19

S

hibo cayó durante la primera descarga.

Los cíbers abrieron fuego desde el risco quebrado que quedaba sobre el campamento. Lo hicieron en el momento más oportuno. La escolta de Su Supremacía todavía estaba atónita, confusa; buscaban cubrirse sin saber de quién.

Killeen había empezado a levantarse cuando sintió que el estallido pasaba junto a sus piernas, y entonces vio cómo Shibo recibía el golpe. Ella se dejó caer hacia delante desde las rodillas. No se apreciaban daños visibles en su traje. Era un disparo contra la tecnología, entonces. Él la tomó del hombro y le dio la vuelta.

—Estuvo cerca…, esta vez —jadeó ella.

—¿Sientes las piernas?

—Sí.

—¿Los brazos?

—Sí…, sí, creo que sí.

—Muévelos.

El disparo había destruido la mayor parte de su exoesqueleto, que suspiraba y se retorcía en el último espasmo. El sostén de las costillas chilló, ronroneó y se desactivó. Sin eso, Shibo tenía menos fuerza de la que proveían incluso las tecnologías más simples: los protectores de pantorrillas y las botas. Si había que correr, no llegaría lejos.

Y al parecer sería necesario, imprescindible. Los cíbers se abrían paso a través de la guardia de Su Supremacía.

—¿Puedes caminar? —preguntó él.

—No lo sé. Me duele la cabeza, estoy mareada. A ver…

Se apoyó sobre un hombro y gruñó por el esfuerzo de ponerse de rodillas. Un disparo le pasó cerca, silbando.

Killeen empezó a ayudarla, y entonces su mente se llenó de un imperativo afilado, definitivo. Algo le apuntaba directamente a la espalda. Lo sentía como un círculo de calor comprimido. Le arañaba el sistema sensorial.

Se volvió para alejarse. Una onda feroz estalló en el espacio que acababa de abandonar.

Por primera vez en su larga batalla contra los cíbers, Killeen supo con severidad de dónde procedía el fuego. Su sistema sensorial buscó la trayectoria del disparo con sistema Doppler y encontró un aura de niebla aceitosa entre las rocas.

Ahí estaba, era un enemigo. Sintió la inmensidad cruda del ser que lo atacaba. Era una mente que venía desde un lugar de movimientos brillantes, desde el espacio húmedo y oscuro, desde velocidades duras y terribles. Esa certeza absoluta, súbita, llegó como un torrente a través del peso que se le apoyaba en la parte posterior de la cabeza.

Buscó el último proyectil que le quedaba. Lo colocó en su lugar. Apuntó con cuidado…

… y sintió que la mente se le llenaba de un arroyuelo de pena y duda. No eran emociones suyas, pero lo bañaron como chorros de agua. Se le tensó la mano. No tenía sentido, pero era una emoción relacionada con el arrepentimiento.

Killeen aspiró para zafarse de aquel humor sombrío, asfixiante.

—Déjame —dijo Shibo muy cerca—. Vete. Yo…

Killeen disparó. El proyectil dio en el sitio correcto.

Instantáneamente el aire se aclaró. La nevada de recepciones eléctricas ya no estaba allí.

En un instante comprimido, Killeen sintió una espina triste de deseo. Otra vez llegó la emoción fluida, bifurcada mil veces, que atravesaba el peso azul y sombrío clavado detrás de su cabeza.

Vio a Besen, a cubierto ladera abajo. Toby…

Su hijo disparaba cuidadosamente desde un sitio seguro. Killeen lo llamó.

—¡Apártate! —gritó Toby.

—Vamos —dijo Killeen, y ayudó a Shibo a levantarse. Ella se tambaleó, muy débil.

El aire estaba lleno de silbidos de disparos. Los estallidos de infrarrojos detenían a las pequeñas figuras en medio de la desesperación y la carrera. Se oía el crujido de las microondas.

Y algo más en la bóveda del cielo, arriba, un ruido sordo, grave y duro.

Él y Toby arrastraron a Shibo hasta la ladera. Buscaban el refugio de un arroyo seco cuando Killeen sintió más que oyó el martilleo de la persecución. Una cosa maciza se les acercaba. Apenas tuvo tiempo de darse la vuelta y ver la piel arrugada, llena de verrugas.

