Estuvo lloviendo toda la noche. Llovió también al amanecer, y durante el resto de la mañana. El cielo estaba negro como un abismo, y las nubes eran tan espesas que Aden no sabía si se abrirían algún día.
A la hora convenida se dirigió hacia el patio trasero de su nuevo hogar. Un hogar que no iba a ceder con facilidad. Se detuvo al borde del círculo, vibrando de energía. No llevaba camisa, tan sólo los vaqueros y las botas, y ya estaba calado hasta los huesos.
En el dedo llevaba el anillo de Vlad, lleno de je la nune. En los tobillos, dentro de las botas, llevaba las dagas preparadas. Todos los vampiros estaban fuera, con él, y algunos sujetaban antorchas bajo el toldo. Victoria estaba presente, junto a sus hermanas, retorciéndose las manos a la luz trémula de las antorchas.
No habían vuelto a hablar desde el día anterior. Ella lo había intentado, pero él la había evitado para no sentir más y más hambre, y para no pedirle que traicionara a su hermano.
No podía pedirle eso. Si lo hubiera hecho, no podría mirarse a la cara cuando todo aquello terminara.
Aunque iba a ser difícil que lo hiciera si estaba muerto.
—¿Has comido? —le preguntó Victoria, formando las palabras con los labios.
Él negó con la cabeza. No, no había comido. Cuando la esclava que ella le había enviado había llegado a su habitación, él había notado que su hambre se calmaba. Sin embargo, había sentido mucho más interés por la sangre de los vampiros con los que se cruzó de camino al salón del trono. Su hambre había vuelto con intensidad pero había preferido no comer, porque sabía que si tomaba sangre de alguno de ellos, al día siguiente vería la realidad a través de los ojos de quien lo había alimentado, en vez de verla a través de los suyos.
Había estado a punto de ir en busca de Victoria y pedirle que ella le diera sangre, pero sabía que ella no quería alimentarlo. Aquello le hacía daño, aunque la culpa fuera enteramente suya. Después de tratarla como la había tratado…
Un grito animal reverberó en su cabeza, y Aden lo ignoró.
No había llegado a hablarle a Victoria sobre el encuentro con su madre, la mujer danzante. Estaba seguro de que era su madre; estaba seguro de que había visto un recuerdo de Victoria. Su madre intentaba huir con ella. Vlad las alcanzaba, y castigaba a Victoria mientras su madre miraba. Una tanda de azotes con un látigo de nueve puntas impregnadas de je la nune.
Cuando su padre había terminado, la espalda de Victoria estaba destrozada. Y Vlad iba a pagar aquello muy caro.
Aden sería quien lo matara, y en aquella ocasión, terminaría con él de verdad. Pronto. Pero antes, tenía que encargarse de Sorin.
«Aden», dijo Elijah nerviosamente.
—Ni una palabra más —murmuró—. Me lo prometisteis.
«Lo siento, pero acabo de darme cuenta. Acabo de verlo. Tienes que tomar tus pastillas. Por favor».
«¿Cómo?», preguntaron Caleb y Julian al unísono.
—¿Qué es lo que has visto?
«Sólo te pido que tomes la medicación. He visto varios finales para esta pelea, y cada uno de ellos era peor que el anterior. Bien, acabo de ver otro resultado. Las imágenes eran confusas, pero creo que podrás salir de ésta con vida si tomas las pastillas».
—Pero no las tengo aquí. Además, necesito vuestra ayuda.
«Envía a Victoria a buscarlas».
—Dame un buen motivo para hacerlo.
«¿Recuerdas el comportamiento tan frío que has tenido últimamente?».
—Sí —respondió Aden. Era difícil de olvidar.
«Bueno, pues en realidad ha sido casi como un salvavidas para ti. En este momento, uno de tus mayores enemigos es la emoción. Las píldoras te ayudarán a mantener la cabeza fría».
—No lo entiendo.
«Yo tampoco», dijo Caleb.
«Tómate las píldoras, Aden, —insistió Elijah—. Confía en mí. Las emociones fuertes no te beneficiarán».
—Está bien —dijo Aden. Elijah nunca se equivocaba—. Enviaré a Vic…
En aquel momento, Sorin apareció como por arte de magia, seguido por sus soldados. Dos de sus hombres portaban un estandarte, y los demás llevaban antorchas cuyo fuego no se apagaba con la lluvia. Eran un collage de sombras y de luz, de amenaza y redención.
