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K

illeen caminó muy erguido por los pasillos de cerámica del Argo, el rostro tan inexpresivo como las paredes. La operación contra la nave mec había sido un éxito: desapareció una amenaza plausible contra elArgo. Detonaron la carga que había dejado Gianini en el mec y el vehículo voló en pedazos.

Pero en realidad no habían corrido ningún peligro, y Killeen había perdido a un miembro de la tripulación para averiguarlo.

Repasó mentalmente la conversación que había mantenido con ella y se convenció de que no hubiera podido decir ni hacer nada más, pero el resultado era el mismo: un instante de descuido, una aproximación poco prudente a la mente principal del vehículo y Gianini se había achicharrado. Y el número de miembros de la Familia Bishop era menor, había desaparecido un individuo irreemplazable.

Menos de doscientos; estaban peligrosamente cerca del número mínimo de genotipos que necesitaba una colonia. Si seguían disminuyendo, las futuras generaciones decaerían en espiral, quebradas por deficiencias genéticas.

Killeen sabía eso, a pesar de que lo ignoraba casi todo acerca de la ciencia que subyacía a esa verdad. Los ordenadores del Argo tenían lo que llamaban «operaciones de base de datos ADN». Había un laboratorio para trabajar en biología. Pero los Aspectos de la familia Bishop no sabían manejar genes. La bioingeniería básica se usaba sólo marginalmente. Además Killeen no tenía tiempo ni ganas de aprender más acerca de estos temas.

Pero Gianini, la perdida Gianini…, no podía olvidarla tan fácilmente ni considerarla sólo un valioso portador de información genética. Había sido vibrante, trabajadora, capaz; ahora no era nada. La habían grabado en chip hacía un año, así que sus habilidades sobrevivían como herencia espectral. Pero su Aspecto fantasmal tal vez no reviviría en siglos.

Killeen no quería olvidarla. No podía.

Mientras caminaba nervioso y erguido hacia sus obligaciones oficiales, retrasadas por el ataque, se obligó a apartar los pensamientos sombríos. Ya habría tiempo para eso más tarde.

Una sabia decisión. Un comandante puede sentir remordimientos y cuestionar sus propias órdenes, pero nunca debe hacerlo ante la tripulación.

Killeen apretó los dientes. Un regusto amargo se le instaló en la boca y no consiguió suprimirlo.

Su Aspecto Ling era buena guía en esos asuntos, pero a Killeen seguía molestándole la forma segura y tranquila con que el viejo capitán recitaba los preceptos del buen liderazgo. El mundo era mucho más complejo, más intrincado y difícil de lo que Ling quería aceptar.

Estás suponiendo cosas de mí, cosas que ignoras. Yo conocí las mareas que te sacuden cuando vivía en un cuerpo. Pero en la mayor parte de los casos, son defectos, no virtudes.

—Yo me ocupo de mis defectos, pequeño Aspecto.

Killeen empujó a Ling para que desapareciera de su mente. Tenía que cumplir con una misión y el pequeño coro de micromentes que sentía en su interior no podía ayudarlo. Había seguido el consejo de Ling y había decidido continuar con la rutina diaria de la nave a pesar del drama del ataque. Una rutina sin cambios, como si esos sucesos formaran parte de la vida cotidiana de la nave, ayudaría a que la tripulación se tranquilizara.

De esta forma, había ordenado a Cermo que siguiera con el orden del día tal como lo había previsto. Pero solamente ahora comprendía lo que eso significaba.

Volvió una esquina y caminó hacia la sala abierta donde esperaba la tripulación que hacía la guardia matinal. A mitad de camino, Cermo lo saludó.

—¿Hora de castigo, señor?

Killeen se contuvo para no apretar las mandíbulas y asintió recordando el acto del día anterior.

Cermo había descubierto a una mujer de la tripulación en el módulo de motores. Sin consultarlo con su capitán, la había arrastrado sin ceremonias fuera de la zona de vida, ladrando y proclamando su felicidad por la captura. Era una mujer de cabello negro y rizado llamada Radanan. El hecho se hizo público antes de que Killeen tuviera oportunidad de encontrar otra forma de solucionarlo. Había tenido que apoyar a su oficial en nombre de la disciplina; su Aspecto Ling le había inculcado ese principio.

—Sí. Procede.

—Podríamos darle más, ya sabe…

—Te digo que procedas.

