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oby volvió a su juego en el eje. Killeen pidió a todos que tuvieran cuidado y no molestaran a la tripulación, pero no consideró necesario ordenarles que interrumpieran el juego. Por lo que veía, la humanidad había aprendido a estar siempre en marcha, a cazar pequeñas presas que saltaban casi como pelotas, y no estaba dispuesto a interponerse en un impulso tan básico como ese. El juego mantenía en forma a la tripulación y aliviaba tensiones y antagonismos.

Pero no todas las tensiones desaparecían. Cuando pasó junto a una sala de mantenimiento, se tropezó con una docena de miembros de la Familia arrodillados alrededor de un fuego pequeño de cortezas y cáscaras secas. A Killeen le disgustaban las manchas negras que dejaba esa práctica en las paredes de la nave, pero entendía la seguridad que proporcionaba el fuego comunal. En la luz pálida y leve, las lenguas crujientes y amarillas de las llamas se elevaban como espíritus salvajes, proyectando sombras vibrantes sobre las caras tensas en la discusión.

Killeen esperaba que hubiera conversaciones nerviosas. La nave estaba llena de ecos y rumores ansiosos. Para su sorpresa, el grupo de holgazanes incluía a la contramaestre Jocelyn.

—¡Capitán! —saludó ella. Era una mujer madura, delgada, dura, de ojos astutos y rápidos. Usaba el traje apropiado para el trabajo en la nave, libre de impedimentos y cubierto de bolsillos con cierre. Después de dos años de viaje, las viejas habilidades de costura y manejo de metales de la Familia habían dado a cada uno de sus miembros un guardarropa bien pensado a partir de los tejidos orgánicos y la fibra de las plantas de las burbujas de las zonas de vida.

Killeen esbozó un medio saludo militar, un gesto que había perfeccionado. Significaba bienvenida y aceptación del otro, pero también les recordaba que él se presentaba como capitán, no como un miembro más de la Familia. Estaba a punto de seguir su camino cuando Jocelyn dijo en voz bien alta:

—Estábamos pensando en tomar esa estación.

Killeen se quedó de una pieza.

—¿Qué…? —empezó a decir, pero después se detuvo. No debía mostrar sorpresa por el hecho de que se hubiera sabido tan rápido lo de la estación. Los chismes eran legendarios en las naves espaciales—. ¿Qué queréis decir? —terminó.

Sabía que los viejos formalismos exigían otro tipo de lenguaje, mucho más estricto y restringido. Las largas horas con los Aspectos habían convertido las estructuras más familiares del habla de los antiguos en una segunda naturaleza para él y ahora solía usarlas para distanciarse de sí mismo. Pero en casos como ese, también podía servirle un uso más directo del lenguaje común de la tripulación.

—Se dice que hay un lugar grande de los mecs allí delante —dijo uno de los hombres lentamente.

—Las cosas se saben —admitió Killeen, poniéndose en cuclillas. Desde los tiempos de Nieveclara, la Familia descansaba en esa posición, siempre lista para saltar y seguir adelante si la sorprendían. Aquí no tenía sentido, por supuesto, pero subrayaba el pasado común y la igualdad de todos los miembros de la comunidad. Todos los que estaban en el círculo permanecían en cuclillas y algunos sostenían pequeñas botellas de agua con sabor. Un marinero le ofreció una a Killeen y él tomó un trago. Melocotón sabroso y aromático, la fruta que florecía ahora en las zonas de vida.

—Sí —dijo Jocelyn—. ¿Vamos a celebrar una asamblea?

—No veo por qué —dijo Killeen con cuidado.

—¡Planes de batalla! —exclamó un marinero de cabello rizado en voz bien alta.

—¿Y qué batalla es esa? —replicó Killeen con rapidez.

—¿Cómo qué batalla? ¡Contra el complejo mec, claro! —espetó el hombre. Hubo varios gruñidos de asentimiento. Sí, estaban de acuerdo.

—¿Estáis seguros de que es un complejo mec? —preguntó Killeen con tranquilidad.

—¿Qué otra cosa puede ser? —señaló una mujer.

Killeen se encogió de hombros y los miró a los ojos. Parecían nerviosos por la idea de un ataque, las caras tensas y concentradas.

—Veremos.

—Tiene que ser humano o mec —apuntó Jocelyn—, y os aseguro que no es humano.

—No vamos a atacar ningún complejo mec sin ver antes cómo es —rebatió Killeen.

