—Despierta. Aden, tienes que despertarte.

Aden se aferró a aquella voz como si fuera un salvavidas. Y lo era. Él se había quedado atrapado en un océano de vacío, sin sonido, sin colores, sin sensaciones, sin salida.

—Aden, despierta.

Abrió los ojos. Vio a Victoria inclinada sobre él, con la melena negra cayéndole por un hombro. Las puntas de su pelo le hacían cosquillas en el pecho. Tenía cara de preocupación.

—¿Qué ocurre? —le preguntó él con la voz quebrada.

Se incorporó y se sentó, y al instante notó los músculos enroscados en los huesos y la piel tirante, tan tirante como una goma que estuviera a punto de romperse. Tenía la boca seca como un desierto, y su estómago… El estómago era lo peor de todo. Lo tenía dolorido de hambre, encogido, y gruñía tanto que parecía que se iba a comer a sí mismo.

—Me tenías preocupada —dijo ella, irguiéndose. Se metió la mano en el bolsillo y jugueteó con algo que crujía. Seguramente, un envoltorio de algún tipo—. Iba a empezar a echarte sangre por la garganta.

Ummm… Sangre…

Se relamió, intentando recordar los últimos momentos que había pasado despierto. Después del baile habían ido juntos a la habitación de Victoria para hablar. Él se había sentado al borde de la cama y… ya no se acordaba de más. Debía de haberse quedado dormido.

Qué pena.

Él quería hablarle de la mujer a la que había visto en su visión de cuando Victoria era una niña. De su madre, y del motivo de los latigazos. Tal vez aquel sueño inesperado hubiera sido una bendición, después de todo. Aquella noticia habría disgustado mucho a Victoria, y en aquel momento no parecía que fuera capaz de soportar otra carga. Parecía… débil, como si pudiera romperse fácilmente.

—¿Qué hora es?

Inhaló y… ¡Error! Todos sus pensamientos se desvanecieron. Su nariz se aferró a la esencia de Victoria y le envió a todo el cuerpo la orden de que debía tenerla. La boca se le llenó de humedad y comenzaron a dolerle las encías.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Victoria.

—Muy bien —respondió él con la voz ronca—. Bien.

—Como dice Riley, fingiré que me lo creo. Y, para responder a tu pregunta, acaba de amanecer.

Él agitó la cabeza para aclararse la mente, aunque no lo consiguió.

—¿Todavía?

—El siguiente amanecer.

Bueno, eso tenía más sentido.

—Entraste en un sueño de curación —le explicó Victoria.

Un sueño de curación. Aden nunca había oído aquel término, pero al igual que había sabido por instinto los nombres de los vampiros, supo también lo que significaba.

Era un estado parecido al coma, de completa privación sensorial, en el cual el vampiro y la bestia se convertían en un solo ser. El nivel de las células de la sangre ascendía rápidamente y aceleraba el proceso de curación.

Sin embargo, pese a aquello, Aden se sentía como si hubiera luchado contra cien matones y hubiera perdido.

Una lástima, porque tenía cosas que hacer. No podía quedarse allí acurrucado durmiendo.

Bajó de la cama con intención de levantarse, pero Victoria le puso una mano sobre el hombro para impedírselo. Algo necesario, porque aquel pequeño movimiento suyo le había causado una reacción de dolor en cadena. Más y más dolor.

—Si he experimentado un sueño de curación, ¿por qué me siento tan mal?

—Porque los nuevos tejidos están sin usar. No te preocupes. Cuando te hayas levantado y te hayas estirado, te sentirás mejor.

—¿Cuántas veces has tenido tú que soportar esto?

Ella encogió un hombro.

—Perdí la cuenta hace mucho tiempo.

A Aden no le gustó aquello.

—¿Quieres darme detalles?

—No especialmente, no.

—Puedo castigar a quien tú quieras.

Otro error por su parte. Él lo había dicho en broma para hacerla reír, pero ella no se rio, y él se dio cuenta de que había dicho la verdad. Quería aniquilar a cualquiera que le hiciera daño a Victoria.

—Ahora tienes que ver una cosa —le dijo ella.

—¿Ver qué?

—Esto. —Entonces, ella se dio la vuelta con un mando a distancia en la mano. Después de apretar algunos botones, el panel de madera de su vestidor se abrió y dejó a la vista una enorme pantalla de televisión. Ella la encendió y cambió de canal rápidamente, hasta que encontró uno de noticias—. Escucha —le dijo.

