Una hora más tarde, Mary Ann estaba en una cafetería con conexión a Internet, The Wire Bean. Era un lugar agradable, con sofás mullidos y mesitas redondas.

Fingía que estaba tomando un café con leche, porque beber de verdad le producía náuseas. Ya no soportaba la comida humana; sólo le servía alimentarse de la magia y de los poderes de los demás. ¡Estaba amargada!

Tucker era quien había pagado aquel café. Entre comillas.

Su versión de «Deja que esto lo haga yo» había sido proyectar una ilusión para que la cajera, que le había sonreído y había coqueteado con él y con Riley, pensara que le habían dado un billete de veinte dólares, cuando en realidad, Tucker le estaba entregando aire.

Riley había protestado. Entonces, Tucker lo había mirado y le había dicho:

—Tú has robado un ordenador portátil para Mary Ann, ¿y cuestionas mis métodos? ¿De verdad?

—Sí, de verdad.

—Por lo menos, mi víctima no se a pasar toda la noche llorando porque ha perdido las diez primeras páginas de su libro de pedidos.

—Vaya, eres todo un bienhechor —respondió el hombre lobo con desprecio.

Antes, tan sólo una hora antes, aquella discusión habría fastidiado mucho a Mary Ann, pero en aquel momento, apenas la oía. Estaba ocupada.

Riley estaba sentado a su lado, con el brazo estirado por detrás de ella y apoyado en el borde del respaldo del asiento, y Tucker estaba frente a ellos. Mary Ann continuaba fingiendo que tomaba café, y continuaba tecleando, buscando al hermano de Daniel Smart, Robert.

—¿Sabes? Soy muy buen tipo cuando Mary Ann y yo estamos solos. Tú me vuelves más áspero, lobo.

—Eso lo dirás tú.

—Es cierto —intervino Mary Ann—. Al igual que anulo las habilidades de Aden cuando estoy con él, también anulo la maldad de Tucker.

—Yo no diría tanto como «maldad» —comentó Tucker.

—Y tú —le dijo Mary Ann a Riley—, anulas mi capacidad de anular las capacidades.

—Pobre Tucker —ironizó Riley—. Tener que aguantarse con ser un mal chico.

Tucker se hartó. Se pasó la mano por el pelo y se levantó del sofá.

—Mira, me voy fuera a fumar un rato.

—No apuñales a nadie —le dijo Riley, agitando la mano para despedirse.

Tucker lo miró con una expresión sombría.

—¿Tienes algo que añadir a esta conversación, Mary Ann?

—Me parece bien —dijo ella, que ya no les estaba escuchando.

Tucker suspiró.

—Avísame cuando hayas terminado.

—Claro, claro —le dijo Riley.

Tucker salió de la cafetería dando un portazo.

—Qué idiota. Lo voy a matar cuando acabe todo esto. Lo sabes, ¿verdad, Mary Ann?

—Me parece bien.

—¿De veras?

—Me parece bien.

—No estás escuchando ni una palabra de lo que te estoy diciendo, ¿verdad?

—Me parece bien.

Diecisiete años antes, la gente no utilizaba Facebook ni Twitter, así que encontrar a Robert Smart era un poco difícil. Sin embargo, parecía que estaba llegando a algún sitio.

Encontró una noticia sobre él en un periódico, y después otra, y otra. Todas tenían que ver con la habilidad que poseía Robert Smart de localizar a personas muertas y comunicarse con ellas. Sin embargo, en ninguna parte se mencionaba que resucitara a los muertos. Tampoco había ninguna mención a su muerte. Así pues, tal vez no pudiera descubrir nada, y… Hasta que…

¡Bingo! Una historia sobre su desaparición. Mary Ann sintió euforia al leer las primeras líneas. Había desaparecido la misma noche de la muerte de su hermano. Y… Oh. De repente, la decepción sustituyó a la alegría.