—Ya es demasiado tarde. No puedo enviarla ahora —les dijo a las almas. Si lo hacía, daría la imagen de alguien débil. Para los vampiros las apariencias eran muy importantes, y si los vampiros lo veían vulnerable, perdería aquella batalla aunque la ganara—. Tendremos que hallar otro modo de vencer.
Elijah soltó un gruñido.
«Temía que ocurriera esto. Mantén la calma pase lo que pase, ¿de acuerdo?».
—De acuerdo —respondió él. Era fácil decirlo, aunque seguramente, sería imposible conseguirlo.
Sorin y sus hombres estaban allí, dentro del círculo, y Aden pudo ver con claridad todas las caras de los soldados. Y también las caras de Seth, Shannon y Ryder, sus amigos humanos. Estaban atados con cuerdas. Eran prisioneros.
Para ser justos, no parecía que estuvieran asustados. Seth, con su pelo rojo y negro empapado y chorreándole por la cara, sólo estaba muy enfadado. Shannon tenía los ojos verdes, tan brillantes que relucían entre la lluvia. Y los tenía entrecerrados y clavados en Sorin, a quien lanzaba puñales de odio con la mirada. Ryder era el más tranquilo de los tres. Tal vez porque parecía que estaba completamente horrorizado.
Lo primero era lo primero.
—Suéltalos —exigió Aden—. Ahora mismo.
Sorin asintió.
—Por supuesto que los soltaré. Su libertad, a cambio del trono. Es un intercambio sencillo, y así tú no tendrás que morir.
—Sólo un cobarde haría tal oferta.
—Puedes llamarme lo que quieras, pero no importa. Muy pronto, todo el mundo me llamará «Majestad».
—Arrogante.
—No. Seguro. Pero está bien. No deseas salvar a tus amigos, lo entiendo. Es cruel por tu parte. Sin embargo, vamos a ver si estás dispuesto a ceder la corona para salvar a tu novia.
Durante el discurso de Sorin, uno de sus hombres se había metido entre la multitud y había llegado junto a Victoria. La agarró por la nuca y la obligó a arrodillarse. Ella intentó resistirse, pero no tenía suficiente fuerza.
—Antes de que lo preguntes, no puede teletransportarse —dijo Sorin—. Vino a verme anoche, y le puse droga en la bebida.
Victoria se echó a temblar y miró a Sorin con resentimiento por aquella traición. Aden también se sintió traicionado. Ella lo había dejado solo y se había ido a ver a su hermano, y cabía la posibilidad de que le hubiera contado secretos sobre él.
«¿Y puedes culparla por ello, después de cómo la has tratado?», le preguntó Elijah.
«Vaya forma de ayudarme a que mantenga la calma», pensó Aden, aunque las almas no pudieran oír sus pensamientos.
—¿Cómo puedes tratarla así? —le preguntó a Sorin—. Es tu hermana.
El vampiro se encogió de hombros.
—Con el paso de los siglos he aprendido que nadie es imprescindible.
A Victoria le tembló la barbilla, y Aden se dio cuenta de que estaba a punto de llorar. Se puso muy tenso. Hubiera hecho lo que hubiera hecho, no soportaba que ella sufriera.
¿Emociones fuertes? Si había alguien que pudiera provocárselas, era ella. Ya no tuvo dudas sobre lo que sentía: la quería, y haría cualquier cosa por protegerla. Y confiaba en ella. Tal vez hubiera ido a ver a su hermano, pero no había hecho nada que pudiera ponerlo en peligro.
«Aden», dijo Elijah con nerviosismo.
—No —dijo él. No quería más distracciones.
—No tiene a su bestia —dijo Victoria, y la última palabra brotó de sus labios con dolor. El soldado debía de haberle apretado la nuca.
Elijah soltó una maldición mientras Aden sentía un acceso de rabia. Al fondo de su mente oyó el grito quejumbroso de un recién nacido, pero en aquella ocasión fue más fuerte y furioso. Las almas comenzaron a discutir. Caleb y Julian pedían respuestas, y Elijah se negaba a dárselas.