Un reportero con expresión sombría, protegiéndose de la llovizna con un paraguas negro, estaba hablando.

—… Lo que se ha llamado «La matanza de las Túnicas Rojas de Tulsa». Diez mujeres han sido salvajemente asesinadas. La policía está trabajando para hallar pruebas sobre quién ha podido cometer un crimen tan horrendo.

—Trágico —dijo él—, pero ¿por qué necesitaba saberlo?

Victoria bajó el sonido y se dejó caer en el colchón, junto a él.

—Mujeres vestidas con túnicas rojas. En Tulsa, donde están Riley y Mary Ann. Son brujas, Aden, y debían de ser las que los perseguían. Las apuñalaron repetidamente, lo cual significa que sus asesinos no eran ni hadas, ni vampiros, ni lobos.

—¿Están bien Riley y Mary Ann?

Ella se retorció las manos.

—No lo sé. Riley no se ha puesto en contacto conmigo desde hace unas horas.

—¿Elijah?

«No lo sé», dijo el alma.

De acuerdo. Así que el alma no había visto nada malo.

—¿Y por qué estás tan segura de que las criaturas que has nombrado no han sido las responsables?

—Porque las hadas nunca habrían causado un derramamiento de sangre. Los vampiros sí, pero después habrían lamido hasta la última gota de esa sangre. Y los lobos habrían dejado marcas de garras, no cuchilladas.

«Umm, sangre…».

En cuanto aquel pensamiento se registró en su mente, se sintió humillado. Aquella gente había muerto de una manera violenta y dolorosa, ¿y él quería un aperitivo? Volvió a la conversación con Victoria.

—¿Y quién puede haber sido?

«Espera, espera, espera», dijo Caleb de repente.

«Vuelve. Acabo de despertarme, y seguramente he entendido mal. ¿Acaba de decir ella que han matado a unas brujas?». Victoria también estaba hablando, pero Aden sólo oía a Caleb, porque el alma estaba muy disgustada.

—Sí —dijo Aden—. Lo siento muchísimo.

«No. Se ha equivocado. Tiene que haberse equivocado».

—Caleb…

«¡No! Elijah, dile que ella se ha equivocado. ¡Díselo!».

«Yo también lo siento», dijo Elijah con tristeza.

«¡No!». Caleb comenzó a sollozar.

Al alma le habían caído bien las brujas desde el primer día, y creía que estaba conectado a ellas de alguna manera, que las conocía desde su otra vida. La que había vivido antes de estar en Aden.

«Tienes que volver atrás en el tiempo, Aden. Tienes que salvarlas de esto».

Su respuesta fue instantánea.

—No. No puedo.

«Lo que pasa es que no quieres».

—Podrían salir mal demasiadas cosas. Tú lo sabes.

Era la misma respuesta que le había dado a Victoria cuando ella se lo había pedido. La misma respuesta que le daría a cualquiera que se lo pidiera. Al poner en una balanza los riesgos y las ventajas, siempre pesaban más los riesgos.

«¡Por favor, Aden, por favor!».

—No. Lo siento.

Mientras Elijah y Julian intentaban consolar a su amigo, Aden se dio cuenta de que Victoria lo estaba mirando con curiosidad.

—La noticia ha… destrozado a Caleb —le explicó él.

—Lo siento.

—Yo también.

Aunque a Aden no le gustaban demasiado las brujas, odiaba ver el sufrimiento de una de sus almas, y sólo por eso habría preferido que no muriera ni una sola de ellas.

—Lo mejor que podemos hacer por él es averiguar lo que ocurrió y asegurarnos de que no vuelva a pasar —dijo.

—Estoy de acuerdo. Me preguntaste quién puede ser el responsable. No creo que ni los zombis ni los duendes tengan la inteligencia suficiente como para hacer algo semejante. Así pues, sólo quedan los humanos.

—Pero ¿cómo van a vencer los humanos a un grupo de brujas? Sabemos, por experiencia, lo que pueden hacer con sus hechizos. Y los humanos no saben nada de magia. Cualquiera que se hubiera acercado a ellas habría estado indefenso.

—No lo sé.