—Nunca llegaron a encontrar su cuerpo, y además no se casó —dijo en voz alta—. No tuvo hijos, ni otros parientes aparte de Daniel y Tonya.

Eso significaba que no podrían hablar con nadie de su familia. Si Tonya volvía a ver a Mary Ann, era posible que llamara a la policía.

—Me parece bien —dijo Riley, imitándola burlonamente—. Pero puede que esté ahí fuera hablando con las brujas o las hadas, ¿sabes?

Y, si no tenía familia, ¿cuál podía haber sido su último deseo? No podía querer despedirse de ellos, por supuesto, como había sido el deseo de su madre con respecto a ella. ¿Qué podía querer?

Necesitaba saberlo. Para poder salir de Aden, Julian tenía que hacer lo que lamentaba no haber hecho en vida. Sin embargo, las almas no se acordaban de sus vidas humanas hasta que alguien se las recordaba. En aquel momento, ella era la única que podía recordarle su antigua vida a Julian.

—Mary Ann.

¿Y si imprimía la historia de su vida previa y se la leía? Tal vez así le hiciera recordar. O tal vez era hora de cambiar de actividad y espiar a los padres de Aden. La escritura de su casa estaba a nombre de Joe Stone. Paula, la madre, no estaba mencionada en ella. ¿Seguían juntos, o se habían separado?

—¿Mary Ann?

—¿Qué? —preguntó ella. Ah, sí. Riley le había dicho algo sobre las brujas, las hadas, Robert—. No, él no va a hablar con nadie. Está muerto.

Un suspiro.

—Me refería a Tucker.

—Ah. Entonces, persíguelo. Mátalo. Lo que quieras. Por favor. Yo necesito unos minutos de paz.

Un silencio lleno de asombro.

—¿Estás intentando librarte de mí?

—Sí. Pero por algún motivo, no lo consigo.

Riley la tomó de la barbilla e hizo que lo mirara.

—Mary Ann.

—¿Qué?

—Eres muy sexy cuando estás concentrada.

Entonces, se inclinó hacia ella y la besó. Allí, delante de todo el mundo, deslizó la lengua en su boca. Fue un beso cálido y húmedo, y tan delicioso como ella recordaba. Nunca había sido capaz de hacer demostraciones públicas de cariño, pero sin poder evitarlo, se inclinó hacia él, le rodeó el cuello con los brazos y le acarició el pelo. Mientras el beso continuaba, Mary Ann sintió hilos de energía que entraban en su boca, que bajaban por su garganta y entraban en su estómago.

Conocía aquella sensación.

Sintió pánico y se separó bruscamente de él. Ambos estaban jadeando, pero Riley tenía gotas de sudor en la frente.

—Estaba a punto de alimentarme de ti —le dijo ella, con la voz ronca.

—Lo sé —respondió él. No había ni rastro de disgusto en su voz, y ella se sorprendió.

—¿Y no te has apartado? ¡Idiota!

Él sonrió.

—Me gustaba lo que estábamos haciendo.

¿Se divertía con eso? Tal vez la palabra «idiota» fuera demasiado suave. No se tomaba en serio su propia seguridad. Mary Ann lo miró con cara de pocos amigos y lo empujó con tanta fuerza que lo tiró al suelo. Él aterrizó sobre el trasero y dejó escapar un jadeo de incredulidad.

—¡Sal de aquí antes de que… antes de que te dé una patada!

Riley no se inmutó. Se levantó tranquilamente.

—Voy a buscar una bruja. Si tienes hambre, puedes…

La ira de Mary Ann se esfumó. Él estaba intentando cuidarla. ¿Cómo iba a seguir enfadada?

—No, no tengo hambre. —Y era cierto. No tenía hambre todavía.

—Ya sabes lo que pasa cuando no… comes. Deja que…

—No —respondió Mary Ann, aunque sabía muy bien lo que ocurría. Sentía dolor, más dolor de lo que hubiera sentido en toda su vida—. Estoy bien. —No quería que él se enfrentara a las brujas y se expusiera a una maldición.

