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U
na onda de inquietud atravesó el valle. Las filas de Familias reunidas se movieron sacudidas por la marea. Los pies rozaron el suelo, nerviosos, y levantaron una nube de polvo que se elevó como una respuesta visible. Las cabezas se levantaron, tratando de ver la filigrana sombría que danzaba como una pluma encendida a través del cielo.
—¿Qué? —La voz de Su Supremacía parecía débil y nerviosa, comparada con el poderío resonante que había llegado desde el aire conmovido—. ¿Eres Dios? ¿Dios habla así?
Busco a un ser de la clase que, según percibo, está reunida aquí. He buscado en este mundo mucho más de lo que me correspondía y he encontrado a muy pocos de vosotros, seres diminutos. Las formas bajas de vida suelen ser numerosas, pero vosotros sois raros en los enclaves protegidos que acabo de examinar, en los planetas congelados de materia lenta y poco interesante.
—Yo soy la voz de la humanidad aquí —exclamó Su Supremacía.
En el aparato sensorial de Killeen la voz humana parecía inundada por ondas suaves. Esas olas macizas eran como rejillas que se inflaban y se deslizaban. Killeen recordó los océanos matemáticos que había recorrido en la mente del Mantis.
¿Tú eres el que busco? Emites un chillido agresivo, como el suyo, de eso me doy cuenta. Pero tu esencia tiene menos ángulos y está coloreada con los tonos más profundos de los gases que se queman. No, no eres el que busco. Vete.
La boca de Su Supremacía se torció, llena de furia.
—¡Tú no eres Dios! ¡Tú vienes de los cíbers! ¡Estoy seguro! ¡Vete, demonio asqueroso!
Killeen retrocedió, inseguro. Esa era la voz que lo había llamado hacía años, en Nieveclara. La que le había aconsejado que no reconstruyera la Ciudadela Bishop y que buscara elArgo. Después de encontrarlo enterrado bajo una colina gastada, Killeen había esperado otro contacto con la voz, más órdenes, pero no había llegado nada en dos años de navegación por el espacio. Deseaba contestarle.
Pero ¿allí? Todos lo oirían, sin duda, y eso les revelaría lo que Killeen pensaba hacer más adelante.
Trató de adivinar lo que comprendería Su Supremacía, sobre todo ahora que la cara rubicunda del hombre estaba retorcida de frustración. El acto de recibir el mensaje tal vez impediría que Killeen obedeciera las órdenes de la voz si Su Supremacía utilizaba la información para sus propios fines.
Hay muchos de vosotros, pequeños seres, cada uno con un aura diferente y una forma distinta. ¡Es frustrante! La creación es infinita, pero aquí esa diferencia parece trivial. ¿Qué necesidad puede haber de esta variedad, esta multiplicación infinita de sombras y matices? Pero eso no significa que vosotros seáis un trabajo artístico, claro. Es un hecho que dificulta mi trabajo.
—¡Vete, agente del mal! ¡O te mataremos! —Su Supremacía había puesto todo el poder de su garganta, nada desdeñable por cierto, en ese grito de burla.
¿Te atreves a desafiarme? ¿Quieres destruir a un ser hecho de los campos más tenaces? Mis bordes magnéticos podrían pulverizarte en un instante, bicho molesto. Una descarga de un pensamiento cualquiera, un pensamiento insignificante en mi organismo, podría acabar violentamente con miles de seres como tú. Pero no importa, no tengo tiempo de comprender los cenagales de pestilencias y ángulos chatos que conforman a tu especie inexperta. No puedo investigar una legión de seres como tú para enviar un mensaje de sentido confuso. Me voy.
Las ondas multicolores empezaron a apartarse de los cielos. La presión en el sistema sensorial de Killeen disminuyó un poco.
—¡No! ¡Espera! —Saltó en el aire, los brazos extendidos como para atrapar las líneas de líquido azul que huían muy por encima de su cabeza—. ¡Yo soy Killeen! ¡Aquí estoy!
La puntilla de luces se detuvo y se ondeó en el cielo. Killeen vio cómo lanzaba dedos azules hacia abajo, siguiendo el arco de los campos magnéticos del planeta.
