«¿De verdad deseas desafiarme, chico?».

Aquellas palabras de Vlad resonaron en la cabeza de Tucker mientras él se paseaba por la habitación del motel con un puñal entre las manos. Se había alojado en el mismo establecimiento en el que estaban los demás, y en el mismo piso. Ellos no lo sabían. Él quería estar cerca de Mary Ann para sentirse en paz otra vez, pero no había servido de nada. Todavía sentía el dominio de Vlad.

Aquel desgraciado quería que eliminara a su propia hija. Quería que eliminara a todos quienes habían participado en su caída. Y Tucker debería haberlo hecho ya.

Por lo menos, Vlad no tenía ni idea de que había hecho un trato con ellos. Un trato que, por su bien, debían cumplir.

Después de que Aden terminara de ponerse al día con su novia vampiro, los dos habían hablado de amor y de tonterías. Tucker todavía se estaba estremeciendo. Por otra parte, Mary Ann y Riley habían estado lanzándose pullas, a punto de provocar una sangría. Él prefería los arrullos. Afortunadamente, todo había terminado cuando los cuatro se habían reunido y habían salido del motel, al campo de batalla del mundo exterior. Todavía eran vulnerables a los ataques, y eso era exactamente lo que quería Vlad: que él los atacara.

«¿Me estás escuchando, chico? No me gusta que me ignoren. A quienes me irritan les ocurren cosas malas».

Como si Tucker no lo supiera ya. Sólo tenía que pensar en lo que le había obligado a hacerle a Aden. Y lo que había obligado a Ryder a hacerle a Shannon.

¿Cómo iba a salir de aquel lío sin causar bajas? Si mataba a Aden, éste no podría salvar a su hermano.

«Vas a hacer lo que yo te diga. No puedes luchar contra mí».

Tenía que haber una manera de hacerlo.

«Mataré a tu hermano si me fallas, no lo olvides».

—No, no lo he olvidado. Pero si lo matas, no tendrás modo de controlarme.

Tal vez Vlad se estuviera fortaleciendo, pero su control sobre Tucker no. A cada hora que pasaba se debilitaba más; seguramente, él estaba haciéndose inmune al vampiro. Vlad tenía que saberlo, y por eso amenazaba a su hermano pequeño, un niño de seis años bueno y dulce, que tenía amigos invisibles y a quien su padre trataba como a una basura. Ethan se merecía la felicidad, pero todo el mundo le fallaba.

Tucker lo adoraba, pero él había sido su peor enemigo. Y ahora quería y necesitaba arreglar las cosas. Salvar al niño de una vez por todas.

«Siempre hay una manera de controlar a un humano, —le dijo Vlad, riéndose con petulancia—. Yo siempre encuentro la forma».

—Yo no quiero hacerle daño a nadie —contestó Tucker. No quería matar a sus amigos. O enemigos, como dirían ellos, y con buen motivo. Pero le habían prometido que salvarían a su hermano, y Tucker tenía que creer que iban a hacerlo.

«No me importa lo que quieras o no quieras. Hazlo. Destrúyelos ahora».

Tucker se dirigió hacia la puerta antes de poder darse cuenta. No, no, no. Clavó los talones en la moqueta y se detuvo. Unos días antes habría salido de la habitación sin pensarlo, pero cuantas más acciones malas cometía, más fuerte se volvía. Así pues, cuando pasaran unos días más, tal vez Vlad ya no pudiera seguir dirigiéndolo. Pero ¿tenía esos días? ¿Y su hermano?

Seguramente no.

En aquel momento, sólo tenía una manera segura de conseguir lo que quería. Había ignorado aquella posibilidad, pero en aquel momento no pudo seguir ignorándola. Y además, ya no quería hacerlo.

—Guíame hacia donde hayan ido —dijo, en un tono de voz desprovisto de toda emoción.

Vlad se echó a reír.

«Buen chico».

«Inténtalo de nuevo», dijo Julian.

Aden tocó a la puerta de la casa de Tonya Smart por sexta vez. Sabía que estaba en casa, y no iba a marcharse hasta que los atendiera. O llamara a la policía, y ellos se lo llevaran de allí.

