías planeado hacer con nosotros, ni si estabas ayudando a nuestro enemigo. Nosotros…
—Enemigos.
—¿Cómo?
—No tenéis sólo un enemigo, sino muchos. De hecho, la única raza con la que no estáis en guerra son los lobos, y ellos también lucharían contra vosotros si la lealtad no formara parte de su naturaleza.
Bien, bien. Una emoción en Aden. Aunque no era la que ella hubiera deseado. Se sentía decepcionado, y ella no entendía por qué.
—Tú no sabes las cosas que han ocurrido entre las razas durante el paso de los siglos. Has vivido en tu burbuja humana sin conocer a las criaturas que pueblan la noche, y no puedes saber nada de ellas.
—Pero sí sé que se pueden forjar alianzas.
—¿Con quién? ¿Con las brujas? Ellas saben que ansiamos su sangre, y que no podemos controlar nuestro apetito en su presencia. Se reirían en tu cara si les ofrecieras una tregua. ¿Y con las hadas? Nos alimentamos de los humanos a quienes ellos consideran sus hijos. Nos aniquilarían si pudieran. No te olvides del príncipe de las hadas a quien tú mataste, ni de la princesa de las hadas que vino a vengarlo porque era su hermano. ¿Y los duendes? Son seres sin cerebro que sólo se preocupan por su siguiente comida, que normalmente es de carne viviente. Nuestra carne. ¿Continúo?
—Sí. Explícame por qué lucháis contra otras facciones de vampiros.
—Explícame tú a mí por qué unos humanos luchan contra otros.
—La mayoría de los humanos desea la paz.
—Pero no han encontrado la manera de preservarla.
—Ni los vampiros.
Permanecieron unos minutos mirándose de un modo desafiante, en silencio. Ella estaba jadeando otra vez, porque el hombro le dolía mucho.
—Aden —dijo, suavizando su tono de voz—. La paz es algo maravilloso, pero algunas veces es algo equivocado. ¿Tú estarías dispuesto a poner la paz por delante si mi padre quisiera luchar contigo para arrebatarte el trono, o lucharías?
—Lucharé —respondió él sin vacilación—. Después haré la guerra contra las demás facciones de los vampiros hasta que acepten a su nuevo rey, y si no lo aceptan, los aniquilaré. Daré ejemplo, y finalmente, alcanzaré la paz.
El hecho de hacer la guerra a toda costa era la ideología de Vlad «el Empalador»; Aden Stone nunca había apoyado aquella teoría. Era la segunda vez, en menos de cinco minutos, que Aden hablaba igual que su padre. Y la tercera vez aquel día.
Ella comenzó a asustarse.
¿Acaso había partes de su padre que estaban atrapadas en Aden, y que lo guiaban? ¿Y cómo era posible? Aden se había enredado en sus recuerdos, no en los de su padre. A menos que… ¿Eran aquellas sus creencias? ¿Se las había transmitido junto a un montón de recuerdos?
Vlad siempre había pensado que los humanos eran comida y nada más, aunque él hubiera sido humano una vez, y había educado a sus hijos para que pensaran lo mismo. Y su padre no sólo se creía superior a los humanos, sino a todas las demás razas. Era el rey de reyes, el señor de los señores. La paz no era más que algo secundario, y el camino para conseguir aquella paz era violento y sanguinario.
Después de conocer a Aden y ver lo que estaba dispuesto a aguantar por aquéllos a quienes quería, toda la perspectiva de Victoria había cambiado. Vlad destruía, Aden restauraba. Vlad disfrutaba con la desgracia de los demás, Aden lloraba. Vlad nunca se veía satisfecho con nada, Aden encontraba alegría allí donde podía.
—¿Te has distraído?
Victoria lo miró. ¿Estaba sonriendo? No. No era posible. Eso significaría que ella le había divertido.
—Sí. Disculpa.
—Deberías… —Aden se quedó callado de repente y movió la cabeza—. Viene alguien.
Ella miró hacia arriba y vio a dos chicas bajando las escaleras. Ambas llevaban túnicas negras.
—Mi rey —dijo una de ellas, y se detuvo en el antepenúltimo escalón. Allí hizo una reverencia perfecta.
—Mi… Aden —dijo la otra muchacha, que se detuvo también. Su reverencia fue menos perfecta, pero tal vez porque estaba mirando a Aden como si fuera un caramelo.
Victoria sabía que ella no se sentía atraída por él. Lo que en realidad la atraía de Aden era su poder, y ése era el motivo por el que la chica había desafiado a Victoria para arrebatarle sus derechos sobre el nuevo rey.
Según las leyes de los vampiros, cualquiera de ellos podía retar a otro vampiro para quedarse con los derechos sobre un esclavo de sangre humano. Aunque Aden fuera el rey, seguía siendo humano, o al menos lo era cuando aquel desafío se había producido. Draven, la muchacha vampiro, había aprovechado la ventaja para intentar apartar a Victoria del rey y convertirse en reina.
Todavía tenían que luchar y, pronto, Aden tendría que anunciar el momento y el lugar.
Victoria anhelaba poner a Draven en su sitio, en la cripta del jardín. Tal vez fuera más parecida a su padre de lo que pensaba.
—Vaya, mira quién ha decidido dejar de esconderse en su habitación —dijo Draven, mirándola—. Qué valiente.
—Tú podías haber ido a llamar a mi puerta cuando hubieras querido. Me pregunto por qué no lo has hecho.
Draven le mostró los colmillos.
—Maddie. Draven —dijo Aden para acabar con la conversación, y sin más, les ordenó—: Esperadme en el salón del trono. Deseo hablar con todos los residentes de la mansión.
—¿Y de qué va esa reunión? —preguntó Draven, abanicándolo con las pestañas.
