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entro de la Crónica, el tiempo engulló a Quath.
La Factótum, seca, rápida, irritable, la dejó anclada en una malla pegajosa que exudaba a través de muchos pares de podios. El lugar se usaba generalmente para la educación elemental de las muy jóvenes, las lentas.
Quath apenas recordaba esa fase. En aquella época ella había sido totalmente natural, sin las capacidades aumentadas por las máquinas. Débil, suave, estúpida. Había memorizado las Verdades de la Crónica, por supuesto. Ahora, todo eso le parecía inútil. Había perdido la fe.
Así que aquí estaba de nuevo. En medio de los olores de la juventud. Encasquetada, apretada en todos sus sentidos.
Frente a ella se abrió la vasta historia.
Quath conocía los rasgos generales, había aprendido eso sin pensarlo a fondo. Pasaron imágenes de la antigüedad. Para las antiguas multipodia, la vida era placentera, un juego dulce. Incluso las miriapodia vivían entre hilos pegajosos, llenos de lujo. Subían y bajaban, la garganta llena de papilla.
Sin embargo, al transcurrir del tiempo, la especie se había extendido por el mundo nativo. Las ciencias y filosofías de aquellas eras distantes estaban entumecidas por el descuido general.
Los podía no habían sido así siempre. En los primeros dibujos, animales fieros, ya extinguidos, tomaban las pinzas en la garganta, se debatían, quedaban inmóviles. Aunque habían sido perezosos, los antiguos habían limpiado el mundo de aquella peste.
Sin enemigos, la especie empezó a progresar. Pero la estrella madre se había internado en los espacios del Centro Galáctico. Los mecs empezaron a penetrar en el reino de las podia. La enormidad de los propósitos de los mecs de pronto se hizo evidente. Sólo reproduciéndose a un ritmo enloquecido alcanzarían el poderío expansivo de los mecs.
El espíritu de sus ojos rasgados revivió. Después de eso, llegaron los descubrimientos científicos que dieron sentido a su universo.
/¿A qué has venido?/.
La Factótum estaba siempre alerta, alimentando a Quath con un torrente de datos, todos codificados en filigranas y nudos hormonales.
‹Estoy aquí porque la Tukar’ramin… ›.
/¿Te gustaría ver alguna faceta educativa de la Crónica?/.
‹Bueno›.
Quath estaba distraída. Su mente se balanceaba en la superficie de una lágrima que brillaba como un planeta, mientras la tensión superficial la arrastraba para que bailara sobre su brillo gélido. Se sostuvo mientras aromas muy bien orquestados empezaban a cantar «Ensillando a las Estrellas Caídas».
La introducción repasó por encima la sabiduría convencional. Los fuegos profundos de los soles se debilitaban sin que nadie pudiera evitarlo. Las estrellas así apagadas explotaban hacia el interior y su fuego era un estallido que se veía en toda la galaxia. Las más pequeñas dejaban núcleos de neutrones puros. Giraban, sus cascos polares escupían partículas, hacían brillar luces fantásticas de pulso regular: los faros de la galaxia. Una fuente muy útil de energía.
Cuando la velocidad de giro disminuía, las podia podían aproximarse. Equipos de tejedoras bloqueaban las corrientes circulares de partículas, construían diques para capturar la energía, silenciaban el quásar para convertirlo en una herramienta útil.
Habían descubierto que los mecs se sentían atraídos por los quásares, no sólo por la riqueza energética, sino para usarlos en colosales experimentos científicos. El propósito de aquellos complejos trabajos, realizados sobre los polos de los quásares mientras estos expulsaban plasmas de electrones y positrones, era algo que las podia ignoraban.
Los mecs estimulaban soles para convertirlos en supernovas en toda la zona que rodeaba el Centro Galáctico, al parecer para generar quásares. Las trampas para los escuadrones mec que rodeaban los quásares habían sido los primeros triunfos militares de las podía.
De repente, Quath sintió un miedo terrible. Lo descubrió de pronto en las imágenes que nadaban frente a ella.
Una nebulosa brillaba con el rosado delicado de las estrellas nacientes. Más cerca, titilaba un quásar, la lápida de un sol vencido. A través de la tenue lámina de luz fluía una nube de polvo que ocultaba la cara de la nebulosa, una imagen precisa de la muerte que esperaba a todas las podia, a todos los seres, a todo.
Nimfur’thon, primero amarronada, después negra, la carne crispada y frágil, despedazándose.
Nimfur’thon no era nada ahora, se había marchado. Quath sintió una tristeza enorme por su compañera tejedora, por el espíritu que había vivido con ella en los cuarteles de la Colmena. Pero esa tristeza era sólo la piel de la bestia que se agazapaba por debajo, el sentimiento que Quath no había podido expresar hasta entonces, mientras el polvo borraba el brillo leve de la nebulosa. Polvo. Oscuridad. La muerte que lo engullía todo. Quath sintió un estremecimiento de miedo, no por Nimfur’thon, sino por sí misma. Llamó a la Factótum.
/¿Sí? Tu instrucción no está completa/.
