7
L
a aurora del día siguiente trajo un horrendo vendaval de polvo que colmó el aire agudo y agresivo. Llegó justo cuando empezaba el trabajo del desayuno. En el campamento de la Familia Niner, los fuegos se descontrolaron. Un viento lleno de gemidos barrió las llamas en ráfagas traicioneras. El incendio llegó a las carpas y cruzó una zona de pasto seco. Un hilo de humo rodó a través del terreno de la Familia Bishop y Killeen se apresuró a formar un equipo.
Nadie quería ir, por supuesto. El viento se llevaba sus órdenes y eso les daba una excusa para fingir que no lo oían. El fuego era culpa de los Niner, pero eso no importaría mucho si llegaba hasta ellos. Tuvo que arrastrar a una docena de hombres y mujeres por el cuello.
Avanzaron a través de los dientes del vendaval, arrancando el pasto antes que las lenguas anaranjadas, que saltaban con velocidad alarmante. No lo controlaron. Se unieron a la brigada de los Niner, que dedicaban sus esfuerzos a apartar las carpas y el equipo del camino del fuego.
Killeen discutió con los oficiales de la otra Familia y no consiguió nada. No se atrevía a dejar su propio equipo y buscar al capitán Niner. Si lo hacía, los Bishop se marcharían a poner a salvo sus cosas. El polvo facilitaba que se escabulleran en los bancos rugientes de suciedad, que se deslizaban a ras del suelo como animales marrones y sucios. No había una buena solución a mano, así que Killeen envió a un mensajero con órdenes de reunir a toda la Familia y poner manos a la obra.
Abrieron una zanja grande frente a las llamas que saltaban. Resultaba imposible enfrentarse a la tormenta con esa arena ardiente y las llamas enloquecidas saltando a pocos metros de distancia. Detuvieron el fuego justo antes de que llegara a un grupo de árboles muertos y secos, que se habrían incendiado en un instante y habrían esparcido las cenizas en todas direcciones.
El viento se calmó tan bruscamente como se había levantado. Acabaron con las llamas que quedaban y volvieron al campamento. Había polvo en todas partes. Todas las aberturas de las carpas habían dejado pasar poderosas ráfagas de polvo. Killeen y Shibo estaban barriendo el refugio que compartían cuando llegó Toby, las manos en los bolsillos de los pantalones.
—Sabía que me iba a alegrar de dormir al aire libre —dijo con tono risueño.
—Sí, sé que te metiste en el refugio de otro cuando llovía —sonrió Killeen.
—Ahora todo está seco.
—¿Duermes en una bolsa y nada más?
—No tengo bolsa. No la necesito. El traje me mantiene abrigado. —Toby llevaba puesto todo el equipo de carrera, la cobertura pélvica de aluminio, los servos y las perneras de acero pesado.
—Debes de estar cansado con todo eso puesto —comentó Killeen.
—Me gusta —dijo Toby, ajustándose la llave de un compresor—. Cambié parte de mi equipo por esto.
—¿Qué les diste?
—Algunos chips que tenía en el hombro.
—Esos son chips de la Familia.
Toby lo miró, a la defensiva.
—¿Y qué?
—¿Te pidieron Aspectos religiosos?
—¿Eh? No. No. Nada de eso.
Killeen suspiró, aliviado. Estaba seguro de que Su Supremacía trataría de conseguir chips de los Bishop porque el conocimiento es poder. Por otra parte, no quería convertir cualquier incidente en un portento inconmensurable.
—¿Qué les diste? —repitió.
—Vamos, papá. Tengo chips técnicos que nadie volverá a usar.
Killeen mantuvo la voz sin matices.
—¿Qué, por ejemplo?
—Cosas para construcciones. Hacer paredes con repuestos mecs, cosas así.
—Tal vez necesitemos eso más adelante.
—¿Cuándo? No se puede construir nada aquí.
La voz de Killeen se descontroló de pronto. Ahora era dura, cargada de severidad.
—Encontraremos un lugar. Construiremos una Ciudadela, mayor y mejor que la última que tuvimos. Ahora no sabremos cómo hacerlo porque tú regalaste la tecnología.
—Cuando llegue ese momento —replicó Toby, sarcástico—, la compraré de nuevo. Si voy a establecerme en un lugar fijo, no necesitaré el equipo de carrera.
—Ve a buscar a la persona que tiene tus chips.
—Son dos Niner. Y no se los di, los negocié, los cambié por algo.
—Ahora dales lo que quieran. Pero esos chips deben volver a la Familia. Ahora mismo.
—¡Papá! —Toby saltó en el aire, ayudado por los compresores—. No puedo ir…
—Claro que sí. Y lo vas a hacer. La propiedad de la Familia se queda en la Familia.
