Tres días después

La puerta de la habitación chocó contra la pared.

—Me he enterado de que has dicho que vas a destripar al que se atreva a entrar en tu habitación. Pues bien, aquí estoy. Pero antes de destriparme, dime qué demonios está pasando.

Victoria, que estaba paseándose por la habitación, se detuvo y se giró hacia el recién llegado. Era Riley, su guardaespaldas. Su mejor amigo. Era alto y tan musculoso como Aden, guapo y sexy, con un rostro curtido por la vida y las peleas.

Se alegró inmensamente al verlo. Él era la persona que podía ayudarla.

Era evidente que estaba enfadado, por su expresión, pero era lo mejor que había visto desde hacía días. Tenía el pelo oscuro y los ojos verdes, y tenía también un pequeño bulto en el puente de la nariz, porque se le había roto incontables veces. Algunas heridas, cuando se recibían una y otra vez, eran difíciles de curar.

Llevaba una camiseta verde y unos pantalones vaqueros. Era la única pincelada de color de toda la habitación.

—Qué camiseta tan bonita —dijo ella, en primer lugar, para distraerlo de su furia antes de contarle sus secretos, y en segundo lugar, para mostrar el sentido del humor que intentaba desarrollar con todas sus fuerzas. Su amiga humana, Mary Ann Gray, la había acusado una vez de ser demasiado sombría.

—Vamos, Victoria. Habla —respondió él sin miramientos—. Antes de que piense lo peor y empiece a matar a todos los habitantes de esta casa.

A Victoria se le llenaron los ojos de lágrimas y corrió a echarse en brazos de su amigo.

—Me alegro muchísimo de que estés aquí.

—Tal vez no te alegres tanto si tengo que obligarte a que empieces a hablar.

Pese a aquella amenaza, la abrazó con fuerza, exactamente igual que hacía cuando los dos eran más jóvenes y los demás vampiros se negaban a jugar con ella.

Se negaban porque era la hija de Vlad «el Empalador», y todos temían ser castigados si la princesa se hacía daño, o algo peor, en su compañía. Pero Riley no. Él era como el hermano que siempre había deseado tener, su amigo y su protector.

Victoria tenía un hermano de sangre, Sorin, pero Vlad le había prohibido que lo mirara y que hablara con él. Su querido padre no deseaba que su hijo único se dejara ablandar por sus hijas. De hecho, cuando Aden le había preguntado a Victoria por sus hermanos, al conocerse, ella sólo había mencionado a sus hermanas. Lo último que sabía de Sorin era que estaba dirigiendo a la mitad del ejército vampiro en Europa para mantener a raya a María «la Sanguinaria», la líder de la facción escocesa. Si se combinaban todos aquellos factores, Sorin no contaba para nada.

Además, hacía mucho tiempo que Vlad la había dejado a cargo de Riley, y el hombre lobo se había tomado muy en serio la tarea de protegerla. Y no sólo por su sentido del deber, ni por el miedo a la tortura y a la muerte si a ella le ocurría algo malo, sino también porque Riley la quería. Siempre habían sido amigos.

—Pero ¿por qué has venido? —le preguntó.

—Mis hermanos me encontraron y me dieron un susto de muerte al decirme que te habías marchado a Crazy Town. De todos modos, no quiero hablar sobre mí —le dijo él, y la miró a la cara—. ¿Has comido? Tienes muy mala cara.

—Sí, papá. He comido.

Era cierto. Al llegar a casa había dejado a Aden tendido en la cama de su habitación y había clavado los colmillos en el cuello de uno de los esclavos de sangre que vivían en la fortaleza. Tenía tanta sed que había estado a punto de dejarlo seco por completo. Su hermana Lauren había conseguido separarla del humano justo a tiempo de evitarlo. Su otra hermana, Stephanie, le había encontrado un segundo esclavo, y después un tercero y un cuarto, y Victoria había bebido hasta que su estómago no admitía más alimento.

—Eres una listilla —dijo Riley con una sonrisa—. ¿Cuándo has aprendido a utilizar el sarcasmo?

—No lo recuerdo exactamente —respondió ella. Lo único que sabía era que no había tenido otro remedio que encontrar el humor en lo que le sucedía, o se habría ahogado en la angustia—. Tal vez hace dos semanas.

La mención del tiempo le borró la sonrisa de los labios a Riley.