Parecía más grande esta vez. El tronco semejante a un barril tenía una coraza brillante de cerámica y se movía mediante grandes ejes tallados en una aleación de carbono. Killeen no distinguía bien la cabeza. La piel fértil, arrugada, estaba llena de incrustaciones de antenas y proyectores que se elevaban como espigas florecientes. Estaba envuelta en un halo brillante. Se movía sólo para detener los disparos con que la atacaban.

Y después, estuvo sobre ellos.

Un tirón doloroso. Correr. Unos dedos como cintas que lo aferraban.

Lo hundieron en una red resistente y blanda. Las sombras lo sacudieron. Ay, no, pensó Killeen. Otra vez.

Estaban dentro del cíber. Un olor acerado ardía en la nariz de Killeen. Sintió que el compartimento húmedo y mucoso se cerraba sobre él de nuevo. Shibo, que se había aferrado a él con fuerza, se abandonó sobre aquel material espumoso. Y entonces sintieron la aceleración, poderosa, intensa.

Killeen vio que Shibo sangraba. No había sido solamente un ataque tecnológico.

Se inclinó sobre ella y vio que parpadeaba constantemente y que sus índices giraban sin sentido, así que también había daños internos. Ignoró el avance del cíber y colocó un vendaje sobre el vientre de su compañera en el lugar de donde brotaba la sangre.

—¡Toby! ¿Tienes una linterna o algo?

—No…, no…

—¡Mierda! —Killeen había usado la última lámpara que le quedaba para ver a Besen.

—Entonces…, espera, aguanta por favor, voy a… —Pero no pudo terminar la frase porque no se le ocurría nada.

Shibo lo escuchó y agitó la cabeza. No podía hablar. Una luz nueva le inundó los rasgos aturdidos.

Killeen se volvió para ver de dónde venía y descubrió que una de las paredes del cuerpo del cíber se había vuelto transparente.

El cíber avanzaba a grandes zancadas. Ya estaban más allá de las formaciones y las carreras enloquecidas de la batalla. El alienígena los llevaba ladera abajo por el risco. Killeen vio que algunos miembros de la Tribu le disparaban, pero los proyectiles no le hicieron daño. El cíber llegó hasta los árboles y se hundió en ese refugio como en una cueva.

Killeen comprendió que la pared supuestamente transparente era una proyección, una imagen falsa. Pero gracias a esa imagen vio cómo pasaba la selva a su lado, a la carrera. Su sistema sensorial funcionaba bien todavía, aunque estuviera contaminado con rayas errantes y flecos sin sentido. Lo extendió y sintió algo alto y macizo.

—Mierda —masculló, porque no creía lo que sentía.

—¿Qué? —dijo Toby. Se aferraba a la red húmeda que los rodeaba.

—Hay algo por encima de nosotros. En el aire. El cíber tiene miedo.

—¿Mecs? —Toby se aferró con más fuerza para luchar contra el ritmo rápido, casi enloquecido, de la carrera del cíber. Las piernas del alienígena bajaban hacia el suelo en una cadencia fuerte como la onda de una ola.

—No… —Killeen sintió un nudo en la garganta y le pareció que no podía respirar.

Lo inundó una ansiedad intensa, poderosa, que recorrió la aislación que separaba su mente de la del otro.

El cíber estaba aterrorizado por lo que tenía que hacer. Sin embargo, algo así como un sentido del deber lo empujaba hacia delante.

De pronto, giraron. La escena de la pared viró hacia arriba. Las ramas entrecruzadas de los árboles atravesaron el azul del cielo como cables en la Ciudadela. En ese azul profundo, creció un punto negro.

La cinta grande y larga bajó del cielo como una vara arrojada al suelo. La forma procedía del oeste, buscándolos como un enorme dedo extendido. Ahora veían que el Sembrador del Cielo tenía el color de la madera antigua. Unas venas oscuras como el carbón atravesaban la profunda superficie de caoba. Había enredaderas cruzadas sobre las láminas extendidas, que brillaban como madera pulida.

Killeen vio todo esto en el mismo momento en que los Aspectos empezaban a gritarle. Grey dijo:

Se mueve… alrededor del ecuador… así que baja en un lugar distinto… sembrando…

Killeen sintió que el cíber se preparaba. Aferró a Shibo y murmuró a Toby:

—Acuéstate. —Se acomodó sobre el almohadón blando y esponjoso.

