El Hospital de St. Mary era un conjunto de edificios grandes de piedra anaranjada, con muchas ventanas. En la fachada del más alto de todos ellos había una enorme cruz blanca. El aparcamiento estaba lleno de gente que iba en todas direcciones.

Aden estaba sentado en el asiento del pasajero de la furgoneta negra que Maxwell había sacado del garaje de la mansión, observando las entradas y las salidas y todas las caras con las que se cruzaba, intentando detectar algún detalle que no encajara en la escena. Si Tucker estaba proyectando una ilusión, quería saberlo.

Nada parecía estar fuera de lugar. Nadie lo miraba a él.

Supuso que después de la matanza de las muchachas de la túnica roja, que hubiera dos adolescentes en estado grave no era una noticia muy importante, a menos que la policía sospechara que ambos sucesos tenían relación. De todos modos, a Mary Ann y a Riley los iban a interrogar y, seguramente, habría policías de guardia en la puerta de sus habitaciones.

«Vamos. Tenemos que hacer lo que hemos venido a hacer, —dijo Caleb con impaciencia—, para que después podamos hacer lo que yo necesito hacer». Ya no lloraba por las brujas, pero estaba enfadado, y quería venganza.

Aden prefería las lágrimas. Por lo menos, el alma no había intentado poseer de nuevo su cuerpo.

—Todavía no —murmuró, y todos los presentes en el coche se inclinaron hacia delante, esperando una de sus órdenes—. Las almas —explicó.

Hubo un coro de exclamaciones de decepción. Ellos estaban listos para actuar, pero él no iba a meterse en aquello a ciegas. Harían un plan y tomarían todo tipo de precauciones.

«¿Sabes? Este sitio me resulta familiar», dijo Julian.

Debería. Aden sabía que había nacido allí, y que las almas habían muerto allí.

Sintió tristeza. Miedo. Si Julian recordaba cómo había muerto y quién había sido, podría marcharse para siempre. Aden siempre había pensado que eso era lo que quería: estar a solas, poder concentrarse… Hasta que había perdido a Eve.

«Pues a mí no me suena de nada, —dijo Caleb—. Pero tal vez necesite verlo más de cerca».

—¿Qué es lo que crees que vas a encontrar dentro, Caleb? ¿Los cadáveres de las brujas?

«Sí. No. No lo sé. Pero no nos vendría mal ir a la morgue. O, si la policía sospecha que Riley y Mary Ann están involucrados, echarles un vistazo a sus notas».

«Morgue, —repitió Julian—. No quiero ir a la morgue. No quiero tener que luchar con los que están ahí dentro. Me da miedo, y quiero marcharme».

Sí. En cuanto Aden pusiera un pie en la morgue, los cadáveres despertarían y lo atacarían. Él tendría que cortarles la cabeza para acabar con ellos, y eso sería muy difícil de explicar.

Elijah no debía de tener ninguna sugerencia, porque permaneció en silencio.

Aden se frotó la cara con la mano. Lamentó haber discutido con el adivino en la mansión; Elijah sólo quería ayudarlo.

—Con mis capacidades, no puedo arriesgarme a entrar ahí —admitió—. Maxwell, Nathan, ¿sois buenos siguiendo rastros?

—Los mejores —dijo Maxwell, y miró a su hermano, que estaba sentado detrás de él—. ¿Has traído las cosas?

—Sí, claro. Como siempre —dijo Nathan, levantando una bolsa de nailon negro que había en el suelo de la furgoneta.

Los dos sonrieron.

—Los encontraremos —le dijo Maxwell a Aden—. Y nadie sospechará de nosotros, aunque nos crucemos con un poli.

—Explícate.

—Será mejor que empiece con el espectáculo —dijo Nathan. Abrió la cremallera de la bolsa y sacó unas gafas de sol que le lanzó a Maxwell. Mientras Maxwell se las ponía, Nathan sacó unas cuantas cosas más y después, allí mismo, dentro del coche, se quitó la ropa y adoptó su forma de lobo.

Seth, Shannon y Ryder saltaron al espacio trasero sin asientos y pegaron la espalda al cristal de la ventanilla.

—¿Cómo…?

—Es-so ha sid-do…

—¡No es posible!

—Ya conocíais a los vampiros —dijo Aden—, y ahora os presento a los hombres lobo.

Hubo más exclamaciones de miedo y de horror. Aden advirtió que se les aceleraba el corazón. Junior también lo notó, y rugió.

—¿Qué más hay ahí fuera? —preguntó Ryder, mirando al lobo como si fuera venenoso.

—Todo lo que puedas imaginarte.

Maxwell salió del coche y Nathan lo siguió de un salto. Luego Maxwell le colocó un arnés y una correa.

