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K

illeen caía. Le había llevado años acostumbrarse a la sensación de la caída libre y eso había sido fuera del Argo, en la enormidad silenciosa del espacio abierto. Despacio, había convencido a sus reflejos de que en cierto modo estaba volando, aéreo y flotante, lejos de las crueles leyes de la gravedad. Pero ahora se lanzaba hacia abajo entre paredes coloreadas y brillantes que pasaban por su lado a una velocidad alarmante. Sentía que el horizonte plateado de Nueva Bishop se acercaba cada vez más a medida que el planeta se achataba hasta parecer una llanura. Crecieron montañas arrugadas, los detalles se precisaban a cada instante. Veía crecer el planeta a través de la sábana fantasmal del aro cósmico.

La región polar aún tenía unos pocos trazos blancos, nieve de lo que alguna vez había sido un casquete de hielo. La tierra tenía un aspecto desnudo y desierto, como si hubiera aparecido hacía muy poco en la superficie. Se extendía llenando la mitad del cielo más allá de las paredes brillantes y translúcidas del tubo. Era tierra violada y recorrida por ríos nuevos que se volcaban sobre abismos escarpados. Veía caminos primitivos trazados por los arroyos, huellas anchas de avalanchas de lodo. El suelo se acercó cada vez más, una mano vasta que lo golpearía con fuerza. Él se encogió, un movimiento instintivo. Caía hacia una gran cadena montañosa…

… se preparó para el impacto… y no sintió nada.

Instantáneamente pasó volando a un mundo dorado, solo.

Las paredes brillantes le proporcionaban algo de luz, pero no veía nada al otro lado. Más abajo, entre las botas, estaba el punto amarillo. La voz de Arthur llegó a su conciencia.

He estado hablando con Grey. Por desgracia ella no sabe mucho más que yo, pero intentaremos adivinar algo con la ayuda de nuestros conocimientos. Este tubo está vacío, libre incluso de aire. Ahora estamos dentro del planeta. Estimo que nuestra velocidad es de 934 metros por segundo.

Formas de todos los colores se acercaban volando a toda velocidad y hacían señales luminosas en las paredes, sin ruido.

—¿Adónde vamos?

Si los ciborgs alienígenas construyeron este aparato para llegar al núcleo del planeta con la precisión que yo espero de ellos, predigo que pasaremos por el centro y saldremos por el otro lado.

—¿Qué es un ciborg? —preguntó Killeen, para concretar las ideas. El Aspecto Grey le contestó con voz leve:

Un ser que es mitad orgánico… mitad máquina… No puedo asegurar… proporciones exactas… con una observación tan… breve… las fuentes históricas… hablan de una raza así… en los primeros días… los Tiempos de Gloria…

—¡Ya basta! ¿Cómo salimos?

Arthur replicó con severidad:

No podemos. Al poner la cuerda cósmica tan cerca del eje planetario, los ciborgs se aseguraron de que no hubiera ningún giro a lo largo del tubo. La materia que viene del núcleo, o baja hacia fuera, no se mueve con lentitud y por lo tanto no golpea las paredes. Además, de acuerdo a esa opción, no hay ninguna fuerza de Coriolis que pueda desviarnos.

Killeen no comprendía la jerga, pero entendía que eran malas noticias. A pesar de las paredes brillantes, alrededor de él, la noche se hacía cada vez más profunda.

Luchó contra el pánico. Parte de su miedo procedía del simple hecho de que estaba cayendo cada vez más rápido, y el terror animal más primitivo amenazaba con dominarlo por completo. Se debatía contra ese miedo que lo consumía como un animal que golpea una ola oscura que se eleva cada vez más. Se quedó sin aliento, parecía como si los pulmones le estallaran por dentro.

A su lado pasaron formas llenas de granos, borrosas, como relámpagos. Eran rasgos de la roca, iluminados por la barrera leve del aro que giraba.

El brillo amarillento que había debajo se había convertido en un disco brillante. Killeen sentía en sus sensores un ruido bajo que le temblaba en los huesos, el murmullo de la rotación de los campos magnéticos.

—Tal vez pueda llegar a las paredes. ¿Hay alguna forma de frenar?

Killeen sintió la risa aguda y despectiva de Arthur. Apareció un círculo en su ojo izquierdo. Se transformó en una esfera: el planeta, con una línea roja a lo largo del eje de revolución. Un puntito azul se movía hacia el interior cerca del tope del eje, justo por debajo de la superficie.

