Cuando Aden les escribió un mensaje de texto para indicarles dónde iban a reunirse, Riley ya había conseguido otra habitación y estaba limpio de sangre y vendado. Victoria había recuperado el conocimiento, se había duchado y se había cambiado, pero tenía muchos hematomas. Mary Ann también se había duchado y se había cambiado, y estaba muy enfadada. Consigo misma, y con todos los que la rodeaban.

Tucker estaba muerto. Había muerto de una manera violenta y espantosa, y no parecía que le importara a nadie. Había causado mucho dolor, y habría causado más de seguir vivo, pero parte de ella lamentaba su muerte. Lloraba al chico al que había conocido, que la había tratado con respeto y amabilidad y había hecho que se sintiera guapa. El chico que nunca conocería a su hijo.

¿Cómo iba a contarle aquello a Penny? Tendría que llamarla y decírselo. Pero no en aquel momento. Tal vez después de haber asumido su propia pena.

Mary Ann no culpaba a Aden por lo que había ocurrido. Si no lo hubiera matado él, lo habría hecho Riley. No había término medio con aquellas criaturas; o mataban, o morían.

Riley aumentaba su enfado por su forma de tratarla. Sin embargo, iba a tener que decírselo directamente. No podía seguir sin dirigirle apenas la palabra, y después lanzándose a defenderla con tal furia, como si todavía le importara. No iba a poder seguir manteniéndola a distancia, y después mirarla como si fuera una delicia.

Si las cosas habían terminado, habían terminado. Ella necesitaba saberlo para cortar todos los lazos.

Lo quería, y quería que formara parte de su vida, pero se merecía que la trataran bien. No iba a morirse sin él. Lo sabía. Lo echaría de menos y lloraría, pero al final estaría bien. ¿Verdad?

La próxima vez que estuviera a solas con Riley iban a resolver aquel asunto.

Caminaron hasta el aparcamiento del almacén vacío en el que debían encontrarse con Aden. No había mucho tráfico, lo cual era bueno. El sol se estaba poniendo y había sombras en todas direcciones. Otra buena cosa.

—Me pregunto si Aden… —empezó a decir Victoria. Sin embargo, se interrumpió con un jadeo.

Aden apareció, simplemente. En un abrir y cerrar de ojos, estaba frente a ellos, encorvado, intentando recuperar el aliento.

Podía teletransportarse. ¿Cuándo había ocurrido aquello?

—Esto es un poco más difícil de lo que había pensado —dijo él, con la respiración entrecortada.

—¡Aden! —exclamó Victoria, y corrió hacia él.

Aden se irguió y abrió los brazos. Se abrazaron con fuerza, y ella escondió la cara en su cuello con un gesto de dolor por las heridas.

—¿Estás bien? —le preguntó él.

—Sí. Sólo tengo un chichón en la cabeza, porque Tucker me arrojó contra la pared. ¿Y tú?

—Estoy bien. Siento haberme enfadado tanto contigo. Debería haber…

—No, soy yo la que lo siento. Tenía que habértelo dicho antes. No puedo creer que…

—Estaba celoso, pero si hubiera parado…

Por el amor de Dios, estaban hablando a la vez, lo cual hacía casi imposible escuchar lo que decían.

Victoria posó las manos en las mejillas de Aden.

—No tienes ningún motivo para estar celoso, te lo prometo. Fue cosa de un día y nunca volverá a suceder. Ni siquiera fue demasiado bueno.

Mary Ann no sabía de qué estaba hablando, pero Riley sí debía de saberlo, porque murmuró algo de que «no era culpa suya», y «mejor que bueno, como siempre».

Tardó un momento, pero a Mary Ann se le encendió una bombilla en la mente. «Cosa de un día». «No volverá a suceder». «No demasiado bueno». «Mejor que bueno».

Sexo.

Se dio la vuelta con una mirada fulminante. Él se había cruzado de brazos y tenía una pose despreocupada.

—¡Me dijiste que Victoria y tú nunca habíais tenido nada!

—Nos acostamos una vez. Eso no es precisamente tener algo.

Entonces, ¿qué era?

