6
L
as gotas de lluvia le humedecían el espíritu. La mañana pálida cortaba el cielo a través de una masa de nubes purpúreas. Killeen se acurrucaba bajo un montón de piedras, protegido por una lona que se sacudía en el viento frío que corría al encuentro del frente de tormenta.
—Parece que amaina —comentó Killeen a Jocelyn, que estaba en cuclillas a su lado.
Ella contempló el valle bajo, lleno de cambios en el nivel del terreno, donde docenas de fuegos trazaban volutas de humo en el cielo, hilos agitados por el viento.
—Eso espero. Odio correr en el barro.
—Yo estaba pensando lo mismo. ¿Cómo es que acampan así, con toda la Tribu junta, casi tocándose los codos?
—Su Supremacía dice que es lo mejor. —La cara de Jocelyn era una máscara inexpresiva, los ojos no decían nada.
Killeen mordió una barra de grano. Vio los gorgojos que la habitaban. Bueno, también había habido gorgojos en el Argo, ese tipo de bicho era eterno. Pero los humanos también eran bichos.
—Si supieran que pueden atrapar a tantos —dijo—, los mecs atacarían este lugar de inmediato.
—Por lo que he visto, los mecs ya no importan. El problema es con los cíbers —observó Jocelyn.
—De acuerdo, hablemos de los cíbers. Esos fuegos de anoche nos delataron. ¿Cómo es que no atacan a una multitud como esta?
—No es su estilo.
—¿Quién lo dice?
—Su Supremacía.
—¿Y qué es él? Ayer me ofreció todo un espectáculo y apenas pude contener la risa.
Jocelyn frunció el ceño con desaprobación.
—No te burles. Nunca.
—¿Todos están tan locos como él?
—Ven a ver.
Killeen no tenía ganas de arrastrarse por el terreno lleno de barro, pero había una nota en la voz de Jocelyn que lo decidió. Sentía las articulaciones y los servos, todos, como cuñas pesadas y mojadas en las piernas. Había corrido mucho el día anterior y después había pasado parte de la noche caminando con el grupo que lo llevó al campamento. La tripulación y él se habían ejercitado en las cubiertas de gimnasia del Argo para mantenerse en forma. Él había esperado que la gravedad menor de ese mundo lo ayudaría. Demasiado optimismo. No era así. La lluvia le provocó un dolor opaco en las pantorrillas y la parte inferior de la espalda. Caminaba con torpeza, tenso, cojo, agobiado como los viejos. Pensaba en eso cuando caminaba un paso más atrás de Jocelyn. Lo cierto es que no estaba preparado para lo que vio al otro lado.
Una gran viga estaba enterrada en el suelo, casi vertical. Había una mujer atada a ella, con la cabeza abajo. La lengua púrpura asomaba entre los dientes apretados y los ojos parecían a punto de estallar.
—Por favor, por favor…
Killeen dio un paso hacia ella y sacó el cuchillo.
—No. —Jocelyn le puso una mano sobre el hombro para detenerlo—. Si la tocas, te meterás en problemas. Todos.
—Por favor, las manos. Dios…
Killeen vio que las manos de la mujer estaban hinchadas y azules, sobre todo en el sitio donde el alambre las sostenía atadas a la viga. En los tobillos, las ataduras cortaban los pies grandes, oscuros de sangre congestionada.
—No puedo permitir que…
—Todos nos mantuvimos al margen. Su Supremacía dice que quien la toque tendrá lo mismo. —La voz de Jocelyn era cuidadosa, controlada.
—¿Por qué?
—No «cree», como dicen por aquí.
—¿No cree en qué?
—En Su Supremacía. Y en la victoria inevitable del grupo, supongo.
—Es… —La voz de Killeen se apagó cuando miró el rostro suplicante y enrojecido de la mujer. En aquel valle estrecho había tres vigas más clavadas en la tierra y mantenidas con piedras. Cada una sostenía un cuerpo cabeza abajo. Killeen recordó de pronto el «arte» del Mantis hacía años. Arte con seres humanos. Estos monumentos a la maldad del hombre tenían una cualidad extrañamente familiar.
Dio unos pasos hacia ellos, y entonces vio la nube de insectos que zumbaban y murmuraban alrededor de los cuatro. Se acercó al más cercano con las piernas rígidas. El cuerpo estaba lleno de hormigas. Zumbaron con rabia cuando él se acercó y se inclinó para ver el rostro congestionado, negro de sangre.
—¡Es Anedlos! —exclamó. Jocelyn tiró de él para alejarlo.
—No mires. Lo pusieron ahí hace días. Murió ayer. Los otros dos son de la Tribu, de uno de los Card Suit.
Killeen tartamudeó, atónito:
—Anedlos…, Anedlos era un buen tripulante. Sabía…, sabía…
—No quería participar en el servicio religioso. Discutió con Su Supremacía.
—¿Y por eso…? —Killeen se obligó a dejar de hablar, a pensar—. ¿Qué hiciste?
—¿Con Su Supremacía? Le rogué…
—¿Le rogaste? ¿Nada más?