—Tal vez, alguna de las razas a las que has nombrado quería que los humanos parecieran los culpables.

—Es posible, pero ¿para qué? ¿Para enviar un mensaje?

—¿Qué clase de mensaje?

—No lo sé. Esto no había ocurrido nunca. Nosotros limpiamos nuestras batallas. Todos nosotros. Casi nunca dejamos pruebas que puedan encontrar los humanos. Nos enseñan a ello desde que nacemos. Así es como sobrevivimos.

—Los tiempos cambian.

—Sí. Es cierto.

¿Qué significaba eso? ¿Que él había cambiado, y que a ella ya no le gustaba?

Junior emitió un rugido de hambre.

Aden se dejó caer al colchón con un suspiro, y se puso el brazo sobre los ojos.

—No estoy pensando con claridad. Hablemos de los asesinatos después de comer, ¿de acuerdo?

—Sí.

—¿Tú has comido ya? ¿Y dónde has dormido esta noche?

Él había ocupado la habitación de Victoria, y ella no había estado allí. Aden estaba enfadado consigo mismo por haberse quedado dormido y haber conseguido que ella se sintiera como si aquéllos no fueran sus dominios. Antes, Victoria se habría sentido lo suficientemente cómoda como para acurrucarse a su lado, pero después de cómo la había tratado últimamente, no debía de saber si iba a ser rechazada.

—He dormido en la habitación de Riley —dijo ella, y volvió a meterse la mano en el bolsillo para juguetear con el envoltorio que crujía, o con lo que fuera.

Él sintió una punzada de celos.

—Podías haber dormido aquí.

—Bueno, pero tú, rey de los Cielos y de la Tierra, ¿lo has dicho una sola vez desde que entraste en esta habitación?

—Lo estoy diciendo ahora.

Crujido, crujido. Ella no había terminado.

—Eso es estupendo. Maravilloso. Teniendo en cuenta que no has hecho otra cosa que rechazarme durante estos últimos días.

Y ahí estaba el quid de la cuestión.

—Lo siento. Lo siento mucho. Pero estoy mejorando, ¿no? Además, tú también has cambiado.

Muy bien. Ahora le estaba echando la culpa a ella, algo que Victoria no se merecía.

—¿Te refieres a que soy más humana?

Aden volvió a oír el crujido de un plástico. ¿Qué podía ser eso?

—No me refería a nada malo, te lo prometo. Pero… sí, eres más humana. Y no es una mala cosa.

—Sí, sí lo es. Estás diciendo que no era lo suficientemente buena tal y como era antes.

—¡No! Yo no quiero decir eso.

Pero ella todavía no había terminado.

—El que tú estés mejorando es estupendo. Maravilloso.

Aden se dio cuenta de que iba a odiar lo que llegaba después. Lo sabía.

—Pero yo he decidido que voy a estar enfadada —dijo Victoria.

Sí. Lo odiaba.

—¿Lo dices en serio?

—¿Es que soy famosa por mi gran sentido del humor?

—¿Y por qué has decidido estar enfadada?

—Porque me apetece.

¿Y cómo discutía uno con aquella clase de lógica?

—Muy bien.

—Muy bien.

—Yo todavía tengo que comer.

—¿Quieres que avise a un esclavo de sangre?

No. Sí.

—No.

Sólo había una sangre que él deseara, y era la de ella. Sin embargo, había tomado la de Sorin. Eh, ¿y por qué no estaba viendo la realidad a través de sus ojos? Se lo preguntó a Victoria.

—La sangre sólo tiene ese efecto durante un tiempo limitado, y como te has pasado un día entero durmiendo, tu conexión con Sorin ha desaparecido. Bueno, ¿quieres que avise a algún esclavo?

—Ya encontraré algo que comer después —dijo Aden. Se obligaría a sí mismo—. Antes quiero lavarme.

Crujido, crujido.

—¿Qué tienes en el bolsillo?

Victoria se ruborizó.

—Nada. Vamos, ve a lavarte.

De acuerdo. Aden se levantó de la cama, tambaleándose un poco, y se marchó hacia el baño, pensando que debía de parecer un anciano con un bastón.

—Ah, Aden, y gracias por no matar a mi hermano —dijo ella, antes de salir y cerrar la puerta.

—De nada.

