11
A
l principio, Killeen no podía creer que la imagen de la gran pantalla fuera real.
—¿Has comprobado si había malformaciones en la imagen? —le preguntó a Cermo.
—Sí, señor. Traté… —El hombretón frunció el ceño. Cermo trabajaba duro, pero para él la complejidad de los tableros de mando era un laberinto traicionero. Shibo lo tocó con amabilidad para indicarle que quería sustituirlo. Sus manos delicadas se movieron como ondas veloces sobre las teclas.
—Todo está bien. Eso es real —dijo después de un instante.
Killeen no quería creer en el círculo brillante que pasaba en un gran arco a través del espacio libre y después hundía un tercio de su circunferencia en el planeta. Sin comprenderlo, de inmediato intuyó que aquello era tecnología a una escala que nunca habría imaginado. Si los mecs habían hecho eso en el planeta, se habían metido en un lugar donde se verían amenazados por peligros mucho mayores que en sus peores pesadillas.
—Auméntalo —ordenó con severidad. Sabía que debía enfrentarse a eso sin mostrar temor.
El aro era tres veces mayor que Nueva Bishop. Su brillo dorado y refulgente atenuaba incluso la luz de la Estrella de Abraham. Killeen esperaba ver detalles cuando se agrandara la imagen. Pero a medida que el borde de Nueva Bishop crecía y se aplastaba en la pantalla, el aro dorado no parecía más grueso; seguía siendo una línea titilante y dura trazada sobre el espacio.
Excepto en el punto donde tocaba la superficie del planeta. Allí brillaba un remolino de radiación intermitente. Killeen comprendió de inmediato que los bordes duros del aro cortaban el planeta. La fina capa de aire de Nueva Bishop giraba y se sacudía cerca del borde afilado del aro.
—Máxima ampliación —pidió, tenso—. Al pie, donde toca el planeta.
No, no es que lo toque, lo corta, pensó.
Los relámpagos azules y calientes que surgían en el pie hablaban de vastas catástrofes. Allí hervían nubes de polvo marrón. Había tornados moviéndose en los dos pies, que eran discos gruesos y rotativos, rodeados de nubes quebradas. En el vértice, unos chorros rojos y enfurecidos indicaban la violencia que se desarrollaba.
Sin embargo, incluso en ese nivel de ampliación, el aro dorado era una línea precisa, brillante. En esa escala, parecía absolutamente recto, la única geometría rígida en un maremágnum de tormentas oscuras y energías desatadas.
Toby, Besen y Loren los habían seguido a la sala de control, y permanecían de pie junto a la pared. Killeen sintió la presencia de los tres a sus espaldas.
—Se mueve —murmuró Besen, asustada.
Killeen apenas distinguía el pie, que se desplazaba cavando a través de una inmensa cadena de montañas. Su brillo afilado como un cuchillo parecía deslizarse con facilidad a través de la superficie. Nubes de polvo grisáceo rodeaban el corte. Los vientos esparcían el polvo en líneas suaves y el aro cortaba a través del pico de una montaña nevada, sin detenerse.
Examinó cuidadosamente la tormenta. En realidad la devastación no era tanta. La constante agitación de las nubes y los vientos daba la impresión de un movimiento febril, pero la causa de todo seguía adelante con una indiferencia serena ante los obstáculos.
—Atrás —ordenó él.
Shibo hizo que la pantalla se alejara de esa línea afilada hasta lo increíble. El aro presionaba sin detenerse hacia el centro de Nueva Bishop. Ya no era un círculo perfecto, se achataba cada vez más hacia el lado que empujaba hacia dentro.
—Se alinea con el polo —comentó Shibo—. Mira, voy a proyectarlo.
Apareció una proyección gráfica junto a la imagen real.
Sin nubes, la imagen del planeta brillaba con fuerza. El lado chato del aro era paralelo al eje de rotación de Nueva Bishop.
