6

B

esen se las arregló muy bien para encontrar y sacar del viejo casco de la nave los lentes que necesitaba Shibo. Los demás observaron su avance en el monitor principal. Killeen le dio una buena amonestación a Toby frente a Cermo y Shibo. Sabía que a través de Cermo el incidente llegaría a oídos de toda la nave con más rapidez que si hubiera dejado el comunicador conectado para toda la tripulación. Toby tuvo que quedarse de puntillas todo el rato, incluso cuando el dolor empezó a torcerle el gesto y el sudor le brilló sobre la frente. En ese duelo entre padre e hijo sólo podía haber un ganador —la herencia de la Familia y la nave lo exigían—, pero Toby aguantó como pudo. Finalmente, en medio de una conferencia deliberadamente larga de Killeen acerca de la necesidad de cumplir las órdenes con exactitud, Toby se derrumbó con estruendo sobre la cubierta.

—Muy bien. Ya he terminado —dijo Killeen, y se volvió hacia el monitor.

Besen había colocado bien los lentes translúcidos, fibrosos, demasiado delicados para estar expuestos constantemente al vacío. Movió la plataforma en que estaban instalados para alinearlos con el pequeño planeta brillante que giraba envuelto en los brazos polvorientos del plano elíptico de la estrella.

Shibo consiguió la imagen muy pronto. Killeen observó cómo se enfocaba la luz mientras Toby se levantaba y Cermo le ordenaba que volviera a la estación. Había sido difícil, pero Killeen estaba seguro de tener razón y su Aspecto Ling estaba de acuerdo. Las contradicciones inherentes al puesto de capitán de la nave y cabeza de Familia exigían momentos como este, los hacían absolutamente inevitables.

—¿Qué es eso? —preguntó Cermo, olvidando que por principio no debía preguntar nada a un capitán. Killeen fingió no haber oído la pregunta porque él también sentía deseos de hacerla.

Contra el fondo moteado de las nubes, colgaba un objeto perlado con un disco en el centro cruzado por una gran vara muy gruesa. La vara, casi una torre, tenía extraños salientes que se abrían en ángulos asimétricos. Killeen supo instintivamente que no era un Candelero. No tenía nada de aquella majestuosidad legendaria o de la belleza entretejida y perfecta.

—Tal vez es una construcción —dijo. Shibo asintió.

—Gira siempre sobre el mismo punto del planeta.

—¿Hay alguna forma de acercarnos al planeta con esa cosa siempre al otro lado? —preguntó Killeen.

Su comprensión de la mecánica de las órbitas planetarias seguía siendo muy vaga. Su Aspecto Arthur le había mostrado varios esquemas de naves y estrellas, pero no le había explicado gran cosa. Esas cuestiones estaban muy alejadas de la experiencia de un hombre que había vivido entre huidas y maniobras de guerra sobre llanuras desiertas.

Una vez, cuando Killeen le preguntó si una nave podía orbitar permanentemente sobre el ecuador de un planeta, Ling se había reído de él, una sensación extraña, porque la vocecita parecía traer ecos de otros Aspectos que Killeen no había conjurado. Había tardado bastante tiempo en darse cuenta de que esa órbita era imposible. La gravedad atraería a la nave detenida.

—Puedo intentarlo cuando estemos más cerca. Pero tal vez ese artefacto ya sepa que estamos aquí.

—Entonces, lo evitaremos. Oficial Shibo, deme una órbita lateral para que ese satélite no nos pueda descubrir.

Shibo asintió. Killeen supo por los ojos brillantes, rápidos, que ella captaba sus pensamientos más íntimos. Como capitán, tendría que decidir muy pronto si iban a detenerse en ese sistema o no. El Mantis, esa inteligencia congelada y mecánica de Nieveclara, les había dado ese curso. Pero si el planeta que veían estaba dominado por los mecs, Killeen los sacaría del sistema tan rápido como pudiera. Pero había un problema: ¿cuál era el momento indicado para hacer esa elección crucial? No había sabiduría familiar que le dijera cómo elegir, ni siquiera cuándo.

Dejó los controles y caminó por los pasillos retorcidos y estrechos delArgo. Lo esperaban distintas inspecciones y se tomó su tiempo con ellas. Mantuvo el paso mesurado y no dejó que nadie advirtiera su fiebre interior de reflexiones, cálculos y dudas. Quería que la tripulación viera a su capitán con aire tranquilo.