—¿Qué podía hacer? —le preguntó Jocelyn, desafiante.
—Decirle a ese maníaco que nadie, nadie puede hacer justicia en la Familia Bishop excepto la Familia Bishop.
—Por aquí las cosas no funcionan de esta forma.
—Ninguna decisión tribal puede pasar por encima la decisión de una Familia, ya lo sabes.
Jocelyn hizo un gesto, como para decirle que esas ideas eran inútiles.
—Las viejas reglas no funcionan aquí. Su Supremacía dice que es la encarnación de Dios y lo que él decide es la ley.
—Está loco.
—Sí, pero muchas Familias creen que realmente es Dios.
—Matar mecs no convierte a nadie en Dios. Jocelyn se encogió de hombros.
—Estas Familias siempre tuvieron dioses y todo eso, y Su Supremacía lo unió todo en una sola cosa.
Killeen recordó al Aspecto Nialdi, que había llevado años antes, un hombre religioso. Nialdi nunca le había servido de gran cosa, aunque había guiado a otros capitanes a través de las eras Cuando Killeen se transformó en capitán, con poder sobre las asignaciones de Aspectos, había puesto a Nialdi en el depósito de chips.
El fervor religioso… aparece… tiempos de crisis… cambios intolerables. Fin de la Era de los Candeleros… mucho ardor religioso… Nialdi vivió después… parece que Su Supremacía lleva… personalidades como esa… eso le da… poder carismático… sobre la Tribu…
Era la voz del Aspecto Grey, que murmuraba lentamente. Killeen se dio cuenta de lo que quería decir. Nialdi aplicaba las verdades aparentes de ese período al presente. Su Supremacía estaba haciendo lo mismo. Tal vez el truco de hacer que su gente se alquilara para distintas ciudades mecs le había dado el poder suficiente como para hacer que los Aspectos poderosos que había por debajo entraran en acción.
—Pero no podemos permitir… —dijo a Jocelyn.
—Mira —lo interrumpió ella con calor—, ya lo intenté todo. Su Supremacía me puso al mando desde que pensamos que estabas muerto. Es lo único que puedo hacer. Al menos consigo comida. Estábamos muy mal cuando aterrizamos. Esta gente nos protegió. Hemos tenido suerte.
—A pesar de lo que puede hacerte ese loco, tú lo sigues —espetó Killeen, exasperado.
Volvió hasta la mujer, sacó una herramienta para cortar los cables. Resultaba difícil seccionar las ataduras porque el cable se había hundido en las muñecas. Pero antes de terminar, vio que la sangre corría por la boca de la víctima, salpicando el barro y mezclándose con la lluvia que corría por el arroyo del valle. La mujer estaba muerta.
De nuevo en el campamento de los Bishop, llamó a Cermo, Jocelyn y Shibo y los interrogó con cuidado. Empezó con el abandono delArgo.
Shibo había conducido el vuelo desde la estación. Logró reactivar el Flitter donde se escondía Jocelyn. Los cíbers que habían capturado a Killeen no repararon en la nave. Cuando salieron de allí y abandonaron su control sobre la nave, Shibo reunió la dispersa flota de Flitters que transportó a la Familia.
Habían tenido suerte. Cuando el anillo cósmico dejó de girar, Shibo vio la oportunidad. Su manejo hábil y eficiente de las micromentes de los transbordadores los había conducido rápidamente hacia la atmósfera. Una de las naves se había partido en dos con cuatro Bishop adentro. Shibo llevó a todos a un aterrizaje bastante duro a un día de marcha del campamento de Su Supremacía. Bajaron de noche. La guardia del campamento había enviado un destacamento para ver quiénes eran.
—El asunto es quiénes son ellos.
—Tribu de Naipes. Tienen unos rectángulos de pasta que usan para jugar y que tienen los símbolos y nombres de las Familias como señales —explicó Cermo. Tenía la cara flaca y llena de barba.
—Ah, parece gracioso hacer Familias a partir de un juego —dijo Killeen—. Pero es así, según parece.
—Un Niner me dijo que nuestras Familias provienen también de un juego —comentó Shibo. Killeen se burló, incrédulo:
—¿Qué? ¿Los Bishop y King y Rook?
Shibo se encogió de hombros. Cermo dijo:
—Supongo que lo inventaron porque a nosotros nos pareció gracioso que se llamaran como unos rectangulitos de papel dibujados.
—Sin embargo, tenemos mucho en común —dijo Killeen, pensativo—. Tribus, Familias, incluso las mismas reglas.
—Debemos de venir del mismo lugar —concluyó Shibo.
Jocelyn asintió.
—Su Supremacía dice que venimos todos del mismo Candelero.
—¿Y él, cómo lo sabe? —preguntó Cermo.
—Los Aspectos —apuntó Jocelyn—. Supongo que los Aspectos mantuvieron características similares. Reglas, leyes, todo eso… Los Aspectos siempre hablan de eso.
—Sí —admitió Killeen—. Los Aspectos siempre quieren hablar.
—Eso explicaría por qué todavía podemos entendernos con estos de los Naipes —sugirió Shibo.
