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E

l infierno amarillo blancuzco se cernía sobre la cabeza de Killeen. Las paredes casi parecían rojas, pero incluso eso resultaba un alivio después de la furia incandescente que ahora se alejaba, un disco que se desvanecía sobre él como un sol poniente, perpetuamente furioso.

Killeen jadeó profundamente, aunque no servía de mucho. Lo bañaban ondas calientes que le producían una picazón insoportable. El picor se movía en remolinos sobre la piel. Era una tortura. Le dolían los pulmones, que se sacudían irregularmente como bajo un ataque. Le temblaban los brazos. Los músculos y los nervios libraban rebeliones y guerras privadas.

Sin embargo, se las había arreglado para mantener rectos los brazos y piernas. Para que la presión leve de la luz lo empujara en una sola dirección, no tenía que girar ni moverse.

¿Había bastado? Los largos minutos en el núcleo se habían deslizado poco a poco, trayendo bocanadas de aire ardiente a sus pulmones.

Ahora, el dolor se calmaba un tanto.

Después de todo, sólo somos otro cuerpo que irradia calor. Solamente podemos perder calor emitiéndolo como ondas infrarrojas, así que debemos esperar un medio más fresco para que este calor se disperse.

El Aspecto Arthur parecía mucho mejor ahora, dado que la histeria lo había dominado hacía apenas unos minutos.

—¿Y qué pasa con el trasto ese refrigerante?

¿Te refieres a tu refrigerador? Funciona sólo si se emite el calor sobrante a un lugar más fresco. Desde luego, aquí no tenemos un medio más fresco alrededor, como bien sabes.

—¿Así que esperamos hasta que estemos fuera? —Parecía un tiempo imposible. Entre las botas veía la negrura de las capas superiores del planeta, miles de kilómetros de rocas que debía atravesar para volver a la negrura del espacio mismo. Y allí tendría que completar su intento o disminuir la velocidad y volver a caer de nuevo. Deseó haber guardado el combustible de sus cohetes. Eso le daría un poco de autonomía, una esperanza de ser algo más que una simple partícula de prueba en un experimento grotesco.

Tenemos algunos fluidos que podríamos soltar, pero…

—¿Pero qué? Mira, ya lo he intentado todo. Si no hacemos algo, no me queda ninguna esperanza más.

Los líquidos refrigerantes. Podemos calentarlos a alta temperatura y arrojarlos.

—¿Crees que eso ayudaría?

Perder el refrigerante significaba que si fallaba y volvía a caer en el tubo, todo estaría perdido. Se cocería.

No te puedo decir cuánta inercia hemos obtenido de esa maniobra en el núcleo. Empujar una masa tan grande como nosotros con una pequeña presión…

Killeen se rio, temblando.

—Yo soy la masa aquí, tú no pesas nada. Y no te preocupes por el cálculo de lo que sucederá. Cuando llegue el momento, por encima de este agujero, tendré que aferrarme a lo primero que vea. Piensa con el miedo no con una ecuación.

Entonces, ¿debemos arrojar los líquidos refrigerantes?

—Claro. ¡Juguémonos el todo por el todo! —Killeen dejó que el Aspecto controlara sus sistemas internos. Sintió que unas leves corrientes de hielo le recorrían el cuello.

Estoy calentando el polixenón.

—Y cuando lo arrojes, usa los respiraderos dorsales. Eso nos dará otro empujón en la dirección correcta y podría salvarnos.

Ya veo. No se me había ocurrido esa posibilidad.

—El problema que hay con vosotros, los Aspectos, es que no podéis imaginar nada que no hayáis visto antes.

No debatamos mis propiedades en este momento. Estamos llegando a la superficie y debes estar listo. Me parece que la pared que tienes delante está más cerca ahora. ¿Notas el brillo?

—Sí. ¿Qué significa?

Ese es el lugar donde la roca está tolerando la presión hacia el costado contra la cuerda cósmica que la atraviesa. Se desintegra con el impacto. No veo si se incorpora a la cuerda de alguna forma o si simplemente la empujan hacia atrás de nuevo. En cualquier caso, no entra en el túnel. Sin duda, las ciborgs tienen que aflojar esta presión de alguna forma en el núcleo, para llenar el tubo con el hierro líquido que hemos visto antes.

—¿Tal vez disminuyen un poco la velocidad? ¿Dejan que el hierro chapotee un poco antes de hacer girar la cuerda otra vez?

En medio de esa charla técnica, Killeen volvió a utilizar el habla de su infancia en la Ciudadela. El lenguaje cuidadoso del capitán quedó olvidado de pronto bajo la presión de la acción y las circunstancias.

Manejó los controles del traje refrigerador. Sabía que debía aprender todo lo que pudiera acerca del aro.