—No es natural —observó Cermo.
Killeen dominó el impulso de soltar una carcajada maníaca. ¡No es natural! ¿Qué quiere decir eso, oficial Cermo?
Pero en cierto modo, sus instintos batallaban contra su inteligencia. El aro compartía las curvas suaves de los planetas, el tamaño, la gracia inmensa y tranquila. Killeen luchaba para concebirlo como algo artificial. Era una tecnología que estaba más allá de todo lo imaginable.
Los mecs, él lo sabía, podían tallar y dar forma a cadenas de montañas para construir sus extrañas ciudades chisporroteantes, pero esto…
—Se mueve hacia los polos —anunció Shibo; su voz era como un lago tranquilo sin olas.
El aro brillaba cada vez más encendido y se achataba progresivamente a medida que su extremo interno se acercaba al centro de Nueva Bishop. Killeen sintió todas sus esperanzas y decisiones aplastadas por aquella cosa inmensa y simple que se desplazaba con tanta tranquilidad a través de un planeta.
—¿De dónde ha venido?
Cermo se mordió el labio, frustrado.
—De ninguna parte, capitán. Se lo juro. Cuando lo vi por primera vez estaba sin luz, casi invisible.
—¿Dónde?
—Estaba empezando a cortar el aire. Por lo visto vino desde fuera y se encontró con Nueva Bishop.
Killeen no lo creyó ni por un momento. Se burló de la idea con un gesto.
—¿Se encendió cuando golpeó el planeta? —preguntó Shibo. Cermo asintió.
—Lo habría visto antes si hubiera estado iluminado.
—Así que saca la luz de lo que le está haciendo al planeta —dedujo ella, los ojos fijos en la distancia—. Por eso no lo vimos antes.
Killeen se preguntó durante un instante cómo conseguía Shibo permanecer tan analítica frente a hechos tan inmensos. Él sentía la imaginación paralizada. Luchaba por retener parte de los hechos y trató de concentrarse en los detalles.
—¿Qué ancho tiene?
La mirada de Shibo le indicó que ella también había perdido el filo del artefacto.
—Más estrecho que el Argo, diría yo —apuntó ella, los ojos entornados.
—Así de pequeña —comentó—, pero lo atraviesa todo.
—El planeta no se parte —observó Shibo.
Cermo asintió.
—Se mantiene unido. En algunos lugares se ven los puntos donde el artefacto cortó por la roca y dejó una cicatriz. Pero la roca se cierra detrás.
—La presión cierra la abertura —explicó Shibo.
—No se parece a ningún cuchillo que yo haya visto antes —dijo Killeen e inmediatamente lo lamentó. Frente a un objeto como ese, la tripulación tenía que creer que su capitán no estaba desorientado. No cabía duda de que ya muchos habían visto el aro dorado desde otros lugares de la nave. Tal vez la imagen los atemorizara hasta a locura. El propio impulso de Killeen había sido escapar, partir lo más lejos posible. Tal vez eso era lo que se debía hacer en realidad. Pero habían venido desde tan lejos…
—Tal vez no es un cuchillo. ¿Podría tratarse de un ser que vive de los planetas? ¿Que se los come? —preguntó Toby.
La idea parecía absurda, pero no se podía descartar sin considerarla bien, supuso Killeen. Era una tontería creer en los razonamientos lógicos con respecto a estos hechos.
—Si se come toda esa roca, ¿por qué está tan delgada? —objetó con tranquilidad elaborada.
Besen soltó una carcajada alegre y, de alguna forma, aquella broma tonta relajó al pequeño grupo.
—Si no es para eso, ¿para qué lo querrían los mecs? —insistió Toby.
Killeen comprendió que nadie pensaba en la posibilidad de que los seres humanos hubieran construido un artefacto como ese. Los Candeleros brillantes, que flotaban como joyas en el espacio, habían sido la cima de la aventura humana. La simplicidad cegadora de aquel aro brillante hablaba de una mente alienígena que actuaba siguiendo perspectivas majestuosas.