—Las brujas iban a hacerte daño a ti. Ahora puedes hacérselo tú primero a ellas.

Técnicamente, eso era cierto. Cuando el hambre llegaba a un punto insoportable, se alimentaba sin pensarlo, sin poder evitarlo. Brujas primero, hadas después, y algún día, cualquier raza le valdría. Ansiaría la energía de los demás. De los vampiros, de los lobos, incluso de los humanos. Tal y como estaba en aquel momento, sólo un poco hambrienta, podría alimentarse de la bruja con sólo tocarla; sin embargo, no quería acercarse a ninguna hasta aquel punto. Por todos los motivos que había repasado mentalmente, pero también, porque algunas de las brujas le caían bien.

Dos de ellas, Marie y Jennifer, podían haberla matado en varias ocasiones, pero no lo habían hecho. Habían hablado con ella para hacerle una advertencia y se habían alejado. Mary Ann tenía la sensación de que estaba en deuda con ellas.

—Ve a buscar a Tucker mientras yo decido si tú me sirves de aperitivo —dijo—. No, espera. Antes cuéntame qué significa eso de que el aura de Tonya era negra.

Riley frunció el ceño y volvió a sentarse junto a ella.

—Normalmente, significa que una persona va a morir. Sin embargo, su aura era de un negro viejo; era como si se hubiera descolorido y se hubiera vuelto gris. He visto esa clase de aura más veces, pero normalmente, en gente que había conseguido burlar a la muerte con la magia, o que fue maldecida para mucho mucho tiempo.

—¿Y qué crees que le sucede a ella?

—No lo sé. No percibí las vibraciones de la magia en ella —respondió Riley, encogiéndose de hombros—. Pero eso también puede significar que está maldita, y que la maldición forma parte de ella, como los pulmones o el corazón, y que nadie puede sentirlo. O puede significar que no se usó la magia.

—Entonces, lo que quieres decirme es que no tienes ni idea.

—Exacto. ¿Y lo que tú quieres decirme es que no quieres que me quede contigo? Porque eso de servirte de aperitivo…

—¡Vete, vicioso!

Él se puso en pie, riéndose, y le sopló un beso. Después salió de la cafetería. Mary Ann tuvo que hacer un esfuerzo para poder concentrarse de nuevo en el ordenador. Le temblaban los dedos mientras tecleaba. Y, sin darse cuenta, tecleó el nombre de los padres de Aden para buscarlos. Otra vez. Tal vez su subconsciente estaba tratando de decirle algo.

Muy bien, lo haría. Y la próxima vez que se tatuara una marca de protección, sería para impedir que los chicos estropearan su concentración. Sin embargo, dudaba mucho que hubiera algo que pudiera protegerla del atractivo de Riley.

Aden sorprendió a Victoria. En vez de entrar al salón del trono, donde lo esperaban sus invitados, en vez de alimentarse, lo primero que hizo fue prepararse para una posible batalla. Tarea que le ocupó varias horas llenas de tensión, durante las cuales, Victoria escuchó parte de una conversación suya con Elijah, y supo que Aden estaba disgustado porque el alma no había predicho aquello. Escuchó también su conversación con los miembros del Consejo, y después con Maddie, y se enteró de que quienes lo esperaban eran nueve guerreros.

Suspiró de alivio cuando él situó guardias y vigilantes en todas las habitaciones de la casa, y también en el exterior de la mansión. Observó como se armaba, apartó la vista mientras él se ponía unos vaqueros y una camiseta limpios y esperó con él a que llegaran los lobos ya cansados de patrullar por el bosque.

No hubo tiempo para pensar en el beso, y en la ira de Aden al saber que ella había perdido la virginidad con otro. Eso no encajaba con el Aden del pasado. ¿Sospecharía cuál era la identidad del chico? ¿La odiaría cuando sus sospechas se confirmaran?