Victoria, que estaba sentada detrás de Aden, se rio en voz baja.

—¿Un perro guía?

Maxwell movió las cejas detrás de las gafas de sol.

—Nadie le pregunta a un hombre ciego qué es lo que está haciendo, ni por qué.

—Brillante —dijo Aden.

—Volveremos en cuanto podamos —dijeron los lobos, y se pusieron en marcha. Nathan precedía a Maxwell, caminando lentamente, y su hermano lo seguía de manera titubeante.

Por un instante, mientras Aden los observaba, atisbó también a Edina, la madre de Victoria, que caminaba por entre los coches. «Ahora no», pensó con angustia.

Tal vez su desgana de tratar con la mujer en aquel momento anuló aquel recuerdo antes de que pudiera tomar forma, porque él pestañeó, y ella ya había desaparecido.

—Muy cerca —murmuró. Se preguntaba por qué seguía apareciendo, y si la veía en las ocasiones en las que Victoria pensaba en ella, cuando la muchacha desearía tener el apoyo de su madre.

Victoria se pasó al asiento del conductor y sus hombros se rozaron. Incluso a través de la ropa, el contacto fue eléctrico.

—¿Cómo estás?

—Bien —dijo él. Y era cierto. Los dolores y los calambres habían desaparecido, tal y como ella le había explicado—. ¿Y tú?

—Bien —respondió Victoria, aunque ella no parecía tan convencida, ni tan convincente.

—¿Todavía estás enfadada?

Ella sonrió tímidamente.

—No.

—Me alegro —dijo él, y le acarició la mejilla con un dedo.

Ella cerró los ojos y se inclinó hacia la caricia.

—Una vez que los lobos encuentren a Riley y a Mary Ann, es posible que tengas que entrar y usar tu nueva voz de autoridad con la policía, con el personal… con quienes estén a su alrededor.

Exacto. Él podía hacer eso. Recordó que le había dicho a Seth que saliera de la mansión, y que había visto cómo al muchacho se le ponían los ojos vidriosos y obedecía al instante.

Así que… él podía, ¿pero ella no?

—¿Por qué no puedes tú usar la tuya?

Ella miró brevemente a los chicos que estaban detrás, todavía pegados a la ventanilla.

—Hablaremos de eso más tarde. En este momento tienes que practicar.

¿Con ellos? No tuvo que preguntarlo en voz alta. Lo sabía. ¿Con qué otros?

Suspiró y los miró.

—Ladrad como un perro.

Sencillo, fácil.

Seth lo miró con extrañeza. Shannon y Ryder se pusieron a hablar en voz muy baja.

—Pues sí que ha sido productivo —comentó Aden irónicamente.

—Tienes que querer que obedezcan —le indicó Victoria—. Después tienes que transmitirles todo ese deseo con la voz. —Se inclinó hacia él y le dio una palmada suave en el pecho, encima del corazón. Entonces añadió—: Empuja las palabras desde aquí.

Aden se dio cuenta de que tenía la mano muy fría. La tomó del brazo y le giró la muñeca hacia arriba. Todavía no se le habían curado los cortes por completo. Había perdido la capacidad de usar la voz de autoridad de los vampiros. No había podido teletransportarlos. A Victoria le estaba ocurriendo algo, y él iba a averiguar de qué se trataba en cuanto se quedaran solos.

Cerró los ojos y pensó: «Quiero que mis amigos ladren como si fueran perros. Lo deseo de verdad. Será muy divertido».

—Ladrad como un perro —dijo. Sintió un cosquilleo en la garganta, y algo parecido a una hinchazón en la lengua, mientras las palabras le salían de la cabeza y del corazón.

Los tres chicos comenzaron a ladrar.

«Vaya», susurró Julian.

Victoria sonrió con una mezcla de triunfo y de tristeza.

—¿Lo ves?

Sí, lo había conseguido. Rápidamente y sin demasiado esfuerzo. Miró hacia atrás y vio que los tres chicos tenían los ojos vidriosos. Estaban bajo su control. Podía manipularlos.

Cortó aquellos pensamientos de raíz. No debería querer controlarlos, y no debería querer manipularlos. Y no quería escuchar ni un ladrido más.

—Callaos —dijo Aden.

Ellos siguieron ladrando.

—Tienes que desearlo —le recordó Victoria.

Aden cerró los ojos, apretó los puños y se concentró.

«Quiero que dejen de ladrar», pensó, y dijo las palabras.

De nuevo, sintió un cosquilleo en la garganta, y la lengua más gruesa en la boca.

Los ladridos cesaron y los chicos lo fulminaron con la mirada.

