Después de encargarse de que enviaran a la esclava de sangre a Aden, tal y como le había prometido, Victoria se encerró en la habitación de Riley, sabiendo que nadie entraría allí sin permiso y que podría consultar a solas el mensaje de texto de su amigo.
Creo que hemos averiguado quién es Julian. Nos han seguido brujas y hadas. Salvo por el asqueroso de Tucker, todo va bien. ¿Y el rey?
Tucker. Era increíble que Riley no lo hubiera matado todavía. Seguramente, Mary Ann le había pedido que no lo hiciera y él, como era un idiota enamorado, había cedido.
Como Aden solía ceder por ella. Y tal vez volviera a hacerlo algún día, si las miradas que le había echado en el baño significaban algo.
«El rey está bien. Ten cuidado», escribió ella, y envió el mensaje.
Y era cierto que Aden estaba bien. Por fin estaba volviendo a ser él mismo. Aunque las cosas iban a cambiar otra vez, y de una manera que le haría mucho daño. Porque si Riley y Mary Ann habían averiguado quién era Julian, sólo era cuestión de tiempo que Aden tuviera que decirle adiós al alma.
Ella no iba a decírselo todavía. Aden ya tenía suficientes cosas por las que preocuparse. Y eso le recordó el otro mensaje que había recibido, uno del que no le había hablado a Aden. Sorin le decía que estaba en el bosque y le pedía que fuera a reunirse con él.
Su hermano quería hablar con ella. Su hermano. ¿Quería hablar sobre la posibilidad de trabar relación con ella, o sobre Aden? ¿O tal vez sobre ambas cosas? Victoria era consciente de que corría un gran peligro acudiendo a aquella cita.
Sin embargo, el deseo de verlo era demasiado fuerte.
Decidió que acudiría a su llamada, pero lo haría de una manera inteligente. No iría sola, y no se quedaría mucho tiempo. Les pidió a sus hermanas que la acompañaran, y las tres se pusieron en camino.
—Yo no quiero verlo —declaró Lauren—. Sólo voy para poder matarlo si te amenaza. —Lauren era alta, esbelta y tan rubia como Sorin. Llevaba un peto de cuero negro ajustado y, alrededor de ambas muñecas, un aro de alambre de espino. Se había entrenado para ser una guerrera durante toda su vida y había matado a más brujas y hadas que el líder del ejército de Vlad—. Ha tenido décadas para convencer a Vlad de que nos dejara hablar con él, y para visitarnos, y no lo hizo.
—Cállate —le dijo Stephanie. La otra hermana de Victoria era un poco más baja, tenía el pelo rubio y largo y los ojos verdes. Llevaba una camiseta azul y una minifalda negra—. Estás demostrando lo tonta que eres.
—Yo no soy tonta, y lo sabes.
—Eso lo dirás tú. He conocido piedras que eran más listas que tú.
—¿Quieres que te mate a ti también?
Se querían, pero también les encantaba lanzarse puñaladas.
Victoria tenía envidia. Ellas dos siempre habían tenido el valor de ser quienes querían ser. Pero había que tener en cuenta que Lauren era la hija preferida de Vlad, y que la madre de Stephanie había sido su esposa favorita. Él se había portado bien con ellas. Victoria no contaba con el afecto de su padre, y su madre había sido siempre despreciada, así que ella siempre se había llevado la peor parte de la rabia de Vlad.
Siguió caminando por el bosque, soportando el frío y disfrutando del olor de la tormenta que se avecinaba. El cielo estaba cada vez más oscuro.
Un poco más adelante, los hombres de su hermano salieron de entre los árboles y formaron un círculo a su alrededor. Sorin se adelantó y las saludó con un asentimiento de cabeza.
—Hermanas.
Stephanie soltó un grito y corrió hacia él; se arrojó a sus brazos. Él la agarró y la hizo girar en el aire. Victoria sintió otra punzada de envidia. Era evidente que aquellos dos habían pasado tiempo juntos. Se conocían, estaban cómodos el uno con el otro, tal vez incluso se quisieran.
¿Por qué no había querido Sorin tener relación con ella?
—¿Qué estás haciendo, vaca? —le espetó Lauren con un gruñido a su hermana pequeña—. Vuelve aquí antes de que ese tipo te corte la cabeza.
Stephanie sonrió, sin salir del abrazo de su hermano.