Aden los ignoró lo mejor que pudo y se concentró en Sorin. Pagaría caro el dolor que le estaba infligiendo a Victoria. Con su sangre.
—¿Espadas? —preguntó.
Pasó un momento mientras Sorin asimilaba el significado de su pregunta. No habría rendición. Iban a luchar. Se sorprendió, pero reaccionó rápidamente.
—Vamos a hacerlo de una manera más justa. Con las manos.
Aden también se sorprendió, porque nada de aquello estaba ocurriendo como en las visiones. ¿Qué significaba? ¿Qué era lo que había causado los cambios? ¿El hecho de que no se hubiera tomado las pastillas?
—Si les ocurre algo a Victoria o a mis humanos, mataré a tus hombres cuando haya terminado contigo —le dijo a Sorin. Y lo dijo en serio.
—Y ahora, ¿quién es el arrogante?
—Quiero que me des tu palabra de que no sufrirán ningún daño, sea cual sea el resultado de la lucha.
Sorin asintió.
—Te doy mi palabra.
La facilidad con la que hizo aquella concesión le dio a entender a Aden que nunca había pensado en hacerles daño. Su furia disminuyó.
Sorin encogió un hombro, y la capa negra que llevaba cayó al suelo. El guerrero quedó a pecho descubierto, como Aden. La diferencia era que Sorin tenía el torso cubierto de marcas protectoras recién tatuadas. No había ni un centímetro de piel visible. Sólo tinta negra sobre tinta negra, círculos sobre círculos. Aden se preguntó brevemente de qué se habría protegido su contrincante. Después, dejó la mente en blanco para concentrarse en la pelea.
Ambos se aproximaron al centro del círculo y quedaron enfrentados a pocos centímetros.
—Creo que, en otras circunstancias, me habrías caído bien —dijo Sorin. Justo antes de darle un puñetazo con los nudillos en el ojo.
Su brazo se movió con tanta rapidez que Aden sólo vio un borrón de movimiento antes de sentir una explosión de dolor en la cabeza. Consiguió mantenerse en pie mientras todo el mundo se volvía negro y silencioso. No había lluvia, ni multitud, ni almas. Nada. Ni siquiera el tiempo. Se quedó sordo y ciego, y su cerebro quedó desconectado.
Permaneció allí casi sin poder respirar, hasta que vio un relámpago blanco. Otra vez negro. Otro fogonazo blanco, uno que duró un poco más. Negro. Blanco. Negro. Blanco, como si alguien estuviera encendiendo y apagando la luz dentro de su cabeza.
Entonces oyó un sonido, y el mundo volvió a aparecer a su alrededor. Sorin estaba sobre él, dándole puñetazos como una ametralladora, sin detenerse.
Aden usó toda su fuerza y le dio un rodillazo entre las ingles. Entonces, Sorin se inclinó hacia delante aullando de dolor, con una rabia inmensa.
Aquella acción de juego sucio le proporcionó a Aden el tiempo necesario para recuperarse. Volvió a alzar la rodilla y golpeó a Sorin en la barbilla con tanta fuerza que lo hizo caer de espaldas.
Aden corrió hacia él con intención de sujetarle los hombros con las rodillas y comenzar a golpearlo sin piedad, pero Sorin alzó las piernas y rodó con Aden hasta que lo colocó boca arriba. De nuevo, Sorin estaba encima de él, dándole golpes.
—Cuando quieras que esto termine, sólo tienes que arrodillarte ante mí y proclamar lealtad a tu nuevo rey.
—Ni lo sueñes —jadeó Aden.
La paliza continuó hasta que notó que se le rompían varios huesos de la cara. Tal vez la nariz se le hubiera dividido en dos; el cartílago se le desplazó hacia un lado. La adrenalina le recorrió las venas y le dio calor y fuerza. Sin embargo, ¿era suficiente?
«Calma. Debes conservar la calma».
La voz de Elijah.
Fue ignorada.
Aden lanzó un puñetazo mientras los gruñidos de su cabeza subían y subían de volumen. Después volvió a pegar, y pronto, Sorin tuvo que dejar de golpearlo a él para salvar su cara de la paliza. Una oportunidad de oro; Aden lo agarró de los brazos y lo giró hasta que quedó situado sobre él.