No podía permitirse el lujo de pensar en todo aquello todavía. Tenía que concentrarse en la situación, por si Aden no lo hacía. Él todavía no había comido, y ella no entendía por qué.

Tampoco entendía por qué él había interrumpido en dos ocasiones lo que estaba haciendo para anunciar que iba a bailar.

En aquel momento, estaba recorriendo la alfombra roja flanqueado por los lobos, seguido por Victoria y por un grupo de los vampiros más fuertes de la casa. Los demás vampiros habían formado un pasillo que llegaba hasta la sala del trono, y lo miraban al pasar.

Victoria oyó murmurar las palabras «acaba de aparecer», «problemas» y «guerra», y cada una de ellas le causó más miedo que la anterior.

Cuando Aden llegó a las puertas del salón, los guardias las abrieron para él. Sin detenerse, el rey de los vampiros entró en la gran estancia y, aunque Victoria esperaba más murmullos, sólo se oyeron sus pasos y el sonido de las garras de los lobos contra el suelo. Entonces, Aden se detuvo, y aquellos que lo seguían hicieron lo mismo. Luego, sólo se oyó el silencio.

Los recién llegados eran más fuertes y más altos de lo que había imaginado Victoria, y estaban colocados en uve; una formación de guerra. Era una pose para intimidar, para demostrar unidad.

El hombre que estaba al frente ladeó la cabeza, pero no en un gesto de deferencia, sino más bien de evaluación de su oponente.

—Por fin. Has llegado —dijo. No había desprecio en su expresión, pero el insulto estaba implícito. Había dado a entender que Aden era un cobarde por haberlo hecho esperar.

El antiguo Aden habría hecho caso omiso de aquel insulto, pero el nuevo Aden elevó la barbilla y dijo:

—Por fin os honro con mi presencia.

—No somos tus súbditos, así que no nos honras.

—Por supuesto que lo sois.

—No.

—Sí.

—Vaya, pequeño id…

El guerrero que estaba junto a él le puso la mano en el hombro, y él apretó los labios. Era evidente que intentaba conservar la calma. El segundo hombre dijo:

—No somos nosotros quienes deseamos hablar contigo, Aden «el Domador de las Bestias».

Al menos, reconocían su poder. Los sobrenombres eran muy importantes entre los vampiros, porque identificaban su personalidad, su capacidad y sus conquistas. Vlad «el Empalador». Lauren «la Sanguinaria». Stephanie «la Exuberante». Victoria «la Mediadora».

—¿Quién, entonces? —preguntó Aden.

Hubo una pausa; fue el ojo del huracán, antes de que otro guerrero apareciera como por arte de magia en el vértice de la uve, y todos los presentes emitieron exclamaciones de sorpresa y asombro.

—Yo.

—Sorin —susurró Victoria. Sabía que iba a ir a la mansión en algún momento, pero verlo vivo y en persona la dejó anonadada. Su hermano estaba allí. ¡Su hermano estaba allí de verdad!

Tuvo ganas de salir corriendo hacia él, de lanzarse a sus brazos. Nunca se habían tocado, nunca habían hablado; sus miradas sólo se habían cruzado seis veces. Sin embargo, una parte olvidada de sí misma quiso hacer todo aquello, y más.

—¿Lo conoces? —le preguntó Aden; sin embargo, no esperó a que ella respondiera—. Creo que yo también. ¿Hay alguna manera de detenerlo?

—¿De detener… a Sorin?

Aden frunció el ceño, y agitó la cabeza.

—No te creo, Elijah.

Era de esperar. Las almas lo estaban molestando, no lo estaban ayudando.

Victoria le agarró la mano para darle apoyo, y al mismo tiempo, devolverlo al momento y al lugar en el que se encontraban. Aden le apretó los dedos suavemente, para reconfortarla a ella.

Sorin soltó un resoplido desdeñoso.