Había una expectativa cada vez mayor, un murmullo en el aire a medida que se acercaban a la estrella, es decir, al fin del viaje. Pronto sabrían si habían llegado a un paraíso o a otro mundo dominado por los mecs. La cara descolorida y extraña del planeta no les había dado respuestas, y Killeen tendría que negarse a contestar las preguntas de los miembros de la Familia que querían asegurarse de su destino.

Mientras caminaba por un pasillo lateral, oyó un roce leve, como si alguien raspara desde un conducto de aire. Instantáneamente, Killeen pegó un salto hacia el conducto, sacó la rejilla que lo cubría y miró al interior. Nada.

El sonido, como de pies diminutos que se alejaban, se desvaneció. Sí, un micromec.

A pesar de lo mucho que lo había intentado, la tripulación nunca había logrado destruir a todos los pequeños mecs que había dejado el Mantis en elArgo. Las máquinas que quedaban carecerían de importancia, de eso estaba seguro, habían servido para reparaciones menores y limpieza. Pero su presencia molestaba a Killeen. Sabía cuánta inteligencia puede albergarse en un espacio menor a la punta de un dedo. Después de todo, los chips que tenía ubicados en la columna albergaban personalidades enteras. ¿Qué serían capaces de hacer esos pequeños mecs?

No había forma de averiguarlo. Se habían dado extraños incidentes durante el viaje, momentos en que de repente habían desaparecido problemas enteros, y Killeen no había sabido nunca si la nave se había arreglado por sí misma con subsistemas escondidos, o si se debía al trabajo de los micromecs, que seguían sus propios planes.

A ningún capitán le gustaba que su nave estuviera bajo el control de otra persona u otro tipo de ser, y Killeen no podría dormir tranquilo hasta que todos los micromecs hubieran desaparecido. Pero a menos que pensara en algún remedio muy drástico, no había forma de librarse de esa molestia.

Irritado, furioso, se tomó un momento de asueto y se detuvo en un pequeño espacio vacío junto al pasillo en espiral. Allí estaba la única habitación del Argo dedicada a honrar el lazo que unía la nave con el pasado. Era lo bastante espaciosa para celebrar ceremonias, ritos para casamientos o muertes, que Killeen había encabezado durante dos años como parte de las obligaciones de su cargo. El gran salón estaba dominado por dos grandes planchas negras de hierro sujetas sobre dos paredes.

Las memorias de los ordenadores del Argo las llamaban Legados. Tenían inscripciones finas que brillaban en todos los colores cuando las iluminaban. Un lenguaje digital, sin duda, pero de tal complejidad que ni siquiera los programas del Argo podían descifrar. La nave tenía instrucciones de preservar esas tablas sujetas en paredes de cerámica y de defenderlas contra cualquier ataque. Era evidente que se trataba de alguna clave incomprensible con respecto al origen de los humanos en el Centro, y tal vez había muchas otras cosas, pero Killeen no tenía ni idea de cómo recorrer el camino que le diera algún tipo de respuesta al respecto.

En lugar de intentarlo, acudía a esa habitación a sentarse en un banco y pensar. La presencia sombría y amenazante de los Legados mellizos le resultaba curiosamente tranquilizadora. Sentía un lazo firme con el pasado desconocido pero magnífico del hombre. En los viejos tiempos, los seres humanos habían construido naves como esa, habían navegado las débiles corrientes entre los soles y habían vivido libres, libres de la presencia horrible de seres muy superiores.

Killeen envidiaba a la gente de aquellos tiempos. Ahora se detuvo para acariciar la superficie suave de los Legados, como si algún fragmento de la visión y la sabiduría de los antiguos pudiera penetrarle por las manos.

Cuando lo perseguían los problemas del liderazgo, pensaba muchas veces en Abraham y en los tiempos anteriores. Esos hombres habían capitaneado la retirada frente a los mecs. Lo habían dado todo.

Para Killeen y los Bishop, el destino había tenido un hilo de esperanza. Un mundo nuevo, nuevas visiones. Killeen podía liberar a su gente o perder la última apuesta.

Pero esa oportunidad llegaba una generación tarde. Abraham habría sabido qué hacer. Abraham había sido un líder natural. Con su aire tranquilo, de hombre tostado por el sol, había comandado sin esfuerzo visible. Killeen añoraba más a su padre ahora que en los tiempos que siguieron a su desaparición en la Calamidad, cuando cayó la Ciudadela Bishop. Una y otra vez se había preguntado cómo habría actuado su padre en su lugar.

Suspiró y se levantó. Rozó los Legados con la mano. Después se volvió y salió de la habitación, con la cara moteada y castaña del planeta en el ojo derecho para estudiar las fotos que llegaban.