Escupiendo sangre, comenzó a pegar a Sorin tan rápidamente como pudo. Para delicia de Elijah, cada uno de aquellos puñetazos lo calmaba más y más.
Sin embargo, Sorin no lo permitió durante mucho tiempo. Lo apartó de una patada y se separaron. Aden impactó con un grupo de espectadores y algunos cayeron sobre él. Sintió los deseos de sus bestias. El deseo de salir y salvarlo.
—¡No! —les gritó—. No salgáis. Permaneced dentro.
Las bestias obedecieron, pero ¿cuánto tiempo iban a cumplir sus órdenes? Seguramente, no mucho. Tenía que terminar con aquello.
Sorin debió de pensar lo mismo, porque saltaron el uno hacia el otro y comenzaron a intentar darse golpes en los puntos más débiles: la garganta, la nariz y las ingles. Sorin comenzó a sangrar por un corte que tenía en la frente, y aquella sangre captó la atención de Aden. Tal vez porque era sangre de vampiro… o tal vez porque tenía el mismo olor dulce y oscuro que la de Victoria.
Tenía que probarla…
Debido a aquella distracción, Sorin consiguió derribarlo hacia un lado. Cayó nuevamente sobre los espectadores y volvió a oír a sus bestias. Estaban rugiendo con ansia, deseando salir de sus huéspedes.
Le habría estado bien empleado a Sorin perder la pelea de aquel modo. Ser humillado por las bestias, ya que él se había reído de Aden por ser capaz de domarlas. Sin embargo, Aden tenía que demostrar su valía, o el hermano de Victoria nunca lo tomaría en serio.
«Espera, ¿vas a dejarlo con vida?». Había decidido acabar con él, ¿no?
Aden se apartó de la multitud y salió disparado hacia Sorin. Lo embistió, y de nuevo rodaron por el suelo y lucharon como animales.
—No quería que esto terminara así, pero ahora me alegro. —Sorin exhibió sus colmillos y se lanzó hacia el cuello de Aden.
Sin embargo, no pudo atravesar su piel. El guerrero se quedó anonadado, pero reaccionó rápidamente; antes de que Aden pudiera zafarse de él, Sorin alzó la mano y abrió un anillo muy similar al que llevaba Aden. Dejó caer unas gotas de je la nune en su cuello y, al instante, Aden sintió una quemadura que le atascó la garganta y le impidió respirar. A la furia que sentía se le sumaron el dolor y el miedo, y las tres cosas lo consumieron.
Sorin clavó los colmillos en la herida y succionó. Entonces, las llamas fueron sustituidas por el hielo, y por mucho que forcejeara Aden, no conseguía liberarse de aquellos colmillos.
Cuando comenzó a perder las fuerzas, supo que iba a morir.
Los rugidos se habían intensificado tanto dentro de su cabeza que Aden no podía oír otra cosa. Rugidos, rugidos, rugidos… que se acallaron. No, no cesaron, sino que salieron de él rasgándole las entrañas. Pronto vio una niebla oscura sobre él, una niebla que tomaba forma y mostraba un hocico, unas alas, unas garras, y que no dejaba de rugir.
La bestia de alguien se había escapado.
Algo arrancó a Sorin de él con tanta fuerza que el vampiro estuvo a punto de destrozarle la tráquea con los colmillos. Aden se quedó inmóvil unos momentos. Aunque estaba sudando, se encontraba helado. Todavía podía ganar aquella pelea. No había admitido la derrota, y seguía vivo. Sin embargo, y pese al dolor que sentía en todos los músculos y los huesos del cuerpo, tenía que asegurarse de que Victoria estaba bien.
Se incorporó y notó que la herida del cuello le daba tirones en la piel. Estaba sangrando, pero la lluvia que caía incesantemente le enjuagaba la sangre del cuerpo. Miró a Victoria. Ella estaba pálida, mojada por la lluvia y las lágrimas. Ya no estaba de rodillas, aunque el guerrero de su hermano continuaba a su lado.
Estaba a salvo. Él sintió un alivio inmenso.
—Aden —dijo, entre el asombro y el miedo—. Tu bestia.
Hubo algo que pasó por delante de su línea de visión, y cuando Aden se dio cuenta de lo que era, estuvo a punto de atragantarse. Había un pequeño monstruo persiguiendo a Sorin por el círculo, mordiéndolo con unos dientes muy afilados.