Riley y Mary Ann estaban a varios kilómetros, en la casa de los Stone, asegurándose de que eran realmente sus padres. Aden no había querido ir, y había dicho que sería más fácil que se separaran. En realidad, no estaba preparado para enfrentarse a la gente que lo había traicionado y olvidado.

Victoria estaba a su lado, de su mano. Ahora que sabía que era humana, no iba a perderla de vista bajo ningún concepto. Alguien tenía que protegerla, y quería ser él.

«Otra vez, —insistió Julian—. Por favor».

Después de la pérdida de Eve, las almas habían dejado de presionar a Aden para saber quiénes eran. Tenían miedo de tener que separarse de él. Pero con la información tan al alcance de la mano, Julian había perdido aquel temor. Estaba ansioso por saber cuál era su identidad.

—Tal vez debiéramos intentarlo más tarde —dijo Victoria.

—Conseguiríamos el mismo resultado —respondió Aden, y llamó de nuevo—. Está en casa. La huelo. —Incluso podía oír los latidos de su corazón. Le daba un poco de miedo.

Por supuesto, a Junior le encantaba aquel sonido, pero al oírlo sentía hambre aunque se hubiera alimentado hacía muy poco.

—Si esa mujer ha decidido no hacernos caso, entonces hemos fracasado incluso antes de llegar.

—Está bien…

«¡No!, —gritó Julian—. No nos marchamos».

—Todavía no —respondió Aden.

«Gracias». Julian suspiró de alivio.

—Sólo quiero hablar con usted, señora Smart. Por favor. Podría salvar una vida.

Pasaron unos minutos, y no hubo ningún resultado.

—Esto no funciona —dijo Victoria—. Ojalá yo pudiera… Pero tú sí puedes —le dijo a Aden.

—¿Qué?

—Llamarla. Puedes obligarla a hablar contigo.

Exacto. Podía hacerlo. Se le olvidaba todo el rato.

Pero… hacerles eso a los demás… seguir haciéndolo, cuando él sabía lo horrible que era estar al otro lado de la situación…

«Es un buen plan», dijo Julian.

—Lo sé. Sólo… déjame pensar un momento.

Victoria lo entendió.

—No te gusta obligar a la gente.

—No —dijo él, y se la llevó hasta el columpio del porche. Allí se sentaron y comenzaron a mecerse suavemente.

—Nunca había conocido a nadie que se resistiera a usar la voz de autoridad. Es admirable.

La frustración de Aden se convirtió en placer. La atrajo hacia sí para abrazarla. Y eso, por supuesto, le provocó otro pensamiento: quería estar con ella otra vez.

Al momento, sólo podía pensar en el sexo. Su primera vez, y se alegraba tanto de que hubiera sido con Victoria. Alguien que lo entendía, alguien que sabía lo que había pasado en su vida, y lo que estaba pasando todavía. Alguien que no lo juzgaba y que disfrutaba estando con él.

—No voy a hablar contigo sobre él —dijo de repente una mujer, cuya voz le resultaba muy familiar—. No puedo.

Fabuloso. Aquello otra vez.

Por el rabillo del ojo, Aden vio a la madre de Victoria girando hasta que se colocó frente a él. De repente, Aden pensó que aquellas visiones tenían algo que ver con la ingesta de sangre de Victoria. Él había bebido de ella dos veces, pero sus mentes no se habían fundido en una. ¿Y si su conexión a través de la sangre iba a manifestarse siempre así?

En la visión no apareció nadie más, y él no oyó la respuesta que le daban a su negativa a «hablar sobre él». Pero ella dijo:

—¡No, no! Lo quiero. Es lo único que tienes que saber. Me marcho con él, pero no puedo llevarte, cariño. Tu padre me dejará marchar a mí, pero nunca te dejará marchar a ti. Ya lo ha demostrado, ¿no?

¿Iba a abandonar a su hija? ¿Iba a abandonar a Victoria?

—¿Aden? —le dijo ella.

—Dame un minuto.

—Ah. Está bien.

Seguramente, Victoria había pensado que estaba escuchando a las almas, y él no la corrigió.

—Te escribiré todos los días, querida —dijo Edina mientras agitaba la mano para despedirse—. Te lo prometo.

Una pausa.

—Sé valiente, mi pequeña Vicki, y dile a tu padre que estoy en mi habitación si pregunta por mí.