—Mira, hay muchos otros que intercambian cosas. Es natural.
—¿Quiénes?
—¿Cómo supones que conseguimos el equipo de cocina, las carpas, las…?
—Haciéndolos, como en Nieveclara. ¿Quiénes?
—No hay suficientes cosas de los mecs para eso. Además, tardaríamos mucho ti…
—Vi repuestos en el campamento Niner. Buscad ahí y usad las herramientas que guardamos. ¿Quién más intercambió cosas?
Cuando Toby le dijo los nombres de los otros cuatro, Killeen llamó a Jocelyn y le ordenó que los buscara y consiguiera lo que habían dejado en manos de otras Familias. Por el rictus de Jocelyn comprendió que a ella no le gustaba el trabajo, pero lo obedeció sin replicar.
Killeen se quedó de pie mirando a Toby, que partía hacia el campamento Niner. Se daba cuenta de que habría podido manejar mejor el asunto. Shibo se le acercó y le pasó un brazo alrededor del cuerpo y le acarició el cuello.
Él gruñó, frustrado.
—Resulta difícil volver a ser padre después de ser capitán.
Ella asintió.
—Toby tiene miedo, como todos. Necesita ayuda.
—Me doy cuenta. Pero…
—Todos nos estamos recobrando. Hemos perdido elArgo. Necesitamos algún tipo de dirección.
—Toby parece firme.
—Él y Besen se ayudan mutuamente.
—¿Quieres decir que…?
Ella asintió e hizo un gesto que significaba amor, romance, cortejar a otro.
—Ah. —Killeen parpadeó—. No me había dado cuenta.
—Los padres suelen negarse a ver. —Shibo sonrió.
—Bueno…, yo quise…
Buscaba algo sabio e inteligente que decir, pero se dio por vencido. Su mundo interno era un desastre. Sabía que era absurdo sentirse así, pero su primera reacción ante las novedades era un profundo sentimiento de pérdida. Reconocerlo parecía ofensivo para Shibo, porque ella seguía a su lado, por supuesto. Por otra parte, era inevitable que Toby creciera.
Se dijo que tal vez la crisis lo había hecho vulnerable y que el dolor que sentía era un efecto colateral de las otras preocupaciones que lo agobiaban. Mientras trataba de comprender lo que sucedía en su interior, vio que la boca de Shibo se torcía en una mueca típica del que se siente divertido por algo y trata de ocultarlo, y comprendió de que ella interpretaba a la perfección la confusión en el rostro de su compañero. Finalmente, rio y levantó las manos en un gesto de resignación.
—Tenía que pasar tarde o temprano. Además, ella es muy buena chica.
—Me alegro de que te hayas despertado por fin —dijo Shibo, alegre. Killeen la besó.
El Aspecto Ling dijo con severidad:
Todavía me opongo a las muestras públicas de cariño. Te enfrentas a graves dificultades, y todo lo que perjudique la estructura de tu liderazgo…
Killeen empujó al Aspecto hacia el pequeño espacio que ocupaba en la parte posterior del cerebro y sintió una gran satisfacción al hacerlo. Ahora que estaban otra vez en tierra firme, podía confiar mucho más en sus propios instintos.
Dejó a Shibo y recorrió el campamento Bishop, preguntándose qué medidas podría tomar para aliviar la creciente sensación de peligro. Besen estaba sentada en una piedra natural mientras manipulaba un metal mec para convertirlo en una herramienta de transporte.
—Toby está un poco resentido —comentó ella cuando él se sentó a su lado.
—Todos lo están —replicó él.
Siempre había podido hablar a Besen con naturalidad. Ahora que pensaba en ella, se daba cuenta de que esa «niña» era una mujer con una gran confianza en sí misma. Su cara angulosa tenía una cualidad de introspección e inteligencia.
—Algunos dicen que estamos peor que en Nieveclara —apuntó ella.
—Tal vez.
—Piensan que esa cuerda se moverá en cualquier momento. Nunca podremos volver a atravesarla.
—A menos que averigüemos cuándo funciona y cuándo deja de hacerlo —observó Killeen.
—¿Cómo? —preguntó ella.
Killeen sonrió.
—No tengo ni idea.
Besen rio.
—Bueno, al menos ahora que tenemos capitán de nuevo no todos están tan deprimidos.
Killeen parpadeó.
—¿Qué?
—Yo había perdido la esperanza. Nos quedábamos sentados sin hacer nada, mirando el suelo, hasta que llegaste.
Killeen estaba realmente asombrado.
—¿Por qué?
—Jocelyn trató de levantarnos el ánimo. Pero no podía.
Killeen no dijo nada, así que ella siguió hablando.