Tan grande… un tercio del radio del planeta… aunque gira… nos mira como si… cayera directo… y después se eleva en vertical…

Killeen captó la ansiedad dolorosa que inundaba al cíber, su lucha contra un terror ancestral. El conflicto era como una charla de voces separadas que no se entendían. Sonaban alarmas muy antiguas y había tonos razonables que pedían precaución mientras otros urgían al cíber a cumplir con su deber. Una cacofonía de murmullos.

El ser…, no, era «ella». Killeen comprendió de pronto de que se trataba de una entidad femenina. Sí…, pero en un sentido seco, extraño, casi mecánico.

Envió un sentimiento de confianza. Ella estaba frente a algo que era como un desafío.

Anda, envió a esa mente extraña. Hazlo.

Y en los pensamientos rápidos de la cíber sintió la victoria sobre los miedos primordiales. Una voz solemne, clara, se alzó en medio del griterío y la confusión.

El triunfo se anunció con un rugido que surgía desde muy profundo, como un estallido en el compartimento del grupo. La presión los hundió entre las ondas de espuma. La cíber volaba.

La pared mostró una imagen de los árboles. Los grandes troncos pasaron fugaces frente a los ojos de los seres humanos. La cíber se elevó entre ellos impulsada por sus motores de vuelo. Después de un momento, volaron sobre una llanura de hojas: la cara superior de la selva. Killeen miró el mundo, abajo, manchado, herido y cortado. Las copas de los árboles estaban desnudas. Las ramas se curvaban hacia abajo para formar los paraguas.

La imagen giró de nuevo y enfocó el cielo. El extremo romo y obtuso del Sembrador bajaba hacia ellos a toda velocidad.

Pero no cayeron semillas. En lugar de eso, grandes ramas flexibles se curvaron hacia fuera y descendieron a una velocidad impresionante.

Killeen vio pasar una junto a la cíber. Estaba lo suficientemente cerca para distinguir pequeñas bandas que se curvaban helicoidalmente unas alrededor de las otras como en las cuerdas que se utilizaban en la Ciudadela.

Docenas de estos apéndices cayeron hacia la selva. La velocidad descendente del Sembrador del Cielo los arrojó contra las copas de los árboles. Algunos se enredaron en las ramas superiores. Tenían músculos flexibles que se tensaron inmediatamente.

Killeen vio cómo pasaban grandes ondulaciones por los zarcillos extendidos. Contuvo el aliento al darse cuenta de lo que iba a suceder…, y antes de que pudiera volver a respirar, lo vio ante sus propios ojos.

Cada zarcillo prendido se alzó hacia el cielo. Simultáneamente, el extremo del Sembrador alcanzó su punto más bajo. Durante un instante de tensión extrema, la gran cinta colgó en el aire, derivando hacia el este. Luego empezó a subir aceleradamente.

En ese instante, un efecto de látigo recorrió los tentáculos extendidos. Y luego, el Sembrador arrancó los árboles. Algunas ramas superiores se quebraron y cedieron. Pero otras no. Con un movimiento brusco, las raíces se liberaron del suelo y subieron desde la selva hacia el cielo.

Como si quisieran desarraigarse del planeta, golpearon el extremo de sus correas y sacudieron nubes de polvo. Los zarcillos que se retraían formaron un bosque con los árboles bajo el extremo romo del Sembrador del Cielo.

Killeen sintió un ruido sordo y duro. La pantalla de la pared volvió a virar. La cíber se había anclado a un extremo del Sembrador. Sus patas extendieron garras para aferrarse a la superficie.

Killeen veía arbustos y brotes. La cíber se aferró a ellos con todas sus fuerzas para colocar ejes y sostenes sobre la superficie nudosa.

Killeen sabía por qué. El aire de los compartimentos pareció enrarecerse y ahora todo el grupo sentía un peso enorme que los empujaba hacía abajo. Arthur le dijo:

Deberías prepararte para una aceleración sustancial. Grey calcula que tendremos que soportar más de dos gravedades normales en los próximos segundos.

Una mano inmensa y pesada aplastó a Killeen contra el suelo. Le dolía el pecho y no podía respirar. Toby estaba pálido y consumido al otro lado del compartimento.

—Shibo… —logró articular Killeen, pero nada mas. Ella estaba quieta y muy pálida.