—¿Hay alguien con quien no te hayas acostado?

Riley se encogió de hombros.

—Unas pocas desafortunadas, pero eso significa sólo que todavía no las he conocido.

—¿De verdad que te vas a poner sarcástico ahora?

—¿Qué quieres que diga, Mary Ann?

—¿Cuándo ocurrió? Dime eso.

—Antes de que te conociera.

—¿Antes de salir con su hermana?

Riley asintió, como si no oyera, o no le importara su disgusto.

—Sí. Antes de eso. Yo nunca he engañado a ninguna de mis novias, y no lo voy a hacer, así que esta conversación no tiene sentido.

Mary Ann agitó la cabeza. No era de extrañar que siempre se hubiera sentido celosa al verlos juntos. Y no era de extrañar que Victoria y él siempre se sintieran tan cómodos el uno con el otro. ¡Se habían visto desnudos! Y, una vez que se había probado la fruta prohibida, era mucho más fácil tomarla una segunda vez. Y una tercera.

Mary Ann era prueba de ello. ¿Cuántas veces se había besado con Riley, cuando no debería haberlo hecho?

—Mira, fue algo embarazoso, ¿vale? Como ella misma ha dicho, no va a haber ninguna repetición.

Como si con aquello lo arreglara todo.

—¿Y por qué no me acuesto yo con Aden, y vemos qué pasa?

Riley se inclinó hacia ella. Su tono conciliador desapareció.

—Tú no te vas a acostar con Aden —dijo, con tanta furia contenida que a Mary Ann se le puso el vello de punta.

Pestañeó de la sorpresa. Aquélla no era la reacción que se esperaba de él. Significaba que todavía le importaba lo que ella pudiera hacer, y con quién.

—¿Por qué? ¿Porque todavía soy tu novia?

Pasó un momento. La furia cesó, y él se irguió y recuperó el sentido común.

—Yo… no lo sé. Ninguno de los dos somos la misma persona que éramos hace unas semanas.

Sinceridad. Bueno, eso era lo que quería ella. Y quería más.

—Dilo —le ordenó, para resolver aquel asunto, pese a que tenían público. «Por favor, no lo digas. Por favor, no digas que hemos terminado».

A él le vibró un músculo bajo el ojo. Era señal de su disgusto; algo que estaba ocurriendo muy a menudo últimamente.

—Soy prácticamente humano. Ya no puedo protegerte.

Si aquél era su único argumento, nunca podría librarse de ella.

—Lo has hecho muy bien en el motel.

—¿Y qué pasará cuando una manada de lobos decida que tú eres su almuerzo?

—Entonces, si pudieras convertirte en lobo, ¿estarías conmigo cada minuto del día?

—No, por supuesto que no.

—¿Me encerrarías?

—No.

—Entonces, ¿cómo me protegerías de eso? Podría ser el desayuno de cualquiera, o la comida, o la cena aunque tú pudieras convertirte en lobo. Deja de dar excusas y di lo que los dos sabemos que quieres decir. —«No me hagas caso».

Él tenía la respiración acelerada, y las ventanas de la nariz blancas por la fuerza de sus inhalaciones.

—Hemos… hemos…

—¡Dilo! —«No. No lo digas».

Mary Ann notó que alguien le ponía la mano en el hombro y se dio la vuelta con un gritito. Aden estaba a su lado con el ceño fruncido. Riley le rugió, se dio cuenta de que era su rey, y se calmó.

—Vamos a casa de Tonya. Yo llevaré a Victoria. Riley, tú lleva a Mary Ann.

Mary Ann se ruborizó. Bien, ahora sí le importaba su público.

—¿Por qué quieres volver a casa de Tonya?

—Ella sabe cosas que Julian y yo no podemos encontrar en las fotografías. Así que, nos vemos allí dentro de… ¿media hora?

Tiempo suficiente para que ellos hubieran resuelto su problema.

Riley asintió.

—De acuerdo.

—Bien.

Aden y Victoria se alejaron tomados de la mano.

Era el mejor momento de continuar.