—Ya había oído decir que estás loco, humano. Me alegro de constatar que las habladurías son ciertas, de vez en cuando.

Aden no respondió.

—¿Ha predicho Elijah algo horrible? —le preguntó Victoria en un susurro.

A Aden le vibró un músculo debajo de uno de los ojos, pero tampoco respondió.

¿Acaso estaba concentrado, incluso en aquel momento, en la predicción del alma? Victoria, temblando, se volvió hacia su hermano.

—No está loco —dijo. Tal vez pudiera convencer a aquellos muchachos de que llegaran a un entendimiento—. No lo subestimes. Puede costarte la vida.

Sorin la miró a los ojos. «Siete veces», pensó ella. Sin embargo, la expresión dura de su hermano no varió. ¿La recordaba? Llevaba tanto tiempo lejos de ellos…

Los vampiros envejecían mucho más despacio que los humanos. Aunque Victoria tenía ochenta y un años, su apariencia era la de una chica de dieciocho. Sorin tenía más de cuatrocientos años, pero parecía un humano de unos veinticinco, con su pelo rubio claro y sus ojos azules, tan azules como los de ella. Medía casi treinta centímetros más que Aden, y era muy musculoso.

—Hermana —dijo él, y asintió para saludarla—. También había oído decir que estabas saliendo con el rey humano y loco, pero no lo había creído hasta este momento. ¿Y realmente piensas que él podría hacerme daño?

Su primer pensamiento fue: «Se acuerda de mí». El segundo: «¿He sido tan feliz alguna vez?». El tercero: «Va a haber muchos problemas». El cuarto: «Se acuerda de mí».

—No lo enfurezcas —dijo—. A tu bestia no le gustará, y te castigará por ello.

Sorin apartó la mirada de ella y la clavó en Aden.

—No pareces un rey de los vampiros.

—Gracias.

—No era un cumplido.

Una pausa. Un suspiro de Aden.

—Tengo que decirte que lo que has planeado no terminará bien.

A Victoria se le encogió el estómago.

—Y exactamente, ¿qué he planeado? —preguntó Sorin, sin preocuparse demasiado.

—¿Para qué le vamos a estropear la sorpresa a todo el mundo?

—Muy bien. Entonces, empecemos —dijo Sorin.

Y sin más, avanzó y agarró las empuñaduras de las espadas que llevaba atadas a la espalda, que asomaban por encima de sus hombros. El metal silbó contra el cuero y, al instante, las hojas plateadas estaban brillando a la luz de la araña.

Aden se quedó inmóvil como una estatua, hasta que los lobos comenzaron a gruñir. Él alzó una mano para pedir silencio. Ellos obedecieron, pero permanecieron tensos, con el pelo del lomo erizado. Y, aunque él no ordenó a ninguno de los demás vampiros que luchara, varios de ellos avanzaron y rodearon a Sorin.

Victoria sabía el motivo de aquel gesto. Sus bestias. Fauces se había vuelto loco y estaba golpeándole las sienes con tanta fuerza que le hacía daño, porque quería salir a toda costa para proteger a Aden. Ella tuvo que utilizar toda su fuerza para mantenerlo dentro de sí, para no perder el control sobre él.

Vio que su hermano giraba repentinamente, y vio saltar los órganos internos de alguien. Sorin giró de nuevo y una cabeza voló por los aires. Otro giro y una pierna se separó de su rodilla y cayó al suelo. Era horripilante, pero Victoria sólo pudo pensar en que la sangre que manaba por doquier tenía muy buena pinta. Y no sólo para Fauces, que había dejado de luchar contra ella y se había concentrado en la sustancia que tanto ansiaba, sino también para ella. Y si a ella le parecía buena…

Miró a Aden. Él se estaba relamiendo, y tenía los ojos llenos de electricidad, de relámpagos. ¿Había entrado en trance? De ser así, no había salvación para él.

