Los gritos que habían estado resonando por la cabeza de Aden durante una eternidad cesaron súbitamente y sólo quedó el silencio. Sin embargo, el silencio era peor que los gritos, porque sin la distracción, era mucho más consciente de la niebla oscura que lo rodeaba.

Tenía que escapar de allí. Moriría si se quedaba en aquel lugar. Intentó abrirse paso con las manos, con las uñas, y trepar, trepar cada vez más alto, hasta que…

Abrió los ojos.

Lo primero que notó era que la niebla se había disipado. Sin embargo, todo lo que había a su alrededor todavía era borroso. Respiró profundamente para centrarse, y entonces gruñó. En el aire había un perfume suave que le hizo la boca agua y le calentó la sangre.

Saborear…

Alguien lo llamó. Era la voz de una chica, llena de preocupación y de alivio a la vez. Él pestañeó y se incorporó. Estaba en un dormitorio blanco que le resultaba familiar.

Se le acercó la chica, que llevaba una túnica negra, y que se estaba retorciendo las manos. Tenía el pelo oscuro y largo, la piel pálida, suave, perfecta, y los ojos azules más bonitos que él hubiera visto en su vida.

Ella le posó la mano en la frente. La dulzura del aire se intensificó, y el ansia por saborearla también. Aunque quería morderla, se apartó de su contacto.

La expresión de la muchacha reflejó un dolor enorme.

En un segundo, ella enmascaró aquel sentimiento e irguió los hombros.

—Me alegro de que te hayas despertado —dijo.

Él se dio cuenta de que por debajo de su labio superior asomaban dos colmillos. Era una muchacha vampiro. Una princesa de los vampiros. Se llamaba Victoria, y era su novia. Los detalles le llegaron como pelotazos de bolas de béisbol que salieran de una máquina lanzadora. Sin embargo, él no reaccionó.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó ella.

Aden la miró. ¿Que cómo se encontraba? Sus terminaciones nerviosas se habían calmado, y no sentía nada.

Ella tragó saliva.

—Has estado dormido cuatro días. Te dimos tu medicación para acallar a las almas, por si acaso eran ellas las que te mantenían inconsciente —explicó Victoria. Se mordió el labio y miró hacia atrás—. No creímos que tuviéramos otra alternativa.

Hablaba en plural; eso significaba que alguien la había ayudado.

Aden paseó la mirada por la habitación y vio a un chico en un rincón. Era alto y fuerte, y tenía el pelo oscuro y los ojos verdes. Riley. Era un hombre lobo y una pesadez, pero un buen tipo, pese a todo.

A su lado había una chica humana a quien Aden no conocía. Estaba muy pálida y nerviosa; se movía ligeramente y miraba a cualquier sitio salvo a él.

De nuevo, se intensificó la dulzura del aire. En aquella ocasión, sin embargo, tenía matices especiados, y Aden se echó a temblar de impaciencia.

Impaciencia; la primera emoción que sentía desde que se había despertado. Y lo consumía.

—Tengo sed —dijo con la voz quebrada.

Victoria le tendió la muñeca y él recordó que había bebido de ella. Y de aquel cuello elegante. Y de aquella maravillosa boca. Estaba poseído por la necesidad y completamente embriagado. Se había odiado a sí mismo. Recordó eso también.

Y recordó que la había odiado. O, por lo menos, una parte de él la había odiado.

Aquella parte debía de haberse fortalecido, porque Aden tuvo ganas de zarandearla, de hacerle daño como ella se lo había hecho a él. De castigarla por lo que le había hecho.

Aquel impulso lo dejó sorprendido. ¿Qué era lo que le había hecho Victoria?

—¿Aden? —dijo ella, y agitó la muñeca.

La humedad de su boca aumentó de temperatura y comenzó a quemarle. Necesitaba alivio, necesitaba sangre. Aden reconoció aquella sensación y se inclinó hacia ella. Sin embargo, antes de clavarle los colmillos, se detuvo en seco. ¿Qué iba a hacer? Necesitaba sangre, sí, pero no la de ella. La sangre de Victoria era peligrosa, porque era adictiva.