Sólo había una persona que pudiera afectarle de aquella manera: Mary Ann Gray. La chica se había escapado la misma noche en que habían apuñalado a Aden, y Riley, que estaba enamorado de ella, la había seguido para protegerla, a pesar de que él mismo también corría peligro.

—¿Dónde está tu humana? —le preguntó Victoria.

Sin embargo, Mary Ann ya no era humana. La chica se había convertido en una embebedora, algo que Victoria no se esperaba. Mary Ann succionaba la magia de las brujas, las bestias de los vampiros, el poder de las hadas y la capacidad de cambiar de forma de los hombres lobo.

Victoria había empezado a preguntarse si Mary Ann había sido humana alguna vez. Después de todo, las hadas eran embebedoras. La diferencia era que las hadas podían controlar sus apetitos. Mary Ann no. Todavía. Y eso suscitaba una pregunta sorprendente: ¿Acaso Mary Ann era una híbrida de hada y humano?

Victoria nunca había oído hablar de una pareja así, pero estaba aprendiendo rápidamente que todo era posible. Si Mary Ann era en parte un hada, todos los vampiros y los hombres lobo de aquella fortaleza, aparte de Riley, querrían matarla. Las hadas eran los principales enemigos de los vampiros. Eran unos seres muy peligrosos. Eran una amenaza para la existencia sobrenatural.

—¿Y bien? —insistió Victoria, al ver que Riley no respondía.

—La perdí —dijo él, y el músculo de su mejilla vibró bajo su ojo. Aquello era una señal segura de su disgusto.

—¿Cómo es posible? Tú eres un rastreador experto, ¿y has perdido la pista de una adolescente que no sabría esconderse ni aunque fuera invisible?

—Sí.

—Debería darte vergüenza.

—No quiero hablar de eso. He venido a hablar de ti. ¿Cómo estás?

—Muy bien.

—De acuerdo, fingiré que me lo creo. ¿Has sabido algo de tu padre?

—No.

Vlad había ordenado que ejecutaran a Aden desde las sombras. Sombras de las que todavía no había salido.

Nunca había agradecido tanto la vanidad de su padre. Él quería que lo vieran siempre como a un ser invisible. Así pues, nadie sabía que Vlad seguía vivo, y si ella se salía con la suya, nunca lo sabrían, porque los vampiros podían rebelarse contra Aden antes de que lo coronaran oficialmente, y si se rebelaban mientras estaba en aquellas condiciones, él perdería. Todo lo que había tenido que soportar no serviría de nada. Tenía que recuperarse, y por el momento había tiempo para eso. Victoria conocía a su padre, y sabía que Vlad no volvería hasta que se hubiera recuperado por completo. Entonces… Bueno, entonces habría una guerra. Vlad castigaría a aquellos que hubieran aceptado el reinado de Aden, incluidos Riley y ella. Utilizaría a Aden para dar ejemplo, cortándole la cabeza, clavándola en una pica y colocando esa pica delante de su puerta.

¿Lucharía Aden contra él? Y si luchaba, ¿sería capaz de ganar?

—¿Cómo está Aden? —preguntó Riley. El lobo podía leer las auras de los demás, y seguramente había visto cuál era la dirección de sus pensamientos—. ¿Sobrevivió?

Sí y no. Con un nudo en el estómago, Victoria tomó a Riley de la mano y lo llevó hacia la cama.

—Observa a nuestro rey —le dijo.

Riley vio a Aden tendido boca arriba e inmóvil. Estaba muy pálido y demacrado, y tenía los labios resecos y agrietados.

—¿Qué le pasa? —preguntó.

—No lo sé.

—Sabes algo.

Ella tragó saliva.

—Bueno, creo que ya te conté que Tucker lo había apuñalado.

—Sí, y Tucker morirá por ello. Pronto.

Aquella declaración no sorprendió a Victoria. Riley se vengaba para que el enemigo no pudiera hacer daño dos veces.

—Yo quería salvarlo, así que intenté… intenté transformarlo en vampiro. Eso también te lo conté.

—Sí, Victoria. Y Aden ya te había dicho cuáles eran las consecuencias de contradecir alguna de las predicciones de Elijah. Las pocas veces que él lo hizo, la gente de su alrededor sufrió más de lo que habrían sufrido si los hubiera dejado en paz.

—Sí, me lo dijo, pero yo no cambié de opinión. Le di mi sangre y bebí la suya. Después, él bebió de mí otra vez, y repetimos el proceso una y otra vez.

