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G

emidos profundos y graves recorrían el Argo, como el canto de grandes bestias hinchadas.

El polvo exterior murmuraba contra las burbujas de las zonas de vida a medida que la nave desaceleraba. Era como si los restos leves del Centro Galáctico, que giraban en espiral hacia la estrella cubierta que quedaba más adelante, jugaran con el Argo como un gran instrumento en tensión. Melodías de luz roja bailaban sobre el casco bruñido.

Killeen observó cómo se acercaba la estación. Permaneció de pie, dando la espalda a la tripulación que se reunía, y miró con cuidado el puerto que se aproximaba. La trayectoria era clara. El Argo bajaba paralelo al gran plano circular de la estación, arrastrado por fuerzas desconocidas. Shibo no podía hacer nada.

Killeen se permitió una sonrisa de desprecio hacia sí mismo. Su orgulloso despliegue de seguridad había terminado en nada. La insubordinación y astucia de Jocelyn para arrastrar tras ella a la tripulación y su desacuerdo en público lo habían irritado. Ella había aprovechado el contexto Familiar para contradecir las decisiones de su capitán. Y ahora, irónicamente, la forma en que ella había preparado a los demás para la acción, lo ayudaba.

Tendría que animar a la tripulación para un ataque que prometía poco. Iban a atacar a oponentes desconocidos sobre un terreno mec que no se parecía en nada a lo que habían visto en Nieveclara. Las tácticas de la Familia, aprendidas con tanto esfuerzo a lo largo de tanto tiempo, no servirían de nada, porque tal vez esas tácticas eran erróneas.

Ahora que lo veían más cerca, el disco hinchado que tenían debajo revelaba parte de sus muchas complejidades. A la velocidad que llevaban, cada vez menor a medida que se aproximaban a la estación, tardarían casi una hora en llegar a la torre central. Sí ese era el destino que tenían, había tiempo para preparar la trampa que había urdido. Si no, formaría un escuadrón sorpresa para atacar en lugares que los mecs no pudieran prever.

Killeen se había puesto la túnica ceremonial azul y dorada sobre el suéter gris y un cinturón completo de herramientas y armas por debajo. No perdería tiempo en cambiarse si los hechos interrumpían la ceremonia. Los escuadrones de batalla estaban listos en las puertas de la nave, dispuestos para atacar a la señal indicada. El resto de la tripulación, reunida en el puente de mando, estaba allí para producir un cierto efecto. Killeen no podía saber si lo que manejaba la estación ya había colocado espías en el casco, micrófonos lo bastante poderosos como para captar conversaciones completas. Pero tenía que pensar en esa posibilidad y usarla contra el enemigo si era posible.

Allí delante, el disco brillante y circular llenaba la mitad del cielo. Ondas fosforescentes giraban en espiral hacía el interior sobre el disco, los surcos plateados, las puntas doradas. La luminosidad colgaba como una niebla sobre el metal del disco. En el borde se formaban arcos que se hundían y temblaban en arroyuelos de curso variable.

De alguna forma, ese caos se resolvía en ondas que crecían y brillaban con cada movimiento, inclinándose hacia el interior para unirse a un remolino que giraba con aire majestuoso hacia la gran torre que se alzaba en medio del disco. Ese eje central, erizado de puntas, reunía las ondas que giraban hacia dentro en una lluvia gloriosa de todos los colores, que se derramaba cuando el remolino golpeaba contra su base acanalada.

La torre sobresalía kilómetros, rodeada de redes de antenas brillantes por encima y por debajo del disco. Un extremo de la torre emitía un vapor de flujo bifurcado que ardía constantemente, silencioso, de color marfil, contra el fondo del polvo de la nube que pasaba. El otro terminaba en una especie de tocón renegrido.

Las ondas parecían conducir al Argo hacia abajo en un deslizamiento largo, rápido, a través del plano circular. Las escotillas crujían y la cubierta se movía con una gracia muscular, perezosa, como algo que acaba de despertar de un sueño muy profundo. Killeen se preocupaba: ¿cuántos movimientos de esos soportaría la nave?

—¿Seguimos escondidos? —le dijo Shibo en voz baja para que no la oyera el resto de la Familia.

—Un poco más, sí. Parece que lo que nos atrae no toma ninguna precaución.

—Tal vez piensa que somos una nave mec.

—Eso espero. —Killeen observaba las descargas que se fundían y se enroscaban en el plano. Tenía la sensación de estar esquiando sobre un gran mar y recordaba el tiempo que había pasado en un lugar semejante, el mundo digital interior del Mantis, un gran mar gris dentro de la mente.

—¿Y ahora? —preguntó ella.

—Nos movemos en sentido contrario a ellos.

Killeen se volvió cuando sintió que la habitación estaba en silencio. Los oficiales Cermo y Jocelyn habían ordenado a la Familia en filas atentas y tranquilas.

