Aden entró en la gran sala descalzo, pisando la lujosa alfombra roja que conducía hasta su trono. Había marcas negras tejidas en aquella alfombra, y por primera vez, él sintió todo el poder que irradiaban. Penetró en su cuerpo por los pies, y a cada paso ascendió por sus piernas, por su torso, por el pecho, los brazos y la cabeza.
Inhaló profundamente; el zumbido constante que tenía en la cabeza cesó y experimentó un momento de claridad. De… emoción. De repente era Aden, no el rey vampiro sin sentimientos en que se había convertido. Sentía. Sentía culpabilidad, alegría, remordimiento, excitación, tristeza… amor.
Estiró el brazo hacia atrás porque necesitaba tocar a Victoria, aunque fuera de un modo tan ligero. Sabía que estaba tras él.
Oyó una pausa, un jadeo de sorpresa. Ella entrelazó los dedos con los de él, tímidamente.
—¿Aden?
—¿Sí?
Él se detuvo y ella chocó contra su espalda. Entonces, Aden la sujetó y la estrechó contra sí, como si fuera la pieza de un rompecabezas que le faltaba.
—Tus ojos… están normales —dijo ella, en un tono esperanzado.
¿Normales?
—¿Debo entender que eso es algo bueno?
—Muy bueno.
Aden miró a su alrededor, y se fijó en los candelabros negros que se alineaban junto a las paredes, y en las columnas gruesas de mármol.
—No puedo creerlo —dijo, con asombro al verse allí—. Olvida el peligro que he provocado al soplar el cuerno. He convocado aquí a todo el mundo para enseñarles una cosa, y esa cosa puede matarlos.
—¿Qué cosa?
—Estoy demasiado avergonzado como para decirlo. Necesito… sentarme.
Entonces, Aden volvió a caminar. Cuando llegó al trono, se sentó, rodeado de velas encendidas y humeantes.
El zumbido comenzó a vibrar de nuevo en su cabeza. Un segundo después sonó un rugido apagado, pero de todos modos, brutal y salvaje. Y entonces, el velo de emoción se levantó de nuevo y lo dejó helado e hirviendo al mismo tiempo. Sin embargo, ninguna de aquellas sensaciones pudo superar su determinación de llevar a sus vampiros hacia la victoria contra Vlad.
—Estoy tan contenta que podría echarme a llorar. Qué humano por mi parte, ¿no? Pero claro, a cada segundo que pasa me vuelvo más humana. Y eso está bien, ¿no crees? —Victoria se agachó ante él con una gran sonrisa y posó con suavidad las palmas de las manos en sus muslos. Sin embargo, su sonrisa desapareció lentamente—. Tus ojos —dijo.
—¿Qué les pasa?
—Están de color violeta otra vez. Muertos.
Él se encogió de hombros.
—¿Tengo a Fauces dentro de la cabeza?
Ella frunció el ceño y se irguió.
—No. Está conmigo.
Aden la miró de pies a cabeza. Llevaba un vestido largo de color negro, de tirantes muy finos. Con sólo dos tirones suaves, el vestido caería al suelo y él podría beber de su cuello, de su pecho, incluso de sus muslos. En realidad, de cualquier lugar que quisiera.
Tuvo que agarrarse a los brazos de oro macizo del trono para asegurarse de que sus manos se comportaban como era debido. ¿De dónde salían aquellos pensamientos? Un poco antes ni siquiera sabía si le gustaba aquella chica, ¿y ahora se imaginaba desnudándola y dándose un festín con ella?
—¿Estás segura de lo de Fauces? —le preguntó con la voz ronca.
—Completamente segura. Estoy tatuada desde el cuello a los tobillos para tenerlo bajo control, pero de todos modos lo oigo. —Un milagro del que él no pidió ninguna prueba—. Será mejor que hablemos de esto mañana, cuando se te haya pasado el efecto de la medicación, ¿de acuerdo?
Aden observó sus labios mientras ella hablaba. Eran rojos y carnosos, y quiso morderlos. Tal vez no hubiera tomado sangre suficiente de la chica humana. Estaba claro que no. De lo contrario, no se le estaría haciendo la boca agua. No le dolerían las encías y no tendría espasmos musculares.
—¿Aden?
Él estuvo a punto de saltar desde el trono y abalanzarse sobre ella. Si no dejaba de mirarla, lo haría.
—Colócate detrás de mí.
La orden sonó con mucha más aspereza de la que él hubiera querido, pero no se disculpó.
Ella se quedó muy sorprendida, y después, entrecerró los ojos de irritación. Sin embargo, se situó detrás de él, tal y como Aden le había pedido.