Con un gran esfuerzo, apartó su brazo. Al tocarla notó la calidez de su piel, y un cosquilleo. Quería que ella volviera a tocarlo, una y otra vez.

«Concéntrate en la humana».

—Tú —le dijo—. ¿Quieres darme comida?

La chica lo miró fijamente.

—S-sí.

—¿Estás nerviosa?

—¿Por vos? —preguntó la muchacha, y después negó con la cabeza—. N-no.

No estaba asustada de él, pero era obvio que estaba asustada por algo. Sin embargo, él no iba a detenerse por eso.

—Bien. Ven aquí.

Riley y Victoria se miraron. Aden supo que Riley le estaba transmitiendo sus pensamientos a Victoria, pero se encogió de hombros. Podían decirse lo que quisieran. Él no iba a cambiar su decisión.

Por fin, Victoria asintió y retrocedió, y el lobo empujó suavemente a la chica hacia él. Ella rodeó a la princesa, manteniéndose alejada de ella, y Aden comprendió de repente que la muchacha temía a Victoria.

Inteligente por su parte. Victoria la estaba observando con los ojos entrecerrados, y parecía que iba a atacar en cualquier momento. ¿Eran enemigas? No, eso no podía ser. Riley era muy protector con Victoria y nunca habría permitido que la humana se acercara a ella si fuera su enemiga. Así pues… ¿cuál era el problema?

La muchacha sólo se relajó cuando por fin estuvo a su lado. Hizo una reverencia y sonrió.

—¿Qué puedo hacer por vos, mi rey?

—Acércame tu brazo.

Ella obedeció al instante. Le agarró la muñeca con la mano y sintió la frialdad de su piel. Inhaló su olor y lo analizó. Era fuerte, más especiado que dulce, pero le serviría. Abrió la boca para morderla…

—Espera. Le vas a hacer daño —dijo Victoria, y en una fracción de segundo estuvo junto a la chica y la apartó de Aden.

La muchacha jadeó y se echó a temblar.

Aden gruñó.

—No tienes colmillos —le dijo Victoria, alzando la barbilla—, y vas a hacerle daño. Yo la morderé y…

—No. La morderé yo —respondió Aden. Tuviera colmillos o no, sabía alimentarse. ¿Acaso no se lo había demostrado a Victoria una y otra vez?

—Yo la morderé —insistió ella, hablando entre dientes—, y después podrás beber.

No le dio opción a protestar. Simplemente, mordió a la chica en el brazo.

La humana cerró los ojos y gimió de placer. Un placer que Aden conocía bien y anhelaba, pese a su decisión de conservar la frialdad. Los colmillos de los vampiros producían una droga que adormecía la piel y fluía por las venas de la presa, dando calor y proporcionando un increíble bienestar. Por ese motivo, muchos humanos se convertían en adictos al mordisco.

Pero él no. Él no volvería a ser adicto nunca más.

Pasó un segundo y Victoria alzó la cabeza. Tenía los labios manchados de sangre, y Aden tuvo el deseo de lamérselos. En vez de eso, se concentró en los dos pinchazos que tenía la humana en la muñeca. La sangre brotaba de ellos, y aquella visión hizo que Aden gruñera de nuevo. No perdió el tiempo en recriminarle a Victoria su desobediencia. Se limitó a tomar la muñeca de la humana, y a lamer.

Lamió una vez, y después otra, y saboreó aquella ambrosía. Entonces comenzó a succionar, y dejó que el néctar le llenara la boca. Tragó y cerró los ojos, con la misma sensación de placer que había experimentado la humana. Y, sin embargo, pese a que aquella sangre tenía un delicioso sabor, él era consciente de que debería haber sido mejor. Debería haber sido más dulce, y tener sólo un ligero matiz a especias.

—No tiene colmillos, pero anhela beber sangre —dijo Riley—. Nunca había visto nada semejante.

—Yo tampoco —dijo Victoria con tirantez—. Míralo. Está disfrutando como un loco.