La muda indiferencia del objeto era el juicio final contra todos ellos, pensó Killeen. Sus deseos y pensamientos interminables habían puesto tantas esperanzas en el destino del viaje…, y ahora ese corte silencioso de su mundo recién bautizado terminaba con todas las especulaciones. La humanidad, frágil, quebradiza, no podría vivir sobre ese fondo de actos vastos, con fuerzas que estaban más allá de todo sueño. Su viaje en busca de la libertad había terminado en desastre antes de que hubieran puesto un pie sobre el suelo del nuevo paraíso.
—Eh, tal vez el Argo pueda hacer algo acerca de esa cosa —sugirió Toby, ansioso.
Loren se unió a la conversación.
—Sí, preguntemos a los sistemas si pueden intervenir.
Killeen tuvo que sonreír aunque no apartó la mirada de la pantalla. Un muchacho de dieciséis años carecía del sentido de los límites, no podía imaginarse que existieran problemas irresolubles si se aplicaba la medida correcta, la energía correcta, la sabiduría necesaria. ¿Quién era él para afirmar que en el fondo eso no era cierto?
—Inténtalo —ordenó a Shibo mientras hacía un gesto con la mano.
Ella manipuló el panel de control durante un largo rato; las líneas cruzaban su rostro concentrado y alerta. Por fin golpeó la consola y agitó la cabeza.
—No hay datos. El Argo no reconoce ese artefacto.
Killeen conjuró a todos sus Aspectos. Estaban contentos de que les prestaran al menos una atención momentánea, pero sólo uno tenía una idea útil. Era Grey, una mujer de la Alta Era de las Arcologías. Era una personalidad algo truncada, que sufría de una falta de habilidad para construir las frases porque se había producido un error de transcripción un siglo antes. Conocía la tradición histórica y científica de su tiempo y de eras anteriores. Su voz se detenía de vez en cuando y crujía como con estática, con el acento de tiempos muy antiguos.
Creo… los teóricos lo llamaban… una «cuerda cósmica». En la Era de los Candeleros… los conocían… pero solamente teoría… objetos hipotéticos… Estudié… en mi juventud…
—A mí me parece muy real —murmuró Killeen para sí.
Creíamos… los… hicieron en los… primeros tiempos… del universo. Se puede pensar… ese momento… una gran masa que se enfría y se expande. No logró… ser simétrica y uniforme. Algunas fluctuaciones pequeñas… producían… defectos en el estado de vacío… estados de ciertas partículas elementales…
¿Qué mierda quiere decir con eso?, pensó Killeen, irritado. Estaba observando cómo cortaba lentamente a través de una llanura de granito gris. Alrededor de Killeen, la sala de control estaba en perfecto silencio. El Aspecto Arthur interrumpió sus pensamientos.
Considero que el asunto funcionaría mejor si te tradujera lo que dice Grey. Tiene dificultades.
Killeen captó el tono desagradable y agudo que adoptaban a veces los Aspectos cuando los consultaban con poca frecuencia para su gusto. Recordaba que su padre le decía: «Los Aspectos huelen mejor si los aireas un poco», y resolvió dejarlos entrar con más frecuencia en su propia red sensorial, incluyendo la visual, para que no contrajeran la fiebre del encierro. Murmuró una frase entre dientes para dar permiso al Aspecto a seguir adelante.
Piensa en el hielo que se congela en la superficie de una laguna. Cuando se forma no hay área suficiente, y por lo tanto aparecen pequeñas ondas y movimientos. Esos espacios de hielo más grueso marcan el límite entre regiones que sí lograron congelarse de forma uniforme. Los errores, por llamarlos de algún modo, se agrupan en un lugar muy pequeño. Así sucedió con el universo, al comienzo. Esas reliquias exóticas son pliegues compactos en el espacio, nudos de topología. Tienen masa, pero se mantienen enteros gracias a la tensión. Son como cables tejidos con el propio espacio-tiempo.
