«¿Tienes algo ya?».

—No.

«Pues mira otra vez».

—¿Cuántas veces vamos a tener esta conversación, Julian?

«No hablemos de eso. Sigue mirando».

Aden apretó los dientes. Estaba sentado en el suelo del baño, con la cabeza apoyada en el borde de la bañera. Miró al techo. Estaba frustrado, pero volvió a mirar los papeles de la caja.

Sus oídos captaron algo… Tal vez el crujido de una ropa. Después, nada.

«Ésos no. No me gustan. Me dan miedo».

Como la habitación del hospital. Eso era algo, por lo menos. Leyó el lomo del libro que tenía en la mano. Artes oscuras de los siglos.

«Enséñame otra vez las fotografías».

«Ya nos las sabemos de memoria», gimoteó Caleb.

Elijah continuó en silencio.

Aden oyó otro crujido de ropa al otro lado de la puerta, mientras dejaba el libro y tomaba las fotografías. Vio una de dos niños pequeños, más o menos de la misma edad, tan parecidos que podrían haber sido gemelos. Sin embargo, cuanto más crecían, más diferentes se volvían. Robert envejecía más rápidamente que Daniel. Y cuanto más crecían, más infelices se volvían sus caras, hasta que Robert, con unos cuarenta años, y Daniel, de treinta y algo, tenían una expresión malhumorada y triste.

¿Y aquél era el hombre al que Tonya había amado tanto como para no poder superar su muerte, ni siquiera diecisiete años después? Parecía algo obsesivo.

«Ésa, ésa, ésa», dijo Julian.

Aden se quedó inmóvil. La fotografía que tenía en la mano no era de los hermanos, sino de la misma Tonya. Era más joven, más rubia, más guapa, y estaba sentada a la sombra de un árbol, mirando a la distancia, rodeada de flores.

—¿Qué pasa con ella?

«Antes no le he hecho caso porque es de una mujer. Pero cuanto más la miro, más pienso que yo estaba ahí también».

—Tal vez fuiste tú quien hizo la foto.

«Si la hice yo, significa que era Daniel, ¿no? Ella no tendría por qué estar con su cuñado».

«A menos que Robert también la quisiera, —intervino Elijah—. No, no hagáis caso. No quería decirlo en voz alta».

Aden se irguió.

«¡Yo no era calvo!», insistió Julian.

«Creo que eso es algo que todos los calvos se dicen en alguna ocasión a sí mismos», comentó Caleb.

—Muy bien. Ahora estamos trabajando en equipo otra vez. Esto me gusta. Vamos a seguir así.

«¿Por qué no viajamos atrás en el tiempo, como sugirió Mary Ann? Al momento en que fue hecha esta fotografía, —dijo Julian—. Demostraré que tenía pelo. Aden abrirá los ojos y estará en el cuerpo de Daniel. Con pelo. ¿Había mencionado eso ya?».

—¿Se os ha olvidado cuántas veces nos hemos despertado con padres de acogida mucho más malos que los anteriores? ¿O en una clínica mental de la que ya nos habían echado? Y en una ocasión despertamos con un nuevo médico, un psiquiatra que no era humano, sino un hada disfrazada que quería matarnos.

«No. Pero…».

—No hay «peros» que valgan. Les he dicho a todos los demás que no, y ahora os lo digo a vosotros. No, no, y mil veces no. Y ya está. Quien tomara esta foto no tiene importancia.

«Eso no lo sabes».

—Tú moriste en diciembre. Esa fotografía se hizo en primavera. Y los dos sabemos que sólo necesitas recordar el día en que moriste para que todo esto funcione.

Hubo un gruñido de frustración.

«Bueno, pues no lo recuerdo. Tenemos que hacer algo. Intentar algo».

—Vamos a visitar otra vez a Tonya. La obligaré a hablar.

«No. No quiero que ella sufra, —dijo Julian apresuradamente—. Bueno, ya sé que tú no vas a hacerle daño, pero… no sé. No quiero que sufra más».