—¿Cómo lo has hecho? —le escupió Seth.

—No-no vu-vuelvas a hace-cerlo, idio-diota —le dijo Shannon.

Ryder quiso darle un puñetazo, pero Aden atrapó su puño justo antes de que hiciera contacto.

—Utiliza las palabras como si fueras una persona adulta —le dijo a su amigo—. Sólo estaba probando una cosa, asegurándome de que podré ayudar a Riley y a Mary Ann.

Era evidente que Ryder se había quedado anonadado por la increíble reacción de Aden. Bajó el brazo y dijo:

—Como quieras, tío. Pero si vuelves a hacer eso, voy a… Yo… ¡No te imaginas lo que voy a hacerte!

Shannon intentó pasarle el brazo por los hombros, pero Ryder lo rechazó. Se le pusieron muy rojas las mejillas. Shannon también enrojeció, y se apartó de su… ¿novio? ¿Habían formado una pareja, o estaban recorriendo aquel camino?

«¿Sabes? Creo que hay una entrada en la fachada lateral este del edificio de urgencias, —dijo Julian distraído, como si hubiera estado estudiando los planos del edificio durante toda aquella conversación—. Tal vez esté cerrada… y creo que nadie la usa. Tal vez. Allí había documentos y fotos almacenados. Archivos. —Hubo una pausa, y después continuó—: Creo».

«¿Y en qué nos va a ayudar eso?», preguntó Caleb con enfado.

«Aden, —dijo Julian, sin hacerle caso—. Ve a inspeccionar esa entrada, por favor. Quiero echarles un vistazo a esos papeles, si siguen allí. Pero… no entres en el hospital, ¿de acuerdo?».

—¿Por qué?

—¿Por qué, qué? —preguntó Victoria.

Él sonrió para disculparse, y ella asintió. Se habían entendido.

«Tal vez pueda recordar quién soy».

—No, quiero decir que por qué tengo que quedarme fuera. Si nos mantenemos alejados de la morgue…

«No quiero correr riesgos. Además, tengo miedo».

—Pero no te da miedo esa habitación secreta, o lo que sea.

«No, esa habitación no».

—Has mencionado papeles. ¿De qué tipo?

«No lo sé, pero tengo la sensación de que es algo realmente importante».

¿Algo importante que tenía relación con la noche en que habían muerto las almas? Era un poco descabellado, pero merecía la pena echar un vistazo. El problema era que tenía que arriesgar el pescuezo para hacerlo.

—Victoria, quédate aquí con Shannon y con Ryder. Seth, ven conmigo. Tengo que ir a comprobar una cosa, y tú me servirás de vigía.

—Muy bien —dijo Seth, y cinco segundos después había salido del vehículo y se estaba frotando las manos de impaciencia.

—Espera, ¿me vas a dejar aquí? —preguntó Victoria, y el aire frío que entró en la furgoneta le provocó un escalofrío.

Aden nunca la había visto estremecerse.

—Necesito que protejas a los humanos —le dijo. Por si acaso Tucker estaba cerca. Probablemente, el demonio andaba por allí.

Aunque Tucker fuera el embajador de Vlad, Vlad no le ordenaría a nadie que matara a su propia hija. Aunque sí podía ordenarle que le pegara, recordó Aden con una punzada de ira. Pero matarla… no.

—Pero yo… yo… Oh, está bien —dijo Victoria, y asintió de mala gana con una expresión sombría—. Me quedaré aquí, como una buena chica.

Algún día, él le borraría aquella expresión triste para siempre. Ella estaba destinada a ser feliz.

—Eh, ¿estás bien? —le preguntó, y tomó sus mejillas entre las manos—. Puedes contármelo.

—Estoy bien, sí. Todos estaremos bien.

—Sí, claro que sí.

—¿Verdad, Elijah?

Elijah guardó silencio.

Aden suspiró. Tendría que pedirle disculpas al adivino, pero allí no. Tal vez tuviera que humillarse, así que necesitaba un momento privado. Besó a Victoria sin preocuparse del público.

—Vuelvo enseguida. ¿Tienes el teléfono móvil? —Ella asintió—. Mándame un mensaje cuando vuelvan los lobos. O si necesitas cualquier cosa. O si te asustas. O si…

—Lo haré —dijo ella con una carcajada, y aquel sonido dulce terminó con la tensión que había entre los dos—. Márchate.

Después de otro beso, Aden se marchó con Seth hacia la fachada este del edificio.

—¿Qué es lo que vamos a investigar? —le preguntó Seth.

Llegaron ante la puerta, que estaba cerrada con un candado, y él sintió un miedo intenso.

—Supongo que lo averiguaremos juntos.