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K

illeen se deslizaba en silencio por la elegante nave, admirando las curvas y la economía de medios. El casco era de un acero cerámico rugoso que se fundía sin ondas en los motores de los flancos. La captura había sido fácil, directa.

El escuadrón que había tomado la nave estaba de pie, cerca de las dos grandes esclusas de aire a los costados de la nave. Habían esperado allí, en la nave, sin nada que hacer excepto impedir que seis pequeños robots mecs conectaran líneas de energía y cables de control a las entradas externas de la nave. Sin eso, la nave flotaba inerte en el muelle de carga de la estación.

Era sin lugar a dudas una nave de carga. Killeen se sintió aliviado y un poco desilusionado. Esa nave no los amenazaba, pero por otra parte aprenderían muy poco de ella.

Es de diseño antiguo. Recuerdo que los mecs usaban esas naves cuando transportaban materiales a Nieveclara. Me veo capaz de recordar cómo manejarla, incluyendo las dificultades de la entrada en la atmósfera. Eran de una sencillez admirable. La gente de épocas anteriores a las mías las usaban para propósitos humanos.

La voz precisa y pedante de Arthur siguió hablando mientras Killeen inspeccionaba el muelle de carga. Arthur señaló algunos elementos de la tecnología mec. El Aspecto resultaba útil en casos como este, ya que la antigua tecnología del vacío parecía haber cambiado muy poco en los incontables siglos desde que la humanidad había abandonado el espacio por completo. En Nieveclara, los mecs se habían adaptado con más rapidez que los humanos y habían convertido a los Aspectos en elementos casi inútiles. La creciente seguridad de Arthur acerca de lo que veía a su alrededor empezó a alegrar a Killeen. Se sentía casi optimista.

¡Flitters! ¿Los ves?

Un miembro del escuadrón, que exploraba cerca de la estación, había logrado abrir una esclusa. Un gran panel se desplazó de lado y dejó ver un depósito de naves pequeñas, similares a la nave de carga que acababan de atrapar.

Son pequeñas naves rápidas que pueden llegar a la superficie con facilidad. Las recuerdo muy bien. Las llamábamos Flitters porque se movían con rapidez tanto en la atmósfera como en el vacío. Son magníficas para evitar ataques. Eso fue antes de que las Arcologías perdieran el control de sus fábricas orbitales. Antes de que los mecs adquirieran tanto poder en Nieveclara.

Killeen ordenó a otros escuadrones que inspeccionaran el depósito y estimaran la capacidad de carga de los Flitters. La Familia había explorado solamente una fracción de la estación, así que no era de extrañar que no hubieran descubierto ese depósito antes. Killeen esperaba encontrar algo similar; la nave de carga sólo les había marcado el camino.

En ese momento llegó una señal de Shibo.

«Algo pasa con el aro».

Killeen se apresuró por los ejes y pasillos hacia la superficie del disco de la estación. Tuvo que equilibrar su felicidad por haber encontrado naves que podían conducirlos a la superficie del planeta con el hecho importante de que algo terrible estaba pasando en Nueva Bishop.

La visión a la que se enfrentó era desconcertante. El aro casi había alcanzado el eje polar. Pero no se movía hacia el interior. En lugar de eso, parecía girar. Su punta interior, afilada como una navaja y recta como una regla, cortaba el eje de rotación del planeta. En una representación gráfica que Shibo le proporcionó vio cómo giraba el aro sobre su lado achatado.

«La aproximación al eje se redujo —explicó Shibo—. Después, empezó a girar».

—Parece que va cada vez más rápido —apuntó Killeen.

Una pausa.

«Sí, los campos magnéticos tienen más fuerza».

—Mira, está cortando alrededor del eje.

«Como si extrajera el corazón de un manzana».

—Da vueltas.

«Sí, cada vez más rápido».

Killeen vio que el aro giraba alrededor del eje de Nueva Bishop. El brillo dorado se hizo más intenso, como si el artefacto estuviera recuperando energía.