—Vamos —le dijo Riley a Mary Ann, y echó a andar en dirección contraria. Rodeó una esquina, seguido por ella, y eligió el coche que iba a robar.

Al poco tiempo estaban de camino por carretera, entre el tráfico.

—Ve más despacio.

—En un minuto. —Él nunca había conducido de un modo tan errático. Por lo menos, con ella.

—Si yo dijera lo que tú no quieres decir, ¿aminorarías la velocidad?

—No necesito que lo digas tú. Puedo hacerlo yo. —Apretó tanto el volante que los nudillos se le pusieron blancos.

—Entonces, hazlo.

—No puedo —dijo él, contradiciéndose—. Lo intento, y una parte de mí quiere hacerlo, pero no puedo.

—¿No puedes perdonarme por lo que hice? ¿Por lo que tú me pediste que hiciera?

—Ése no es el problema, Mary Ann. Si no hubiera hecho lo que hice, si tú no hubieras hecho lo que hiciste, no estarías viva. Y yo prefiero que estés viva, y que mi animal esté muerto, y no al revés.

—Ojalá pudiera devolvértelo.

Sin embargo, lo había absorbido, y seguramente lo había masticado y lo había digerido, porque no lo sentía dentro de sí. A ningún nivel.

—No puedes —le dijo él, confirmándoselo.

—Si ése no es el problema, entonces, ¿por qué estás tan enfadado conmigo?

—Ya te lo he dicho. Así no puedo protegerte.

—Riley, nunca me has gustado porque pudieras protegerme. ¡Me gustaste por lo bueno que estás en vaqueros!

—Qué graciosa —dijo él. Habló con sarcasmo, pero no pudo evitar que los labios se le curvaran en una sonrisa.

—Pero es cierto.

Él se puso serio otra vez. Demasiado deprisa.

—Mi manada y los vampiros… Todos te odian, y te temen. Quieren matarte.

—¿Aunque ya no sea una embebedora?

—Sí. Un embebedor nunca se ha rehabilitado. No van a creer que ya no eres peligrosa para ellos.

Y parecía que él tampoco.

—Hace unas pocas semanas, también habrías dicho que nunca seguirían a un rey humano, y míralos ahora.

Él la miró de reojo, y por fin, aminoró la velocidad. Todavía iba rompiendo la barrera del sonido, pero ella se esperanzó de todos modos.

—¿Quieres estar conmigo? Porque según recuerdo, eras tú la que me rechazaba una y otra vez.

—Sí. Quiero estar contigo.

—Y si empiezas a embeber de nuevo, ¿volverás a huir de mí?

—Yo…

Demonios, no tenía respuesta para él. ¿Lo haría, o no? No lo sabía. Pero ya no importaba. Unas luces azules y rojas resplandecieron tras ellos, y se oyó una sirena.

—Creo que nos va a parar la policía.

Riley frenó hasta que el coche se detuvo a un lado de la calzada.

Ella sintió pánico.

—¿Sabe que es robado? ¿Por eso nos para?

—No, porque en ese caso nos estaría apuntando con la pistola. No te pongas nerviosa y no digas nada.

Unos minutos después, el policía estaba junto a su coche, con el codo apoyado en la ventanilla. Mary Ann estaba a punto de sucumbir a un ataque de pánico.

—¿Sabes lo rápido que ibas, hijo?

—No —dijo Riley, como si no le importara.

—A sesenta kilómetros por encima del límite de velocidad.

—¿Quiere decir que la señal no era sólo una sugerencia?

A ella le dieron ganas de soltar una palabrota. ¿Por qué se ponía tan arrogante?

El policía la miró a ella, y frunció los labios.

—La documentación del vehículo. Ahora mismo.

—No puedo dársela —dijo Riley—. Este coche no es mío.

Mary Ann quiso gritar. ¿Qué estaba haciendo? ¿Acaso quería que los arrestaran?

—¿Qué estás diciendo, hijo?

—Que no sé de quién es —respondió Riley, y sonrió—. Lo he tomado prestado.

Y… entonces fue cuando el policía sacó el arma.