Estaba decidido a hablar lo menos posible a sus oficiales durante las operaciones cotidianas de la nave. Era como un alcohólico que no puede confiar en sí mismo para beber moderadamente. En las reuniones de la Familia, se dejaba ir un poco, sin embargo. Allí, la elocuencia, la oratoria incluso, servían a sus propósitos. Sabía que no era muy buen orador y que cuanto menos dijera, tanto más efecto causaban sus actos. A medida que el Argo se acercaba al sistema de la estrella, se había puesto más y más nervioso. Había días en los que la tripulación no le oía más que un murmullo cuando carraspeaba como señal de desaprobación.

Mientras se acercaban al eje central, Killeen endureció el rostro para que pareciera pétreo. Se avergonzaba de su aversión al castigo. Sabía que castigar a un miembro de la tripulación era signo de su propio fracaso. Su deber era descubrir el problema en el comportamiento de esa persona antes de que se convirtiera en algo grave. Pero una vez que ocurrían los hechos, no había forma de volver atrás.

Esta vez, Radanan había estado tratando de introducirse en los peligros de la zona de motores, con su sonido monótono y terrible, justo cuando estaban desacelerando. Eso sólo habría sido una trasgresión leve aunque muy estúpida. Pero cuando Cermo la descubrió, ella se enfureció y llamó a algunos amigos para intentar provocar un motín menor.

Un capitán debería administrar una justicia más dura que esta.

El Aspecto Ling le ofreció sus ideas por sí mismo, sin que Killeen se lo hubiera solicitado.

—Solamente gritó un poco y dijo algunos tacos. —Killeen pensó en silencio para contestarle—. Y fue lo bastante tonta como para atacar a Cermo.

El motín es una ofensa capital.

—No en elArgo.

Incitará a otros, seguirá resentida…

—Estaba buscando comida, es una ofensa men…

Perderás el control si…

Killeen hundió en el silencio del inconsciente el ladrido convencido de su Aspecto.

Sin duda, Radanan había estado buscando una forma de conseguir un complemento, aunque Killeen no imaginaba qué pensaba encontrar ella. Era normal descubrir a miembros de la tripulación robando comida como resultado del estricto racionamiento impuesto por Killeen hacía un año.

La tripulación de guardia se puso firmes cuando Killeen entró en la zona. Radanan estaba en el centro de un círculo porque el castigo era tanto un asunto de la nave como un reproche de la Familia. La mujer estaba cabizbaja. Sus ojos parecían haber aceptado ya lo que significaban las esposas que unían sus muñecas a un cable de amarre.

Cermo ladró la sentencia. Dos miembros de la tripulación se prepararon para sostener a Radanan de los hombros en caso de que ella tratara de eludir el castigo. Pero ella se limitó a mirar con ojos ciegos a Cermo, que esgrimía la varilla corta y brillante.

Killeen se obligó a no apretar los dientes. Tenía que hacer cumplir sus propias reglas o nada de lo que dijera parecería cierto. Sin embargo, se culpaba, sí. La mujer no era muy inteligente. Había sido un miembro de la Familia Rook en otros tiempos.

Por consentimiento tribal, los que habían decidido navegar en el Argo habían formado un nuevo grupo, una nueva Familia compuesta por miembros de las Familias Bishop, Rook y King. Habían decidido llamar Bishop a la Familia, y Killeen nunca había estado seguro de si eso era una señal de respeto hacia él, un Bishop, o simplemente una elección de conveniencia.

De todos modos, mientras miraba la varilla dura que bajaba sobre las nalgas de Radanan, consideró improbable que una mujer tan tonta como para aventurarse por un territorio peligroso en busca de una estupidez se beneficiara de una táctica como el azote. Pero la tradición era la tradición. Era lo poco que les quedaba como guía en esa vasta oscuridad.

Una docena de cortes con la varilla como castigo de la Familia, contados en voz alta por un guardia. Y como castigo de la nave, otros doce. Radanan lo soportó bien durante los seis primeros y después empezó a sacudirse y a jadear entre los dientes apretados. Killeen pensó que tendría que volverse para no verlo, pero se obligó a pensar en algo, cualquier cosa, mientras Cermo contaba hasta veinte.

Entonces, la mujer cayó sobre la cubierta.

—¡Basta! —dijo Killeen con severidad, y el horrible momento terminó. Radanan estaba tan mal que colgaba de las muñecas. Eso llevaba la cosa más allá de lo que Killeen estaba dispuesto a soportar, y le daba una excusa para ahorrarle los últimos cuatro golpes.

Buscó algo que decir.

—Mmmm. Muy bien, oficial Cermo. Sigamos con el orden del día.

Luego dio media vuelta y se alejó. Esperaba que nadie se hubiera fijado en que estaba sudando.