Ahora hemos adquirido una velocidad de 1468 metros por segundo. El material del aro, recuérdalo, es extremadamente denso, muchos millones de toneladas por kilómetro concentradas en un hilo que no mide ni el ancho de un átomo y que gira a gran velocidad. Si golpearas esa materia con la mano a esta velocidad, te quedarías sin ella.

El aliento de Killeen salía en jadeos rápidos, temblorosos.

—Supón que tienen metal del núcleo ahí dentro, que está a punto de salir y que una marea se aproxima a nosotros.

No creo que quieras que analice esa posibilidad.

—No, supongo que no.

Killeen buscó una idea, una pequeña esperanza. Las paredes estaban casi negras ahora; la radiación del aro parecía absorbida por las rocas de los lados. Aristas anaranjadas y marrones, humeantes y cálidas, pasaban a toda velocidad a su lado, lava atrapada en bóvedas muy profundas, grandes océanos de roca lívida, ardiente.

Supongo que el tubo queda vacío a veces. Tal vez los ciborgs están ocupados en alguna reparación menor. O tal vez sólo hacen un descanso para dar tiempo a los equipos de órbita que forman la primera remesa de metal del núcleo. De todos modos, suponiendo que el ciborg que está arriba no nos arrojara para vernos hervidos en hierro, hay otro destino posible.

Killeen trató de calmarse, de concentrarse en las palabras de Arthur. Las paredes parecían más cerca ahora que caía a más velocidad y el tubo se hacía más estrecho frente a él. Se puso rígido y erguido, los brazos a los costados, los pies hacia abajo, hacia el disco amarillo, que cada vez crecía más. Parpadeó por el sudor dentro del casco y trató de ver mejor.

Creo que ya hemos pasado la corteza y estamos acelerando a través de la segunda gran capa. ¿Te das cuenta?, los lagos de lava se hacen cada vez más grandes y numerosos. La temperatura aumenta unos 10 grados centígrados por cada kilómetro. Esto continuará así hasta que estemos más allá del punto de fusión de las rocas de silicato. Entonces, según estudios similares en planetas de parecidas características, entraremos en el núcleo, cada vez más denso y caliente. En ese punto las rocas serán líquidas y estarán a 2800 grados centígrados.

—¿Y cómo es que la roca no llena el tubo?

La presión del aro es inmensa. Grey calcula…

—¿Y el calor? ¿El aro también lo detiene? —preguntó Killeen, buscando seguridad aunque ya sospechaba la respuesta.

El calor en una radiación electromagnética infrarroja. El aro no la detiene. La luz lo atraviesa y por eso vemos la roca oscura del otro lado. Pero pronto los silicatos empezarán a brillar con el calor de la compresión.

—¿Y qué hacemos?

La radiación del calor ejerce una presión. Pero es simétrica, claro, y actúa del mismo modo en todas direcciones. Así que no puede empujarnos hacia una pared o hacia otra. Pero nos cocerá de arriba a abajo.

—¿En cuánto tiempo?

El pasaje por el núcleo…, dentro de unos 9,87 minutos.

—El traje me protegerá.

Cierto. Ya lo está haciendo. Calculo que llegaremos a sobrevivir al pasaje completo por el planeta si nos sellamos herméticamente, cerramos el visor del casco, eliminamos todas las entradas. Tal vez el ciborg sabía eso; tal vez sabe mucho de nuestra tecnología. Sí, sí, empiezo a comprender la lógica demoníaca de lo que hizo.

Killeen cerró las entradas del traje. Dejó sólo un pequeño conducto para imágenes ópticas. La piel de su traje reflejaba como un espejo de plata el brillo de la luz cada vez más poderosa que lo rodeaba Las paredes que desfilaban a su lado se hacían cada vez más rojiza, opacas.

—¿Dónde estamos?

Debemos de estar aproximándonos al punto de fusión del hierro. Ese color rojizo probablemente señala la transición del magma al núcleo exterior. Podemos esperar alguna variación en los campos magnéticos ahora, porque según la teoría esta es la región donde se genera el campo del planeta. Hay grandes corrientes de metal fundido que conducen corrientes eléctricas, como cables inmensos en una estación generadora. El giro de Nueva Bishop sirve para envolverlos y crear corrientes en remolino, y esas corrientes, a su vez, mueven los remolinos magnéticos.

—Mierda, ya está haciendo calor.

La temperatura exterior es de 2785 grados centígrados.

Killeen bajó el visor. Se sintió encerrado en la oscuridad más completa.

Se preguntó si podría soportar el calor en total soledad, la caída cada vez más rápida.