—Suena lógico —reconoció Jocelyn—. Si el lenguaje cambiara, no podríamos hacernos entender por los Aspectos. Tampoco podríamos intercambiarlos con los de los Naipes.
—¿Quién ha dicho que íbamos a intercambiar Aspectos? —preguntó Killeen cuidadosamente.
—Su Supremacía —respondió ella.
—¿Por qué?
—Para reunir la tecnología.
Killeen la miró y dijo muy despacio:
—La capitana de los Seben no parecía interesada en eso.
—Bueno. Su Supremacía dice que quiere controlar los Aspectos que usan los oficiales de los Bishop.
Se miraron unos a otros.
—Tal vez piensa que no tenemos suficientes Aspectos amantes de Dios —espetó Shibo.
—Yo sólo repito lo que me dijo Su Supremacía —dijo Jocelyn.
—Que no es gran cosa —observó Cermo.
—Yo me llevo bien con él —se pavoneó Jocelyn—. Conseguí comida y carpas.
Killeen recordó una noche en que la Familia había sido sorprendida en Nieveclara y había tenido que abandonar las camas y las carpas y los utensilios de cocina. Aunque ahora estaban muy lejos de las comodidades extrañas, maravillosas e hipnóticas del Argo, le alegraba ver que la Familia se había amoldado con facilidad a la dureza de la vida en tierra.
Cerca del campamento, un trabajador de metal, un robot, creaba una plataforma de transporte con algunas cañerías rotas de los mecs. El campamento Bishop se movía con esfuerzo a medida que resurgían las viejas habilidades y Killeen veía en las caras la lenta confianza que provenía de descubrir que los métodos familiares y casi olvidados todavía servían para muchas cosas.
Killeen examinó los arreglos que había hecho Jocelyn en la Tribu, detalles de comida y suministros. Había enviado a cincuenta hombres y mujeres para ayudar a recoger la comida del día, trabajo que hacían todas las Tribus coordinadas, lejos del campamento de la Tribu. Killeen tenía que decidir cómo volver a formar la secuencia de mando de la Familia, ya que habían perdido a los cuatro del transporte partido y, por supuesto, a Anedlos. Killeen habló de ese asunto con ira, la voz silbaba entre los dientes apretados.
—No toleraremos este tratamiento. Pero mejor será que miremos bien lo que pasa a nuestro alrededor para entender mejor lo que ocurre.
Sus lugartenientes asintieron. Él siguió discutiendo otras cosas, pero sabía que no podía decirles gran cosa para tranquilizarlos. La imagen cruda y realista de la situación en que se encontraban hablaba con claridad. Aquí estaban, en cuclillas, como años atrás, listos para saltar y moverse a la menor alarma. Habían perdido todo, el Argo y los sueños, en apenas unos pocos días.
Al hablar, Shibo manifestó los pensamientos de todos.
—Si tenemos una oportunidad, aconsejaría que volviéramos alArgo.
—Ojalá hubieras podido controlarlo —se lamentó Killeen—. Tal vez habrías podido escapar.
—No —replicó ella—. Esa nave cíber que te atrapó navegaba mucho más rápido que elArgo. Nos habría alcanzado con facilidad.
—Pero me siguió a mí. Me atrapó al otro lado del planeta.
—Solamente después de que nos fuéramos en los Flitters —apuntó Shibo.
—Supongo que me querían a mí —dijo Killeen como sin darle importancia, tratando de pasar por alto el momento.
—¿Para qué? —preguntó Jocelyn.
—Me examinaron y me soltaron.
—¿Estás seguro de que eso es todo? —preguntó Jocelyn.
¿Qué hacía Jocelyn? ¿Estaba tratando de despertar sospechas en los demás?
—No lo puedo explicar. Pero sobreviví.
Jocelyn levantó su ropa y no dijo nada. Killeen sintió que la inquietud abandonaba a sus oficiales. La simple presencia de un líder aclaraba mucho las cosas.
Había aprendido de Fanny el valor de olvidar los errores y disputas del pasado. Abraham había sido un genio para eso. Killeen sabía que le faltaba la levedad de tacto de su padre.
Para romper el humor sombrío del grupo, levantó una taza de líquido marrón y tibio, lo bebió y después, bruscamente, lo escupió.
—Enviad una partida pequeña, los cinco que tengan mejor olfato —dijo—. Que vean si encuentran plantas de algún brebaje en esta tierra maldita. Me gustaría tomar algo decente por una vez.
Cermo se bebió lo suyo.
—No está tan mal.
Killeen arrugó la nariz.
—Parecen meados de mec.
—Sí —admitió Cermo—. Pero tiene algunas cualidades a pesar de todo.
—¿Como qué?
—Bueno, por lo menos no crea adicción.
Todos se miraron unos a otros brevemente y, después, Cermo empezó a reírse entre dientes y Jocelyn ahogó una carcajada. De pronto, todos se estaban riendo y los gemidos y las toses parecían aliviar las presiones internas, estallidos que colmaban el aire frío y húmedo de la lluvia como balas de cañón, afirmaciones explosivas, pequeños gestos contra la mala suerte.