Sí. Siento tu olor penetrante y tu ser inclinado. Me alegro. Estaba cansado ya de esta persecución, esta obligación agotadora. Recibí esta petición de un poder que se sienta todavía más cerca del Comilón que yo mismo. Puedo llegar con mi cabeza al reino de los mundos fríos, duros como este; mis pies se fijan en un plano ordenado y áspero de plasma, un plano cortado por las tormentas, el disco de aumento que alimenta con calor el apetito del Comilón. Desde el interior de mi reino agitado llega este marco de preguntas que voy a hacerte.
Killeen miró a Su Supremacía. La rabia parecía estar confinada en su cuerpo, forcejeando detrás de los ojos congestionados y los labios protuberantes. El hombrecito tenía la mandíbula colgando hacia un lado y la movía constantemente. Pero no daba órdenes. Killeen se apartó de su Familia para que su sistema sensorial estuviera tan limpio como fuera posible.
—Dime, la última vez aseguraste que conocías a algo que decía ser mi padre. ¿Qué…?
Lo primero es una pregunta. ¿Cómo está Toby?
Cualquier duda que hubiera tenido Killeen referente al sentido de aquella frase extraña, hacía años, se desvaneció de pronto con esas palabras. ¿Quién, si no Abraham, preguntaría primero por su nieto?
—Está bien. Crece constantemente. Está de pie a mi lado. ¿Puedes sentir el…?
Percibo un aura débil, sí, similar en algo a la tuya. Me la llevaré hacia atrás, por las líneas magnéticas que van en espiral hacia el Centro. Se refractará en el mar de geometrías donde espera algo sombrío. Cerca de mi pie hay una fuente de antimateria que surge por medios artificiales, por eso no puedo garantizar las transmisiones de datos tan efímeros como vuestras pequeñas auras.
—¿Mi padre está contigo? Dile que necesitamos…
No. Aquí conmigo, no. Lo único que sé es que él vivía más adentro, girando en alguna parte en los remolinos agitados por el tiempo.
—¿Vivía? ¿Todavía vive? —La voz de Killeen se tensó de angustia.
Las formas como tú parecen estar ahí, escondidas, por razones que no se han revelado. No puedo decir si esa unidad en particular aún persiste. La presencia de esas entidades primitivas e insignificantes es un misterio más grande que ningún otro en tus mensajes, pequeña mente, pero no te voy a agobiar con temas que no puedes comprender. Presta atención, el siguiente mensaje es: Aplica los códigos del Argo a los Legados.
—¿Legados? Pero hemos perdido… —gritó Killeen.
Silencio, pequeña mente.
—Ya no tenemos nave…
La entidad electromagnética, sin interés alguno por lo que oía, se movió como si la recorriera una inquietud. Emitió auroras que tiñeron de verde brillante las nubes cercanas, luego las empujó hasta que todo el cielo quedó despejado. Las orillas de los altos cirros se abrieron como una boca que quisiera morder el cielo sombrío que empezaba un poco más allá.
Los mensajes que debo enviar no son simples frases, sino más bien inteligencias microscópicas, fragmentos de la mente que los envía. Por lo tanto, debo esperar que ese punto en mí piense una respuesta a lo que me dices. Ahora dice: Entonces, estás perdido.
—Pero eso…
Su Supremacía lo interrumpió, gritando:
—¡Capitán de los Bishop! Te ordeno que desistas. Una conversación con este agente de la corrupción confundirá a nuestra Tribu y nos llevará al error.
Killeen echó una mirada al hombrecito e hizo un gesto como para borrarlo de su mente. Quería pensar. Su padre…
—¡Te lo advierto! —La voz de Su Supremacía se llenó de amenazas—. Tratar con…
—¡Cermo! ¡Perímetro estrella!
Los Bishop rompieron filas y se formaron en una falange dirigida hacia el exterior. El aire ardía con los sistemas sensoriales de los suyos enfocados hacia los campos de las otras Familias.
—No voy a tolerar interrupciones —declaró Killeen en voz tranquila—. ¡Eso no es un diablo ni un asesino de Dios! ¡Déjanos hablar!
—Ordeno… —empezó Su Supremacía, pero se interrumpió al percibir el impacto del campo unido y compacto de los Bishop.
Las armas bajaron de los hombros, se prepararon, apuntaron los blancos principales. Empezando por Su Supremacía.
—Nosotros, los Bishop, pedimos un momento. ¡Invoco la primera y más conocida de las reglas, la intimidad de la Familia…!