Se esforzó en respirar más despacio. Si quería vivir los próximos minutos tendría que pensar con claridad. La oscuridad tal vez le ayudaría a hacerlo, siempre que lograra dominar sus reacciones instintivas.

Por suerte, la velocidad que nos impartió el ciborg nos llevará muy rápido por esta zona. Registro una temperatura exterior que supera los 3000 grados. A ver, sí, uno de los conductos de luz del traje puede darnos una imagen leve, que es todo lo que necesitamos en este lugar.

—¡Mierda, piensa en algo!

Estoy pensando. Pero no veo cómo salir de esto.

—Tiene que haber una forma.

La existencia de un problema bien definido no implica que exista una solución.

—¡Mierda!

Años antes, Killeen había suprimido a sus Aspectos cuando amenazaron con dominarlo por completo. Ahora sentía que ese riesgo se acercaba de nuevo. Arthur era una inteligencia desconectada que servía sólo como mente consultora. Sin las alarmas naturales de peligro, como la adrenalina, contemplaba la realidad como desde una gran distancia. Su frialdad servía para que los otros Aspectos y Rostros no atacaran a Killeen con sus propios pánicos.

—Mira, saldremos de esto, estaremos fuera pronto, ¿verdad?

Sí, pero ahí está lo demoníaco del truco de ese ciborg. Estamos participando en un experimento teórico, un problema muy antiguo y sencillo: un eje atraviesa un planeta y nosotros somos la masa oscilatoria de prueba…

—¿Qué…?

Killeen se dio cuenta de pronto de lo que Arthur quería decir con esas palabras. Observó cómo el puntito azul pasaba a través del centro en su ojo y salía por el otro lado del tubo rojo. Se elevaba hacia la superficie, la velocidad disminuía por la presión de la gravedad y salía a luz, lentamente. Después de dudar en el punto máximo de su movimiento, caía de nuevo para ejecutar otra larga caída a través del corazón del planeta dividido.

Tal vez podamos sobrevivir a una pasada. Pero otra, Y luego otra… Y así hasta el infinito…

—Tiene que haber una solución.

Killeen lo dijo con convicción absoluta, aunque ignoraba la teoría física que sostenía la pintoresca demostración de Arthur. Si un Alienígena colosal había construido esa trampa incineratoria para él, tenía que haber un error, alguna salida que el ciborg no hubiera considerado.

Tenía que creerlo o el pánico que le apretaba la garganta lo dominaría por completo.

Moriría como un animal encerrado en la rabia del alienígena convertido en un ardiente pedazo de carbón. Terminaría convertido en un trozo de ceniza, que flotaría interminablemente a través del horno central.

Tal vez podríamos intentar algo en el punto más alto, donde el aro empieza a curvarse por encima del polo. Podríamos llegar a descansar allí durante un instante.

—De acuerdo. De acuerdo. Tal vez podría bombear un poco de este material refrigerante.

Los fluidos refrigerantes, sí. Usarlos como impulsores. Pero eso no bastaría para lograr una órbita.

—¿Y el aro? Tal vez podría saltar sobre él ahí, donde gira. Podría tomar alguna dirección, liberarme.

Killeen sintió que la presencia extraña y abstracta de Arthur se agitaba, pensaba, consultaba con Ling y Grey y otros Rostros como si se tratara sólo de un problema interesante. Cayendo en la oscuridad absoluta, sintió que se le revolvía el estómago. Cerró la garganta y tragó bilis.

De pronto, percibió un sonido extraño. Por debajo de la sirena del aro que giraba, oía gorgoteos bajos y leves campanitas brillantes, como burbujas que estallan.

Son los remolinos de los campos magnéticos del planeta. Suenan como notas de un órgano.

Los sonidos huecos, profundos, largos, atrajeron la atención de Killeen.

Se los imaginó como voces majestuosas que lo llamaban, lo llamaban hacia las profundidades de ese mundo.

No. Se sacudió, jadeó y conectó la imagen en el ojo izquierdo.

Las paredes exteriores brillaban con un calor incandescente, rojo como el de una frambuesa. En las paredes ardían globos de coló fuego chamuscado.

—¡Dejad de calcular! Quiero una respuesta ahora mismo.

Muy bien. La idea puede ser marginalmente posible, no estoy seguro. Sin embargo, haría falta estar lo bastante cerca de la pared que forma el aro. El ciborg nos colocó exactamente en el centro del tubo, según las mediciones. Necesitamos movernos tal vez unos cien metros para que nos atrape la onda de presión del giro del aro.