En aquel momento sonó el gemido de una mujer, seguido del gruñido de un hombre. Por instinto, Aden se llevó las manos a los tobillos para sacar las dagas que siempre llevaba en las botas. Sin embargo, en aquella ocasión no tenía ninguna daga. Estaba descalzo. No importaba. Se puso en pie y paseó la mirada por la sala. Sus súbditos todavía no habían entrado; estaban reuniéndose a la entrada del salón, especulando sobre lo que él podía desear. ¿Cuánto tiempo iban a…?
Por la puerta de la izquierda entró una pareja que iba besándose apasionadamente. Se apoyaron en una columna y se acariciaron sin percatarse de que no estaban solos. No debían de haber oído nada de la reunión.
Aquello. En el salón de su trono. Sin su permiso. Aden se puso furioso. Sin embargo, en parte también sintió diversión. Y tal vez, incluso, un poco de envidia.
Victoria emitió un jadeo de asombro al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Aden no tuvo que darse la vuelta para saber que estaba muy ruborizada.
Esperó hasta que la pareja terminó cuando el chico se estaba subiendo la cremallera de los pantalones y, la chica, colocándose la túnica. Una túnica muy parecida a la de Victoria: negra, larga, de tirantes, fácil de quitar. «No pienses en eso». La pareja tenía suerte de que los demás no hubieran terminado de deliberar en la entrada.
Aden carraspeó mientras se sentaba en el trono.
El chico se volvió hacia él, y lo primero que vio Aden fue las perforaciones perfectas que tenía en el cuello, coincidentes con los ojos de la serpiente que tenía allí tatuada. De ambos agujeros brotaba un néctar rojo.
A él se le hizo la boca agua de nuevo. ¿Estaría babeando?
Al verlo, la muchacha gritó de horror y cayó de rodillas con la cabeza agachada.
—Majestad, lo siento muchísimo. No debería haber entrado aquí sin vuestro permiso. Me arrancaré el pelo y la piel, o me tiraré por un acantilado. Sólo tenéis que decirlo. Nunca os habría ofendido intencionadamente.
—Calla.
Sangre. Saborear…
Debía de haber hecho ademán de levantarse, porque Victoria le puso una mano en el hombro para mantenerlo sentado. Podría habérsela apartado, pero no lo hizo. Le gustaba sentir aquel peso, por muy ligero que fuera. Le gustaba saber que podía agarrarla de la muñeca y sentarla en su regazo, y acercarse a su cuello. Tener su sangre en la boca.
Respiró profundamente varias veces. Aquel apetito de sangre se mitigó, pero sólo un poco. Poco, pero suficiente.
—Hola, Ad —dijo el muchacho.
Aden observó la cara de aquel chico, a quien había visto todos los días durante los meses anteriores. Era una cara curtida, con algunas cicatrices.
—Seth, ¿qué estás haciendo aquí?
Seth sonrió.
—He venido a buscarte. Dan está preocupado. Todos estamos preocupados.
Aden sintió una ráfaga de emociones, y la más intensa de todas fue la culpabilidad. Sin embargo, todo se evaporó al segundo.
—¿Cómo me has encontrado?
—Por Shannon. Él siguió a tu amigo Riley, que había ido a tu habitación a recoger las medicinas.
Shannon vivía en el Rancho D. y M. y había sido su compañero de habitación. Era un buen chico. Además, parecía que tenía habilidades de rastreador que él no conocía.
—Sin embargo, admito que no me esperaba nada de esto —dijo Seth, e hizo un gesto con la mano para abarcar aquella sala de aspecto gótico—. ¿Vampiros? Es increíble.
Aden volvió a mirar a la chica, que seguía de rodillas, y que estaba llorando en silencio.
—Ya basta. Tenías permiso para estar aquí. Convoqué a todo el mundo para una reunión. Ahora, levántate y siéntate.
—Gracias. Gracias, majestad. —La muchacha se irguió, aunque no tuvo el valor de mirar a Aden, y retrocedió para obedecer. En parte, él sintió satisfacción por ello, pero también sintió angustia.
—¿Te han reclamado como esclavo de sangre? —le preguntó a Seth.
—¡No! Yo no soy el esclavo de nadie —respondió Seth, sacudiéndose del hombro una mota de polvo imaginaria—. Aunque lo han intentado, sí. Un tipo. Hasta que le mencioné lo amigos que somos tú y yo, y salió corriendo. Sin embargo, eso ha tenido un efecto contrario en las chicas. He tenido barra libre.
¿Amigos? Hacía poco tiempo, Seth quería hacerle pedazos y esparcir esos pedazos por el rancho.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —le preguntó Victoria—. ¿Cuántas veces te han mordido?