—Yo no soy la que se olvidó de visitar a nuestro hermano en secreto. ¿Y a quién estás llamando vaca, ballena? ¿Has visto qué trasero te hacen esos pantalones? —le preguntó a Lauren, fingiendo que se estremecía—. En realidad, olvida la pregunta. Todo el mundo ha visto el trasero que te hacen esos pantalones.
—Todo el mundo está a punto de ver tu sangre salpicada por todos los árboles.
Victoria pensó que tal vez habría debido ir sola a aquella reunión.
—Lauren, eres guapísima —dijo, y estiró los brazos para mantener separadas a sus hermanas antes de que se pelearan de verdad—. Stephanie, tú también. Y ahora, ¿podría hablar con mi hermano?
Sorin le dio un beso a Stephanie en la sien antes de dejarla en el suelo. Después hizo un gesto hacia detrás de ellas y dijo:
—Sentaos. Las tres.
—¿Dónde?
Victoria se dio la vuelta y vio cuatro tocones perfectamente situados: dos frente a los otros dos. Lauren se sentó junto a Victoria, y Stephanie, junto a Sorin. Todos los hombres de su hermano desaparecieron, aunque ella sabía que estaban muy cerca, preparados para protegerlo. Entonces, uno de ellos emergió de las sombras, demostrándole que tenía razón, con una bandeja en la que había cuatro copas llenas de sangre.
Victoria tomó una y bebió un poco. La sangre estaba caliente y dulce. No tan dulce como la de Aden, pero Fauces gimoteó de alivio.
—Me sorprende que hayas venido —dijo Sorin, mirándola.
Ella tenía muchas cosas que preguntarle, muchas cosas que decirle.
—¿Por qué nunca viniste a visitarnos?
Aquello fue lo primero que se le escapó, sin poder evitarlo, y Victoria se ruborizó. Debería haber comenzado la conversación de otra manera, no acusándole de abandonarlas y poniéndolo a la defensiva. Sin embargo, su hermano no se ofendió.
—No pensaba que tú quisieras arriesgarte a incurrir en la ira de nuestro padre —dijo con una sonrisa. Entonces se quitó las espadas de la espalda para ponerse cómodo y las apoyó a cada lado de su asiento—. ¿Estaba en lo cierto, o no?
Ella, con los hombros hundidos, dejó la copa vacía en el suelo.
—Yo podía haberme arriesgado a incurrir en su ira por verte, así que supongo que los dos somos culpables.
Lauren puso los ojos en blanco.
—Siempre eres muy rápida para echarte la culpa de las cosas y perdonar a los demás —le recriminó a Victoria, y después le dijo a su hermano—: Yo me habría arriesgado a ir a verte, idiota, pero de todos modos tú no intentaste verme a mí. Y deja que te diga otra cosa: si despreciabas a Vlad tanto como dices, lo habrías hecho. Así que para mí, sólo eres un charlatán y te odiaré toda mi vida por ello. De hecho, tal vez decida cortarte el cuello antes de… ¡No puede ser! ¿Es curva esa hoja? —preguntó.
La copa se le cayó de la mano y, al segundo, estaba junto a las armas, estudiando las hojas de las espadas y emitiendo exclamaciones de admiración al acariciarlas.
—¿Me das una? ¿O las dos? ¡Por favor!
Sorin asimiló con calma su salto desde el odio a las peticiones.
—Te daré las dos cuando haya terminado con el rey humano.
Victoria volvió a sentir el mareo que había experimentado en el baño, con Aden, pero con mucha más intensidad.
—Son increíbles. Gracias —dijo Lauren. Se llevó una de las espadas a su sitio y continuó evaluándola.
Sorin miró a Victoria.
—¿Y tú? ¿Qué quieres que te dé? ¿Mi rendición ante el humano?
«Ya no es humano».
—¡Yo! ¡Yo! ¡Pregúntame a mí! —exclamó Stephanie, con la mano en alto—. Yo sé lo que quiero.
—Me pediste que viniera, y lo he hecho —dijo Victoria—. ¿Por qué me lo preguntas? ¿Acaso quieres ofrecerme tu rendición ante el humano?
Él sonrió de nuevo.
—Veo que nuestro padre no extinguió todo tu fuego, tal y como yo había creído.
Vlad lo había intentado, desde luego.
—¿Y bien? —insistió ella.
Sorin se encogió de hombros.
—Yo oí la llamada del rey y he venido a arrebatarle el trono. Veo que tú le guardas un gran afecto. También conozco los informes sobre él. Sin embargo, nos hemos convertido en el hazmerreír de otras razas. Y pronto, esas razas se aliarán y nos atacarán con la esperanza de poder destruir a los vampiros de una vez por todas.