—Te seguíamos porque tenías un sueño en el que todos creímos. Esa fue la única razón por la que dejamos nuestro hogar.
—Y no hay sueño.
—Sí. Nos damos cuenta. No somos tontos. —Lo miró con severidad, la boca tensa.
—Y los cíbers son peores que los mecs.
—Pero tú tienes más de un sueño.
Killeen se quedó asombrado de nuevo.
—¿Qué?
—Ya se te ocurrirá una forma de salir de aquí. Lo sabemos.
Él no sabía qué decir y habló para que ella no se diera cuenta:
—Vamos, muéstrame cómo están las cosas por aquí.
La boca grande de ella parecía contener una alegría interna ante la confusión del capitán.
—Sí, señor —dijo con solemnidad.
Por lo que sabía, quedarse sin hacer nada en un campamento como ese, muy visible desde el aire e incluso desde la órbita, era una estupidez. Fogatas nocturnas, humo de día, una disposición regular de las carpas, los mecs conocían bien todo eso. Y posiblemente los cíbers también.
Caminó junto a las trincheras retrete de los Bishop, que ya hedían, y probó el palo que había a un lado para sostenerse. Cuando niño, y más de una vez, se había puesto en cuclillas en una de esas trincheras sin la ayuda del palo y había perdido el equilibrio. En esta ocasión el palo era un largo brazo de aluminio cerámico de tecnología mec, sostenido por horquetas en los bordes. Soportó con facilidad todo su peso cuando él se agachó para el ritual diario anterior al desayuno. Los Bishop había perdido hacía ya mucho la vergüenza en esas cuestiones, y ya no construían refugios alrededor de las trincheras. Incluso en la Ciudadela perdida, la intimidad había sido un problema secundario. Killeen caminó sobre el risco que se alzaba después de la trinchera y vio que la otra Tribu era diferente. Algunos habían construido refugios, incluso con techo. Pero más allá, en el valle, vio un arroyito, ensanchado por la lluvia reciente, que servía primero como fuente de agua potable y después, más abajo, como cloaca.
—Una estupidez —comentó Besen, que caminaba a su lado.
—¿El río? —preguntó él.
—Sí. Ya hay disentería en algunas de las Familias. En un campamento así, si aparece una enfermedad peor se diseminará como el fuego en un campo seco.
—¿Ves alguna señal de eso?
—He oído rumores —dijo ella.
—Avísame si te enteras de algo más.
—Es difícil arrancarles información.
—¿Por qué?
—Siempre hablan de lo que es correcto, y afirman que si siguen el sendero de la verdad, todo irá bien al final.
—Tal vez sus Aspectos no los tratan muy bien en esos asuntos.
Besen miró el valle mientras decía:
—Sí, parece que son de los tiempos de las Arcologías.
Killeen la observó, complacido.
—La mayoría de los jóvenes no se preocupan lo suficiente por la historia como para recordar eso.
Ella dio media vuelta para estudiarlo.
—No lo creo. Es la única forma de hacer que todo tenga sentido.
—Claro, si se tiene tiempo. Ahora estamos muy ocupados.
Ella lo miró, severa.
—Si nos olvidamos de quiénes somos, ¿para qué seguir adelante?
—En efecto. —De alguna manera, Killeen se enorgullecía de esa vehemencia tranquila. Las otras Tribus sucumbían frente a Su Supremacía, pero él estaba seguro de que los Bishop no lo harían.
—Besen, me alegro de que estés con Toby. Él y yo no nos entendemos muy bien últimamente. Ella sonrió.
—Son tiempos duros para todos.
—Cuando un muchacho rompe con los suyos y elige su propio camino, bueno…, ya sabes…
—Sí.
—Te…, te agradezco la ayuda —dijo él con torpeza.
—No lo haces tan mal —respondió ella y volvió a su trabajo. Killeen se quedó de pie, mirando el valle y luchando con sus pensamientos. En principio, era una situación muy sencilla. Un capitán debía seguir las órdenes de la Tribu. Pero él sentía que había algo muy peligroso en todo aquello.
—Vengo a informar, capitán —dijo Jocelyn formalmente. Él no la había oído llegar.
—¿Has conseguido los chips?
—Sacudí un poco a algunos, pero parece que todo está resuelto.
—Muy bien. ¿Cómo andamos de reservas?
—Flojos. —Ella apretó algo en su muñeca y apareció un diagrama gráfico del inventarío de suministros comestibles en el ojo derecho de Killeen, un diagrama al que se podía acceder con un parpadeo.
Killeen estudió las colinas. Habían crecido bosques espesos en esos arroyos. Muchos estaban aplastados por deslizamientos de barro. Había árboles grises y muertos.
—Pero vamos a recorrer el territorio con rapidez. Lo limpiaremos lo antes posible.