—No llevo mucho tiempo. Y me han mordido muchas veces.
—¿No tienes síntomas de haber perdido mucha sangre? ¿Y no estás deseando que vuelvan a morderte? —siguió preguntándole Victoria.
—¿Esto es un interrogatorio, o qué? No, no tengo síntomas. Y sí, lo estoy deseando. ¿Quién iba a imaginarse que esos colmillos fueran tan divertidos?
Aden oyó la respiración profunda de Victoria. Ella estaba preocupada y confusa.
—Pero no tienes los ojos vidriosos.
—Ya lo sé. Tengo unos ojos maravillosos.
—Pero ¿cómo es que no te has convertido en un esclavo de sangre, cómo es que no te has hecho adicto a los mordiscos?
—Tal vez todavía no me ha mordido la chica adecuada. ¿Quieres intentarlo tú?
Victoria puso los ojos en blanco de exasperación, y Aden tuvo que apretar los dientes. Flirtear con la princesa estaba prohibido. Siempre.
—¿Sabe Dan dónde estás? —preguntó Aden.
—Eh… Bueno, en realidad no.
—Entonces, ¿desapareciste como yo? ¿Le has causado más preocupación?
—De todos modos, tampoco puedo contarle lo que he descubierto, ¿no crees?
Los vampiros habían empezado a entrar en la habitación y los estaban mirando con curiosidad. Aden sentía el deseo de sus bestias. Aquellos monstruos querían estar con él, tocarlo. Le habían echado de menos.
—¿Y los otros chicos? —preguntó continuando la conversación con Seth. Era el rey, y podía hacer lo que quisiera—. ¿Cómo están?
—Bien. Terry y R. J. se van a mudar, tal y como estaba previsto. De hecho, se van la semana que viene. Ah, y Dan ha pillado a Shannon y a Ryder juntos.
—¿Qué? —Aden sabía que Shannon era gay, y sabía que Ryder le gustaba. Sin embargo, Ryder había estado tratando muy mal a Shannon desde que el chico se le había insinuado—. ¿Qué dijo Dan?
—Se portó muy bien. Les dijo que ninguno de los demás podemos tener citas mientras vivamos en el rancho, así que ellos tampoco lo tienen permitido. No pueden estar juntos a solas, ni nada de eso.
Dan era incluso mejor tipo de lo que había pensado Aden, y ya pensaba que era muy bueno.
—Tienes que volver.
—Ni hablar. Este sitio está muy bien. Las chicas vienen a mí como las moscas a la miel.
—¿Ha habido peleas por ti?
Seth se infló.
—No quisiera parecer engreído, pero… Bueno, en realidad, sí ha habido una pelea. Hace unas horas.
Y la perdedora había pasado a ser una esclava.
—Vas a volver al rancho, y es una orden —dijo Aden. Al hacerlo, sintió algo por dentro, como una especie de calor, que envolvía las palabras mientras salían de su boca.
Seth se irguió bruscamente y sus ojos quedaron apagados.
—Sí. Voy a volver.
Se dio la vuelta y recorrió la alfombra roja, hacia la salida, sin decir una palabra más. Asombroso.
—Espera —dijo Victoria, con cierto tono de pánico.
Seth continuó andando.
—¡Espera! —gritó ella.
Seth no se detuvo.
—Aden, haz que se pare —le rogó.
—¡Seth, párate!
Seth obedeció, aunque no se dio la vuelta.
—Dile que olvide el tiempo que ha pasado aquí. Dile que no existen los vampiros.
—¿Y me va a creer? ¿Tan fácil?
—Sí.
Aden lo dudaba, pero sin saber por qué, quería complacer a Victoria en aquello. Al final, dijo:
—Seth, vuelve con Dan. Dile que me has encontrado, que estoy bien y que vivo en otra parte, pero no menciones a los vampiros.
—Volver. Dan. Encontrar. Bien. Nada de vampiros.
Entonces fue cuando Aden cayó en la cuenta de lo que estaba ocurriendo. Aquélla era la voz de mando de los vampiros, la habilidad de hablar y manipular. En aquel momento, él la estaba utilizando. No sabía cómo, y no sabía si iba a durarle mucho, pero estaba dispuesto a disfrutar de ella.
—Dile que nos olvide —le pidió Victoria—. Por favor.
—No.
—¿Por qué?
Porque para él sería útil tener un aliado humano, y porque tener ojos y oídos en el exterior de la mansión era una ventaja.
—Seth, márchate.