Aden se sintió intrigado. ¿Estaban aflorando por fin los sentimientos de Julian? ¿Acaso había amado a aquella mujer? De repente, Aden se fijó en una sola palabra.

—Tú has dicho que no quieres que sufra más. Más. ¿Por qué estaba sufriendo?

«Yo… yo… no lo sé».

«Tal vez estéis pensando demasiado en todo esto, —intervino Caleb—. Si nos relajáramos un poco, las respuestas vendrían solas».

Aden dudaba mucho que pudiera relajarse en un tiempo cercano.

«Eh… Aden… Victoria está en peligro», dijo Elijah.

—¿Qué? —dijo Aden, y automáticamente miró hacia la puerta—. ¿Qué le ocurre?

«Sé que estoy incumpliendo la promesa que te hice, pero Tucker está en la habitación con una daga. Mary Ann y Riley también están ahí. Pensé que deberías saberlo».

—¿Están bien?

«En este momento, sí».

Aden se quedó inmóvil. Si actuaba explosivamente, tal vez Tucker lo hiciera también. Tenía que pensar en una manera de atacar que no pusiera en peligro a los demás.

Intentó escuchar, pero sólo oyó el susurro de la ropa. ¿Por qué?

—¿Cómo están situados en la habitación? ¿Lo sabes?

Pasaron dos segundos. Cuatro. El sonido de la ropa aumentó, pero eso fue todo.

«Riley y él están luchando con dagas, —dijo Elijah de repente—. Tienen cortes muy profundos, y hay sangre por todas partes. —Hubo un jadeo de espanto—. Victoria acaba de intentar separarlos. Ahora está inconsciente. Mary Ann está…».

Junior comenzó a dar golpes contra el cráneo de Aden. Victoria estaba herida. Nadie le hacía daño a Victoria. Estaba tan concentrado en defenderla que ni siquiera se paró a abrir la puerta. La atravesó de golpe, y las astillas salieron volando en todas direcciones.

Se concedió un momento para entender lo que estaba viendo y oyendo. O más bien, sin oír nada.

Lo primero que advirtió fue que la habitación y todos sus muebles estaban destrozados. Sin embargo, él no podía oír nada más que el susurro de la ropa. A pesar de que los chicos estaban luchando como animales, lanzándose el uno al otro sobre las camas, al suelo, contra los armarios.

Aden se dio cuenta de que la ilusión que estaba proyectando Tucker era para controlar el sonido.

Después notó que Tucker no estaba luchando con todas sus fuerzas. Extendía los brazos y le permitía a Riley pegarle puñetazos en la cara. Bueno, hasta que el instinto de supervivencia hacía que reaccionara, tal vez sin pensarlo, y respondía al hombre lobo.

El aire olía a sangre, y Junior se puso frenético. En cualquier momento iba a romperle el cráneo a Aden.

Mary Ann intentaba esquivar a Tucker y a Riley mientras buscaba un arma por la habitación, y Victoria… Victoria estaba inconsciente en el suelo. Le salía sangre de la nariz.

«Nadie le hace daño. Nadie».

Dentro de Aden estalló una rabia asesina, tan fuerte que no pensó que pudiera contenerla. Nunca había experimentado nada semejante, ni siquiera cuando luchó con Sorin. Iba a explotar…

«¿Qué nos está pasando?», preguntó Julian. Apenas se oía su voz entre los rugidos de Junior.

Aden se lanzó a la lucha; apartó a Riley con una mano y agarró a Tucker de la camisa con la otra. Tomó impulso y lo estampó contra la pared.

Junior, al sentir que tenía la ocasión de golpear, salió de su piel y rugió directamente a Tucker. Junior todavía no era sólido, y no causó ningún daño al intentar morder.

Tucker se quedó inmóvil, soportando los golpes. Tenía los ojos hinchados, y le faltaban dos dientes.

Riley debió de recuperarse, porque estaba junto a Aden un segundo más tarde. Junior ya había decidido que Tucker le pertenecía y se giró para gruñir al hombre lobo y mostrarle unos dientes que se habían hecho sólidos.