Esa era la atmósfera que Killeen quería, la que había programado con mucho cuidado. Aquí estaba probablemente toda la humanidad que él llegaría a conocer en su vida. Los hermanos más cercanos habían quedado en Nieveclara, a una distancia impresionante, allá atrás. Por lo que sabía, la pequeña banda que dirigía tal vez era la última que quedaba con vida en el universo.

—¿Papá? ¿Capitán?

Killeen se volvió, sorprendido, y encontró a Toby cerca de su codo.

—Estás desobedeciendo órdenes, marinero —advirtió con severidad.

—Sí, pero tengo que llevar esta porquería por culpa tuya y solamente tuya. —Toby torció el cuello, incómodo bajo la coraza que se enroscaba sobre sus hombros, apoyada contra el anillo de su casco.

—Tienes que llevar tu equipo a la batalla —indicó Killeen secamente.

—Sólo servirá para retrasarme.

—Nos dará una buena vista de lo que suceda a tu alrededor. Alguien tiene que llevar el ojo de vigilancia. —Killeen usó un tono duro para poner distancia entre su posición como capitán y la familiaridad de Toby.

No resultó.

—Tú lo decidiste, ¿verdad?

—El Lugarteniente Cermo es quien elige a sus hombres.

Toby hizo un gesto de burla.

—Sabía lo que tú querías.

—Cermo designa a los más hábiles para cada trabajo —replicó Killeen con dureza—. Me enorgullezco de que él pensara que mi hijo es capaz de realizar ese trabajo esencial.

—Papá, seré un blanco muy lento arrastrándome por ahí con ese trasto puesto. Me harán retroceder a la segunda línea.

—Exactamente. Deseo vistas desde la segunda línea, no de la primera.

—¡No es justo! Quiero…

—O vas a la segunda línea o no pones los pies fuera de aquí —dijo Killeen cortante.

Toby abrió la boca para protestar, y el capitán gritó:

—¡Ya!

Toby se encogió de hombros de forma un tanto elaborada y marchó reluctante hacia su posición en el escuadrón del tercer flanco izquierdo. Se detuvo detrás de Besen, la joven de ojos oscuros. Killeen les veía a menudo juntos últimamente. Era cierto que pertenecían al mismo escuadrón, pero posiblemente este hecho disimulaba más de lo que explicaba.

Killeen esperaba que la Familia no les hubiera oído y pensara que estaban bromeando como por casualidad. En cierta forma lo dudaba, dada su escasa habilidad para esconder sus emociones cuando se trataba de su hijo. Como una confirmación, Besen guiñó el ojo a Toby. Killeen se dio cuenta de que su diálogo con Toby debía de haber sido bastante obvio para todos los que estaban en la amplia sala.

Evitó un gesto de irritación y dirigió una señal afirmativa a Cermo. La inspección comenzó. Killeen caminó ante las filas, los lugartenientes Cermo, Jocelyn y Shibo a un paso tras él. Inspeccionó detenidamente cada miembro de la tripulación. Rostros que recordaba bien, rostros que habían crecido saludables con el descanso y con la comida mejor. Pero también rostros que habían tenido oportunidad de ver cómo las viejas costumbres de fidelidad y organización de la Familia no se acomodaban bien a las necesidades de gobernar una verdadera nave espacial. Rostros que, sin ninguna duda, elaboraban planes para mejorar por sí mismos infringiendo la disciplina de la Familia y de la tripulación.

Desaparecida la presión de la necesidad de cada día, los brotes de ambición individual crecían en suelo fértil. ¿Se comportarían bien en la batalla tras esa indolencia? Multitud de minúsculas impresiones se congregaban en la mente de Killeen. Las digeriría después, durante sus solitarios paseos por el casco, formaban el material confuso y basto con el que mejorar la eficiencia de la nave… si alguna vez volvían a navegar en elArgo. Pese a todo, el ritual valía la pena y era digno de él.

La Familia había aumentado en treinta y dos miembros nacidos durante el viaje. Las madres cuidaban a los más jóvenes en la parte trasera de la abovedada sala de reunión. Killeen se preguntaba si esos niños, orgullosos y libres, pondrían alguna vez los pies en el mundo que estaba allá abajo. O, incluso, en cualquier mundo.

Ya era hora. Antes de la acción sería mejor que les recordara quiénes eran. Empezó a leer los antiguos Ritos de la Familia.

El Aspecto Ling le había proporcionado un texto procedente de los viejos tiempos. Las Ciudadelas de Nieveclara, limitadas al planeta, habían olvidado los ritos del viaje espacial. Pero aquí eran perfectamente adecuados.

Era un código oscuro y severo, repleto de deber y tradición y engrasado con horrorosas advertencias de castigo que caerían sobre cualquier miembro de la Familia que lo transgrediera.