Estaba pensando con tanta concentración en esa visión que no oyó los pies que corrían por el pasillo en espiral. Un cuerpo se le clavó en el hombro y lo hizo girar.

Él se apoyó contra la pared, sin aliento. Su hijo lo miraba a la cara.

—¿Estás bien, papá?

—No te oí llegar.

Besen y otros tres acudían corriendo. Perseguían a Toby, pero se detuvieron en seco al ver al capitán.

—Estábamos jugando a la pelota —explicó Toby sumiso, mientras levantaba una pequeña esfera roja.

—Es muy divertido en el eje —comentó otro chico.

—Sí, y todavía más con gravedad baja —agregó Besen. Tenía los ojos brillantes y alerta.

Killeen asintió.

—Me alegro de que os mantengáis en forma —dijo. Una mirada a los ojos y los demás lo dejaron solo con Toby.

—¿Te molesta lo que pasó en la sala de control?

Toby se mordió el labio; el conflicto se reflejó en su rostro.

—No sé por qué tenías que ponerte así.

—No te voy a dar una conferencia sobre disciplina, pero…

—Me alegro. Últimamente no haces más que pronunciar conferencias sobre disciplina.

—No me diste alternativa de decir nada más.

—Y tú no me das a mí muchas alternativas.

—¿Qué quieres decir?

Toby se encogió de hombros, irritado.

—Estás encima de mí constantemente.

—Solamente cuando me obligas.

—Mira, trato de hacer las cosas bien.

—Tal vez lo intentas demasiado.

—Estoy cansado de estar sentado. Quiero hacer algo.

—Solamente cuando te lo ordenen.

—¿Eso crees? No…

—Y vas a cuidar tu lengua cuando yo te dé una orden.

El labio de Toby se curvó.

—El que habla es ese viejo de Ling, ¿verdad? «Cuidar tu lengua».

—Que te cuides sí, y mis Aspectos son…

—Desde que tienes a ese, parece que es él quien da las órdenes.

—Naturalmente acepto sus consejos.

—Parece que el Argo está al mando de una vieja puta y no de mi padre.

—Controlo mis Aspectos. —Killeen oyó su propia voz, dura, formal y se obligó a hablar con más énfasis—. Pero ya sabes cómo son esas cosas a veces. Tú sólo tienes dos Rostros y hace… ¿cuánto?, ¿un año?

Toby asintió.

—Y los tengo muy bien.

—Claro que sí. ¿Te resulta fácil?

—Bastante. Me hablan de tecnología sobre todo.

—Pero te das cuenta que ves las cosas de otro modo con ellos.

—Me cansa estar sentado todo el tiempo tratando de arreglar cosas.

—Cuando llegue el momento…

La boca de Toby se frunció con exasperación.

—Yo y los chicos. Besen, todos nosotros. Queremos estar en el asunto cuando suceda.

—Claro. Pero mientras tanto, debéis tener paciencia, ¿me oyes?

Toby suspiró y la tensión se desvaneció poco a poco de su rostro.

—Papá, es como si ya no hubiera un momento para estar los dos juntos como cuando…

—¿Cuando estábamos solos?

Toby asintió y tragó saliva.

—Será mejor que lo entiendas. La mayor parte de las veces soy Capitán, no tu padre.

La mandíbula de Toby se tensó de nuevo.

—Parece que últimamente la tienes tomada conmigo.

Killeen hizo una pausa, trató de pensar si eso era verdad.

—Tal vez.

—Yo trato de hacer bien las cosas.

—Yo también —dijo Killeen.

—No quiero perderme nada cuando lleguemos a tierra.

—No lo harás. Necesitaremos a todos.

—No me dejes al margen por ser…, ya sabes.

—¿Mi hijo? Bueno, no dejarás de serlo, pero ya verás que habrá momentos en que desearás ser el hijo de cualquier otro.

—Nunca.

—No creas que vas a conseguir privilegios.

—No lo creo.

—¿Hijo? Nada de esto cambia lo que somos, ya lo sabes.

—Supongo que no. —La cara de Toby parecía golpeada y chata bajo la luz esmaltada—. Pero ya no es como en los viejos tiempos.

—¿Cuando corríamos para salvar nuestras vidas? Diría que estamos mucho mejor.

—Sí, pero, bueno…

—Los malos tiempos parecen buenos sólo cuando los recuerdas desde épocas mejores.

La cara de Toby se relajó un poco.

—Supongo.

—El tiempo no puede cambiar nuestra relación.

—Supongo que no.