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Q

uath avanzaba cuidadosamente por los pasillos estrechos que olían a almizcle.

Después del vacío sereno del espacio, le pesaba el camino por esos túneles y pasillos sinuosos, por ese aire cargado y maloliente. A su alrededor se oía el movimiento incesante de las podia, concentradas en misiones urgentes, crujiendo, golpeándose y tropezando unas con otras en su apresuramiento. Seres menores de caparazones bermejos y ásperos se movían entre los pies de las dueñas de la colmena, concentrados en sus tareas intrascendentes. Los habían empollado en los cuerpos de animales nativos para ahorrar los recursos de la Colmena. Programados genéticamente, trabajaban con una intención fanática, como si supieran la brevedad de sus vidas y quisieran aprovecharlas al máximo.

Quath, en cambio, caminaba despacio. La presencia que tenía encerrada en su interior se movía constantemente. El Nada pateaba y se debatía, y resultaba imposible ignorar sus intentos ridículos e irritantes por escapar. Los sensores cerámicos de Quath lo veían como un remolino ardiente de infrarrojos bien guardado en sus entrañas.

Pero ese pequeño ser no era lo único que irritaba a Quath. Sabía lo que encontraría allí delante y se retrasaba, rebuscando en sus cilias como si se estuviera arreglando. Algunos animalitos se acercaron a ella, y Quath dejó que le inspeccionaran el caparazón. Atrapaban microparásitos, que eran los inconvenientes inevitables de esos mundos extraños, pestes que ya habían aprendido a alimentarse de las mangas que perdían y los escudos porosos de las podia.

Enseguida, demasiado pronto, se abrió ante ella la gran caverna brillante de la Tukar’ramin. La boca húmeda de la cueva parecía engullir todas las certidumbres de la vida de Quath.

*Misión bien cumplida*, la saludó la Tukar’ramin desde las altas redes resbaladizas.

Quath se sintió satisfecha con este cumplido, hasta que descubrió que Beq’qdahl había entrado al mismo tiempo que ella desde otro de los innumerables túneles que conducían al hogar de la Tukar’ramin. Beq’qdahl bailó una danza artificial con sus muchos podios, aceptando las palabras de la Tukar’ramin como si se las hubieran dirigido exclusivamente a ella.

‹Hicimos sólo lo que tu sabiduría nos indicó›, dijo Quath. Usaba la primera persona plural por formalidad. Después, para irritar a Beq’qdahl, cambió a la primera persona singular. ‹Y yo capturé a uno de los Nadas que infestaban la estación›.

*¿Qué clase de Nada es este?*

‹Una cosa de piel suave y dos piernas. Hábil para su tamaño›.

*Sin duda, porque tomaron la estación y a los mecs que la habitaban. Creía que teníamos el control completo allá arriba. Sin embargo, esos Nadas la tomaron con una facilidad humillante*.

No cabía duda, por las inflexiones hormonales de pasado imperativo, que Quath y Beq’qdahl estaban entre las humilladas.

Quath suprimió un impulso de doblar los podios en un gesto de disculpa total y ruego. En lugar de eso, transmitió con rapidez varias imágenes y detalles sensoriales de la cosa. Las había tomado después de sacarle el traje y las armas, en la nave.

‹Observa, por favor, desde tu sabia perspectiva›, pidió Quath con reverencia. ‹Esta cosa ofrece señales evidentes de evolución reciente. Quiero hacer notar el cabello, sólo encima de la cabeza y en los genitales. El primero para protegerlo de la luz solar, supongo. El segundo tal vez sea una forma primitiva de poner un elemento atractivo en el área que él más desea que otros reverencien…›.

*Algo por el estilo, sin duda. La ausencia de pelo sugiere una vida sensorial aguda, ya que sirve para exponer la superficie de los nervios a los impulsos con mayor eficiencia*.

‹¡Criaturas sucias!›, susurró Beq’qdahl con furia.

‹Pero eficientes›. Quath aprovechó la oportunidad para parecer más astuta. ‹Creo que llevaron al transbordador cerca del Sifón para estudiarlo›.

‹¡Por favor!›, se burló Beq’qdahl. ‹Yo hice que el transbordador dejara la estación en cuanto los sistemas demostraron que había Nadas. Para conseguir una muestra›.

*No podemos descuidarnos*, dijo la Tukar’ramin con lentitud. *Ese Nada puede tener una inteligencia y una habilidad superiores a las que aparenta su torpeza*.