Riley retrocedió, y Junior volvió a concentrarse en Tucker. La saliva le goteaba de los colmillos afilados.

Tucker sonrió.

—Recuerda… lo que me prometiste —murmuró—. Protege… a mi hermano.

Aden intentó impedirlo, pero era demasiado tarde. Junior había salido completamente de él, y atacó. Tucker no forcejeó ni una sola vez. Entonces, la cabeza se le cayó hacia un lado. Tenía los ojos abiertos y vidriosos. El pulso dejó de latir en su cuello, porque ya no tenía cuello.

De repente, el sonido volvió. Aden oyó un grito desgarrador, y oyó los gruñidos que emitía Junior mientras comía. Oía los jadeos de Riley. Oía los sollozos de Mary Ann, y oyó la respiración de Victoria.

No podía mirar a ninguno de ellos. Si Junior decidía atacarlos…

—Riley, saca a las chicas de aquí —le dijo al lobo, mientras sujetaba al monstruo con los brazos—. Ahora mismo.

—¿Dónde y cuándo nos reunimos contigo?

—Os llamaré cuando lo sepa. Marchaos.

Una pausa. Pasos. El chirrido de las bisagras de la puerta. Aden permaneció así hasta que Junior hubo terminado de comer. Sentía la satisfacción y el placer de la bestia. Y después, su malestar por el exceso de comida.

—¿Qué es lo que acaba de ocurrir? —susurró, mientras le acariciaba detrás de las orejas.

«Tucker quería morir, —dijo Elijah con tristeza—. Vlad no puede utilizar a su hermano contra él si está muerto».

—Lo sé. Y había que detener a Tucker, pero no de esta forma —dijo Aden.

«Estas cosas pasan», dijo Caleb.

«¿De verdad?, —preguntó Julian—. Porque yo no me acuerdo de haber visto nunca nada semejante».

Aden continuó acariciando a Junior, y la bestia se lo permitió sin atacar. Incluso se quedó dormida, y su cuerpo se convirtió en una niebla que volvió a introducirse en Aden.

Él se quedó allí inmóvil durante un largo rato, rodeado por la sangre de Tucker. Sabía que Junior era peligroso, pero aquello… No le había sido posible controlarlo.

No podía volver a suceder.

«Puedes tatuarte una marca, como los otros vampiros, —le dijo Elijah—. Esa marca mantendría a Junior dentro de ti, calmado, en silencio».

«¿Y por qué lo dices con tanta tristeza?, —le preguntó Julian—. Controlar a la bestia es bueno».

«Sí, pero la marca nos silenciaría también a nosotros».

«¿Cómo?», preguntó Julian.

«¿Qué?», inquirió Caleb.

«Seguiremos conscientes, como Junior, pero no tendremos voz. No protestéis. Yo sabía que llegaríamos a este punto, y quería estar seguro de que Aden podía existir sin nosotros. Puede. Eres lo suficientemente fuerte, Aden, y lo suficientemente listo».

«Entonces, nos quedaremos atrapados al fondo de su mente», dijo Caleb con incredulidad.

«Eso no es justo», dijo Julian.

«La vida no es justa».

Así pues, Aden tenía que elegir entre controlar a su bestia, que podía emerger en cualquier momento y matar a cualquiera, incluso a quienes él quería, y destruir a sus amigos. No, la vida no era justa.

—En este momento, Junior está satisfecho y callado. Tal vez incluso tenga una indigestión. No tenemos por qué tomar ninguna decisión ahora.

«¿Qué quieres decir? No debería haber nada que decidir», le replicó Caleb.

Aden lo ignoró.

—Vamos a limpiarnos y a buscar a los demás. Tenemos que visitar a Tonya.

«No tenemos coche», dijo Julian, que lo olvidó todo ante la mención del nombre de la que podía ser su esposa.

«No lo necesitamos, —respondió Elijah—. Ya no».