El valle zumbó de inquietud. Las otras Familias no se movieron. Su Supremacía apretó los puños, pero permaneció en silencio mientras Killeen volvía a enfocar su sistema sensorial hacia el cielo.
Me pidieron que no te diera estos mensajes hasta que estuvieras libre de las influencias de la inteligencia mecánica. Por eso no te hablé en la nave. Estaba poblada por formas mecánicas que no debían recibir la clave de los Legados.
—¿Hay mecs a bordo del Argo? —Killeen sabía que había unos pocos que habían eludido la captura después del motín humano en Nieveclara, pero suponía que no tenían poder alguno, que eran insignificantes.
Los mecs están en todas partes. Son el polvo que flota entre los soles.
Había casi una nota de simpatía en la voz que presionaba en el sistema sensorial de Killeen.
—Mira, ¿hay alguna forma en que mi padre pueda ayudarnos? Estamos atrapados aquí. Hay otra forma de vida que está partiendo el planeta en dos. No podemos liberarnos, a menos que algo más poderoso que nosotros nos ayude.
Soy un mensajero, no un salvador.
—Dile a mi padre, si es que todavía está vivo, que nos mande ayuda.
La pequeña mente que interrogo envía lamentos de remordimiento, si eso te ayuda. Pero nada más. De todos modos, mis poderes no están a su disposición.
Los trazos de colores empezaron a desaparecer.
—¡No nos dejes aquí!
Adiós.
—¡No!
Pero la cosa ya se había marchado.
Killeen se dejó caer al suelo presa de un cansancio brusco y terrible. Una depresión intensa se instaló en su mente como una nube, y él jadeó como si hubiera estado corriendo. El color azul se escurrió dejando al mundo a oscuras.
Shibo tiró del traje de Killeen para levantarlo. Las manos de su gente lo sostenían. Toby le puso un brazo sobre el hombro y lo llevó hacia delante. Los Bishop todavía mantenían una formación defensiva. El aire estaba tenso. Las otras Familias los estudiaban, las manos muy cerca de las armas.
—Volverá —lo consoló Shibo—. No te des por vencido.
Killeen miró a su alrededor, contempló la llanura polvorienta, sombría, y las filas de humanidad harapienta que la llenaban.
—Sí, claro, claro —respondió automáticamente, sin creer en lo que decía.
—Lo hemos asustado —resonó la voz de Su Supremacía—, sí, sí. ¡Ese ser huyó por nuestra demostración de unión y solidaridad frente a él!
Killeen agitó la cabeza y no replicó. Esperaba que Su Supremacía lo castigara de inmediato, pero el hombrecito se limitó a mirarlo con furia. Y luego, sus ojos se vaciaron, como dos pedazos de cristal.
Se volvió, dando la espalda a los Bishop, y empezó a entonar el resto de su antigua letanía. Killeen hizo un gesto y los Bishop deshicieron la formación agresiva y volvieron a las filas. Pero la tensión, muda, aguzada, no abandonó el valle.
—Ese tipo no lo olvidará —murmuró Toby junto a Killeen.
—Tal vez esa cosa del cielo lo asustó. Por lo menos a mí me dio miedo —dijo Besen.
—Es difícil asustar a un hombre que ya es Dios —declaró Shibo con amargura.
Killeen escuchó el resto del servicio religioso sin entenderlo; las palabras pasaban sobre su mente como gotas de lluvia sobre el cristal de una ventana.
Cuando terminó la ceremonia, condujo a los Bishop hasta el campamento. Caminaban con elegancia, aunque tenían los ojos inexpresivos y lejanos. Killeen oyó los murmullos de las otras Familias. Algunos se burlaban y los amenazaban. No respondió. Recordaba el rostro de su padre.
Al pasar junto al grupo de oficiales que rodeaban a Su Supremacía, el hombrecito lo miró con atención, como si lo estudiara, los ojos oscuros y entornados.
—Ya hablaremos contigo, capitán —se limitó a decir. Después le dio la espalda y echó a andar en dirección contraria.
La Aspecto Grey de Killeen dijo:
Esa Supremacía… tiene una mirada estrecha y enojada. Los hombres como él son peligrosos… como decían los antiguos.
Killeen asintió, pero las opiniones de los hombres le parecían triviales frente a lo que los Bishop acababan de perder.