—¿Y qué significa eso?
Bueno, son objetos extraordinarios y merecen respeto en sí mismo. A lo largo de ellos, me dice Grey, no hay ningún impedimento para el movimiento. Eso los convierte en superconductores y responden con mucha fuerza a los campos magnéticos. Y si son curvados, como ese, ejercen fuerzas similares a las mareas sobre la materia que los rodea. Solamente a muy poca distancia, claro, unos pocos metros. Imagino que esa extensión de mareas permite que ejerzan presión contra materiales sólidos y los seccionen.
—¿Cómo un cuchillo?
Sí, el mejor cuchillo es el que está mejor afilado, y las cuerdas cósmicas son más delgadas que un átomo. Pueden seccionar los enlaces moleculares.
—Así que lo corta todo —murmuró Killeen.
Sí, pero bueno, piensa en lo que estás viendo. Una falla en la continuidad de las leyes que gobiernan la materia. La naturaleza sólo permite un espacio muy reducido a esas alteraciones y la discontinuidad obtiene una tensión de su propia naturaleza de materia reducida, una fuerza que se comunica a través del eje extendido. Así podemos ver esta maravilla increíblemente delgada, porque es mayor que el planeta en cuanto al largo.
—¿Y por qué está cortando Nueva Bishop? ¿Por casualidad?
A decir verdad, dudo que un objeto tan valioso pudiera estar vagando sin un propósito. Ciertamente, no en el Centro Galáctico, donde existen entidades lo bastante sofisticadas como para comprender la utilidad que tiene.
—¿Alguien lo está usando? ¿Y para qué?
Eso no lo sé.
Los tenues tonos de Grey se alzaron por encima de los de Arthur.
Me dijeron que hubo… astrónomos observaron cuerdas distantes… no hay informe sobre… uso. Nacieron como objetos… relativistas… pero se hicieron más lentos… por choques con… galaxias… Al final terminaron aquí… en Centro…
Cuando la voz de Grey se desvaneció, Arthur dijo:
Imagino que habrá dificultades técnicas para manejar esa masa. Como es un superconductor perfecto, supongo que lo que hacen es mantenerlo bajo control magnético. Mi punto de vista se podría comprobar infaliblemente fluctuando los campos magnéticos de la región cercana a la parte exterior del aro.
Killeen reconoció el esquema habitual de Arthur: explicar, predecir, después fingir un retroceso hasta que Killeen o algún otro comprobaba su hipótesis. Killeen se encogió de hombros. La idea parecía absurda, pero era de sentido común probarla.
—¿Puedes analizar con el Argo los campos magnéticos que están cerca de esa cosa? —preguntó a Shibo.
Ella empezó a examinar el problema sin contestar. Reflexionó intensamente un rato, y cuando pensaba, casi nunca hablaba.
Toby dio un paso al frente con entusiasmo.
—¡Campos magnéticos! Claro, debería haberme dado cuenta. Eso es un artefacto magnético, ¿verdad? ¿Recuerdas, en Nieveclara? Nos dijo: «Busca el Argo». ¿Crees que tal vez nos siguió hasta aquí, papá?
El Aspecto Ling intervino inmediatamente:
Esta es una crisis muy grave. No pierdas el control de la tripulación o te verás en dificultades todavía más terribles.
Killeen comprendía el entusiasmo de Toby, pero Ling tenía razón. La disciplina era lo primero.
—Marinero, por favor, silencio.
—Bueno, sí señor, pero…
—¿Has dicho algo?
—Sí, sí, señor. Pero si es la…
—Firmes, señor, contra la pared. —Killeen vio que Besen y Loren sonreían ante la reprimenda que recibía su compañero y dijo—: Los tres: ¡firmes! Hasta que ordene lo contrario. Les dio la espalda y Shibo le tocó el codo.