—¿Y qué ocurrió?

—Y… no sé cómo, pero yo absorbí sus almas, y él absorbió mi bestia.

Riley se quedó boquiabierto.

—¿Tú tienes las almas?

—No, ya no. Hicimos ese intercambio muchas veces, y seguimos bebiendo el uno del otro, aunque ya no nos quedara nada. Algunas veces pensé que nos íbamos a matar. Y estuvimos a punto de hacerlo —explicó Victoria. Mientras hablaba, le temblaba la barbilla.

—Hay más. Dímelo.

—El último día que pasamos en la caverna… le hice algo. No sé qué fue, ¡y le está matando! Perdí la noción de mí misma, y cuando volví a recuperarla, Aden estaba así.

—¿Sin conocimiento? ¿Y cuánto tiempo lleva así?

—No lo sé.

—¿Ha sangrado?

—No —dijo ella, aunque sabía que eso no significaba que no le hubiera hecho daño internamente.

—¿Y por qué lo trajiste aquí? Está muy débil y vulnerable. Tu gente podría sublevarse y librarse por fin de un rey humano al que nunca quisieron.

—He estado cuidando de él, y nadie se ha atrevido a entrar en mi habitación. Creo que todos se acuerdan de lo mucho que lo quieren sus bestias.

Todos los vampiros albergaban uno de aquellos monstruos, que podían salir de sus huéspedes, tomar forma sólida y atacar. Y cuando atacaban nadie estaba seguro, y menos su huésped vampiro. Y, sin embargo, aquellas bestias se comportaban como perros amaestrados delante de Aden, y hacían todo lo que él les ordenaba. Lo protegían de cualquier amenaza.

—O tal vez es que todavía no saben que él está aquí —dijo Victoria.

—Sí, sí que lo saben. Todos aquéllos con quienes me he cruzado estaban muy nerviosos. Sus bestias quieren salir y venir aquí con Aden. ¿Se ha convertido en vampiro, entonces?

—No. Sí. No lo sé. Antes de perder el conocimiento quería mi sangre. Toda.

Riley miró bajo el labio superior de Aden.

—No tiene colmillos.

—No, pero su piel…

—¿Es como la tuya? —Riley frunció el ceño y sacó las garras. Antes de que Victoria pudiera protestar, pasó las uñas por la mejilla de Aden.

—¡No!

No se formó ni un solo arañazo.

—Interesante.

Apareció un líquido claro, je la nune, en los extremos de las garras, y cuando Riley le arañó de nuevo la mejilla a Aden, la piel se separó con un chisporroteo.

—¡Basta! —gritó Victoria, y se abalanzó sobre el cuerpo de Aden para impedir que Riley siguiera investigando. Aunque su amigo no lo intentó.

—Es cierto. Tiene la piel de un vampiro —comentó Riley.

—¡Eso es lo que estaba intentando decirte! —Lo que ella no podía admitir todavía, porque no podía creerlo, era que su propia piel se había hecho humana. Era vulnerable, muy fácil de dañar. Y eso ni siquiera había cambiado después de que se alimentara.

—¿Cuánto tiempo lleva así?

—Tres días —respondió ella mientras se incorporaba y se sentaba junto a Aden.

—Un segundo, voy a hacer un cálculo… —después de un instante, Riley continuó—: Sí, tres días más de lo conveniente. ¿Ha comido hace poco?

—Sí.

Victoria le había llevado a los esclavos de sangre y había comenzado a alimentarlo poco a poco, para ver cuál era su reacción. Aden no había mostrado ningún tipo de reacción, ni buena ni mala, así que ella había seguido alimentándolo hasta que ya no le cabía más sangre.

Se había estado preguntando durante horas si debía darle a beber de su propia sangre. ¿Y si él se hacía adicto de nuevo? ¿Y si seguía siendo adicto, y sólo su sangre le servía de alimento?

Así pues, Victoria se la había dado. Se había hecho un corte en la muñeca, sintiendo un gran dolor, y había dejado que su sangre se derramara directamente en la garganta de Aden. Su herida había cicatrizado lentamente para ella, aunque rápidamente para un humano, y durante ese tiempo, Aden había tomado unos cuantos tragos de sangre. Sus mejillas habían recuperado el buen color y ella había sentido esperanzas por los dos. Pero pocos minutos después, Aden se había quedado pálido otra vez, y su sueño se había vuelto inquieto. Demasiado inquieto. Había comenzado a gemir de dolor y a retorcerse, y finalmente había vomitado.