—¡Mejor si los sorprendemos! —dijo el hombre de rizos, con la voz ronca de entusiasmo. Killeen sospechaba que el hombre había tomado algo más que agua con sabor. En realidad, había varias caras con un brillo, un cierto descuido en la forma de dejar caer el labio o el ojo que apuntaban a lo mismo. Una clara violación de las reglas. Pero le pareció que no era el mejor momento para recriminarlos. Estaba sucediendo algo más, y él tenía que averiguar qué era.

—¿Venir por un cielo vacío os parece una sorpresa? —Killeen se rio.

—¡Matamos a los mecs que estaban en la nave! —replicó el hombre.

—Entonces sí que los sorprendimos. No estaban preparados para un ataque en el momento del despegue. Tuvimos una oportunidad para limpiar la nave y lo hicimos. —Killeen meneó la cabeza—. No volveremos a tener la misma suerte.

Eso los dejó en silencio. Se habían alzado murmullos constantes en el grupo en los últimos momentos. Killeen todavía no sabía de dónde venían esas ideas. Durante algún tiempo había visto cómo la Familia adquiría las malas costumbres de un grupo nómada forzado a vivir demasiado tiempo en un lugar estrecho: bebían, jugaban, discutían sin razón.

Detrás de esas infracciones, que él podía manejar fácilmente, había surgido otro problema. Se regalaban unos a otros con cuentos falsos sobre batallas del pasado, aventuras fabulosas, fuera de toda proporción. Killeen, en cambio, recordaba muy bien los años de la huida a través de Nieveclara, el terror paralizante, la indecisión que revolvía el estómago, las muchas retiradas torpes después de fracasos humillantes. Ahora, según los cuentos, todos (pero generalmente sobre todo el narrador) habían sido valientes, sabios, rápidos y enérgicos, y habían dejado un tendal de mecs en su camino.

Había algo más que falso orgullo en eso. Killeen contemplaba las llamas poderosas, el humo que lamía los ojos con un dolor que casi era bienvenido. El ardor renegrido traía innumerables recuerdos de noches difíciles, noches que habían pasado mirando los fuegos del campamento, temblando con cada sonido que les llegaba desde la oscuridad. Las cáscaras hacían un fuego más dulce que el de la madera del bosque, pero el humo envolvía al grupo en una niebla azul muy reconfortante, una señal momentánea de su dependencia mutua.

Killeen se sentía de mejor humor y guardó silencio, para que ese estado de ánimo se consolidara. Finalmente, Jocelyn rompió la pausa.

—Por lo que recuerdo, Fanny decía que no debíamos dejar nunca un vehículo mec a nuestra espalda cuando seguíamos avanzando.

Las cabezas asintieron en el círculo. Killeen aspiró el néctar de melocotón para disimular su sorpresa. Así que era Jocelyn quien sugería esas ideas, citando a la vieja capitana Fanny. Aunque Fanny había muerto hacía ya años, cortada en dos por el Mantis en Nieveclara, todavía ejercía una profunda influencia en la Familia. Killeen la respetaba y amaba más allá de las palabras. Muchas veces, durante el largo viaje, se había preguntado: ¿Qué haría Fanny ahora? La respuesta siempre le servía de guía.

Pero esto era diferente. Jocelyn se servía de la leyenda de Fanny para provocar problemas.

—También decía que no nos buscáramos enemigos que no necesitábamos. —Killeen miró a su alrededor con deliberación. Fijó la vista en cada uno de los miembros del grupo—. Sobre todo cuando eran más poderosos que el grupo.

Hubo murmullos. Estaban de acuerdo con él. Jocelyn no miró directamente a Killeen pero dijo:

—Si no podemos tomar una estación, ¿cómo lo conseguiremos con ese maldito planeta?

Killeen sabía que debía andar con cuidado. Flotaba tensión en el ambiente, como si Jocelyn hubiera resumido lo que todos sentían. Era una charla de Familia, y Jocelyn la había mantenido fuera del alcance de la rigidez de la disciplina militar. Killeen podía interrumpirla, demostrar su rabia, pero eso hubiera dejado preguntas sin responder y nuevas irritaciones en la tripulación. Decidió no recurrir a su rango. En lugar de eso, se rio.