‹Estoy de acuerdo›, se atrevió a decir Quath mientras dejaba escapar un perfume de confianza, teñido de filigranas colgantes y rayadas de preocupación adulta. Estaba a punto de agregar que había guardado al Nada para seguirlo estudiando, cuando la Tukar’ramin continuó su discurso en un tono pensativo, sin prestar atención a las palabras de Quath.

*Entonces, es bueno que hayáis terminado con ellos. Son muy hábiles y eso es muy extraño. Incluso uno solo podría causarnos problemas*.

Quath y Beq’qdahl guardaron silencio. Quath luchaba para encontrar una forma de aceptar eso sin divulgar la verdad, así que le alegró que Beq’qdahl dijera:

‹Se dispersaron frente a nosotras como granos de polvo. Los perseguimos hasta la atmósfera superior, donde se quemaron›.

La ferocidad de esa declaración no lograba disimular el tono escondido y dulce de duda que dejaban escapar las glándulas rebeldes de Beq’qdahl.

*¿Por los fuegos de entrada quieres decir?*

‹La mayoría, sí. No pude contarlos›.

Quath se enfureció al oír la primera persona de Beq’qdahl. Las dos habían buscado a los Nadas. Se sintió mejor, sin embargo, cuando la Tukar’ramin dijo con fuerza:

*Deberíais haberlos matado a todos*.

Beq’qdahl se ahogaba de mortificación y dejó escapar un pedo de miedo, maloliente y anaranjado. Logró balbucir: ‹Yo, es decir, nosotras…›.

*Tú eras la superior, Beq’qdahl. ¿Me puedes asegurar que los Nadas, que tal vez tengan el poder de viajar entre las estrellas, están vencidos?*

‹Eso es absolutamente imposible, salvadora de mi vida›. Esa era una salida diplomática, mezclada con una niebla piadosa de aceite de humillación, pensó Quath. Pero no ayudó a Beq’qdahl.

*Entonces, termina la tarea*.

‹Claro. ¿Es nuestra tarea o mía solamente?›.

*Tú eres la que posee más experiencia. Las dos camináis sobre seis patas. Quath parece estar mejorando en sus habilidades. Supongo que puedes contar con su ayuda. Ella se las arregló bien, tal vez mejor que tú*.

Brillos amarillooscuros de rabia y ansiedad apenas dominadas subieron y bajaron por el tórax de Beq’qdahl, pero la voz se mantuvo formal y áspera. Con satisfacción, Quath vio un tono de envidia verdeazulada que se traicionaba en los pelos lechosos de la trompa de Beq’qdahl.

‹Supongo que puedo continuar con mis fructíferas exploraciones mineras mientras resolvemos esos problemas menores›, apuntó Beq’qdahl.

*¿Qué? ¿Qué?*

Al instante Quath se dio cuenta de que Beq’qdahl había dado un paso en falso. Las ondas de una emoción desconocida bajaron desde el cuerpo de la Tukar’ramin.

*¡Persigue a los Nadas! Deja lo de la minería. He recibido indicios de que las Iluminadas mismas prestan atención a estos hechos*.

La mención de esas augustas entidades paralizó el aire frío de la gran caverna de roca.

*Beq’qdahl, no busques aumentarte por vanidad cuando hay una misión vital en juego*.

‹Te aseguro, reverenciada, que no…›.

*Puedes empezar con una tarea que conlleva un poco de riesgo, ya que fueron tus errores los que precipitaron este problema. Mira…*

Quath recibió una imagen de la estación. Junto a ella, asegurada con firmeza por cabos rayados, estaba la nave de los Nadas.

‹Podemos…›, empezó a decir Beq’qdahl.

Coros de preocupación angustiada sonaron a través de los espacios de la imagen, arrastrando a Quath hacia las emociones de la Tukar’ramin.

*Esta pequeña nave es su base. Vosotras la ignorasteis. Es posible que todavía haya algunos dentro. La tarea es limpiarla. Inspeccionar, analizar. Encontrar las mentes principales. Abrirlas y examinarlas*.

Asustada por ese torrente de órdenes severas y olores ácidos que hendían el aire, Beq’qdahl trató de protestar:

‹Yo…, bueno, nosotras, no tenemos la habilidad necesaria para…›.

*¡Ya! ¡Ahora mismo!*

La rabia súbita y verde de la Tukar’ramin asustó a Quath. Por fortuna, Beq’qdahl era la que soportaba lo peor, un chorro amarilloblancuzco que abrasó los sistemas sensoriales de Quath. Beq’qdahl, en medio de la corriente, retrocedió con las piernas temblorosas.