¿Dónde estaban? Había pasado ya la media hora y Riley y Mary Ann no aparecían. No habían mandado ningún mensaje y no habían respondido a sus llamadas ni a sus mensajes.

—Deberíamos ir a buscarlos —le dijo Victoria a Aden—. Después, tú puedes teletransportarnos al lugar al que tengamos que ir.

—Seguramente estarán discutiendo y habrán perdido la noción del tiempo —replicó Aden—. Vamos. No los necesitamos para esto.

—Seguramente tienes razón.

Riley nunca había tenido que trabajar para conseguir a una chica, así que probablemente era bueno que Mary Ann se le resistiera.

Al verlos juntos, al ver que Riley la miraba con aquel deseo cuando pensaba que nadie lo estaba observando, Victoria había dejado de culparla por lo que le había ocurrido a su amigo. Claramente, se necesitaban el uno al otro.

Aden le dio un beso rápido y subió con ella los escalones del porche. Entonces, llamó con firmeza a la puerta.

Pasaron varios segundos. Victoria no vio ni oyó nada, pero Aden sí debió de oír algo, porque dijo:

—Va a abrir la puerta, Tonya, y nos recibirá en su casa.

Entonces, la puerta se abrió y en el umbral apareció Tonya con los ojos vidriosos. Se apartó para dejarles paso.

Aden llevó a Victoria hasta el salón. El mobiliario estaba limpio, aunque era viejo. La tapicería del sillón estaba descolorida y, la mesa de centro, rayada. De hecho… Victoria observó las revistas que había sobre aquella mesa. Estaban amarillas; eran de diecisiete años antes.

Aden se sentó en el sofá.

—Julian se está volviendo loco —murmuró—. Reconoce los muebles. Está claro que ha pasado mucho más tiempo dentro que fuera.

—Bueno, cabe la posibilidad de que el interior esté exactamente igual que estaba antes de que él muriera —dijo Victoria, y señaló las revistas.

—Vaya. Interesante.

Tonya se sentó frente a ellos.

—¿Qué queréis? —Soltó las palabras entre dientes, como si estuviera luchando contra el hecho de tener que hablar con ellos. Y aquellas sombras… estaban en sus ojos, y se ondulaban salvajemente.

—Primero, quiero que sepa que no le vamos a hacer ningún daño —le dijo Aden—. ¿Lo entiende?

Ella frunció el ceño.

—Sí, pero no lo creo.

—Muy bien. Se lo demostraré.

—¿Qué queréis? —preguntó ella, y sorpresa, su voz sonaba menos hostil.

—Respuestas. La verdad sobre su marido y su cuñado. Dígame lo que quiero saber y la dejaremos en paz.

—No me gusta hablar sobre mi querido Daniel, y sobre esa rata de Robert. —Adoración mezclada con repulsión. Volvió a fruncir el ceño, y las sombras se aceleraron—. Siempre los llamaba así. Y siento eso, también. Quería a mi marido, y odiaba a su hermano, pero… Pero no siempre me sentí así. Es decir, nunca quise a Robert, pero me cayó bien. Y recuerdo haber querido divorciarme de Daniel —dijo, y puso cara de confusión—. O tal vez sólo lo soñé, porque lo quiero mucho. Siempre lo querré.

Aden se frotó las sienes. ¿Estaba gritando Julian?

—Hábleme de ellos.

—Eran… mellizos. Daniel trabajaba en la morgue del hospital… y Robert era un embaucador. Sí, eso es —dijo ella, y continuó con más facilidad—. Mi Daniel no tenía celos de su hermano.

Y, sin embargo, parecía que aquellas palabras habían sido ensayadas, como si estuviera repitiendo algo que le habían dicho una y otra vez. Y tal vez fuera así. Aquellos libros de hechizos… Las sombras que había en sus ojos… El aura negra y desvaída que había mencionado Riley.

Tal vez las emociones de Tonya y su lealtad inquebrantable fueran inducidas por la magia.

Sí. Era eso, pensó Victoria con horror.

Aden y ella se irguieron en el sofá, al mismo tiempo.

—Creo que sé lo que pasó —dijeron al unísono.