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E
l Sifón chorreaba. Colosales nudos magnéticos rodeaban el flujo. La pared brillante de presión se transformó de nuevo en la solitaria cuerda cósmica; su belleza dorada y aguda colgó en los polos del planeta. Reinó cierta calma. Por encima orbitaba un montón oscuro y desordenado de metal enfriado del núcleo. En medio de esa masa nueva se movían formas, desplazándose, seccionando.
Se diagnosticó la inestabilidad helicoidal. Había signos de interferencia de los Nadas.
Cuadrillas de trabajo cruzaron las llanuras hacia los tubos de flujo. Llevaban los restos de Nimfur’thon, seccionados, de vuelta a la Colmena. Sólo unos pocos hablaron con Quath, no porque la consideraran una vergüenza —la inspección del diario de vuelo rastreador de Nimfur’thon demostró que ella había corrido el mismo peligro— sino más bien porque estaban ocupadas restaurando los proyectores de los tubos de flujo que se habían fundido.
Mientras los equipos trabajaban, Quath se arrastró de regreso a la Colmena. Le dolían las articulaciones y coyunturas por el daño de los pinchazos. Danni’wer, ayudante de entrenamiento de la Tukar’ramin, envió constantes preguntas, investigando detalles de la razón por la cual las dos habían maniobrado tan cerca y —a través de frases suaves como alfileres— sintió la nube que descendía sobre Quath.
Siguió un período de descanso durante el cual Quath trató de comprender. No lo logró. Sintió en las paredes cálidas el ruido del movimientos de otras multipodia, que no descansaban. Escuchó los datos febriles, urgentes, que no la dejarían dormir.
La inestabilidad del aro era una dificultad que las atrasaba. Legiones de las tejedoras de hilos orbitaban lejos, en el espacio, más allá del Círculo Cósmico. Esperaban las gotas de metal para empezar a tejer. Debían apresurar el ritmo de la Colmena. Al final, Quath hizo callar las voces molestas de las submentes. Se rindió, agradecida, a un sopor con las piernas dobladas con fuerza en la red pulida porque algo oscuro la perseguía.
Se despertó jadeando con los podios enredados; la mancha de su tráquea se hinchaba roja, amarilla, roja de nuevo, en un ritmo apresurado. Una llamada zumbó hacia ella a través de la estancia llena de ángulos. Quath contestó y encontró una llamada de Danni’wer.
Desmontó, ansiosa. Su mente era una masa confusa. Su hidráulica se anudaba y se llenaba con una presión dolorosa.
Vertió un vómito sobre una espora ácida. Quath, carcomida, se tambaleaba hacia delante, tratando de no apoyarse en la rodilla dañada. Renqueó a través de bóvedas inundadas de trabajo. La saludó una pentapodia, pero excepto por esas palabras, la ignoraron. Eso no era nuevo y en realidad era lo que Quath quería ese día. El peso que había descendido sobre ella no deseaba compañía.
‹¿Te das cuenta de que eres culpable?›, razonó la voz de Danni’wer en la entrada de la cámara principal.
‹Necesariamente›.
‹Tu Ascenso será más lento›.
‹Sí›.
‹El agregado de un brazo manipulador para convertirte en pentapodia…›, Danni’wer consultó su pizarra a fin de no mirar a Quath directamente. ‹Eso llevará más tiempo›.
‹Sí›.
‹Me complace que te resignes tan fácilmente. Algunas no tienen esa habilidad, incluso algunas miriapodia›.
‹Sí›.
Danni’wer abrió una puerta en su piel pegajosa. Estudió a Quath durante un momento y dijo:
‹A pesar de tu error, la Tukar’ramin va a entrar en ti›.
Quath sintió que sus espacios internos estallaban. El miedo se extendió por su cuerpo. El temor le apretó los espiráculos hasta que el aire silbó a través de las ventanillas. Se avergonzó, estaba segura de que Danni’wer lo notaría. La pared se abrió con un murmullo suave que apagó el aliento jadeante de Quath. Ella se adelantó sobre miembros ateridos. Sabía que la verían como lo que era.
*el terror te domina*.
El pensamiento brillante llegó súbitamente cuando ella levantó la vista, poniéndose de puntillas para ver la altura. Un bulto enorme se movía en las redes. Perlas húmedas se agitaban en la nube tintineante. Enormes rocas arqueadas daban al aire callado un peso inmenso.
Quath empezó a hablar:
‹Abadesa, tengo una pena abismal…›.
*No trates de expresar tu ser interior. Lo veo*.
Una luz vibrante jugaba en el cuerpo de la Tukar’ramin, que estaba apoyado sobre la cámara superior. Quath nunca había estado a solas con un ser tan augusto. Trató de verla entera. La presencia infinita estaba rodeada de piernas innumerables.
Sintió que la examinaban. Cinco cables danzaron a través de su interior fangoso. Luego percibió un fantasma que bailaba y giraba para acabar desapareciendo, evaporándose.
*No es la muerte de Nimfur’thon la que te inunda*.
Las palabras sonaron frías aunque flotaban sueltas y bienvenidas en el mar cálido de la Tukar’ramin.
‹No. Tengo miedo de algo, algo…›.
*Basta. El peso que llevas debe levantarse poco a poco. La inmersión en nuestro Camino tal vez ayude*.
‹Conozco el Camino›.
*Ni siquiera las miriapodia pueden rastrear más que una rama o dos del Camino, Quath’jutt’kkal’thon. No añadas la arrogancia a tu peso*.
‹Yo…› La presión del miedo volvió a subir en ella. Quath jadeó para gritar.
*Ya veo. Lo sé. Pero debes viajar a través de ese musgo*.
‹Pero yo…›.
*La Factótum te mostrará la Crónica más profundamente de lo que hayas visto jamás. Explórala. Fíjate en nuestro alcance. Eso te restaurará*.
Quath se fue, renqueando sobre los podios entumecidos; sus espiráculos abiertos trataban de chupar y temblaban, agitados.