Se lavó los dientes, se duchó rápidamente y se dio cuenta de que Victoria le había dejado ropa limpia en un rincón: una camiseta gris, unos vaqueros y sus botas. Todo estaba planchado, y le quedaba perfectamente.

Mientras los rugidos de Junior aumentaron y los sollozos de Caleb fueron cesando, Aden se miró en el espejo. Todavía le resultaba raro verse rubio. Llevaba años tiñéndoselo de negro. Y sus ojos también le sorprendieron. La última vez que se los había visto eran dorados. En aquel momento eran un caleidoscopio de colores.

Lo que le asombró más fue el hecho de no tener hematomas ni perforaciones en la piel. Su aspecto físico era muy bueno, aunque por dentro todavía tenía que recuperarse del todo. Pese a la ducha caliente, seguía sintiendo dolores.

Pero, teniendo en cuenta que esperaba tener los labios partidos, y que había perdido un diente que había vuelto a crecerle durante el sueño de curación, no iba a quejarse.

Oyó pasos en la habitación de Victoria y abrió la puerta del baño. Antes de ver quién había entrado, los olió: eran los hermanos de Riley, Maxwell y Nathan. Emitían un fuerte olor a aire libre y a miedo.

Nathan era pálido de los pies a la cabeza. Tenía el pelo rubio pálido, los ojos azul pálido, la piel pálida. Maxwell era dorado. Ambos eran muy guapos, pero estaban maldecidos por las brujas. Cualquiera a quien deseara uno de los dos vería una máscara de fealdad al mirarlo. Y cualquiera a quien ellos no desearan vería sus verdaderas caras y su belleza.

Aden veía sus caras reales.

Ambos tenían el ceño fruncido y estaban tensos de preocupación, intentando consolar a Victoria, que estaba llorando.

—¿Qué ocurre? —preguntó él, acercándose, dispuesto a matarlos si la habían disgustado.

Estaba a punto de lanzar un puñetazo de todos modos cuando ella le tendió una copa.

—Toma, bebe esto.

Él olió la dulzura antes de ver la sangre. Junior se volvió loco dentro de su cabeza y sus rugidos se convirtieron en síes. A Aden se le hizo la boca agua y el dolor de las encías se intensificó de la impaciencia. Sabía perfectamente de qué vena había salido aquella sangre. De la de Victoria.

Levantó el brazo, tomó la copa y se la bebió en un segundo, y sólo se dio cuenta de que se había movido cuando consumió la última gota.

Después de beber la sangre de Sorin había pensado que era fuerte, pero estaba equivocado. Aquello era la fuerza. Era una cascada de calor que cayó por su cuerpo y lo encendió como una casa en Navidad. Cerró los ojos mientras saboreaba la sangre, y sintió que todas sus células burbujeaban. Todos los dolores que sentía aún a causa de la pelea con Sorin desaparecieron. Sus músculos se tonificaron y tal vez, incluso, creciera uno o dos centímetros.

Junior ronroneó de satisfacción y se quedó dormido como un bebé.

Aden quería más.

«No bebas más», le dijo Julian.

¿Cómo era posible que hubiera sabido lo que estaba pensando? ¿Acaso lo había dicho en voz alta? ¿Estaba mirando el cuello de Victoria? Un momento, ¿cómo iba a estar mirando a Victoria? Todavía tenía los ojos cerrados.

Los abrió y se dio cuenta de que había dejado caer la copa y de que había agarrado a Victoria de los brazos. Estaba acercándola a sí cada vez más…

Salió de su estupor y la soltó. Retrocedió. Maxwell y Nathan lo estaban mirando con inquietud.

Un poco más tarde vería el mundo a través de los ojos de Victoria. ¿Continuaría también deseando su sangre, y nada más que su sangre? No le importaba.

Porque tenerla a su lado compensaba el riesgo de convertirse en un adicto. Estaba dispuesto a soportar cualquier cosa por estar con ella y poder beber su sangre.

Victoria se movió con desconcierto. Él todavía la estaba mirando fijamente. Bajó los ojos, y entonces vio su muñeca. Aunque ella llevaba un vestido de manga larga, la tela se había echado hacia atrás y dejaba ver una herida que se extendía de un lado a otro.

Se había cortado hacía poco, y la herida no se le había curado.

¿Por qué no se había curado?

—¿Estás bien? —le preguntó él.

