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K

illeen apenas podía respirar.

Nadaba en un líquido empalagoso, pero cuando abría la boca para respirar, se le llenaba de la materia dulzona, y con restos de ácido que lo rodeaba y lo hacía flotar, y convertía cada uno de sus movimientos en un gesto impotente y lento.

Como en un sueño, se sacudía, nadaba. Golpeaba con rabia contra el aire pesado que le atrapaba los puños en una suavidad resistente y parecida a una telaraña, una suavidad que restaba eficacia a todos sus movimientos.

Como un bebé en el útero. Indefenso, con miedo al nacimiento.

Su piel era una membrana lívida y estirada. La quemadura que había sufrido le dolía el doble. Una sábana ardiente, irritante, le cubría el cuerpo, un hervor lívido. Se pasó las manos entumecidas sobre el pecho y los muslos, y cada roce conllevaba un ardor furioso e hiriente que le incrustaba pequeñas tormentas de calor en el cuerpo.

Algo le rascaba la mente. Una picazón desgarradora que se deslizaba hacia el interior. Un estremecimiento esporádico en la columna.

Dolor líquido y frío. Se endureció ante esa invasión brutal y súbita.

Una presencia tentativa, telescópica, se deslizó en las sombras malolientes.

Lo lamieron pequeñas brisas tibias que le tocaban los cabellos.

Algo enorme y deliberado lo rodeó. Se movía en mareas de luz, afiligranadas por sombras danzantes que temblaban como pájaros pequeños y enloquecidos contra los cristales de su mente.

De pronto, ya no estaba en el aire denso, espeso. Frente a él se alzaba un aura brillante. Rojo y rosado luchaban y rascaban. Pasaban burbujas cambiantes, eclipsándose unas a otras como planetas perezosos. Sus sombras jugaban entre arcos azules.

Killeen se esforzó por ver, o le pareció que lo hacía. Sus brazos y piernas todavía nadaban en el líquido paciente y burbujeante que impedía cualquier movimiento, pero él olía un viento acre. Oía crujidos y rupturas violentas. Paladeaba el sabor de la sangre y una pasta fría, hiriente. Entreveía un túnel neblinoso que se proyectaba hacia delante en un esplendor rojizo, ardiente.

Comprendió que el ciborg había entrado en su sistema sensorial. Estaba investigándolo; sintió una exploración dura, helada. Una luz astringente osciló entre paredes arrugadas cerca de él. En alguna parte sonaba una música resbaladiza, apenas audible.

Él había conseguido un acceso simétrico a ese mundo envuelto. Algo adornado con protuberancias de formas elegantes pasó volando a su lado. Sin un punto de referencia, no sabía si el movimiento era rápido o lento, pero un tirón en el estómago le habló de una aceleración violenta, de curvas muy cerradas, de laderas abruptas con inclinaciones aparentemente imposibles.

Llovían fragmentos de una sustancia amarronada y pegajosa. Eran esferas lánguidas, oscilantes, que flotaban sobre un viento cálido, orondas y voluptuosas. Killeen se dio cuenta de que un eco lejano del hambre del ciborg se había colado en él, haciéndole salivar. Una gota sabrosa se aferró a la pared y saltó, blanda, jugosa y tentadora.

El ciborg se la comió. Un tirón crujiente lo atravesó, no en la boca, sino en el pecho, arriba, golpeándolo con fuerza en el pene, retorciéndole el ano en un reflejo exquisito, ingobernable. Killeen sintió que algo se lanzaba en él como en una zambullida, tropezando.

El ciborg aceleró. Killeen sintió que se apresuraba con un desvío violento y rotatorio hacia un cilindro blanco y anaranjado de punta roma. No disminuyó la velocidad y Killeen instintivamente se apuntaló para evitar el choque, que no llegó a ocurrir.

En lugar de eso, el cilindro se tragó a los dos. Lo que parecía una punta era una abertura. Mientras se deslizaban por tubos hexagonales, apoyándose en las caras laterales con la facilidad de la fuerza centrífuga, Killeen empezó a recibir una sensación de lo que había fuera.

Arthur dijo:

Tus ojos vieron el cilindro gracias a las sombras. Grey me dice que el ojo humano ha evolucionado para ver la luz desde el cielo, recuerda, e interpreta las sombras desde ese ángulo. Aquí el brillo viene desde el suelo, y más débilmente, desde las paredes. Las sombras están invertidas y significan lo contrario de lo que tú interpretas de forma automática.

—¿Puedes cambiarlo?

No. Esas nociones están profundamente enterradas en tu cerebro. El ciborg ve por infrarrojos, supongo. En un planeta que está siempre cubierto por nubes, el suelo muchas veces está más cálido que el cielo, y por lo tanto resulta más luminoso en el infrarrojo. Ese aspecto de la evolución explicaría la razón por la que estos túneles están iluminados desde abajo. Como recibimos los datos de la mente de este ciborg en bruto, los procesamos a nuestra manera y conseguimos el resultado opuesto. Para ver como él, tendríamos que invertir tus esquemas de percepción por completo.

—Oye, ¿cómo puedo salir de aquí?

Piensa…, esa habilidad significa que probablemente la especie original, que ahora es ciborg por decisión propia, vivía bajo tierra. No hay duda de que se alimentaban en la superficie, pero la visión infrarroja les permitiría ver desde las paredes calientes de su madriguera. Una vez que estuvieran ocupados, el calor de su propio cuerpo les daría una radiación leve. Esos nichos ecológicos siempre destacan las habilidades constructoras y relacionadas con los espacios tridimensionales. Tal vez eso explica por qué construyen enormes edificios en órbita.

—¿Vacían el planeta para construir hormigueros?

Tal vez. La evolución es destino, siempre lo creí así. Pero hay más implicaciones.

—¿Algo que podamos usar? —Killeen ya había oído suficientes explicaciones inútiles.

Mi primera conclusión es que estamos bajo tierra, sin duda. Si dejamos este lugar, tendremos que avanzar a ciegas por un laberinto de túneles. A mi entender, sería una estupidez escapar ahora.

Killeen gruñó con amargura. —Te aconsejo precaución.

—No veo que mis decisiones tengan alguna importancia.

Hasta que averigüemos por qué el ciborg te trajo aquí, deberíamos ser flexibles.

Killeen trató de distanciarse de las sensaciones que dominaban su cuerpo, intentó pensar. Se preguntó con desesperación qué le habría sucedido a la Familia. Había tenido una vaga impresión de otra nave que se movía en el cielo en el momento en que lo transportaban los ciborgs. Su comunicador había zumbado dos veces con voces humanas, leves e ininteligibles.

¿Había sobrevivido alguien? Una cosa era que un capitán muriera en un encuentro casual con un mec o con un ser como ese conjunto de vida y mecanismos, y otra muy distinta verse separado de todos, estar vivo cuando todos los que uno amaba y honraba ya habían muerto, asesinados por la incompetencia del que los guiaba.

Se obligó a pensar en distintas posibilidades. Tal vez los ciborgs no se habían molestado en sacar a Jocelyn del Flitter. Pero a menos que ella llegara a la superficie, automáticamente Cermo ocuparía el cargo de capitán. Y Cermo no era rápido en aprender cosas nuevas durante una crisis. Lo intentaría, claro, pero Shibo tendría que asumir gran parte de las decisiones importantes. Ella y Cermo podían mantener a la Familia en suelo extraño.

Si es que todavía estaban vivos.