‹Olvida eso. Quiero la Crónica de nuevo. Cuéntame cosas acerca de los Intrusos›.
La historia de siempre estaba ahí. Cómo había empezado la larguísima guerra contra los mecs. Cómo la especie había visto el desafío. Cómo los mayores de las podia, los Iluminados, habían comprendido lo que implicaba el paisaje de la ciencia: la sagrada visión cósmica.
Pero no todos estaban de acuerdo. Algunos disidentes llamados Intrusos se oponían a la Síntesis. El debate fue enorme. Por fin desapareció toda disidencia y se liberaron las energías de la especie. Después, al averiguar la verdad, la especie siguió adelante… Quath dejó ese material estándar.
/¿Sí?/.
‹Los Intrusos, sus teorías. No menciona eso›.
/Por lo general no me piden esas cosas/.
‹Pero yo lo quiero ahora›.
‹¿Hubo una duda?›.
/Bueno, supongo…/.
Un nuevo brillo de historia. Datos, lugares, hechos, planetas y eones, todos desvanecidos ahora. Después, prosiguió el tiempo.
Quath se sintió de pronto en medio de la visión de los Intrusos, tal como se la citaba en los textos.
La muerte del individuo era un hecho, decían, brutal e inevitable. No había renacimiento para las podia. No había un mensaje oculto en la ciencia.
Una voz resonante y sedosa cantó desde algún enramado antiguo:
NUESTRO ESTADO ES VIVIR DENTRO DE LAS LEYES QUE NOS DAN EL SER, PERO ESAS LEYES NO NOS OFRECEN PROPÓSITOS NI PROMESAS, NINGÚN TRIUNFO COMO ESPECIE. EL UNIVERSO NOS CONCEDE UN LUGAR EN SUS MOVIMIENTOS SISTEMÁTICOS, PERO SÓLO LE INTERESA EL SISTEMA MISMO, NO NOSOTROS.
Quath jadeó al ver aquellas ideas expresadas de esa forma.
Sin embargo, sentía que una respuesta la amenazaba por dentro, un sentimiento creciente de bienvenida. Ella compartía esas ideas. El terrible momento de la muerte de Nimfur’thon había traído esos pensamientos a la superficie de su mente. No se sumergirían de nuevo, nunca. Escuchó un poco más la voz confidencial, suave, que cantaba su verdad final:
INCLUSO ESTA FORMA DE DECIR LA VERDAD INDUCE AL ERROR. EL MUNDO FUERA DE NOSOTROS ES INCAPAZ DE PREOCUPARSE. EXISTIMOS COMO HECHOS AZAROSOS EN UN MUNDO QUE ES ORDENADO EN SUS LEYES PERO NO TIENE PLAN MÁS ALLÁ DE LOS TRABAJOS FÉRTILES DE LA DINÁMICA.
Quath retrocedió, como si un hilo carnívoro se le hubiera enredado en las piernas para convertirse en una serpiente.
Aquí estaba lo que había temido. Ahora tenía sustancia y era inamovible, un sólido fragmento de historia. Otras podia habían contemplado el mismo abismo devorador. El mundo era una cosa podrida, vacía. Un roce y se desharía en pedazos.
Los corazones de Quath latían, desordenados; podía sentir cada uno de los líquidos surgiendo en un tubo diferente. Las hormonas la bañaron y le mostraron con pinchazos e hilos sabrosos el desarrollo seco de la historia.
Los herejes refutaban con facilidad la Síntesis con la que Quath había vivido. La historia, tallada por un cuchillo diferente, se hacía irreconocible. Había algo acerca de una manía religiosa que se había suscitado por la guerra despiadada e interminable contra los mecs.
Pero la Síntesis no era religión, se dijo Quath. Era un descubrimiento filosófico. Las religiones habían nacido y habían desaparecido. Ninguna había conseguido que las podia se levantaran como un solo ser.
Sin ceder, la lógica con sabor a hormona siguió adelante, sobre las objeciones de Quath. Los Iluminados habían surgido en aquel tiempo antiguo. Y su reino de hierro continuaba.
Las imágenes brillaron, una por una: podia que aplastaban nidos, seccionaban hilos. Pero ella no podía luchar contra sus propios pensamientos. ¿Acaso era lógico esto? ¿Cómo podía la Síntesis estar tan segura de lo que decía?
De pronto, se separó. La Factótum seguramente la había vigilado de cerca.
/¿Te vas?/.
‹Sí, sí. ¿Y qué?›, escupió Quath, irritada.
/No has acabado. No sirve de nada… / Y la Factótum se lanzó a una oración entretejida y venerable.
‹Sí, Factótum, sí›, interrumpió ella. ‹Estoy perturbada por las mentiras de los herejes, eso es todo. Olvida lo que he dicho›.
Quath comprendió que la Factótum tomaría las palabras al pie de la letra y borraría la conversación. Tal vez sería lo mejor. La pobre criatura no podía manejar esas cuestiones.
Quizá, se dijo Quath con amargura, ninguna podia era capaz de hacerlo.
Entonces, ¿por qué debía ella cargar con este peso?