—No —respondió ella, mostrándole la pantalla del teléfono móvil—. Mira lo que ha llegado.

Aden leyó el mensaje.

Tulsa. St. Mary. Muriendo. Venid deprisa.

—Es de Riley —dijo ella, con la barbilla temblorosa.

«Eso no es de Riley», dijo Elijah.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Aden.

—Porque ha estado…

—Disculpa —dijo Aden, alzando la mano—. Elijah sabe algo. Un momento.

Ella asintió.

«Primero, —continuó el alma—, por lógica. Si Riley se estuviera muriendo, no habría enviado un mensaje tan preciso y bien escrito. Segundo, acabo de tener una visión de Tucker escribiendo esas palabras».

Con un nudo en el estómago, Aden les contó lo que le había dicho Elijah. Después volvió a hablar con el alma.

—¿Qué más has visto? Por favor, muéstramelo.

«No te va a gustar».

—Da igual. Enséñamelo de todos modos.

Silencio.

Después, un suspiro.

«Como quieras».

Un momento más tarde, a Aden le fallaron las rodillas.

Vio a Riley en una camilla, pálido como la muerte, y con una herida abierta en una de las pantorrillas.

Mary Ann también estaba en una camilla, y la estaban metiendo en una ambulancia con el nombre del Hospital St. Mary pintado en un lateral. Llevaba unos pantalones vaqueros y un sujetador, y estaba manchada de sangre seca.

Los médicos le estaban dando un masaje cardiaco, pero ella no respondía.

—Puede que haya sido Tucker quien envió ese mensaje, pero no ha mentido —dijo Aden con la voz ronca—. Están malheridos.

—¿Qué le ocurre a Riley? —preguntó Maxwell.

Aden les explicó lo que había visto.

Los hermanos soltaron una maldición. Victoria se apretó la boca con los nudillos, pero de todas formas se le escapó un sollozo.

—¿Puede ser que Tucker haya matado a las brujas y después se haya vuelto contra Riley y Mary Ann? —preguntó Nathan—. Tiene parte de demonio, y puede proyectar ilusiones. Así que si hay alguien que pueda vencer a un aquelarre de brujas, es él.

Caleb soltó unas cuantas imprecaciones, todas ellas dirigidas a Tucker.

—Tucker no habría podido derrotar a Riley —dijo Maxwell.

Aden tuvo que concentrarse para escuchar los sonidos de su cabeza.

—Pasara lo que pasara, tenemos que ir al St. Mary’s —dijo Aden. Él no sabía mucho acerca de los hombres lobo, pero ¿qué pasaría si los médicos encontraban algo diferente en el cuerpo de Riley?—. ¿Puedes teletransportarnos a Tulsa, Victoria?

Ella palideció.

—No-no. Quería hablar contigo… —dijo, y miró de reojo a los hombres lobo—: Mi… eh… mi hermano… Lo que me dio todavía debe de estar afectando a mis habilidades. No puedo. Pero quizá… No sé… Tú sí puedas…

—¿Yo? —preguntó Aden. Él nunca lo había intentado, no quería perder tiempo aprendiendo cuando tal vez no poseyera aquella habilidad—. No, iremos en coche.

Alguien llamó a la puerta, y las bisagras sonaron cuando la bella Maddie entró en la habitación. Tenía la misma expresión del día en que había ido a informarle de la visita de Sorin.

—No sé por qué me han elegido para traeros malas noticias otra vez —dijo la muchacha vampiro, con agitación—, pero vuestros amigos humanos han vuelto, Majestad.

—No tengo tiempo para hacerles caso. Diles que vuelvan a casa y…

«Tienes que hablar con ellos, —le dijo Elijah con urgencia—. Ahora mismo».

«Pero las brujas…».

—Tendrán que esperar —dijo Aden, cortando la intervención de Caleb—. Lo siento —le dijo al alma, y después se giró hacia Maddie—: Llévame con ellos.

Bajaron las escaleras, torcieron varias esquinas y llegaron al vestíbulo. Allí estaban Seth, Ryder y Shannon, los tres cubiertos de hollín. Prácticamente, echaban humo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Aden.

—El rancho… —respondió Seth, pero tuvo un acceso de tos.

—Se-se ha que-quemado —dijo Shannon—. No ha quedado nada.

Aden se puso muy tenso.

