Los «otros» evangelios

FUERON CON TODA SEGURIDAD los monjes nestorianos quienes, huyendo de las hordas de Genghis Khan, devolvieron a Occidente las antiguas escrituras que habían custodiado durante siglos en el interior de Asia, sin que nadie pueda explicar cómo llegaron hasta allí. Parte de estos manuscritos que datan del siglo primero después de Cristo están escritos en arameo, la lengua hablada por Jesús, y se conservan en el archivo del Vaticano. Existe también una traducción en eslavo antiguo que pertenece a los Archivos Reales de los Habsburgo, actualmente propiedad del gobierno austríaco. En. 1937, el afamado lingüista Edmond Bordeaux Szekely tradujo del arameo al inglés aproximadamente una tercera parte de esos originales y dio a conocer al mundo la existencia de lo que más tarde sería dado en llamar Manuscritos del Mar Muerto, una serie interminable de documentos datados en los primeros tiempos del cristianismo que recogen hechos históricos relacionados con la figura y peripecia del Mesías. Gran parte de ellos ya han sido revisados y estudiados por especialistas con ayuda de sofisticados programas de ordenador y, venciendo la resistencia del Vaticano, que preferiría restringir su acceso a un grupo escogido de expertos, está a punto de ser publicada una selección de textos que podría poner en cuestión no pocas «verdades inamovibles» del cristianismo.

El empeño secular de la Iglesia en elevar los Evangelios a rango de Escritura Sagrada y dotarlos de un carácter trascendental de palabra revelada y divina, ha tergiversado históricamente su propia naturaleza de relato pareo de la vida y enseñanzas de una figura extraordinaria, Jesús el Galileo. Muy a menudo se olvida que la narración de los hechos que recoge el Nuevo Testamento tuvo lugar en épocas diversas, en ocasiones, muy posteriores a la muerte de Jesús, y fue llevada a cabo por personas que no conocieron al Maestro en vida y sólo tuvieron noticia de lo que cuentan a través de terceras o cuartas versiones. Todos ellos eran seguidores conversos, más proclives a construir y propagar la leyenda en que fundamentaban su fe que a desarrollar sesudos ensayos desmitificadores. Los hechos así recogidos parecen más susceptibles de responder a un carácter épico o hagiográfico que a un estudio desapasionado, objetivo y riguroso de acontecimientos históricos. Eso sin contar las interpretaciones que la Iglesia ha institucionalizado a lo largo de los siglos. No fueron, con todo, estos Evangelios los únicos que glosaron las andanzas de Jesús. Otras muchas versiones circularon durante siglos hasta que Roma decidió atribuir a Mateo, Marcos, Lucas y Juan la interpretación genuina de la «Palabra de Dios».

Gnósticos, apócrifos, esenios… son palabras inevitablemente unidas a otros tantos Evangelios que no hicieron fortuna en el seno de la Iglesia, pero cuyos textos han servido a historiadores y especialistas para tener una visión algo más enfocada de la figura de Jesús. Mientras en el Nuevo Testamento se recogen resúmenes sucintos, en ocasiones una sola frase, de las conversaciones de Jesús con los que le seguían, en algunos Evangelios paralelos pueden leerse con el mayor detalle los diálogos completos. El resultado es que, siendo básicamente semejantes las situaciones, el contexto modifica significativamente la interpretación, que históricamente se ha atribuido a algunas palabras y actitudes de Jesús.

Hace algún tiempo aparecieron, casi simultáneamente, en Estados Unidos varios libros escritos, uno por un teólogo católico progresista, otro por un catedrático independiente de Religiones Comparadas y un tercero a cargo de una mujer judía, que coincidían en su planteamiento básico: la interpretación que la Iglesia ha dado de la figura de Jesús no se corresponde, a la vista de los actuales conocimientos históricos, con la personalidad del Mesías, ni con su talante humano. Se impone, concluyen cada uno a su manera, una completa revisión de la imagen que la doctrina cristiana ha confeccionado alrededor de su fundador.

Coincidentemente, ya en 1937 Bordeaux Szekely justificaba así la publicación de sus primeros trabajos: «Casi dos mil años han pasado desde que el Hijo del Hombre mostró a la humanidad el camino, la verdad y la vida, trayendo salud al enfermo, sabiduría al ignorante y consuelo al afligido. Sin embargo, sus palabras fueron medio olvidadas y no se recogieron hasta varias generaciones más tarde. A lo largo de la historia, éstas han sido malinterpretadas, terriblemente mutiladas y deformadas, reescritas y transformadas cientos de veces. Es una gran responsabilidad proclamar que el Nuevo Testamento, base de todas las Iglesias Cristianas, es un documento deformado y falsificado, pero no hay mayor religión que la verdad».

Basta recorrer los desiertos de la Transjordania para comprender que quienes malvivían en aquellos desolados pedregales en la época de Cristo eran personas iletradas y sin mayores inquietudes que sobreponerse a los numerosos achaques que los afligían. Acudían esperanzados a escuchar las palabras de Jesús porque éste les brindaba compasivamente su sabiduría, enseñándoles a recuperar la salud. No podían ser peores los hábitos dietéticos de aquellas pobres gentes sin recursos económicos ni campos que cultivar. Enfermos, desocupados y aburridos seguían día y noche al Maestro. Atraídos por su carisma, escuchaban sin cansarse las doctas palabras que les mostraban los principios básicos del higienismo: ayuno, sol, aire, agua, Quienes seguían sus enseñanzas recuperaban la salud y la alegría de vivir y se convertían en discípulos, Otros, aguardaban el milagro. Para unos y otros, Jesús era Dios porque Dios es siempre lo mejor y no había nada mejor en sus vidas. El agradecimiento hacia quien brindaba lo mejor de sí mismo sin pedir nada a cambio fue forjando una leyenda que precedía al Mesías adonde quiera que fuera.

Sin restar un ápice a su grandeza, los relatos pormenorizados de las conversaciones entre Jesús y quienes le seguían muestran a un Jesús terrenal, conmovido, deseoso de ayudar a los desamparados en sus necesidades básicas, que no eran otras que la salud y la higiene. Muy lejos de esa figura milagrera que recorría las tierras de Galilea presumiendo de Padre e impartiendo frías dosis de filosofía críptica. Quizá el futuro nos hable de un Jesús menos divino y más humano. Y, por ello, tal vez más grande.