—Veré si las otras Familias tienen depósitos de comida.
Killeen dirigió un gesto hacia la quebrada que zigzagueaba por el valle polvoriento.
—El agua no será problema de momento. Pero si algo controla el agua más abajo, sabrá que estamos aquí.
—¿Los cíbers?
Killeen se encogió de hombros, mirando el movimiento abierto y descuidado de las Familias en el valle.
—Probablemente. La cuestión es qué vamos a conseguir luchando contra los cíbers.
Jocelyn estudió el rostro de su capitán. ¿Sospechaba algo?, se preguntó Killeen.
Él le había dicho a Shibo todo lo que recordaba de su encierro dentro del cíber. Ella había estado de acuerdo en que hasta que lo entendieran mejor, probablemente no convenía contarlo todo a los demás.
Cuando la Familia le preguntó, había dicho con franqueza que de alguna forma había pasado un tiempo en el cuerpo de un cíber y después se había escapado del nido subterráneo a la primera oportunidad. No podía explicar las sensaciones de comunicación y acuerdo que lo habían asaltado dentro del cuerpo del cíber. Esos recuerdos le provocaban asco. A veces se le presentaban imágenes de ese encierro en sus sueños. Había trabajado duro el día anterior pensando que el cansancio probablemente le impediría soñar. Pero el fuego de esa mañana lo había rescatado de una sensación de ahogo en el aire esponjoso que inundaba sus pulmones cada vez que intentaba respirar. Salir al mundo real, incluso a un incendio gigantesco y descontrolado, había representado un alivio.
—¿Tenemos alternativa? —preguntó Jocelyn, los ojos preocupados. Killeen se preguntó si la Familia no lo consideraría como un extraño. No cabía duda de que Jocelyn estaba actuando de una manera formal, como si estuviera incómoda con él. Shibo también había tenido cuidado desde su regreso, como si Killeen fuera frágil y al mismo tiempo poco fiable. Bueno, pensó Killeen, tal vez esa era la situación.
—Probablemente no. Parece que los cíbers están interesados en sacarle las entrañas al planeta, no su superficie.
Killeen dirigió un gesto hacia arriba, donde una pequeña cobertura de nubes oscurecía en parte una gran mancha gris y distante. Los arcos de las construcciones de los cíbers se veían ya en las órbitas polares, muy cerca del horizonte. El largo arco de la cuerda cósmica era una raya leve, pálida, en el cielo. Algo giraba en el extremo de la visión de Killeen. Volvió el rostro para distinguirlo bien, pero era solamente un trazo leve que se movía en una órbita ecuatorial. Los cíbers eran dueños del espacio, pero por alguna razón no usaban el ataque desde arriba contra los seres humanos. ¿Por qué?
—Absorben el núcleo, le sacan todo el metal, no nos dejarán más que la basura superficial —se lamentó Jocelyn—. Eso matará a las plantas y probablemente también a nosotros.
Killeen escuchó un momento a Arthur y dijo:
—Mis Aspectos afirman que no habrá grandes cambios en la temperatura durante un buen tiempo. El problema son los terremotos.
—Su Supremacía dice…
—Mira, un hombre que cree que es Dios no me suscita mucha confianza.
—Yo opino que deberíamos creerle.
—¿Creerle a él o creer en él?
Jocelyn le contestó con cansancio:
—Lo he visto más veces que tú. Fue muy bondadoso. Después de todo, ¿quiénes éramos? Gente que cayó repentinamente del cielo y le pidió cosas: comida, refugio. Nos ayudó a salir de los transbordadores antes de que los cíbers los descubrieran. ¡Es un comandante nato!
—Mira, ¿recuerdas a Fanny? Ella sí que era una comandante nata. Este tipo…
—Está usando métodos nuevos —replicó Jocelyn, inflexible—. Estos son tiempos terribles, las viejas fórmulas no sirven.
—Lo único que nos queda son las viejas fórmulas.
—Bueno, entonces, según las viejas leyes, como Mayor, él tendría que haber nombrado un nuevo capitán. Tú no estabas, probablemente habías muerto. Así que si nos guiamos por las viejas leyes, tú ya no eres capitán.
—¿Y quién lo sería?
Ella dudó, y después dijo:
—Su Supremacía me pidió que formara el campamento. Yo negocié con las otras Familias.
—Te felicito por eso. Eso es todo —dijo Killeen, y la saludó militarmente. Le dio la espalda y miró el valle de nuevo.
El Aspecto Ling apareció en sus pensamientos:
Esa oficial se regodea con el sabor del mando. Mi experiencia me dice que ni siquiera los tiempos de peligro sacian esa sed.
Killeen pateó una piedra, satisfecho por el ruido del rebote sobre la ladera.