—¿Y Dan y Meg?

—Ambos están vivos, aunque heridos —dijo Ryder—. Y están vivos porque Sophia los sacó.

Sophia, la perra favorita de Dan. «No reacciones. Todavía no». Una reacción llevaría a otra, y él no podía perder la calma en aquel momento. Tenía que ser fuerte, pese a que todo estuviera saliendo mal, pese a que estuvieran ocurriendo demasiadas cosas malas.

Shannon se frotó la nuca. Las lágrimas se le caían por las mejillas, dejando regueros entre el hollín.

Sophia no sobrevivió. Brian tampoco.

Brian, el otro chico que vivía en el rancho. Aden y él nunca habían sido muy amigos, pero Aden nunca le habría deseado nada semejante.

—Terry y R. J. se van a mudar antes de tiempo. Y los servicios sociales nos van a separar a los demás —dijo Ryder, con los hombros hundidos—. Nos van a mandar a otras casas. Tal vez al reformatorio. Los polis pensarán que fuimos nosotros los que causamos el fuego.

—¿Y lo hicisteis? —preguntó Nathan.

Seth se enfureció y se lanzó hacia él.

—¡Claro que no! El rancho era nuestro hogar. Dan es la única persona que se ha preocupado por nosotros. Nosotros nunca le habríamos hecho daño.

Entonces, ¿quién podía haber sido? ¿Tucker? Pero ni siquiera un demonio podía estar en dos sitios a la vez.

—Mi padre —murmuró Victoria con horror—. Creo que ha empezado a golpearte, lo cual significa que está más fuerte.

Sí, pensó Aden. Los chicos ya no estaban seguros. Sin embargo, si huían, parecerían los culpables del incendio. Además, Vlad podía encontrarlos allí donde estuvieran.

Sólo había un lugar donde podrían estar seguros: allí mismo.

Todos lo estaban mirando a la espera de órdenes. O de respuestas. La carga de protegerlos era muy pesada, pero él había aceptado aquel desafío, así que tenía que estar a la altura.

—Maddie, avisa a Sorin para que venga.

Ella asintió y se marchó.

En cuanto apareció el hermano de Victoria, Aden comenzó a dar más órdenes.

—Te quedas a cargo de todo, Sorin, pero no te acostumbres. Tengo que salir durante un tiempo. Díselo a los demás —le indicó a Maddie—. Maxwell, Nathan, vosotros venís con Victoria y conmigo. Los humanos se quedan aquí. Y nadie puede hacerles daño.

—Yo-yo voy conti-tigo —dijo Shannon.

Los vampiros y los hombres lobo jadearon al presenciar aquel atrevimiento. Seth y Ryder se quedaron confundidos por la reacción general.

No merecía la pena discutir. Además, podía ser agradable tener a un humano cerca.

Un momento. ¿Había pensado en sus amigos como humanos? Tenía la mentalidad de un vampiro, incluso.

—He cambiado de opinión —dijo—. Los tres vienen conmigo. Sorin, que todo el mundo sepa que la pelea entre Draven y Victoria queda pospuesta hasta nuestro regreso. Quiero verla, y no puedo hacerlo si estoy fuera. Y quien diga que esto es una estratagema para evitarle una paliza a Victoria…

—Será castigado —dijo el guerrero—. Lo sé.

—Envía a unos cuantos hombres lobo al instituto. Quiero que el edificio esté protegido día y noche —añadió, por si acaso a Vlad se le ocurría golpearlo también de aquel modo—. Y quiero que alguien proteja también al padre de Mary Ann.

Sorin asintió.

—Así se hará.

Aden todavía no estaba seguro de que pudiera confiar en el guerrero, pero no sabía qué otra cosa podía hacer. O Sorin estaba trabajando para su padre, espiándolo a él, o lucharía contra Vlad con más fervor que ningún otro, y ayudaría a la causa de Aden.

Elijah no había protestado, así que Aden no iba a preocuparse mucho.

—Bueno —dijo, mirando a sus amigos—. Vayamos a salvar a Riley y a Mary Ann.

«Si no es demasiado tarde», dijo entonces Elijah.

—Si no tienes nada productivo y positivo que añadir —le espetó Aden—, no vuelvas a hablar.

Elijah permaneció en silencio durante todo el trayecto a Tulsa.