«Tu bestia», había dicho Victoria. Eso era la niebla oscura que había salido de él, y eso era el dolor que había sentido en las entrañas.
Su monstruo era el más pequeño de los que había visto Aden, pero no menos feroz que los demás. Tenía las escamas de un gris brillante, como un cristal ahumado y brillante. Tenía las cuatro patas cortas, pero dotadas de unas garras puntiagudas de marfil. Sus pasos hacían retumbar el suelo.
«Es mío, —pensó Aden, aturdido—. Ha salido de mí».
«Eso era lo que yo no quería que ocurriera, —dijo Elijah con un suspiro—. No quería que lo supieras. Lleva creciendo dentro de ti desde el último día que pasasteis en la cueva. Es el ser que te miró a través de los ojos de Victoria antes de embestirte y dejarte sin conocimiento».
—¿Cómo? —murmuró él.
«Nació en tu interior con el primer intercambio de sangre, y después entró en la mente de Victoria junto a nosotros, mientras crecía y crecía. Después, cesó el intercambio por completo».
—¿Y por qué lo has mantenido en secreto?
«No quería que ninguno de vosotros sintiera pánico. Las emociones fuertes son lo único que puede liberarlo, y todavía no estaba listo para nacer. Bueno, es como un recién nacido».
¿Y eso significaba que era una bestia frágil, o vulnerable?
«Está hambriento. Tiene un hambre feroz, y no es fácil de controlar. No quería decírtelo, pero has tenido que estar dominando su naturaleza, además de la de Victoria. Y lo estabas haciendo muy bien. Hasta ahora».
«¿Y qué significa todo esto para nosotros?», preguntó Caleb.
Elijah suspiró.
«Ahora, el pequeño monstruo ha probado la libertad. Nunca volverá a estar contento enjaulado».
«Por lo menos, Aden ha sobrevivido a la pelea, —dijo Julian—. Tú dijiste que sin las pastillas iba a morir».
«No, yo dije que podía morir. Hay una diferencia. Muchas madres primerizas mueren si dan a luz demasiado pronto, y eso es lo que yo vi».
Caleb se echó a reír, pese a la gravedad de la situación.
«Enhorabuena, Ad. Eres mamá. ¿Por qué no le das el pecho a tu bebé monstruo?».
Julian se echó a reír.
Por fin, la pequeña bestia atrapó a Sorin, lo tiró al suelo y lo sujetó por el estómago.
«Vamos, termina con la pelea, —le dijo Elijah—. Tienes una oportunidad de oro. Aprovechémosla y acabemos esto como es debido».
Aden se puso en pie. Estuvo a punto de caer, pero se levantó y se acercó cojeando a su contrincante. Sonriendo, abrió su anillo.
—Ojo por ojo.
Derramó la sustancia negra en el cuello de Sorin. La piel del vampiro se quemó y se abrió, y la sangre comenzó a brotar. Aden tuvo cuidado para no salpicar a su pequeño monstruo, que lo estaba observando con ojos feroces, llenos de hambre.
Mientras Sorin gemía de dolor, Aden le acarició la cabeza a su monstruo.
—Buen chico —le dijo, buscando un nombre. Fauces Junior, tal vez. Junior, para acortar. Sí, eso sonaba bien.
La criatura le gruñó y le mostró los dientes. Fauces y los otros ronroneaban cuando él los acariciaba. Bueno, por lo menos, Junior no liberó a Sorin y lo mordió a él.
Aden se concentró en su oponente y le clavó los colmillos. Comenzó a succionar y tragó una sangre deliciosa; tal y como había pensado, sabía igual que la de Victoria. Tal vez nunca parara, tal vez se tomara hasta la última gota. Lo necesitaba. Y la bestia ronroneó, como si ella también pudiera saborear la sangre.
Y tal vez pudiera. Junior liberó a Sorin y se puso a beber su sangre junto a Aden. Sorin dio una sacudida, y después otra, y se quedó inmóvil.
«Tenemos que parar. Si no lo hacemos, Sorin morirá. No es necesario que muera. Has ganado».
Elijah, otra vez.
Y otra vez fue ignorado.