—¿Disfrutando? A mí no me lo parece. Tiene la mirada perdida desde que se despertó. Le pasa algo.

Aden sabía que estaban hablando de él, pero seguía sin importarle en absoluto.

—Bueno, pues ella sí que está disfrutando —añadió Victoria—. Si yo no la estuviera sujetando, se frotaría contra él.

—¿Quieres que te diga que no? —murmuró el lobo—. Porque estaría mintiendo.

—Eres un mal amigo.

—Lo que tú digas. Pero no la mates después. Tuve que prometerle a Lauren que le harías la colada durante una semana para que me prestara a la chica. Y tuve que prometerle que le harías la colada para siempre si a la esclava le ocurría algo.

—Muchas gracias. ¿Por qué no le pediste un chico a Lauren?

—Esto es sólo una suposición, pero creo que los humanos no son como nosotros. Ellos no pueden separar la alimentación del sexo. Me figuré que Aden apreciaría una chica.

—Bueno, ¡pues la está apreciando demasiado!

Riley arqueó una ceja.

—¿Estás celosa?

—No. Sí. Es mío —dijo ella. Después hizo una pausa—. Bueno, lo era. Ahora… me ha apartado. Dos veces. ¿Lo has visto?

—Sí, lo he visto, pero él te quiere a ti, Vic. Tú lo sabes.

—¿De veras? —preguntó ella suavemente.

«¿De veras?», se preguntó también Aden. ¿La quería, aunque en aquel momento ella no le cayera nada bien? Porque para querer a alguien, no tenía que caerte bien. Aquélla era una lección que había aprendido de pequeño, cuando sus padres lo habían abandonado sin mirar atrás.

Ellos no le caían bien, pero no había podido dejar de quererlos. Por lo menos, al principio. Sin embargo, a medida que pasaban los días entre el estupor que le provocaba la medicación, y cuando los otros pacientes de la clínica mental le pegaban y le insultaban, aquel amor se había transformado en odio. Y finalmente, el odio también había desaparecido y se había convertido en indiferencia. Él tenía a las almas.

Sus almas. ¿Dónde estaban? No estaban parloteando como de costumbre. No notaba su presencia al fondo de su mente. ¿Las tenía Victoria?

Ella ya no lo estaba mirando. Estaba observando algo que había por encima de su hombro, y tenía los ojos tan azules como antes, sin rastro del verde, el marrón y el gris. No, las almas no estaban dentro de su cabeza.

Debían de estar dentro de él, pero la medicación las había dormido. Otro motivo para sentir desagrado por Victoria. Las almas eran sus mejores amigos, y en algunas ocasiones habían sido su único motivo para seguir viviendo. Ellos odiaban la medicación, y no iban a estar contentos cuando se despertaran. Ella lo sabía, pero de todos modos le había obligado a tomar las pastillas.

—Sí —dijo ella, por fin—. Me quiere. Lo sé.

¿Lo sabía? Entonces, iba un paso por delante de él, porque en aquel momento estaba confuso. Pese al rechazo que sentía, también era consciente de la gran atracción que le provocaba Victoria. Era perfecta como una fantasía hecha realidad, y la deseaba, pero no era capaz de sentir una sola chispa o atisbo de ternura.

Mientras pensaba, seguía succionando la sangre de la humana, y cada vez se sentía más fuerte. Sus músculos se expandían, y sus huesos vibraban. Y, vaya, si aquella chica humana le estaba afectando tanto, ¿hasta qué punto podría afectarle la muchacha vampiro?

—Bueno, ya está bien —dijo Riley. Se acercó a la cama, agarró a la chica y tiró de ella para alejarla de Aden—. Márchate —le ordenó.

—Yo… yo… —La chica se tambaleó—. Sí, por supuesto. —Luego sonaron unos pasos y la puerta se cerró.

—Victoria —dijo Riley, y cuando le tendió la mano a la muchacha vampiro, Aden se puso en pie de un salto y se colocó entre ellos para evitar que se tocaran. Sintió un impulso instintivo de proteger algo que era suyo.