Eso tomó por sorpresa a Jocelyn. La risita seca de Killeen la asustó. Entonces, él dijo con una media sonrisa:

—Es tu Aspecto asesino de nuevo, ¿no? —Se volvió para mirar al resto—. Jocelyn tiene nuevos chips de Aspectos desde el año pasado. Uno es un capitán que se especializaba en ataques contra los mecs, casi la única maniobra que sabía, porque os aseguro que no vivió mucho. El Aspecto le da muy buenos consejos, pero claro, son siempre los mismos…

Varios sonrieron en el círculo. La Familia no habría podido sobrevivir al viaje sin los consejos de los Aspectos acerca de la antigua tecnología humana que había construido elArgo. Pero esas presencias siempre deseaban entrar más de lleno en la red sensorial del huésped, estaban sedientas de aire y sentido real, querían contacto con la vida. Resultaba imposible satisfacerlas. Procedían de distintas eras y sus consejos podían ser contradictorios. A veces, había uno que dominaba el pensamiento de su huésped. Perder el control de un Aspecto era humillante.

Los músculos tensaron la mandíbula de Jocelyn.

—Yo hablo por mí misma, no por mandato de un Aspecto polvoriento —escupió.

—Entonces, será mejor que evites las peleas mientras puedas. —Killeen mantuvo la voz tranquila y amistosa.

La respuesta de Jocelyn fue dura.

—¿Las peleas como esta?

Había entendido la indirecta y sin embargo quería hacer pública la discusión. Muy bien.

—Ahora que lo mencionas…

—Algunos de nosotros pensamos que el honor de la Familia exige…

—El honor es lo primero que se pierde en el campo de batalla —replicó Killeen con sequedad.

Inmediatamente lamentó haber interrumpido a Jocelyn, porque los ojos de la lugarteniente se entornaron con furia.

—Deberíamos tomar ese complejo mec antes de que ellos nos ataquen.

—Nuestra meta es un mundo, no una cajita en el espacio —objetó Killeen con voz tranquila. Sabía que saldría victorioso si dejaba que ella perdiera los estribos.

—¡Con eso en nuestras manos podemos controlar todo lo que llegue a la superficie! —exclamó ella con excitación.

—Y alertar a cualquier cosa que esté allí antes de que podamos aterrizar —apuntó él.

—Bueno, Fanny nunca…

—Lugarteniente Jocelyn deje ese asunto de la Familia. Ahora yo soy el capitán.

Ella lo miró, sorprendida. Él siempre había creído que ella era la más hábil de toda la Familia para seguir una táctica en tierra. Pero no cuando llegaba el momento de trabajar mucho y cambiar el tipo de ataque.

—Sí, sí, pero…

—Y yo digo que vamos a ir directo. ¿Entiendes? Prescindiremos de la estación.

—Mierda, esa estación nos puede dar…

«¡Capitán!». La llamada no venía del círculo, sino del cinturón de Killeen. Killeen se asustó con el ruido de aquella vocecita que le hablaba desde la cintura. Shibo.

—Sí —contestó. De pronto, perdió interés en Jocelyn. Shibo casi nunca le hablaba por el comunicador de la nave. Debía de ser algo importante.

«El tablero», empezó a decir, pero Killeen cortó la comunicación. Nunca permitía que la tripulación oyera los mensajes de los oficiales a menos que tuviera una poderosa razón para hacerlo.

Se levantó, dirigió un gesto a Jocelyn y se fue por la espiral hacia la sala de control. No le gustaba dejar en el aire su disputa con Jocelyn. Ella había perdido el impulso, pero le quedaba un centro de resistencia. Y de ambición.

Cuando llegó a la sala, Shibo estaba de pie, inmóvil, meditando. Era una actitud rara en ella. Tenía los brazos alrededor del cuerpo, los dedos enganchados en las brillantes costillas negras de su exoesqueleto Por lo general movía las manos sin cesar sobre los tableros, llamando a las energías y micromentes delArgo.

—Capitán, tengo un problema. Y uno nuevo, además. —Los ojos luminosos y la boca amargada no ocultaban la sensación de alarma.

—¿Es la estación?

—En cierto modo. —El exoesqueleto se movió como una jaula de huesos negros, subrayando su gesto. Algo entre un encogimiento de hombros y un movimiento de despecho—. El tablero está colapsado. No puedo determinar la trayectoria.

—¿Cómo?

—Una orden superior.

—¿Quién la dio?

—Tal vez la pregunta es ¿cuándo la dieron?

—¿El Mantis?

—Quizá. Nos lleva a una meta levemente distinta del planeta mismo.

—¿No puedes detenerlo?

—No.

Cuando Shibo admitía un fracaso, Killeen estaba seguro de que lo había intentado todo. Frunció el ceño.

—¿Adónde vamos?

—Hacia la estación. Contra nuestra voluntad.