—Rápido —replicó Killeen, aunque no tenía sentido decirlo, mientras luchaba por entender el propósito de esos movimientos colosales.

El gráfico se llenó de detalles a medida que la misteriosa onda de comunicación entre Shibo y los ordenadores del Argo completaba la información.

Killeen dijo, extrañado:

—Esa línea de puntos más externa…

«Es la estación. Estamos lejos del aro», dijo Shibo.

«En realidad parece un anillo cósmico» —musito Killeen. Un anillo de bodas, pensó. Casarse con un planeta…—. ¿Está golpeando algo?

«No. No hay nada en órbita…».

—Parece que hay algo en las órbitas polares. —Killeen había aprendido algo de la jerga de sus Aspectos, pero todavía tenía problemas con los gráficos bidimensionales, como el que le mostraba Shibo.

«Es pequeño. Demasiado lejos para saber qué es».

—¿En el medio?

«¿El ecuador? Sí, hay otras cositas ahí. Y una señal muy extraña. Parece muy grande en algunos momentos, en otros los ordenadores la interpretan como a algo pequeño».

—¿Dónde?

«Cerca. Justo por encima de la atmósfera. Parece…».

—Me suena a tecnología mec. Hemos puesto las manos en el avispero. ¡Mierda!

«Hay más noticias. He estado monitoreando Nueva Bishop. He captado señales débiles, parecen humanas».

—¿Gente? —Killeen sintió una oleada de alegría primitiva. Una presencia humana en medio de esa extraña enormidad—. ¡Fantástico! Tal vez todavía podamos vivir ahí.

«No entiendo las señales. Tal vez son comunicadores de traje que se amplifican. Como alguien que hablara a una multitud».

—Trata de investigar más.

«Sí, mi amor». Shibo se rio con alegría y Killeen comprendió que la había estado tratando con mucha sequedad, como capitán.

—Puedes desquitarte esta noche en la cama.

«¿Es una orden?».

—Tú das las órdenes.

«Tanto mejor».

Él rio y se volvió hacia el espectáculo.

Su mente funcionaba con terror y agitación. Pensó que había sido una locura llamar a ese sol Estrella de Abraham. Un tributo a su padre, sí, y con una tristeza brusca deseó desesperadamente poder hablar con él. Le parecía que no había tenido tiempo de aprender de su padre, para adquirir esa seguridad que Abraham había poseído como una segunda piel, sin esfuerzo.

Recordó la cara maltratada por el clima pero alegre, la sonrisa ancha y espontánea, y los ojos cálidos. Abraham había conocido el valor de las épocas sencillas, de los días tranquilos que transcurren trabajando con las manos o caminando por los grandes campos verdes que rodeaban la Ciudadela.

Pero él no había nacido en una época sencilla y se había convertido en un maestro en las artes de la astucia que necesitaban los seres humanos. Killeen había recibido de él la sabiduría necesaria para sobrevivir cuando asaltaban los laboratorios mecs, pero eso no era lo que más recordaba. El rostro astuto, cansado, con su promesa perpetua de amor y ayuda; la mirada con que bañan los padres a los hijos cuando ven una parte de sí mismos en sus herederos…, eso se había grabado en la mente de Killeen a pesar de los años de miedo y sangre que habían borrado casi todas las imágenes placenteras de la Ciudadela. No recordaba a su madre de ese modo, tal vez porque ella había muerto cuando él todavía era un niño.

¿Y qué diría Abraham, ahora que su hijo le había dado su nombre a lo que era una caldera de fuerzas colosales, frente a las cuales la humanidad era una pulga, un bichito molesto? ¡La Tierra Prometida, claro! Killeen hizo una mueca.

El aro había terminado su primera revolución y empezaba la segunda, cada vez a mayor velocidad. Su borde interior no estaba exactamente alineado con el eje de Nueva Bishop, sino levemente fuera de nivel.