Muchos de los oscuros pasajes no significaban nada para Killeen, pero los leía sin dejar que la más ligera sugestión de incomprensión cruzara por su frente.

—Ninguna Familia deberá contrarrestar o poli-integrar más de dos índices genéticos separables en un único nacimiento, por medio de sistemas artificiales. El castigo por ello es la expulsión de ambos padres y de su descendencia durante toda la vida del niño engendrado.

¿Qué significaría poliintegral? ¿Y cómo se podían manipular los rasgos de los niños o niñas que iban a nacer? Era cierto que Killeen había oído susurrar viejas historias de antiguas habilidades como esa. Estaban enterradas en la niebla de los orígenes de la humanidad en los Grandes Tiempos. Ese pasaje, indirectamente, afirmaba el antiguo origen de las Familias, que era, así lo suponía Killeen, tranquilizador. El destino de los humanos había sido fijado hacía mucho, y su enfrentamiento con los mecs era una verdad que emergía desde tiempos inmemoriales.

Algo en los monótonos pasajes, repletos de legalismos y punteados con términos técnicos, capturó y mantuvo la atención de todos. La Familia seguía de pie, tensa, con rostros solemnes y sin expresión. Se conmovieron mientras Killeen se enfrascaba en las frases largas y envolventes que detallaban los estragos de los mecs y las valientes acciones que se esperaban de cada miembro de la Familia para oponerse a ellos. Los ojos de un muchacho de la primera fila, Loren, parecían llenar su cara. Las lágrimas brotaban de esos ojos y se deslizaban gota a gota hacia abajo sin que él se diera cuenta. Su mirada estaba perdida en la lejanía, tal vez soñaba en las clásicas batallas y las valientes victorias que tenían que ser las suyas.

Con un repentino sabor amargo, Killeen se preguntó si esos antiguos y sublimes sentimientos protegerían al muchacho de los disparos de los mecs. Había visto más de un muchacho como ese convertirse en gelatina roja…, o en algo peor, con la mente vaciada, con los ojos, otrora vívidos, en blanco y vacíos.

Ese repentino acceso de emoción no le hizo errar ni una sílaba del recitado. Siguió hasta el final, proyectando los severos tonos morales que eran correctos y efectivos, incluso cuando sus dudas volaban y balbuceaban.

Ahora el toque final, fruto de su cosecha.

—Para alcanzar esos altos objetivos, voy a asignar un nuevo nombre. La tradición concede al capitán el derecho a bautizar un sistema estelar recién descubierto. Ya he ejercido ese derecho. Esa brillante oportunidad que está ante nosotros es la Estrella de Abraham.

Vitorearon. La leyenda de Abraham seguía viva.

—En la tripulación de la nave recae el honor de bautizar un nuevo planeta. Vuestra junta ha elegido un nombre que es, a la vez, sagrado y vibrante: Nuevo Bishop.

Terminó y, siguiendo la tradición, la Familia gritó:

—¡Sí!, ¡sí!, ¡sí! —Y estalló en una ruidosa sinfonía de gruñidos y gritos. Unos pocos, pensando en la batalla que les aguardaba, dieron rienda suelta a rudas obscenidades, algunas de las cuales eran ingeniosamente imposibles y describían actos de improbable pasión sexual entre los mecs y unas asombrosas geometrías.

Killeen dio un paso atrás, su mente se mantenía fríamente distante del efecto que había deseado obtener. Los humanos no podían lanzarse al ataque sin la adrenalina alta y sin el entusiasmo potenciado por esa hormona. Los mecs, simplemente, se ponían en marcha, pero los humanos que iban a poner en peligro la vida necesitaban un poderoso cóctel en sus venas.

Killeen se daba cuenta ahora de que, en esos últimos años, había llegado a pensar en la capitanía como en una mezcla de inacabables detalles. Ser un buen tripulante significaba dominar los interminablemente minuciosos pero importantes elementos de las reglas de la zona de vida, de las presiones y de los flujos, de los servos y de los motores. Sólo las memorias de los Aspectos les habían permitido pasar, a él y a su tripulación, a través de la ventisca de los insignificantes misterios que permitían que la vida sobreviviera en el más inhóspito de los ambientes.

Pero ahora percibía cómo volvía al viejo y original sentido de lo que necesitaba un capitán. Iniciativa audaz, unida a un cálculo sensato. Ingenuidad y viveza. Valor físico y moral, ambos. Gobierno diplomático de la Familia, que, en términos de la nave, eran subordinados pero que, en toda la extensión de la vida, eran la gente más querida que jamás conocería.

Esas eran las características cruciales. Tan sólo esperaba tener algunas de ellas. Mucho de lo que iba a suceder dependía de él, y sólo disponía de sus recuerdos de Fanny y de Abraham —esa cara esculpida por el viento que nadaba ahora ante él, surcada por una mueca paternal— para guiarle.