—¿Quieres luchar conmigo, o con ella? —le preguntó Riley.

—Con ninguno de los dos.

O con los dos. Tal vez no le cayera bien Victoria, pero seguía deseándola. No quería que la tuviera ningún otro. El impulso… Aquellas dos necesidades, opuestas la una a la otra… ¿Qué le ocurría? Se sentía como si tuviera dos personalidades distintas.

—Ya. ¿Y por qué has sacado las garras?

¿Garras? Aden se miró las manos. Tenía las uñas prolongadas y afiladas, como si fueran pequeñas dagas que sobresalían de sus dedos.

—¿Cómo es posible?

Riley suspiró, y dijo:

—O te estás convirtiendo en vampiro poco a poco, transformación a transformación, o eres el primer híbrido entre humano y vampiro, que yo sepa. Bueno, ¿vas a retroceder, o tengo que obligarte?

Aden se rio suavemente.

—Podrías intentarlo.

Claramente, aquélla no era la respuesta que estaba esperando el hombre lobo. Pestañeó y agitó la cabeza.

—Mira, ya resolveremos este asunto del enfrentamiento entre machos enfadados. A ti te pasa algo, y no sé hasta dónde llega el problema. Así pues, creo que deberíamos charlar un poco para averiguarlo.

—No me ocurre nada —dijo Aden con cara de pocos amigos, y zanjó—: Ya hemos tenido la charla. Y ahora, da la orden de que mi gente se reúna en el gran salón.

Aquellas palabras tenían un eco de amenaza, y le causaron tanta sorpresa a Aden como a Riley. Él acababa de aceptar el trono vampiro, pero nunca había pensado que los vampiros fueran su gente. Sin embargo, lo eran, y tenía muchas cosas que decirles.

—A ti te ocurre algo, Aden —insistió Riley—. Ni siquiera has preguntado por Mary Ann. Se ha marchado y está por ahí, sola, tal vez en peligro. ¿Es que ya no te importa?

Él notó una chispa de emoción en el pecho, que se extinguió antes de que pudiera preguntarse qué era, o qué significaba.

—No le va a pasar nada —dijo.

—¿Estás seguro? ¿Te lo ha dicho Elijah?

—Sí, estoy seguro. No, no me lo ha dicho Elijah.

En los ojos de Riley se reflejó la esperanza, pero se apagó rápidamente.

—Entonces, ¿por qué estás tan seguro?

Porque quería estarlo, y en aquel momento, Aden estaba seguro de que siempre conseguía lo que quería. Y, si no lo conseguía, hacía lo necesario para cambiar las circunstancias.

Tal vez sí le ocurriera algo, tal y como decía Riley. Sin embargo, no le importaba. Iba a hablar con su gente, tal y como había pensado.

—Tal vez no me hayas oído bien —dijo—. Tienes que ir a reunir a todo el mundo.

—Reúnelos tú —respondió Riley—. Yo voy a buscar a Mary Ann. Victoria, ¿vienes?

—No, se queda —dijo Aden. Las palabras se le escaparon de entre los labios antes de que pudiera evitarlo. Pese a todo, quería que ella estuviera a su lado.

—¿Victoria? —insistió el lobo.

—Yo soy la que le hizo esto —dijo ella suavemente—. Tengo que quedarme para asegurarme de que… ya sabes.

Aden no sabía qué significaba aquel «ya sabes», pero tampoco le importaba. Iba a conseguir lo que quería: su presencia. Eso era suficiente por el momento.

Riley apretó la mandíbula.

—Está bien. No te separes de tu móvil, y llámame si necesitas cualquier cosa. Ten cuidado.

—Sí.

Riley asintió con tirantez hacia Aden, y después se marchó a toda prisa.

Aden ni siquiera miró a Victoria para darle las gracias. Él no tenía por qué dar las gracias por nada, ¿no? Aunque el deseo de hacerlo brotó en su pecho, murió tan rápidamente como se había extinguido la emoción por Mary Ann. Se acercó a la única ventana de la habitación, que se abría a un balcón, con la determinación de convocar a su gente.