Vicki. Victoria. A Aden se le encogió el estómago, al tiempo que su comprensión por su novia aumentaba. No era de extrañar que usara la voz de autoridad tan a menudo. Siempre había estado rodeada por el caos. Decirles a los humanos lo que tenían que hacer había sido su manera de tomar las riendas, de conseguir los resultados que quería.

«¿Aden? ¿Qué ocurre?», preguntó Julian.

—Nada.

En un segundo, la visión cambió. En aquella ocasión, el resto del mundo se esfumó, y Aden se vio entre unas paredes negras. No tuvo tiempo de reaccionar. Sobre él había un techo de espejo, y bajo sus pies, un suelo de ónice brillante.

Perdió la conexión con su cuerpo, y comenzó a ver por los ojos de Victoria. Conocía muy bien aquella sensación.

Frente a él estaba sentado Vlad «el Empalador», en su trono de oro. Vaya, era un tipo impresionante. Lo único que había visto Aden del antiguo rey de los vampiros había sido su cuerpo abrasado. En vida, Vlad era un hombre enorme y alto, la viva imagen de la fuerza, incluso sentado.

Tenía el pelo negro, y los ojos tan azules que parecían dos zafiros que ardían con un fuego incesante. Su expresión era de determinación y de crueldad. Tenía los labios manchados de sangre, y una cicatriz que le recorría la cara desde una ceja hasta la barbilla.

Seguramente, a las chicas les parecería guapo. Tenía los hombros muy anchos y el torso lleno de músculos. Llevaba un anillo en cada uno de los dedos, unos pantalones color beige que se le ajustaban a las piernas y unas botas de cordones hasta las rodillas.

—¿Osas desafiarme? —preguntó el rey vampiro, poniéndose en pie—. Bien, acepto el desafío.

Era altísimo, un gigante de puro músculo.

El vampiro con quien estaba hablando era igual de alto, e igual de musculoso.

—No dudaba que lo aceptarías.

—Puedes elegir el arma —dijo Vlad.

Estaban rodeados por una multitud que los observaba con tensión, con la respiración contenida. Salvo un hombre: era Sorin, el hermano de Victoria. Él estaba situado detrás del estrado donde descansaba el trono, y agitaba la cabeza con resignación.

Victoria estaba a pocos metros de él. Miró hacia el espejo, y Aden se dio cuenta de que ella era la niña pequeña, tal vez dos años mayor que durante la visión de los latigazos. Edina estaba a su lado. Las lágrimas le caían por las mejillas, y tenía el rostro crispado de terror.

Victoria agarraba con fuerza la mano de su madre. Por fuera parecía serena, pero por dentro estaba muy nerviosa, y no quería soltarse de ella.

—Elijo las espadas —dijo el hombre.

—Excelente —respondió Vlad, mientras bajaba las escaleras del estrado—. ¿Cuándo? ¿Dónde?

—Ahora. Aquí.

El rey hizo un asentimiento de satisfacción.

—Entonces, pensamos igual.

—Sólo en esto.

Alguien de entre la multitud le lanzó una espada a Vlad, y otra a su oponente. Ambos la atraparon con facilidad en el aire. Un segundo después, el hombre se arrojó hacia delante para comenzar a luchar.

Vlad permaneció inmóvil hasta justo antes de que su contrincante lo alcanzara. En aquel preciso instante se giró en un borrón de movimiento y dio un mandoble.

Al suelo cayeron la sangre y las entrañas de su enemigo.

El hombre se derrumbó entre jadeos y borboteos, con los ojos muy abiertos. Estaba agarrándose el estómago sin entender lo completa que había sido su derrota. Sin dar un solo paso, Vlad golpeó una segunda vez y le cortó la cabeza.

De la multitud surgió un jadeo colectivo.

—¿Alguien más? —preguntó Vlad—. Será un placer luchar con cualquiera de vosotros.

Edina estalló en sollozos y salió corriendo de allí, dejando sola a Victoria. La niña estaba temblando cuando su padre se volvió hacia ella con desagrado.

—¿Por qué no la has detenido? Los pedazos de su amante están por el suelo. Un hombre a quien habrías llamado «padre», estoy seguro. Un hombre a quien querías llamar «padre».