—¿Y por qué nos hemos convertido en el hazmerreír? Él venció a las brujas y a las hadas en la misma noche. Dime cuándo hiciste eso tú por última vez. O cuándo lo hizo nuestro padre. No, no puedes. Lo único que estás haciendo es dar excusas porque quieres el trono.
Él se encogió de hombros nuevamente.
—Muy bien. La corona me pertenece por derecho de nacimiento. El humano parece muy agradable, para ser comida. Pero sólo es eso, Victoria. Comida.
—Tú deberías haberle arrebatado la corona a Vlad, pero no lo hiciste. Lo atacabas por la espalda mientras esperabas a que llegara una oportunidad idónea.
—Tu humano no se enfrentó con Vlad —replicó Sorin, fulminándola con la mirada—. Lo hizo Dmitri. Aden se limitó a terminar con tu prometido. —Por fin, una reacción que Victoria había esperado desde el principio. La ira.
Cierto, pero…
—Si Dmitri venció a nuestro padre, es que era más fuerte que él. Y si Aden venció a Dmitri, es que era más fuerte que ellos dos.
—No es cierto. Aden no podrá vencer a Vlad. Nuestro padre estaba en su momento más débil cuando sufrió el ataque de Dmitri. Eso no volverá a suceder. Estará preparado cuando vuelva. Y hará cualquier cosa, jugará limpio o sucio, sobre todo sucio, con tal de conseguir lo que quiere. Eso lo sabes perfectamente. Sin embargo, yo sí puedo derrotarlo. Llevo años preparándome para esta guerra.
—Esperad un momento, ¿qué es todo eso de vencer a Vlad? —intervino Lauren—. Está muerto.
—No. Está vivo —dijo Victoria, que estaba cada vez más mareada.
Lauren quería contradecirla, pero Sorin y Stephanie asintieron y ella se quedó anonadada.
—¿Y por qué lo sabíais vosotros? ¿Por qué no me lo había dicho nadie? ¿Qué significa eso para nosotros y para nuestra gente?
—A mí me lo dijo Sorin —respondió Stephanie—. Y no significa nada. Pase lo que pase, no podemos permitir que Vlad vuelva a reinar. Es un tirano.
—Pero… pero…
—Sabes que tengo razón. Tú lo odias, pero no quieres que nuestro rey sea un humano —dijo Stephanie, y se volvió hacia Sorin—. Y tú tienes que escucharme. Aden no es tan bueno como piensas. Bueno, lo es, pero ha vivido en un rancho para delincuentes humanos durante meses. Ha hecho cosas. No será tan fácil derrotarlo.
Sorin se rio con desdén.
—Un delincuente humano no es lo mismo que un guerrero vampiro, ¿no crees?
—Yo estoy con Stephanie —intervino Lauren—. Estás subestimando a Aden, y eso te costará caro. No estabas aquí cuando hizo que nuestras bestias salieran y fueran a jugar con él.
—¡Ya basta! —le dijo Victoria—. Darle información a Sorin sobre Aden es como ayudarlo. Y ayudarlo es una traición a Aden, nuestro rey.
Sorin descartó aquella protesta con un gesto de la mano.
—No me han dicho nada que no supiera ya. Y tú puedes decirle a tu humano que voy a dejar a mi bestia alejada. No va a poder usarla contra mí.
Victoria abrió unos ojos como platos.
—¿Puedes hacer eso? ¿Puedes separarte de tu bestia y sobrevivir?
Él asintió con orgullo.
—Al contrario que nuestro padre, yo nunca he temido a la mía. Acepto esa parte de mí mismo, y la aprovecho. Mi bestia sale de mí, y vuelve a mí, a mi voluntad.
—¿Y no intenta matarte?
—Al principio sí, pero ahora, lo acepta —dijo Sorin. Apoyó los codos en las rodillas y se quedó pensativo—. Tal vez os cuente cómo podéis dominar a las vuestras. Pueden luchar a vuestro lado. Y creedme, nunca tendréis un compañero más fuerte y vigilante.
—¡Me encantaría!
Victoria nunca había visto una muestra de alegría así por parte de su hermana Lauren. Y pensó, cada vez con más miedo, que aquélla era una de las ventajas más grandes que tenía Aden: controlar a Sorin a través de su bestia.
—Las cosas mejorarán mucho bajo mi reinado —dijo Sorin, clavándole la mirada—. Ya lo verás.