Ella le explicó todo aquello a Riley.

—Entonces, tal vez no necesite la sangre.

—He dejado que pasaran veinticuatro horas sin dársela, y ha empeorado. Sólo mejoró un poco cuando empecé a darle de comer otra vez.

Un suspiro.

—De acuerdo. Esto es lo que vamos a hacer: voy a dejar guardias apostados en tu puerta, y nadie, salvo tú o yo, podrá entrar aquí. Tú vas a alimentarlo con tu sangre, tal y como has estado haciendo, y me avisarás si hay algún cambio. Cualquier cambio. Yo voy a ir al Rancho D. y M. a buscar sus medicinas.

El rancho. El hogar de Aden. Allí vivían adolescentes problemáticos, y era su última oportunidad de redimirse; si cometían alguna infracción, eran expulsados. Y una de las peores infracciones que podían cometerse era irse de allí sin avisar a Dan, el propietario.

—Victoria, ¿me estás escuchando?

—¿Qué? Ah, sí, disculpa. Pero Aden odia esas medicinas.

Y, si quería volver a vivir en el rancho, ella podía conseguirlo. Con unas cuantas órdenes, los humanos harían y pensarían lo que ella quisiera.

Si todavía poseía la voz de autoridad, pensó con una punzada de miedo. Había perdido la piel invulnerable, y también podía haber perdido «la Voz». Desde que había vuelto a la fortaleza, había intentado dar órdenes a los humanos de sangre, pero ellos se habían limitado a sonreír y a seguir su camino sin hacer lo que ella les había ordenado.

«Lo que pasa es que has perdido la práctica, y además todavía no estás completamente recuperada». En aquella ocasión, aquella charla no sirvió para reconfortarla.

—Eres peor que Aden —murmuró Riley—. Y no me importa si odia las medicinas o no. Ya lo hemos visto así más veces, aparte de la necesidad de sangre, y lo único que le ayudó fueron las medicinas. Si las almas son responsables de esto, como otras veces, tenemos que dormirlas un rato.

—Pero ¿y si le hacen daño las medicinas, ahora que es vampiro?

—No creo que suceda eso, teniendo en cuenta que a ti nunca te hacen daño las medicinas humanas. Además, sólo hay una manera de averiguarlo.

Buena observación, por mucho que a ella le resultara angustiosa. Durante casi toda su vida, a Aden lo habían considerado un esquizofrénico. Sus padres lo habían abandonado cuando tenía tres años, y después, había ido de clínica mental en clínica mental. Le habían estado administrando diferentes curas por la garganta durante años, y él siempre lo había odiado. Sin embargo, Riley tenía razón. Tenían que hacer algo rápidamente.

—De acuerdo —dijo Victoria—. Lo intentaremos.

—Bien. Vuelvo enseguida —respondió él, y se volvió hacia la puerta.

—Riley.

Él se detuvo, aunque sin mirarla.

—Ten cuidado. El fantasma de Thomas sigue allí.

Thomas era un príncipe de las hadas, a quien habían matado Riley y Aden para salvarla a ella. En aquellos momentos, su fantasma seguía en el rancho, y quería vengarse.

—Lo tendré.

—Y gracias.

Seguramente, estar allí era muy difícil para él. Mary Ann era su amor, y conociendo a Riley, estaría muy preocupado por su desaparición. Seguramente estaba frenético por ir en su busca, pero se quedaba allí porque ella lo necesitaba.

Cuando Aden mejorara, ayudaría a su amigo a encontrar a Mary Ann, aunque fuera peligrosa para sus seres queridos.

Riley asintió rígidamente y después se marchó. Victoria suspiró y se giró hacia Aden. ¿Qué estaba pasando por la cabeza de su novio? ¿Era consciente de lo que le rodeaba? ¿Estaba sufriendo, tal y como ella sospechaba? ¿Sabía lo que le había hecho ella en los últimos minutos que habían pasado en la cueva? ¿Cuánto caos podría soportar hasta que se desmoronara?

Desde que ella había entrado en su vida, Aden sólo había conocido la guerra y el dolor: un duende lo había mordido y lo había envenenado, las brujas habían echado una maldición de muerte a sus amigos y las hadas habían intentado tomar el control del Rancho D. y M. Bueno, tal vez aquellas cosas no fueran exactamente culpa suya, pero ella se sentía responsable de todos modos.