—Los detectores del Argo informan acerca de campos muy fuertes. Cambiantes.
—Ajá —murmuró Killeen para no comprometerse. Delineó para Cermo, Shibo y los Aspectos lo que había dicho Arthur. Utilizó gráficos muy sencillos, que describían campos magnéticos como manos extendidas que tomaban y apretaban. No se necesitaba más. Las explicaciones científicas no eran mejores que simples brujerías. Ninguno de ellos tenía una idea muy clara de cómo actúan los campos magnéticos sobre la materia, o de la geometría de las corrientes y potenciales que se necesitan para comprender el fenómeno, ni de la jerga antigua de los productos cruzados de vectores. Los campos magnéticos eran actores invisibles en un mundo que los seres humanos no comprendían, tan invisibles como los vientos que habían recorrido y peinado el aire de Nieveclara.
—Pero… ¿para qué sirve? —dijo Cermo con lentitud.
—Vigila bien —ordenó Killeen en voz tensa. Los capitanes no arriesgan opiniones.
—Tal vez eso fue lo que causó las zonas grises y muertas en el planeta. —Shibo señaló las regiones polares devastadas, a las que se aproximaba el aro.
—Ajá —murmuró Killeen sin comprometerse. Intuía que no debían aferrarse a una idea, que debían mantener la mente abierta. Si Nueva Bishop no era un refugio adecuado para ellos, quería estar convencido antes de emprender otro viaje hacia alguna meta increíble en medio del espacio. Ahora que había dispuesto de un momento para recuperarse, ni siquiera ese aro pantagruélico aplastaba por completo sus esperanzas de que todavía pudieran disfrutar de una existencia en ese planeta.
—¿Por qué sucede ahora? —preguntó Shibo.
—¿Cuando nosotros llegamos? —Killeen le leía los pensamientos—. Tal vez el Mantis nos quería para eso.
—Espero que no —dijo Shibo con una mueca sardónica en los labios. Shibo estudió el tablero—: Hay otra cosa.
—¿Dónde?
—Viene de cerca del polo sur. Señales rápidas.
—¿De qué tipo?
—Como de una nave.
Killeen examinó la pantalla con atención. El glorioso círculo aplastado había seccionado el planeta. Todavía estaba alineado con la cara chata, paralela al eje de rotación. Killeen pensaba que el borde interior no alcanzaría el eje de planeta al menos durante varias horas. A medida que penetraba, el aro tenía que cortar más y más roca, y eso probablemente frenaba un tanto su velocidad.
Shibo cambió la imagen y buscó en la región del polo sur. Una raya blanca de luz crecía rápidamente hacia ellos. Era apenas un punto, comparada con la cuerda cósmica brillante.
—Viene hacia aquí —informó Shibo.
—Tal vez es carga para la estación, si todavía siguen con sus asuntos. —Killeen se interrumpió de pronto. No estaba bien pensar en voz alta. La tripulación esperaba de su capitán una seguridad de hierro. Recordaba la forma en que la capitana Fanny permitía que los jóvenes oficiales hablaran de sus ideas sin expresar las suyas. Ella nunca se comprometía con las opiniones de los demás.
Se volvió hacia Cermo.
—Alarma general. Posiciones para tomar esa nave cuando llegue.
Cermo saludó y se fue. Habría podido alinear los escuadrones de la Familia desde la sala de control, pero prefería ir a pie. Killeen sonrió ante el placer de ese hombre por la acción en sí misma. Él compartía este sentimiento. Piratear un transporte mec era un juego de niños comparado con el espectáculo del aro que seccionaba el planeta.
Los tres tripulantes partieron rápidamente, tras echar una última ojeada a la pantalla, donde dos misterios completamente distintos colgaban en el espacio, luminosos y amenazantes.