—Lo sabrás al mismo tiempo que los demás.
Victoria se alegró mucho al oír aquella respuesta brusca, y Draven tuvo que hacer un esfuerzo por disimular su ira.
Cuando lo consiguió, pasó el peso del cuerpo de un pie a otro y comenzó a juguetear con un mechón de su pelo, enroscándoselo en el dedo índice.
—¿Puedo estar a tu lado en el estrado del trono?
—No, no puedes, pero puedes sentarte en los escalones del estrado. Quiero que estés cerca de mí.
Draven miró a Victoria con petulancia.
—¿Porque soy muy bella y no puedes apartar los ojos de mí?
Aden frunció el ceño.
—No. Lo cierto es que no me fío de ti, y quiero verte las manos. Si llevas algún arma, se te acusará de traidora y serás encarcelada.
Draven palideció.
—¿Có-cómo?
Victoria decidió que le gustaba mucho aquel nuevo Aden.
—¿Podemos cambiarnos de ropa antes de entrar en el salón, majestad? —preguntó Maddie suavemente, y cuando Aden asintió, se llevó a su hermana antes de que pudiera decir algo más.
Victoria se quedó sin palabras. Aquello había sido espectacular.
Aden caminó hasta la pared que había frente a ellos y alzó el cuerno de la llamada que estaba allí colgado. Era un cuerno de oro labrado en forma de dragón. Se puso la boquilla en los labios.
—Espera. ¿Qué vas a hacer? No… —Victoria corrió hacia él para detenerlo, pero no llegó a tiempo. Por toda la mansión resonó el bramido del cuerno, reverberando contra las paredes y el suelo—. No hagas eso —dijo ella.
Sin embargo, Aden sopló una vez más, y Victoria se pellizcó el puente de la nariz. Cuando el sonido cesó, se hizo un silencio extraño, ensordecedor.
—¿Por qué?
—Porque es sólo para las emergencias.
—Esto es una emergencia.
—¿De veras?
—Sí. He llamado a mis vampiros de una manera eficiente y rápida.
—Sí. También has llamado a tus aliados, y les has hecho saber a tus enemigos que necesitas ayuda. Espera. Voy a decirlo de otro modo: has llamado a los aliados de mi padre y… Por si no te acuerdas, él quiere que mueras, y ahora tendrá ayuda. Porque cuando aparezca, sus aliados le ofrecerán su ayuda a él, y no a ti.
Eso significaba… que su hermano iba a volver, pensó Victoria. Su hermano volvería y le ofrecería su ayuda a su padre.
¿Qué iba a hacer ella si su hermano se enfrentaba a su novio?
Victoria siempre había odiado el decreto que la había obligado a separarse de Sorin, y esperaba que un día él fuera en su busca, pero Sorin nunca lo había hecho. Ninguno de los dos estaba dispuesto a arriesgarse a sufrir la ira de su padre. Sin embargo, ella lo había espiado algunas veces, lo había visto flirtear con las mujeres antes de mutilar sin piedad a los vampiros con los que se entrenaba.
Ella siempre lo había visto como un mocoso irreverente con tendencias asesinas, y se preguntaba qué pensaría él de ella, y si le importaba algo. Sorin siempre había sido un fiel seguidor de su padre.
Que Aden venciera a su padre era algo difícil, pero ¿que venciera a su padre y a su hermano? Imposible.
Ella hablaría con Sorin y le pediría, por piedad, que no luchara contra Aden. Y si ella se lo pedía, él… Bueno, no sabía lo que haría su hermano.
—Si lo que estás diciendo es cierto —le dijo Aden—, tu padre habría venido aquí y habría utilizado el cuerno. Pero no lo ha hecho, y eso significa que no quiere llamar a nadie.
—Yo…
Victoria no tenía ningún argumento más, y Aden estaba en lo cierto. Pero de todos modos…
Aden se encogió de hombros.
—Que vengan.
¿Qué haría falta para sacarlo de aquel estado de indiferencia y frialdad?
—Algunos se teletransportarán hasta aquí. Otros viajarán como los humanos, pero todos vendrán para hacerte daño.
—Ya lo sé. Y eso está bien. Quiero liquidar a mis opositores rápidamente, de una vez.
—Mi hermano estará entre los que vengan.
—Ya lo sé.
—¿Y no te importa?
—Morirá, como los demás.
No, estaba claro que no le importaba. Victoria se quedó mirándolo fijamente, en silencio.
—¿Quién eres tú? —le preguntó. El Aden a quien ella conocía nunca habría pensado de una manera tan cruel.
—Soy tu rey —respondió él, y la observó con suma atención—. A no ser que decidas ponerte del lado de tu padre.
—¿Por qué? ¿Me matarías a mí también?
Él se quedó pensativo, como si estuviera ponderando la respuesta.
—No importa —dijo ella. Aquella conversación la estaba poniendo de muy mal humor—. Pero mi hermano…
—No vamos a discutir eso. Hasta que Vlad no aparezca, no podemos empezar la guerra. Y hay que empezarla para que pueda terminar. No podemos hacer una cosa sin la otra.
—Me estás frustrando.
Aden se encogió nuevamente de hombros, pero detrás de aquel gesto de despreocupación había algo de inseguridad. Victoria lo notó en la expresión de su rostro. Primero, pensativo, y después, inseguro. Tal vez no le gustara frustrarla.
Sin embargo, perdió toda esperanza cuando él le dijo:
—Bueno, ya está bien. Tenemos cosas que hacer. —Se encaminó hacia la sala del trono para mantener su preciosa reunión.
De nuevo, Victoria tuvo que seguirlo como si fuera un cachorrito. Y en aquella ocasión no necesitó que Elijah le dijera que iban a suceder cosas malas.