—¿Y eso cuánto es?

Digamos que estás a un tiro de piedra.

—Eso no parece tan difícil. Puedo usar el líquido refrigerante.

Si lo sacas ahora, moriremos en cuestión de segundos.

—Mierda. Lo haré cuando estemos lejos de esto.

Eso resulta tentador pero no creo que dé resultado. El tubo se abre al salir hacia la superficie. Aquí queda solamente a un tiro de piedra, pero cuando salgamos del núcleo, las paredes estarán demasiado lejos para poder alcanzarlas a tiempo, a menos que empecemos a movernos ahora.

—Sí, sí. ¿Y cómo?

Incluso una fuerza muy leve aplicada ahora nos daría inercia suficiente para llegar a la pared durante la salida.

—Presión…

Killeen frunció el ceño. El traje le daba una sensación claustrofóbica, con el olor del sudor y el sonido de su propio jadeo, el tufo desnudo de su miedo. Sólo sentía el vacío perturbador de una caída constante en una ansiedad sin peso. Estudió la pequeña imagen que llegaba por el visor.

Las paredes estaban inundadas de fuego. El núcleo de hierro y níquel hervía y se sacudía en ondas blancas de material comprimido. Volaba cerca de remolinos lívidos y rosáceos que se extendían decenas de kilómetros, pero pasaban en apenas unos segundos el brillo hiriente. El ruido constante del aro le lastimaba los dientes y las manos con su constancia persistente.

Recordó un momento similar en Nieveclara. Había volado con su esposa, Verónica, y con Abraham. Cerca de la Ciudadela había un antiguo túnel que atravesaba una montaña, un túnel excavado durante la Era de las Arcologías. El intenso viento del desierto lo atravesaba constantemente y el encierro lo aceleraba aún mas. En los puntos donde el túnel se hacía casi vertical, el viento podía sostener en el aire a un hombre con alas. Él se había lanzado a la corriente rugiente de aire y había trazado círculos alrededor de agujero oval y amplio en la piedra. Verónica lo siguió, sonriendo, los ojos muy abiertos. Abriendo las alas, podían subir y bajar y unirse en el vuelo. Luego llegó Abraham, los gritos de alegría convertidos casi en alaridos. Habían luchado contra el viento y después habían aprovechado sus presiones incesantes, dibujando espirales felices unos alrededor de los otros, alejados de todo por la magia del momento.

Eso había desaparecido para siempre, un tiempo perdido en el pasado, un tiempo inalcanzable.

Ahora…

La lengua parecía llenarle la garganta. El aire caliente le mordía la nariz.

El traje estaba a punto de recalentarse. Comprendió que estaba a punto de perder el dominio de sí mismo. Haría algo desesperado para escapar del calor y entonces moriría.

Pero recordó las palabras de Arthur. Incluso una presión muy leve…

—La luz. Dijiste algo acerca de empujarnos.

Sí, claro, pero eso actúa en todas las direcciones.

—No si sacamos parte del barniz plateado.

¿Qué? Eso podría… Ah, ya veo. Si disminuyéramos parte del barniz plateado en el frente, por ejemplo, sacando la energía de los autocircuitos de esa parte, si, entonces la luz se reflejaría de otro modo. Nos veríamos empujados en esa dirección porque la luz nos daría más desde atrás.

—Hagámoslo. No queda mucho tiempo.

¡El calor! Si disminuimos el reflejo de la luz, aumenta la absorción.

Killeen ya lo había supuesto.

—Enséñame a bajar el nivel del barniz plateado de mi pecho.

No, no. La temperatura exterior es de 3459 grados. No. No puedo aceptar esa…

—Dame la información. ¡Ahora mismo! —Killeen mantuvo su mente bajo control. Esa era la única forma, estaba seguro, y hasta los segundos eran importantes.

Ahora no, no… Pensaré, ya se me ocurrirá algo que dé resultado, sí, trabajaremos mientras atravesamos el núcleo. Revisaré mis memorias anteriores. Yo…

—No. ¡Ahora mismo!

Sintió el miedo del Aspecto que surgía con tanta fuerza como el suyo propio. Así que esa mente encerrada en un chip se había quebrado finalmente y ahí estaban los residuos de su humanidad.

Killeen buscó deliberadamente en su interior y ahogó las objeciones de Arthur. Lo llamó en un quejido pequeño, desesperado. Se inclinó en el interior y obligó a Arthur a volver a su conciencia.

—Te he dicho que ahora mismo.