La Tukar’ramin no les dio permiso para partir; en realidad, no les prestó más atención que a dos animalitos inferiores que se escurrieran entre sus pies. Las dos se alejaron con lentitud mientras el gran bulto de la entidad superior se elevaba hacia la oscuridad, entre hilos húmedos y brillantes.

Quath sintió el temblor y el miedo de Beq’qdahl mientras las dos se alejaban. En un canal inferior, Beq’qdahl envió sus pensamientos preliminares referentes a logística, esquemas de búsqueda, armas… los había reunidos con una rapidez impresionante, si se tenía en cuenta el golpe que había recibido.

Los pensamientos de Quath se sumergieron en un malestar creciente. Se alejó de Beq’qdahl y corrió por un estrecho eje lateral. Se dejó caer en el aire callado y fresco hasta las profundidades de la madriguera. De alguna forma, su terror a las alturas no guardaba relación con esa zambullida. Las alturas abiertas, o peor aún, el vuelo, aterrorizaban a su especie. Beq’qdahl había dominado ese rasgo, otra razón para despreciarla.

Luego, sus frenos magnéticos hicieron contacto. Una nube de comida le hirió los ojos, y sin embargo, era como si se moviera en un sueño.

No registraba nada, consumida por la mentira que ocultaba en su interior. La Tukar’ramin, Beq’qdahl y todas las podia creían que había matado al Nada después de sacar las muestras. Esperaban pedazos de piel y fragmentos de cerebro para entender mejor a ese bicho desconocido.

Pero el Nada arañaba las secciones interiores de acero del cuerpo de Quath. Se daba golpes, saltaba y emitía olores desagradables. Tal vez incluso había dejado sus excrementos. ¡Qué riesgo innecesario! Y todo por un Nada.

Los brazos de Quath empezaron a abrir el compartimento interno para sacar al Nada, pero de pronto, acosada por una duda, se detuvo.

Aquella cosita insignificante era el mismo tipo de Nada que ella había matado con tanto valor en defensa de Beq’qdahl. Unos momentos después de su victoria, había estudiado el cadáver de uno de ellos y eso le había ayudado a superar el miedo a la muerte.

Así que sentía un extraño vínculo con esa criatura. Al principio mientras bajaba desde la órbita, se había dicho que mantenía vivo al Nada porque era una forma de asegurarse de que sus muestras estarían frescas. Pero una vez en la madriguera humeante y atestada de podia, había empezado a recibir pensamientos vagos, extrañas cintas de sensación, visiones tangenciales de su mundo.

Era el Nada. A esa distancia tan exigua, tan íntima, su examen se había prendido del sistema sensorial sorprendentemente complejo del Nada, que a Quath le parecía una espiral esférica formada por hilos de colores brillantes que se retorcían como serpientes lánguidas.

Por más que lo deseaba, no lograba penetrar en ese nudo. Su mente sintió una bolsa pequeña y aceitosa de impulsos exóticos. No podía matarlo. Todavía no.

La cosa que tenía en su interior se entrelazó con su propia aura eléctrica y emitió imágenes y sabores indefinibles que la llevaban por un laberinto de pasillos sin aire, iluminados por nieblas esparcidas y humeantes, salpicados de silencios reflexivos y aceleraciones súbitas a lo largo de declives invisibles. Esa pequeña criatura vivía en un universo inclinado anegado de corrientes, hormonas y olores.

Algo en ese mundo sesgado llamó la atención de Quath. Sintió que florecían en ella bordes vertiginosos de obstrucciones comprimidas, duros como el hueso. Sus certidumbres, pálidas y frágiles, se quebraron. El terreno ya resbaladizo del paisaje oblicuo de su interior se retorció y se inclinó aún más.

Pero no tenía alternativa, pensó. Debía hacerlo. La Tukar’ramin la desterraría para siempre si lo averiguaba, la condenaría a una vida de hambre y recolección desesperada en las tierras desoladas, al otro lado de las paredes de la Colmena.

Peor, ya no podía limitarse a soltarlo, era tarde para eso. Tenía que matarlo. Esconderlo. Hacer una pasta con el cuerpo, introducirlo en las paredes porosas donde nunca lo encontrarían, ni lo reconocerían, ni lo entenderían.

¿Podría hacerlo? Quath se detuvo al borde de su decisión, como ante un abismo.