Tal vez. Es evidente que la cuerda rotatoria ejerce una presión inmensa contra esas rocas.

Killeen miró el brillo rápido en las paredes. Esas chispas tenían que ser enormes, puesto que él lograba deslumbrarlas a pesar de que con su velocidad atravesaba kilómetros de roca en un instante No tenía la sensación corpórea de la velocidad, pero por el gráfico tridimensional que Arthur ejecutaba en su ojo izquierdo, Killeen sabía que se acercaba a la superficie y que su velocidad disminuía a medida que la gravedad se afirmaba sobre su cuerpo.

Debía encontrar una forma de escapar del tubo, pero no se le ocurría nada. No tenía nada que arrojar para ganar inercia. El chorro de refrigerante se lanzaba al aire a sus espaldas, pero con el movimiento en las paredes no podía averiguar si había servido de algo o no. Se le ocurrió que si tenía demasiado éxito se estrellaría contra las paredes a toda velocidad y quedaría destrozado en un instante. De alguna forma, la naturaleza abstracta de esas cosas, el sentimiento frío y distante de la ciencia, lo asustaban aún más.

El tubo se abre. Nos acercamos a un costado, pero no puedo calcular bien la velocidad. A medida que nos elevamos hacia la superficie, el aro se curva para trazar su gran arco hacia el exterior. La majestad de ese arco es inmensa, debo reconocerlo. No sé de ningún tipo de tecnología mec que pueda igualarlo. Según Grey, los registros históricos sugieren trabajos todavía mayores cerca del Comilón.

—¡Basta de eso! ¿Qué hago?

Estoy tratando de ver cómo servirnos de nuestra situación, pero debo decir que la solución sigue escapándoseme. La dinámica…

—Estamos cerca. ¡Vamos!

La roca que lo rodeaba había perdido su brillo. Más allá de las paredes, reinaba la oscuridad más completa. No entendía cómo podía estar saliendo del centro de Nueva Bishop hacia la superficie y sin embargo, sentir que caía. No importaba; la ciencia se basaba en una serie de leyes y esta era una que él no entendía. Eso era todo.

El túnel se ensanchaba. Al frente resplandecía un pasillo amarillo y brillante cuando él miró entre sus botas las escamas de luz que corrían a su lado. Más lagos de lava, vastos, enormes, de bordes rojos y furiosos. El daño que estaba sufriendo el eje del planeta había empujado enormes masas de material y las paredes alrededor de Killeen refulgían con la rabia anaranjada y punzante de ese mundo.

Killeen pensó otra vez en lo que pasaría si no lograba salir. La lógica fría de la dinámica lo arrojaría de nuevo en el tubo, decía Arthur. El calor lo mataría en la siguiente pasada, y si sólo lograba sumido en un delirio, habría otro ciclo, y otro, y otro… Rebotaría interminablemente, una brasa arrugada que obedece leyes simples e inexorables.

Y de pronto, nadaba en luz.

Las estrellas estallaron entre sus pies. Una bola de gas brillante y lleno de soles se abrió ante sus ojos cuando salió de las garras del planeta, sobre la línea de la aurora. Después de la oscuridad cerrada, ese cielo era un baño bienvenido de colores y contrastes.

¡Estaba libre, en el exterior!

Sentía cómo se enfriaba el traje a medida que perdía calor en el cielo congelado. Empezó a crujir: las junturas se contraían. Colinas arrugadas se elevaron por encima de su cabeza; el paisaje se extendió al alejarse. Aquí también todo parecía desnudo, despojado, como si la capa de hielo acabara de desvanecerse.

Las paredes doradas se alejaron hacia un costado, pero frente a él, la radiación no disminuyó en absoluto. Estaba mucho más cerca. Así pues, había conseguido un poco de velocidad.

Sin embargo, ahora la perdía a lo largo del tubo. Miró cómo el planeta se convertía en una bola gigante y plateada sobre su casco. La línea de la aurora lo partía en dos. Un brillo rojizo de nubes tormentosas y estrellas dominaba el día.

A medida que se elevaba, la curva del mundo le presentó un borde lejano de bosques y montañas elevadas, rígidas. Los valles no demasiado profundos estaban llenos de nubes blandas y blancas.

La velocidad de la ascensión disminuía. El costado más lejano del tubo se alejaba, doblándose hacia un lado. Frente a él, el brillo aumentaba cada vez más. Killeen se tomó unos minutos para asegurarse de que se estaba curvando a lo largo de las paredes del aro. ¿Veía el brillo del movimiento en la cuerda que rotaba con rapidez? Había empezado a considerar que esas paredes eran sólidas y ahora se daba cuenta de que en realidad eran intangibles, transparentes.