El tiempo transcurrió mucho más lento. Se redujo a una sucesión de dolorosos latidos del corazón. El sistema sensorial de Killeen parecía inundado de arena húmeda.

El compartimento se llenó de ruidos secos y huecos. Killeen trató de tocar la mano de Shibo. Aunque usó un motor para ayudar a su brazo derecho, no consiguió mover los dedos para atravesar el pequeño espacio que lo separaba de ella.

Esta aceleración se debe en parte a la gravedad y en parte a la fuerza centrípeta. A medida que nos elevamos, el componente gravitacional disminuye. La fuerza centrípeta, en cambio, es constante y…

Killeen movió los labios sin emitir ningún sonido.

—¿Cuánto… tiempo…?

Estimo por observación (no es que Grey resulte útil en esto…, no es muy clara con sus recuerdos) que el objeto toca la atmósfera cada veinte minutos aproximadamente. Deberíamos experimentar menos de dos gravedades durante un cuarto de ese período, mientras nos elevamos. Eso ocurrirá dentro de cinco minutos. Sin embargo, nos enfrentamos a un problema peor. En realidad, los efectos de ese problema ya se evidencian.

Killeen oyó un ruido sordo en el interior de los oídos.

Estamos abandonando la atmósfera.

No había esperanza. Killeen sentía los brazos como plomo. No podía buscar el casco ni enroscar el sello. Además, ignoraba si el maltrato de los últimos días había dejado intactos los anillos de cierre.

El viento silbó en el compartimento.

De las pequeñas grietas de la pared, delgadas como cabellos o todavía menos, llegaba un sonido agudo y desagradable.

Durante un momento, mientras la mano seguía aplastándolo, Killeen se abandonó sin pensar en nada. No podía pensar. Después, ordenó sus ideas y formó un mensaje único, simple, para la mente que lo transportaba.

Le llegó una respuesta. Difusa, nebulosa, como si procediera de varias gargantas a la vez. La voz de la cíber.

Sí, lo intentaremos.

Algo golpeó contra la piel exterior de la cíber. Un globo azul y pegajoso rozó las líneas de las grietas. El silbido murió. El fluido azul emitió un humo ácido. Killeen sabía que era algún tipo de pezón interno que utilizaba la cíber. Tenía un olor muy desagradable. El silbido del aire que se escapaba desapareció de pronto.

El peso que aplastaba el pecho de Killeen disminuyó lentamente. Logró mover la cabeza y vio la imagen de la pantalla.

En el exterior, el Sembrador del Cielo se extendía hacia el vacío azul y negro. Killeen miraba la longitud marrón de aquel objeto misterioso. Los brotes cercanos estaban aplastados contra el tronco rugoso. El aullido agudo del viento los sacudía sin piedad.

El Sembrador era un gran cable extendido hacia un cielo cada vez más oscuro. Lo cubrían láminas de ébano, conectadas por segmentos de un color rubio ceniza que formaban una parrilla. Esas astillas aferraban la curva de madera de la corteza y el viento no conseguía separarlas.

El rugido sólido e implacable hacía vibrar el compartimento como un ser vivo. Su ferocidad era cada vez mayor. Killeen se preguntó cuánto podría permanecer la cíber en ese sitio.

De pronto, el ruido enmudeció como si alguien hubiera pulsado una tecla.

Creo que acabamos de rebasar la barrera del sonido.

Killeen vio que a lo largo de toda la extensión del gran cable se elevaban puntas color nogal. Eran como alerones esculpidos en el aire. Unas notas largas, profundas, tocaron su oído en la oscuridad.

Se diría que se está manejando una especie de gran ala voladora. La aceleración neta disminuye al elevarnos a la atmósfera superior. La estructura se relaja.

Otra vez estallidos.

—¿Qué…? ¿Dónde…? —consiguió decir Toby entre los dientes apretados.

—Tranquilo…

—Besen…

—Es rápida. —Killeen trató de llenar su voz de confianza—. Saldrá de esa pelea.

La herida de Shibo empeoraba. Killeen aseguró el vendaje, pero resultaba difícil hacerlo en medio de los bruscos cambios de aceleración. Lo que más lo preocupaba era el daño en el sistema. Deseaba poder decirle algo a Toby, algo que relajara al menos la ansiedad que se reflejaba en el rostro del muchacho. No tenía ni idea de adonde se dirigían.