Sorin se detuvo justo frente a Aden, que continuaba mirando la sangre. Sí, estaba en trance.

—¡Sacad los cuerpos de aquí! —gritó ella, porque de repente recordó que Aden tenía la capacidad de despertar a los muertos, y temió que lo atacaran.

Los soldados vampiro obedecieron apresuradamente.

—¿No tienes miedo? —le preguntó su hermano al rey. Sorin tenía las espadas abatidas hacia el suelo, y la sangre goteaba de ellas. Victoria sólo habría tenido que agacharse y sacar la lengua, y todo aquel sabor explotaría en su boca.

Sin embargo, consiguió dominarse y se concentró en los chicos. Seguían enfrentados, muy cerca el uno del otro. Ella debió de apretarle la mano a Aden con fuerza, porque Aden reaccionó. Carraspeó y salió de su estupor como sólo lo habría hecho un vampiro anciano y experimentado. Se irguió.

—¿Miedo de ti? —preguntó.

—Sí —dijo Sorin con una lenta sonrisa—. Miedo de que te mate.

—¿Por qué iba a tenerlo? Ya estoy muerto.

Aquello hizo vacilar a su hermano, y le borró la expresión divertida del rostro.

—Te han dicho algo equivocado, ¿no? Hasta el momento, esto ha sido muy bueno para mí.

—Yo nunca he dicho que esto no fuera a terminar bien para ti.

Sorin negó con la cabeza, como si no lo entendiera.

—Entonces, ¿para ti?

—No.

—Entonces, ¿por qué…? —Sorin miró a Victoria. «Ocho veces»—. ¿Siempre es tan críptico?

El hecho de que su hermano le hablara directamente de nuevo le causó una enorme alegría, y no podía negarlo. De hecho, se sintió tan eufórica que no pudo dar con una respuesta inteligente. Se quedó allí plantada, mirándolo, con la boca abierta como una boba.

—Di lo que tengas que decir —le instó Aden—, para que podamos empezar.

—Muy bien —respondió Sorin—. He venido a decirte que tus aliados están muertos. Yo los maté.

—¿Los mataste? ¿Con Aden recién llegado al trono? —preguntó ella con un jadeo.

Sorin se encogió de hombros.

—Llevo una década deshaciéndome de ellos, golpeando a Vlad en cada ocasión que tenía.

Su padre nunca le había contado que Sorin se hubiera vuelto en contra de su clan. Aunque eso no debería causarle sorpresa, puesto que su padre nunca le decía nada.

—No lo entiendo —dijo Victoria—. ¿Por qué has hecho eso?

Fue ignorada.

—Conozco tu secreto —le dijo su hermano a Aden.

—Ya lo sé —respondió Aden con calma.

Aquello era frustrante. ¿Qué secreto?

—Cada día se hace más fuerte. Volverá pronto, y atacará.

Sorin sabía que Vlad estaba vivo. Nadie más lo sabía, y si lo averiguaban… Victoria esperaba que el resto de los vampiros pensara que estaban hablando de Dmitri. O de otro cualquiera, de alguien a quien no conocían.

—Eso también lo sé —dijo Aden—. Y sé que quieres ser el rey. Quieres ser tú quien lo destruya cuando vuelva a aparecer. Estás dispuesto a desafiarme para conseguir lo que quieres, aunque eso vaya en detrimento del clan.

—Loco, pero listo. Tienes razón, Aden «el Domador de las Bestias».

—No —dijo Victoria, negando violentamente con la cabeza—. Podemos arreglar esto hablando. Podemos llegar a un acuerdo —añadió con desesperación. Después de ver la habilidad de Sorin, no estaba segura de que Aden pudiera salvarse.

Aden también lo sabía. ¿Acaso no había predicho, él mismo, que aquello no terminaría bien? Y de todos modos, dijo:

—Acepto tu desafío, Sorin «el Despiadado». Lucharemos por la corona al amanecer del día de mañana.