El aprendizaje

LA CAPACIDAD DE APRENDER es lo que nos distingue de otras criaturas. Los maestros más universales siguen, siendo el error, el desengaño y, consecuentemente, el dolor, Pero existen otros maestros, los llamados gurús, que tratan de evitarnos ese desagradable proceso y conducirnos directamente a las fuentes de la sabiduría. Desgraciadamente, su método, basado en la disciplina y la renuncia, tampoco resulta un camino de rosas y la primera lección ya nos enseña que el conocimiento sólo se logra caminando sobre un lecho de espinas.

El sistema más antiguo de aprendizaje es la imitación. Se imita a quien se admira. Así el hijo imita al padre, el monje al abad, el discípulo al maestro y el seguidor al ídolo. Este mimetismo representa, sin embargo, una forma imperfecta de conocimiento porque se reduce al comportamiento y no entraña ninguna sabiduría. Sólo sirve para establecer patrones de conducta social y explica muy bien el fenómeno de las modas, tan arraigado entre la juventud. Hay padres, abades y maestros que ignoran este principio elemental y tratan de impartir doctrina e instrucciones al educando, al margen de su ejemplo. Vano intento. La virtud no se explica. El padre fumador, por mucho que se afane en aleccionar a su hijo sobre los males de ese vicio, verá seguramente como éste cae en él. Lo mismo ocurre en los grandes grupos sociales donde la ética viene determinada por la conducta de los líderes. Si éstos son ventajistas, corruptos y mentirosos, la masa social que los sigue imitará su comportamiento.

Otra forma imperfecta de aprendizaje es el almacenamiento de datos en el disco duro de la memoria. La información no es más que un sistema de referencias que puede resultar de gran ayuda en el análisis y asimilación de nuestras propias vivencias, pero no es, en sí mismo, una fuente de sabiduría. Esto parece ignorarlo el sistema de educación actual que atesta de información al individuo y sólo considera aventajado a quien es capaz de almacenar y reproducir más datos. La persona informada, como las computadoras de la quinta generación, parece muy inteligente, pero no lo es. Por el contrario, corre el peligro de descuidar el cultivo de las facultades superiores de la mente, al potenciar exclusivamente los mecanismos automáticos cerebrales que realizan funciones semejantes a las de los procesadores de datos.

Existe otra creencia muy extendida en la sociedad científica e intelectual que entiende el conocimiento como una forma de robar secretos a la naturaleza, de establecer relaciones entre unas cosas y otras para tratar de llegar a la esencia última, común a todas, donde sin duda se encuentra la madre del cordero, la verdad en sí misma, el cerebro creador. También en este campo del conocimiento existen gurús. Son los grandes patriarcas de la ciencia, los artífices de las hipótesis que configuran y tratan de dar consistencia a los dispersos hechos conocidos. Absortos en sus profundas lucubraciones, estos cerebros privilegiados olvidan a menudo que el instrumento con el que tratan de desvelar los misterios de la vida, su propia mente, forma parte de ella y la parte nunca puede comprender al todo. Lo finito jamás podrá contener a lo infinito. Después de todo, la investigación científica no es más que la búsqueda de un conocimiento objetivo, llevada a cabo por un ser subjetivo. Cuando todos los objetos hayan sido pesados, medidos, analizados y conocidos, aún quedará pendiente la investigación del sujeto o investigador. Ahí es donde termina el científico y comienza el buscador espiritual o místico.

Éste es también el aprendizaje por antonomasia que precisa de un maestro por antonomasia. El conocimiento secular de los objetos que nos rodean y las fórmulas prácticas que mejoran nuestra percepción de la vida y nuestra ubicación en el contexto universal se rige por mecanismos mentales que dan una dimensión a la realidad. El conocimiento espiritual, bien al contrario, tiene su origen más allá de lo aparente y sólo se obtiene cuando uno es capaz de trascender el instrumento básico del conocimiento convencional: la mente.

De acuerdo con los viejos sabios orientales, aprender no consiste en incorporar nuevos datos, nuevas aportaciones, nuevos hallazgos… Se trata únicamente de descorrer paulatinamente el velo de ignorancia que oculta todo lo que sabe en secreto nuestro ser más profundo. No hay nada de interés fuera de nosotros. Lo importante es cambiar la óptica, percibir de otro modo, interpretar con otra clave, mirando siempre hacia adentro.

En este proceso, el preceptor no enseña, sino que ha de ingeniárselas para que el discípulo aprenda. Por lo general, en la primera fase, todavía muy mental, su trabajo consiste en estimular el discernimiento que permitirá al discípulo comprender la naturaleza ilusoria de la realidad. Después viene la parte más difícil: desdibujar el concepto egocéntrico que nos inserta y relaciona con ella. Más adelante, las pequeñas inmersiones en ese otro ámbito que se extiende más allá del tiempo, del espacio y de las formas, pero en el que sigue latiendo con fuerza la propia identidad, van dando noticia de dimensiones insospechadas, de nuevos e inmensos universos espirituales que, sin embargo, siempre han estado ahí, dentro de los límites de la propia conciencia, y constituyen el manadero, la fuente de donde fluye inagotable la esencia de la vida.

El aprendizaje espiritual consiste, pues, en desasociarse de los avalares de esta realidad incongruente que nos envuelve a lo largo de toda la existencia. En desprenderse de la ignorancia que nos lleva a identificamos con el cuerpo perecedero, antes que con la esencia duradera; a confundir el placer momentáneo con la felicidad duradera; y a creer que el conocimiento de los objetos es el camino para obtener la sabiduría. Aprender no consiste tanto en llenarse de datos e información, como en vaciarse de todos los conocimientos superfinos que dan consistencia y apariencia a una realidad engañosa. Pero no basta aceptarlo así; eso es sólo una pose, otra distorsión. Hay que experimentarlo, y ahí radica la dificultad. ¿Alguien quiere un gurú experimentado que le acompañe hasta la otra orilla?