Si la cíber puede aferrarse a esto durante otros quince minutos, tal vez podamos saltar. Entonces habremos recorrido un sexto del ecuador y estaremos bien lejos de los otros cíbers.

—Sí —logró articular Killeen—. Y nos aplastaremos contra el suelo.

Cierto. Nuestra aceleración total hacia abajo será considerable…, unas 2.4 gravedades. Pero en el momento óptimo, cuando la punta casi toque la superficie, podemos bajar, simplemente, y sentir sólo la velocidad de costado. Entonces tal vez la cíber nos lleve volando a un lugar seguro.

Esa teoría parecía una especulación remota, comparada con la forma en que se movían los índices de Shibo. Tenía el rostro inerte y blanco como la tiza.

En el exterior, el último resto de azul se desvaneció, convertido en negro ébano. Ya se veían las estrellas, puntos cercanos que herían los ojos de Killeen en su luz poderosa. Las nubes moleculares llenaban la gran bóveda con una luz fantasmal.

Los pensamientos de Killeen volvieron a su mente como un frasco de mermelada espesa. La gran mano que lo había presionado contra el suelo aflojó la tensión un instante. Después volvió a acelerar. Le dolía el pecho debido al esfuerzo de la respiración. Se preguntó insensiblemente cuánto les duraría el aire del compartimento cerrado.

Estaremos en el vacío por lo menos ocho minutos más. Creo que podemos sobrevivir con facilidad.

Pero Arthur no sentía el dolor cada vez mayor del pecho de Killeen, un dolor que se desplazaba ahora a piernas y brazos. Si esa situación continuaba, Shibo perdería el sentido…, y tal vez eso no fuera mala idea excepto que Killeen no sabía qué hacer para que todos sobrevivieran. Si la cíber fallaba…

Ya no podía permitirse el lujo de especular. Vivir era suficiente trabajo. Centró toda su atención en el esfuerzo cada vez mayor de llevar aire a sus pulmones. Le dolía el corazón, que latía cada vez más lentamente, como en espasmos torturados.

Buscó a Shibo con movimientos torpes. Un movimiento leve en la punta de los dedos le dijo que todavía respiraba.

Formuló una pregunta, lentamente, y la mostró a la cíber a través de su yo consciente, cada vez más asediado y pobre.

Somos Quath’kkal’thon. Te habíamos llevado antes.

—¿Qué…, qué es lo que pasa…?

Debemos ajustar nuestra dinámica con cuidado.

Killeen no entendía. Miró hacia el exterior y vio la curva marfileña del planeta que atravesaba la pared pantalla. Más allá colgaba la cuerda cósmica, quieta como un arco ambarino apagado.

Sintió que la cíber se balanceaba y giraba en ondulaciones lentas. Veía venir grandes ondas desde el centro del Sembrador del Cielo hacia ellos. Ondas excitadas por la turbulencia del aire. Cuando llegaban a las puntas, producían un ruido agudo como el de un látigo en el aire. La cíber se aferraba con fuerza.

Las vibraciones habían apartado la mano de Killeen del cuerpo de Shibo. Rodó para observarla y el dolor le quebró el hombro de un manotazo. Shibo tenía los ojos hundidos. Killeen no sabía si su compañera todavía respiraba.

A medida que se alejaban del planeta, pudieron ver todo el disco. La extracción repetida del material del núcleo había aplastado los picos de las cadenas montañosas. Los ríos habían encontrado nuevos cursos. Los lagos se derramaban en nuevas cuencas fangosas y dejaban al descubierto enormes llanuras amarronadas.

Ahora veía todo el Sembrador, curvado como una serpiente delgada que quisiera morderse la cola. El extremo más lejano golpeaba la atmósfera. Las ondulaciones corrían como ondas en un cable, a partir de la colisión supersónica de aquel ser colosal con la capa de aire del planeta.

Killeen observó el cable de nuevo y se dio cuenta de que algunos de los zarcillos más gruesos latían con fuerza. Tenían bultos enormes que se contraían rítmicamente. Comprendió de pronto que el Sembrador del Cielo tenía que hacer circular sus fluidos, como cualquier otro ser vivo. Esos tubos primitivos y marrones eran como el corazón de un vegetal y funcionaban contra la presión constante del giro del Sembrador. En algún lugar bajo la corteza granulosa, había algo semejante a un músculo que se deslizaba y apretaba para corregir los desplazamientos y las masas, y mantener la rotación regular y permanente de aquel organismo enorme.