La cuerda cósmica puede ejercer presión solamente cuando está cerca, claro está. No vas a golpearlo, supongo.

—Me dijiste que me arrancaría la mano.

He estado hablando con Grey. Ella cree que en condiciones normales una cuerda funcionaría como una hoz. Sin embargo, esta cuerda tan magnetizada es diferente. Hasta ahora, nos movíamos a gran velocidad con respecto a ella. Ahora tienes una velocidad relativa mucho menor, pero solamente por un momento. A esa velocidad los campos magnéticos de la cuerda rechazarán tus botas y tu traje metálico.

—Ah. —Killeen suponía que esas eran buenas noticias, pero el Aspecto hablaba como si fuera sólo otro desapasionado problema de física—. Oye, ¿guardaste un poco de líquido refrigerante?

Sí. Se me ocurrió que tal vez necesitaríamos otro empujón. Pero hay muy poco. Lo necesitaba para impedir que perdiéramos el sentido allá abajo y…

—Prepárate.

Ya no detectaba reducción en la cara de Nueva Bishop. Debía de estar ya cerca del punto más alto de su movimiento pendular.

—¡Ahora!

Sintió la presión en la espalda. El tubo brillante se dobló como un túnel que se abre. Más abajo, veía la superficie de tela de araña generada por la gran cuerda cósmica. Parecía envolver al planeta en una garra de cintas.

El líquido que arrojaba su espalda se detuvo de pronto.

Volvió a oír la canción del rotor magnético.

Un brillo vibrante e intenso se extendía a su alrededor. Movió los brazos y orientó las botas hacia la superficie dorada. La superficie parecía palpitar de energía y frescura.

Se sintió como un pájaro frágil, que agitaba las alas sin resultado sobre una sábana de oro translúcida, tenue. Ahora caía hacia ella. Era su propio experimento.

El impacto le dolió. Subió desde las botas en una honda ruda, poderosa. Se había agachado para que las piernas absorbieran el impulso. De pronto, estaba volando otra vez sobre la cara de la sabana.

Te ha dado algo de impulso, una fracción infinitesimal de su energía giratoria.

Killeen sintió que se elevaba aún más alto. Después volvió a cernerse sobre la sábana. Había caído de costado, lejos del eje polar, en una tangente, como una moneda que se arroja desde un tiovivo.

Golpeó la sábana de nuevo. Esta vez, la sacudida le dobló el tobillo. Parecía que una mano lo estuviera aferrando con fuerza y después perdiera el control sobre él. Pero le dio otro empujón, hacia arriba.

Tendrás que ir con más cuidado cuando caigas. Puede darte un movimiento giratorio, pero si tu velocidad no está alineada con la de él, habrá un vector de acoplamiento, un par de torsión…

—¡Silencio! —No quería caer sobre la superficie dorada otra vez, esa cortina fantasmal que lo aferraría y lo quebraría como si fuera una rama seca.

Pero la velocidad que le proporcionaba lo hizo volar hacia un costado, no hacia arriba. Solamente los rebotes lo mantenían por encima de la radiación vibrante. Si se deslizaba, si tropezaba, si caía sobre esa cosa maldita que giraba incontrolada…

La sábana dorada volvió a acercársele con furia.

La golpeó. Esta vez su pierna derecha aulló de dolor y casi no la pudo apoyar para librarse de la superficie. El brillo palpitante parecía rodearlo por completo. Iba a golpearlo de nuevo.

Movió los brazos. Esta vez el golpe no fue tan duro pero los músculos de la pierna izquierda se contrajeron en un espasmo agónico.

Parpadeó porque tenía los ojos bañados con el sudor de la frente y de pronto se sintió muy débil. Los oídos le silbaban. Giró de nuevo, con un cansancio infinito, más lentamente esta vez porque le dolía la pierna.

Esperaba golpear de nuevo, pero el impacto no llegó. Miró hacia abajo y no pudo calcular la distancia. El brillo había disminuido. Tardó un momento en comprender que la sábana se curvaba, Dejándose de él, girando para seguir el arco del planeta.

Estaba libre. Lejos. En el espacio limpio, silencioso.

Estamos en una órbita muy elíptica, supongo. Debería llevarnos en un ángulo significativo con respecto a la llanura del aro. No puedo calcularlo con detalle, así que tal vez volvamos a ella.

—No importa —dijo Killeen, jadeando.

Vamos a necesitar esa información en su momento. Y…

—Lo dudo. Mira allá arriba.

Obsesionado con sus matemáticas, el Aspecto silbó de sorpresa ante lo que veía Killeen.

Por encima de ellos, flotaba el cuerpo delgado y metálico del ciborg.