Su red sensorial personal resonó con pequeños alfilerazos. Ahora la planificación en el tiempo era esencial, y Killeen quería que los espías acústicos de los mecs —si había alguno— registraran el entusiasmo de los humanos y su júbilo para que no estuvieran preparados para lo que iba a suceder.

—¡Capitán! —le llamó Cermo.

Y mientras la Familia se disolvía en pequeños grupos que charlaban, Killeen se volvió hacia Cermo y, de reojo, percibió un indicio de movimiento en las inmensas perspectivas del exterior.

Se movían con rapidez y seguridad hacia el eje central. Nuevas energías surgían del intrincado suelo en forma de disco que estaba debajo de ellos. Era como si la actividad que anticipaba, fuera a ocurrir bajo un océano en movimiento, y él sólo pudiera percibir los destellos de un plan mucho mayor que se desarrollara bajo las olas. Formas alargadas se movían con rapidez entre vainas voluminosas. Las máquinas giraban en los raíles, formas angulosas se movían como bancos de peces en movimiento… y todo ello tenía la apariencia de un trabajo ordenado, que se desarrollaba por debajo de las agitadas bandas de luminiscencia.

Unas notas bajas retumbaron a lo largo de la cubierta. El metal resonó.

Algo se había agarrado con firmeza a la piel exterior delArgo. Killeen cambió a la frecuencia protegida de comunicaciones y susurró el código:

—¡Hoyea! ¡Hoyea!

Conectó una comunicación desde el control de supervisión de Shibo. Hizo eclosión en su ojo izquierdo, una vista hacia arriba desde las burbujas de la zona de vida. Al lado del casco ardiente y brillante del Argo, esas protuberancias húmedas y transparentes parecían ser algo que había crecido anormalmente y devenido salvaje. Desde las pequeñas hendiduras de las burbujas opalescentes surgían figuras en rápido movimiento. Iban hacia abajo, hacia las irritadas olas de electroluminiscencia y hacia las protectoras ranuras del disco.

Killeen parpadeó dos veces y obtuvo una vista hacia delante. Largos mecs de forma tubular habían aparecido desde algún lugar y se movían rápidamente hacia las esclusas delArgo. Se hizo a sí mismo una señal afirmativa con la cabeza y vio sólo las formas flexibles que volaban para encontrarse con ellos.

Justo a tiempo. Estarían en las esclusas en pocos momentos, sin duda habían sido enviados por la mentemec para aprovecharse de los momentos rituales de los humanos.

Así que los mecs de esta estación sabían algo de los humanos. Por lo menos lo suficiente para reconocerlos como enemigos. Eso podía ser provechoso. Killeen había aprendido ciertos modelos de pensamientos obtenidos del Mantis, formas oblicuas de percibir la humanidad. Las costumbres de los mecs eran ahora más comprensibles, aunque no menos odiosas.

Los mecs de esta estación probablemente seguían las órdenes del Mantis, órdenes enviadas probablemente antes de que el Argo dejara Nieveclara. Fuera cual fuere la intención del Mantis al enviar el Argo aquí, la Familia se hallaba unida en un punto: iban a destruir a cualquiera que intentara controlarles. Inmediatamente después del despegue, habían hecho pedazos a los pequeños mecs que habían encontrado a bordo delArgo. Algunos pensaban que los planes del Mantis podían haber sido benignos, pero eran una minoría.

Killeen seguía de pie en medio del decreciente jolgorio de la Familia, sin ver ni oír nada más que el silencioso drama del otro lado del casco.

—¡Preparados! —susurró en el circuito de comunicación. Le contestaron unos clicks metálicos.

Ahora unas formas delgadas y enrolladas se acercaban a la esclusa principal y lateral delArgo. Killeen esperó hasta que la primera de ellas logró el contacto. Serpenteó formando un aro en torno a la puerta de la esclusa. Killeen vio cómo surgían pequeños taladros que mordían el casco delArgo. Las otras también habían alcanzado sus objetivos, estaban instalándose…

—¡Fuego! —Las minas, instaladas junto a cada esclusa, explosionaron. Cada una de ellas formó una nube de disparos azules que se expandió y se aceleró entre los cuerpos de los mecs, haciéndolos pedazos.

Killeen se permitió una sonrisa. Ese primer golpe había estado bien pero, a partir de ahora, peligrarían vidas a cada momento de los acontecimientos. Se dio cuenta de que la sala de reunión había devenido silenciosa, pensativa y de que todos le miraban. Parpadeó, dispersando las visiones del exterior. Cermo estaba de pie a su lado. Respiraba con fruición, repleto del extraño y palpitante placer de estar de nuevo, tras tanto tiempo, en medio de la acción.

—¡Tropas! —gritó—. ¡Formad la estrella!