Seth se fue y Aden se quedó solo con sus vampiros. La sala ya estaba llena; había un mar de caras pálidas, tanto masculinas como femeninas. Draven estaba en primera fila, con una sonrisa falsa en los labios.
Lauren y Stephanie también estaban en primera fila, y lo estaban mirando con cara de pocos amigos. Su gesto ceñudo, sin embargo, no empañaba la belleza de las dos muchachas vampiro. Ambas eran rubias. Una tenía los ojos azules y, la otra, verdes. Una era una guerrera, y la otra quería ser humana.
También estaban allí los miembros del Consejo Real, más pálidos que el resto de los vampiros, porque habían vivido mucho más tiempo y ya no toleraban la luz del sol.
Todos los vampiros vestían de negro, y los esclavos de sangre, con una túnica blanca. Blanco y negro, blanco y negro, entremezclados e hipnóticos.
Los hombres lobo estaban al fondo, protegiendo a los vampiros, y observándolo a él con cautela. Aunque los vampiros lo siguieran ciegamente, los lobos nunca lo harían. Servirían a aquel que fuera coronado rey, pero Aden sabía que tendría que trabajar duro para granjearse su consideración.
Y era importante cultivar aquel afecto, porque los lobos segregaban una sustancia que podía matar a sus vampiros: Je la nune.
—Os he convocado aquí por dos razones —dijo, sin dignarse a ponerse en pie—. La primera, para recordaros que estoy vivo, y en perfecto estado.
Murmullos. Aden no supo si eran de aprobación o de desaprobación, pero tampoco se preocupó por ello.
—La segunda, para recordaros lo que puedo hacer. Bestias —dijo para hacer una demostración—, venid a mí.
Todas las caras se llenaron de horror. Alguien gimoteó. Otros gruñeron. Tras él, oyó un grito. Entonces, unas sombras comenzaron a elevarse por encima de los vampiros. Todas ellas tenían alas oscuras que se extendieron por el aire.
Poco a poco, aquellas sombras se solidificaron y se convirtieron en monstruos salidos de una pesadilla. Tenían los ojos rojos y brillantes y un hocico enorme. Tenían el cuerpo de dragón y las patas en forma de garra.
Los vampiros comenzaron a chillar y a correr para alejarse. Aquellos monstruos estaban dentro de ellos, pero no podían controlarlos. Y, normalmente, una bestia iba primero a atacar a su huésped y lo pisoteaba y lo mordisqueaba hasta que quedaba hecho papilla dentro de su piel irrompible. En aquella ocasión, las bestias corrieron hacia Aden.
Él se levantó y miró hacia atrás para asegurarse de que Victoria estaba bien. Ella tenía la espalda pegada a la pared más alejada, y los ojos muy abiertos, llenos de miedo.
Fauces estaba a su lado, rascando el suelo con las garras, intentando contenerse, con las ventanas de la nariz dilatadas, los colmillos prolongados, salpicando espumarajos de saliva cada vez que exhalaba.
—A mí —le recordó Aden.
La bestia se giró hacia él, y sus miradas se cruzaron. Y, como si fuera una mascota, Fauces perdió su aire de agresividad y se dirigió hacia Aden moviendo la cola. Entonces, todos los monstruos rodearon a Aden y lo lamieron.
Fauces se abrió paso y se puso frente a él, resopló una vez, y después otra. Parecía que tenía el ceño fruncido.
—¿Qué pasa? —le preguntó Aden.
El monstruo lo olfateó, y sí, frunció el ceño.
—¿Huelo distinto, chico?
Un asentimiento.
—¿Y no te gusta?
Un gesto negativo.
Aden se ofendió, pero también tuvo ganas de arreglarlo.
—Vamos —le dijo, rascándole detrás de la oreja—. Salgamos a jugar. Tal vez eso ayude.
Ninguno de los vampiros protestó cuando Aden se llevó a las bestias al jardín. Mientras recorrían el pasillo y atravesaban el vestíbulo, el suelo y los muebles temblaban. Algunos objetos, seguramente muy valiosos, cayeron y se rompieron.
Aden no se detuvo, y no les pidió que tuvieran cuidado.
Salieron al jardín, bajo la luz de la mañana, casi arrancando las puertas dobles de sus bisagras, y se apresuraron a rodearlo de nuevo.
Él tomó unos cuantos palos y se los lanzó. Las bestias corrieron hacia los palos, los recogieron con las fauces en cuestión de segundos y se los llevaron. Debía de ser una escena surrealista. Un verdadero momento de ciencia ficción.
Por un momento, Aden se olvidó de sus problemas. Sin embargo, en el fondo sospechaba que en cuanto acabara aquel juego, su vida cambiaría de nuevo, y no a mejor.