—Ya te has despertado más veces de esto —le susurró a Aden—. Esta vez también te despertarás.

Victoria era incapaz de soportar la idea de separarse de él. Permaneció a su lado hasta que volvió Riley, media hora después. No llevaba camisa y no tenía abrochados los pantalones, que eran distintos a los que llevaba antes. Se había vestido rápidamente, y seguro que la otra ropa se le había hecho jirones durante el cambio de hombre a lobo.

Llevaba una pequeña bolsa llena de frascos de medicinas. Victoria se puso en pie de un salto y él dejó la bolsa sobre la cama.

—Siento haber tardado tanto.

—¿Te ha dado problemas Thomas?

—No. Ni siquiera lo he visto. Pero claro, al contrario que Aden, yo nunca he sido capaz de ver ni de oír a los muertos. Me he retrasado por las pastillas. No quería darle píldoras que tengan un efecto contraproducente, así que sólo tomé los frascos que tenían nombre y pasé por mi habitación para consultar sus efectos en Google.

—¿Y qué pasó en el rancho?

—Aquí tienes. Míralo tú misma —dijo él, y le tendió la mano.

Ella entrelazó sus dedos con los de Riley. Llevaban juntos tanto tiempo que habían desarrollado una conexión mental muy fuerte y podían compartir experiencias.

Como si se hubiera encendido una televisión en su mente, vio a Dan, antiguo jugador profesional de fútbol americano, alto, rubio y curtido, en la cocina del rancho. Estaba con su esposa, Meg, una mujer menuda y muy guapa.

—… Muy preocupada —estaba diciendo Meg.

—Yo también. Pero Aden no es el primero que se escapa, ni será el último —dijo él. Sin embargo, aunque aquéllas eran palabras de resignación, el tono no lo era.

—Pero es el primero que te sorprende al hacerlo.

—Sí. Es muy buen chico. Tiene un gran corazón.

Meg sonrió.

—Y el hecho de no saber por qué se ha ido te está matando. Lo sé, cariño.

—Espero que esté bien. Tal vez, si le hubiera prestado más atención, él no se habría…

—No. No te hagas eso a ti mismo. No podemos controlar las acciones de los demás. Lo único que podemos hacer es apoyarlos, y rezar por poder mejorar las cosas.

La conversación se fue apagando a medida que Riley se alejaba de la casa principal y se dirigía al barracón que había tras ella. Allí estaban los amigos de Aden. Seth, Ryder y Shannon estaban viendo la televisión. Terry, R. J. y Brian estaban frente al ordenador, jugando. Aunque eran actividades relajadas, los chicos estaban tensos. Ellos también debían de sentir la pérdida de Aden.

«Tengo que arreglar esto», pensó Victoria.

Shannon se puso en pie y recorrió la habitación con la mirada. Entonces, sus ojos se cruzaron con los de Riley.

En el presente, Riley le soltó la mano a Victoria, y las imágenes desaparecieron. Ella se encontró nuevamente en su habitación.

—Shannon te vio.

—Sí, pero no hizo nada y yo pude recoger lo que necesitaba sin problemas —dijo Riley. Después metió la mano en la bolsa y sacó los frascos que quería—. No he encontrado mucha información, pero sí la suficiente como para saber que necesita antipsicóticos. Esto, esto y esto —mientras hablaba, se los ponía en la mano a Victoria.

—Ve a buscar un vaso de agua a mi baño —le pidió ella.

Riley no dudó en obedecer, aunque no fuera su costumbre. Pronto le entregó el vaso. Estaba tan preocupado por Aden como ella.

—Levántale la cabeza e inclínasela hacia atrás —dijo ella, y de nuevo, Riley obedeció.

Ella le abrió la boca a Aden y le puso las pastillas en la lengua. Después posó el borde del vaso entre sus labios y vertió un poco de agua. Luego le cerró la boca y le masajeó la garganta para que tragara, hasta que las píldoras hallaron el camino hacia el estómago.

Después se irguió y miró a su paciente.

—¿Y ahora qué? —susurró, sin dejar de observar ansiosamente a Aden, en espera de alguna respuesta. No hubo ninguna.

—Ahora —dijo Riley con gesto sombrío—, esperaremos.