Capítulo 31

VIERNES 17 de agosto de 2007

De: celinafigueroa@elfederal.com.ar

Para: mechegonzalez@hotmail.com

Querida Meche, no he recibido respuesta a mi último correo y estoy preocupada. Llamé al celular que me diste y da apagado, aunque no sé si por ser una llamada internacional o por alguna otra razón. De todas formas, te reenvío el mail de hace dos días, por si no llegó.

Hablé con doña Ana, le expliqué la historia de principio a fin, sin ahorrarle nada, ni siquiera que su casa en Mar Calmo ya no existía. La noche anterior habíamos estado cenando con Tomás y cuando lo dejé y volví a casa, ella me enfrentó en la mesa con un mate cocido y me dijo, más bien me retó, que Tomasito tenía que vivir conmigo de una vez por todas, que se notaba que el chico quería vivir acá, con su madre, que el pobrecito no hacía otra cosa que portarse como un perrito que baja las orejas para que lo dejen entrar, Celina, que me pusiera en su lugar, mi ángel, un paquetito de acá para allá con semejantes fríos, no podía seguir así, en serio, las abuelas estaban para ayudar, no eran lo mismo que una mamá, Celina. Me dijo todo esto de corrido con un tono firme y se quedó mirándome y como no supe qué responder porque pasó lo de siempre cuando se habla de este tema, me atacó un principio de pánico, le dije: doña Ana, encontré a su nieto, se llama Iñaki, vive muy lejos y sufre una enfermedad que lo aísla de todo y de todos, es autista. Meche, ¿te das cuenta de que de todas las formas posibles de darle la noticia elegí la peor, el baldazo de agua fría? Pero ya te digo, fue en medio de un ataque de pánico, un manotazo de ahogado para cambiar de tema sin pensar en las consecuencias. Doña Ana se quedó muda y empezó a temblarle el labio de abajo; tanto le temblaba, había tanta tensión en ese movimiento involuntario de su boca que me asusté y ya no supe cómo seguir, así que me quedé inmóvil y en silencio durante un tiempo que se me hizo eterno. Imaginé que su reacción habría sido la misma que cuando encontraron el cuerpo de Juan Cruz, cuando alguien tocó la puerta de su vieja casa de Mar Calmo y le dijo sin demasiados preámbulos que su hijo había aparecido en la Antártida. ¿Su hijo o el cuerpo de su hijo, le habrán dicho, Meche? Como sea, la imaginé parada en la puerta o sentada delante del enorme ventanal que ya no existe con el mismo temblor en los labios y el mismo silencio, sin saber si alegrarse o llorar por el hijo que apareció y al mismo tiempo seguía tan lejos e inaccesible como siempre. Eso era lo que imaginé desde mí, Meche, pero doña Ana no es como yo. Ella simplemente dejó caer un par de lágrimas y me abrazó. Celina, querida, siempre supe que lo ibas a encontrar, me dijo, ¿cómo era?, ¿dónde vivía?, ¿estaba bien cuidado?, ¿lo podría ver, aunque sea para darle un beso a su querido nieto? Así es doña Ana, Meche, ¿quieres a alguien mejor? Después le conté toda la historia, que oyó con enojo, con pena, con rabia contra Ellos, que eran capaces de cualquier cosa, me lo había dicho, ¡mirá, Celina, que abandonar un niño así, tan chiquito, tan indefenso!, con un gracias a Dios porque existe gente como tú, Meche, y con la esperanza de que en la vida todo vuelve y que a Ellos les va a volver lo mismo que dieron, aunque sin desearle el mal a nadie porque nunca lo hizo ni quiere hacerlo, si no sería igual que Ellos. Después le dije que esperara un minuto sentada, la besé en la mejilla porque me despertaba mucha ternura esa linda vieja, y busqué las fotos con un poco de inquietud por su reacción. Las miró en silencio y entonces sí la vi atravesar con sus ojos, con sus manos que acariciaban de tanto en tanto esas imágenes de bebé, de chaval, de muchacho, la vida de su hijo a través del tiempo de Iñaki, como Pancho y Juan Cruz, dijo, dos gotas de agua. Sobre el final del álbum que le armamos, Meche, doña Ana vio en Iñaki grande la continuidad de un Juan Cruz que volvió de la guerra, que sobrevivió al frío de su balsa, que regresó a Mar Calmo, que corrió desde la terminal a la playa, que en dos saltos llegó a la puerta de la vieja casa de madera sin avisar, para sorprenderla, que la abrazó, que lloró en esos brazos con su alma joven de edad, pero ya envejecida por haber visto tanto horror de golpe; doña Ana encontró, Meche, en las fotos más recientes de Iñaki, al Juan Cruz que siguió creciendo con ella y en esos minutos de viaje con su hijo perdido desde el pasado hasta hoy se enamoró de tu Iñaki, su nieto.

Querida Meche, así están las cosas aquí, todos tenemos los brazos abiertos para tu chaval, aunque esperamos jamás tener que recibirlo solo, sé que eso no ocurrirá, que tú, Iñaki y Pilar vendrán juntos a Buenos Aires muy pronto. Respóndeme este mail para saber que todo va bien. Celina.