—¡No! Yo… yo…

—No quiero oír excusas ni negativas falsas. Vamos, toma la cabeza y colócala en una pica. La tarea es tuya, y debes llevarla a cabo, o te verás como él.

Ella se apresuró a obedecer, e hizo cosas que un niño nunca habría tenido que hacer.

Aden se concentró sólo en Victoria. Saber que había tenido que soportar algo así lo destrozaba por dentro.

Quiso correr hacia aquella niña y llevársela de allí para protegerla de tales horrores. El hombre que acababa de morir era el amante de Edina, con quien ella había querido escapar dejando abandonada a su hija. La hija que había tenido que limpiar la torpeza de su madre. Literalmente.

Su pobre Victoria. Antes, él habría apostado todo su dinero a que nadie había tenido una infancia peor que la suya. Sin embargo, la de Victoria sí había sido peor. Comparado con aquello, a él lo habían criado unos ángeles muy cariñosos.

La escena desapareció, y Aden oyó la voz de Victoria.

—Viene alguien.

La puerta de la casa se abrió y Tonya miró hacia fuera. Él no la había llamado, pero allí estaba ella. Seguramente, había ido para asegurarse de que ya se habían marchado, pero de todos modos, él aprovecharía la oportunidad.

—¿Qué quieres? —le espetó Tonya en cuanto lo vio. No salió al porche, ni abrió la pantalla mosquitera de la puerta—. ¿Por qué no os marcháis?

Aden se levantó del columpio.

—Mis amigos la visitaron y le preguntaron por su marido…

—Sí, y ya le dije a esa chica que no volviera.

—Y no ha vuelto. He venido yo.

—Lo siento, pero tampoco tengo nada que decirte a ti.

Hizo ademán de cerrar la puerta, y aquél fue el momento en el que Aden se resignó. Estaba harto de esperar y de hacer preguntas sin que se las respondieran.

—Deje la puerta abierta —dijo, con toda su voluntad.

Inmediatamente, a Tonya se le quedaron los ojos vidriosos y no tocó más la puerta.

Victoria se puso a su lado y entrelazó sus dedos con los de él para reconfortarlo.

—Su cuñado murió, y no dejó familia. ¿Tiene alguna fotografía suya? ¿Algún efecto personal?

Silencio.

—Dile que te lo diga —le susurró Victoria.

—Dígame lo que quiero saber.

—Yo… —Aunque Tonya todavía tenía los ojos vidriosos, encontró la fuerza para resistirse—. No puedo decírtelo.

Victoria frunció el ceño.

—Eso es imposible. Tiene que decírselo. Se lo ha ordenado.

—No… no puedo.

Lentamente, Aden se soltó de Victoria y se acercó a Tonya, haciendo todo lo posible por no asustarla. Tonya no se movió. Él era mucho más alto que ella, y tuvo que mirar hacia abajo para encontrarse con sus ojos vidriosos… Entonces vio en ellos algo oscuro, como una sombra.

Julian también lo vio, y emitió un jadeo de angustia.

«¿Qué es eso?».

—No lo sé —dijo Aden, y habló de nuevo con Tonya—: Va a decirme lo que quiero saber, Tonya Smart. Ahora.

Las sombras se coagularon, después se separaron y se dispersaron y Tonya se relajó un poco.

—Sí. Tengo fotografías y efectos personales.

Respuestas, así, tan fácilmente. Era algo más poderoso y adictivo de lo que él hubiera imaginado. Tan poderoso y adictivo como el mordisco de un vampiro.

—Tráigamelas. Démelas.

—Traer. Dar. Sí.

La mujer entró en la casa. Pasó media hora, y Aden comenzó a preocuparse por si la había perdido, si había conseguido liberarse de su dominio mental y había escapado por la puerta trasera. Sin embargo, ella apareció repentinamente, y con una caja en las manos.

Había funcionado.

Él tomó la caja con alivio.

—Gracias.

Julian estaba bailando en su cabeza.

«¡No puedo creerlo! Puede que haya una fotografía mía ahí dentro».

Aden tomó la caja con una mano, con la otra a Victoria y se dirigió hacia el motel para estudiar lo que habían conseguido. Esperaba que Riley y Mary Ann hubieran tenido tanta suerte como ellos.