No, no podía ignorar a Elijah. En aquella ocasión, no. El resultado era importante. Victoria podía amarlo u odiarlo según terminaran las cosas. Aquella idea se abrió paso en su mente, y Aden se irguió. Sentía un calor chispeante por todo el cuerpo, y sus heridas ya se estaban curando. Intentó agarrar a Junior, pero el pequeño monstruo lo gruñó y agitó el cuello de Sorin como un perro habría agitado un hueso.
«Vas a tener que apartarlo a la fuerza».
Estupendo. Otra pelea. Aden se lanzó hacia la bestia, la derribó y la alejó del cuerpo de Sorin. El monstruo aleteó frenéticamente mientras intentaba morderle la cara.
Varios de los soldados de Sorin se acercaron para ayudar a su señor, que yacía inmóvil boca arriba, como muerto.
—¡No! —les gritó Aden, mientras intentaba dominar a la criatura, y ellos se quedaron helados—. Que todo el mundo se marche —dijo. Lo que menos deseaba era que el monstruo hiriera a alguien más—. Y no quiero que haya peleas, o liberaré a éste para que acabe con todos vosotros. Esperad dentro de la casa.
Comenzaron a sonar pasos y murmullos y, entonces, se quedaron solos los tres: Sorin, Junior y él. A Aden le sorprendió que los vampiros y los lobos le hubieran obedecido con tanta facilidad.
Siguieron forcejando durante mucho tiempo, tanto, que cesó la lluvia. Tanto, que Sorin se recuperó lo suficiente como para despertar e incorporarse.
El guerrero agitó la cabeza para aclararse la mente y miró a Aden. Podía haberse puesto en pie para atacarlo, pero no lo hizo. Había perdido, y lo sabía. Todo el mundo lo sabía. Miró a Aden con los ojos entrecerrados.
—No eres humano —le dijo en tono de acusación.
—No, ya no. Demonios, tal vez no lo fui nunca. —Además de tener una bestia propia, tenía la voz de autoridad de los vampiros y su piel indestructible. Se preguntó qué más cosas habrían cambiado, y qué cosas podría hacer.
Milagrosamente, Junior dejó de luchar. Estaba jadeando. Aden continuó abrazándolo, arrullándolo suavemente. Al monstruo se le cerraron los ojos y, sorpresa, Aden se dio cuenta de que tenía unas pestañas muy largas y rizadas. Era casi… adorable.
Pronto, su cuerpo se relajó y sus jadeos se convirtieron en ronquidos. Aden siguió sujetándolo sin saber qué hacer, pensando que el monstruo se despertaría en cualquier momento y seguiría luchando contra él. Sin embargo, Junior se convirtió en una niebla negra que se le metió por los poros de la piel y lo calentó como si fuera un horno.
Era lo más extraño que le había ocurrido en la vida. Aden no tenía palabras para describirlo.
Sorin se quedó impertérrito.
—A propósito, mi bestia es más grande que la tuya.
—No por mucho tiempo. ¿No has visto el tamaño de los pies de la mía?
Sorin se cruzó de brazos.
—Olvídate de las bestias. Tengo unas cuantas cosas en la cabeza, Haden Stone.
El hecho de oír su nombre completo hizo pensar a Aden.
—¿Como por ejemplo, que quieres volver a luchar conmigo? Bien, hagámoslo ya. Terminemos con esto, porque no voy a dejar que vengas otro día con la misma historia. O te sometes a mí ahora, o mueres ahora. Ésas son las dos únicas opciones.
—No estaba pensando en atacar —dijo el guerrero, poniéndose en pie con cuidado. Se tambaleó un poco, pero después se acercó a Aden y le tendió la mano—. Estaba pensando en que esto nunca lo van a olvidar, y me tomarán el pelo durante toda la vida. Estaba pensando que deberíamos haber luchado con espadas. Estaba pensando… en que quiero ayudarte a que te levantes. Majestad.
De acuerdo, aquello era lo más raro que le había pasado en la vida. Era un giro de acontecimientos que nunca podría haber predicho. Ni siquiera Elijah lo había predicho. Eso le causó inseguridad, pero estaba demasiado cansado como para discutir.
—Gracias —dijo. Aden no confiaba en él, pero de todos modos le dio la mano.