Killeen observó que terminaba la segunda revolución, girando cada vez más rápido. Parecía parte de una máquina colosal que daba vueltas para conseguir un efecto desconocido. Brillaba con un fulgor alto, erizado de puntas, cuando lo sacudían nuevos impulsos, ámbar, azul frío, anaranjado, tostado, colores que manchaban la miel dorada del fondo y luego desaparecían de nuevo.

«Recibo un crujido en los campos magnéticos», dijo Shibo por el comunicador.

El Aspecto Arthur intervino al instante.

Esa es la señal inductora de la revolución de la cuerda cósmica. Está actuando como una bobina de cable en un motor gigante.

—¿Para qué? —preguntó Killeen, con la garganta tensa. No había puesto ni un pie encima, pero sentía que Nueva Bishop le pertenecía, que pertenecía a su Familia y no a un monstruo grotesco y pantagruélico. Llamó a su Aspecto Grey.

No… entiendo. Es evidente que se mueve… por el mando… mano desconocida… Nunca supe que los mecs trabajaran a esa escala… ni que usaran cuerdas cósmicas… Claro que… la teoría humana suponía que las cuerdas… eran poco frecuentes. Que se movían… casi a velocidad de la luz. Esta habrá… chocado con estrellas cercanas… y nubes… y va más lenta. Alguien la domina… la atrapó con campos magnéticos.

Arthur la interrumpió:

Una tarea difícil, claro. Más allá de los recursos de los seres humanos, aunque en principio no es imposible. Solamente hace falta manipular los gradientes de los campos magnéticos en una escala que no conocemos…

—¿Qué quieres decirme? —preguntó Killeen, impaciente.

Aunque las palabras del Aspecto se deslizaban por su mente con una rapidez cegadora, no tenía paciencia para el tono orgulloso de las pequeñas conferencias de Arthur. Las ecuaciones brillaron en su ojo derecho. Eran mensajes de Arthur, o tal vez el Aspecto pensaba que muchos números incomprensibles lo impresionarían. Killeen hizo una mueca. El Aspecto había asimilado los recuerdos de Grey, los manejaba. La presencia polvorienta de Grey se desvaneció mientras Arthur proseguía con rapidez:

Simplemente, que están usando la cuerda cósmica en algún tipo de obra de ingeniería civil. Shibo detecta los fuertes campos electromagnéticos que genera el movimiento, pero ese no puede ser el propósito, de eso estoy seguro. No, ese es un efecto colateral.

—¿Para qué cortar cuando la sección se cierra casi de inmediato?

Buena pregunta. Un misterio. Pero ese objeto resulta admirable por su belleza intrínseca. Según Grey, la formación de las galaxias e incluso la de grupos galácticos se atribuye a inmensas cuerdas cósmicas en el alba del universo. En eras remotas, las cuerdas fueron grandes a escala cósmica. Las galaxias se formaron por la turbulencia que producían al pasar, como las estelas detrás de un barco. A medida que transcurría el tiempo, se torcieron sobre sí mismas y se quebraron al cortarse. Las cuerdas en espiral lo hicieron muchas veces y se convirtieron en otras más pequeñas, como este fósil.

—Mira, ¿qué está haciendo esa cosa?

Algo ofendido, Arthur contestó con frialdad:

Tendremos que deducir su función de su forma, eso es evidente. Cabe señalar que el borde recto interior no llega a ubicarse a lo largo del eje del planeta. No puede tratarse de un error, no con ingenieros de esta habilidad. Sin lugar a dudas, eso es lo que quieren.

El aro giraba cada vez más rápido. A través de la línea del comunicador, Killeen oía el ruido distante de los detectores magnéticos en la sala de control.

—¿Por qué tendría que alinearse con los polos? —preguntó.

Me atrevería a afirmar que ese giro rápido provoca una presión alrededor del eje polar. Cuanto más rápido gira, tanto más regular es la presión. Libera la roca que se halla cerca del eje. Eso desliga el cilindro central que se formó al cortar, lo libera de la masa planetaria que está a su alrededor. Pero no sé cuál es el propósito de eso.

—¡Ah, vamos! —se burló Killeen con exasperación—. Entonces cállate hasta que se te ocurra algo.