De pronto, con el rabillo del ojo, descubrió grandes columnas de gas que estallaban muy cerca, sobre el horizonte. Géiseres luminosos que atrapaban los rayos del sol. La cíber lo comprendía. El gran cable necesitaba respirar aire durante el pasaje, para mantener la rotación. Después lo exhalaba y probablemente quemaba los gases y de paso conseguía más energía. Eso compensaba la inercia captada por la turbulencia supersónica de la atmósfera.

Lo comprendió todo mientras luchaba contra la presión creciente. Pensaba lentamente ahora, como distanciado, apenas capaz de permanecer consciente.

Después, algo pasó volando junto a ellos y le llamó la atención. Luego vio una segunda forma tubular y algunas bolas amarillas que se quemaban a intervalos regulares a lo largo del gran cable. Recordó el fuego en el bosque. Los árboles que habían arrancado los zarcillos de la selva eran los árboles paraguas, los árboles del incendio.

Logró sorprenderse a pesar de la presión del pecho. Las selvas de árboles paraguas…, sí, debían de haber crecido de las semillas del Sembrador. Y ahora, el Sembrador las arrancaba con los zarcillos de cosecha y se las llevaba. Killeen había creído que los árboles eran fuentes de energía de los mecs, pero ahora veía que la energía química almacenada en ellos les servía para despegarse de la madre planta.

Otro árbol. Las columnas amarillas de gas lo lanzaron con fuerza y velocidad. Salió tras sus compañeros que ya parecían troncos voladores, cada vez más pequeños en el horizonte.

Después de discutirlo con Grey (y te aseguro que es un proceso muy difícil) calculo que nuestra velocidad supera los trece kilómetros por segundo. En tus términos…

—Olvídalo —murmuró Killeen—. ¿Qué significa esto?

Esta criatura —me resisto a aceptar que sea solamente una planta porque tiene muchas funciones semejantes a las de los animales, incluyendo un sistema circulatorio activo— está esparciendo a su progenie. La deja aquí, en la punta del arco, con la velocidad máxima. Llegan con facilidad a los límites exteriores del sistema solar. Desde allí, pueden caer hacia otras estrellas. En pocas palabras: es una siembra.

Killeen miró a Shibo y pensó en una forma para reparar la avería en el sistema, pero no encontró ninguna. Ella estaba cada vez más pálida.

Te repito las especulaciones de Grey, claro. Ya he hecho los cálculos, y lo que dice me parece probable, aunque no mucho.

—¿Así que en cada uno de estos árboles…, hay la semilla de otro Sembrador del Cielo?

Killeen apenas podía respirar. Miraba los árboles que despegaban en sus columnas de llamas. Nadar en ese mar de estrellas. Crecer y transformarse en otros Sembradores del Cielo. La vida persistente, innegable en los árboles que colgaban todavía por encima del cuerpo inerme de Shibo.

De pronto, le pareció que los huesos se le estiraban. Buscó a Shibo y no consiguió alcanzarla. Unas notas bajas y distantes atravesaron el cuerpo de la cíber mientras las ondas recorrían la superficie de madera.

De pronto, la alienígena dejó de aferrarse a la corteza. Todas sus piernas visibles soltaron las garras de acero y empujaron la superficie amarronada. Al instante, el peso desapareció. Killeen flotó en libertad.

—¿Estás…? —Killeen abrazó a Shibo. ¿Parpadeaba?

En un silencio absoluto, la cíber se despegó de la silueta delgada del Sembrador del Cielo. La cinta giratoria apuntaba ahora directamente hacia el planeta herido.

Estamos en la dirección correcta, llegaron los extraños pensamientos líquidos de la cíber.

Mis hermanas han detenido el Círculo Cósmico para que no constituyera un peligro. Estamos entrando en la órbita de enlace.

—¿Adónde vamos?

A la estación. Tu nave está allí. Tu especie tiene una misión.

—¡Date prisa! Hay equipo médico en elArgo.

Killeen miró adelante y vio un brillo que lo llamaba, lleno de promesas.

Pero Shibo murió mucho antes de que pudieran alcanzarlo.