El yoga
LOS ORÍGENES DEL YOGA se pierden en la noche de los tiempos. Hay una leyenda que cuenta como, antes del advenimiento de la humanidad, el dios Siva se encontraba junto a un lago enseñando los secretos del cuerpo a su esposa Párvati. Matsiendra, un pez que nadaba cerca de la orilla, se quedó fascinado con lo que oía y decidió ponerlo en práctica. Así alcanzó la Realización y pasó sus conocimientos a Yogendra, éste a Tutsi, éste a Mahesh… y así un largo etcétera hasta llegar, milenios más tarde, al muy misericordioso Swata Rama, que los codificó y sistematizó para beneficio de la humanidad en su famoso libro Hatha Yoga Pradipika.
Que nadie se equivoque. El yoga no es un tema menor envuelto en una de tantas leyendas orientales. Se trata del más impresionante conjunto de conocimientos que vieran los siglos. Nadie sabe cómo, los antiguos yoguis descifraron muchas leyes universales que aún hoy nos resultan desconocidas. Supieron con detalle de la energía y sus distintas funciones. Diseñaron métodos para domeñarla y someterla. Trazaron el mapa preciso de las emociones humanas cuando nuestros antepasados occidentales se limitaban a pintar venados en las paredes de las cavernas. Y aún más: entendieron prontamente que la conciencia individual debía ser trascendida, que la sabiduría proviene de la experiencia y que la experiencia trascendente muestra que el universo es una ficción, un juego de la mente cósmica que tiene al hombre prisionero de sus fantasías.
Yoga quiere decir unión, fusión, disolución de lo pequeño en lo grande, de lo múltiple en lo uno, del ego individual en la conciencia universal. A este estado de desbordamiento del yo se le denomina samadhi. El único camino de acceso a tan excelsa experiencia es la meditación, la suspensión de toda actividad mental, lo que supone trascender el tiempo y el espacio. (Yerran los científicos cuando tratan de estudiar estos conceptos como realidades en sí, al margen del perceptor. El tiempo y el espacio son hijos de la mente y se desvanecen con ella. Los yoguis lo saben desde siempre por experiencia propia).
La práctica de la meditación se basa en el desarrollo de la concentración, una condición que supone reducir toda la actividad mental a una sola onda cerebral, un solo pensamiento. Antes, es preciso aprender a desconectar los sentidos de la realidad exterior, para que los impactos sensoriales no alteren el flujo de la atención / concentración / meditación.
Este control de las funciones cerebrales está íntimamente relacionado con la manera en que el prama, la energía vital, fluye por el cuerpo. Por eso los yoguis atribuyen tanta importancia a los ejercicios del pranayama, ya que limpian de impurezas los canales sutiles y aquietan la ansiedad mental. Antes, naturalmente, ha habido que someter el cuerpo a una sesión de asmas, las conocidas posturas de yoga que dejan a cualquier cristiano en la misma gloria.
Ya se ve que el asunto tiene mucha miga y los yoguis saben perfectamente por dónde andan. Occidente ha descubierto el yoga ayer y no ha tardado en frivolizarlo, desvirtuarlo y comercializarlo como un método blando de relajación y reducción del estrés. Pero es mucho más. El yoga encapsula el mayor legado de sabiduría de la humanidad. Resume la experiencia de incontables místicos y sabios que, a lo largo de los siglos, han constatado y refrendado la validez intemporal de sus postulados. La ciencia moderna, con sus espectaculares avances y descubrimientos, no ha logrado invalidar ni uno sólo de sus principios. Por el contrario, cada vez está más cerca de poder avalarlos. Para cualquier individuo sensible, debiera bastar la experiencia de una simple sesión de yoga para comprender que se encuentra ante un método mágico de producir bienestar.
En realidad, se trata de una compleja tecnología espiritual que incluye el manejo de sofisticados principios fisiológicos y químicos para restablecer la armonía interior y acelerar el desarrollo personal. Si alguna virtud destaca sobre otras en el yoga, es justamente su poder transformador. Cuando algo cambia en el individuo, algo cambia en el universo. Nada hay más ansiado para el auténtico buscador que esta herramienta incomparable que le convierte en arquitecto de su propio destino.
Todo el mundo puede beneficiarse del yoga, cualquiera que sea su actitud. El yoga siempre devuelve diez por uno, pero hay que darle, al menos, uno. No hace falta creer en su magia ni en su poder. Basta con acercarse con mente abierta. Ya irán ocurriendo cosas.
Uno de los problemas más graves al que se enfrenta el hombre de hoy es su incapacidad de percibir la realidad sutil, al estar su instrumento mental y su discernimiento completamente bloqueados por la saturación de información inútil, cuando no falsa o manipulada. Estamos más cerca de lo que parece de la robotización. Cuanto más nos afanamos en la búsqueda de la verdad, más porquerías ingerimos que nos enturbian el entendimiento. La ciencia, que ha tomado el lugar de la religión, establece dogmas perversos que deforman nuestra percepción del universo y tienden a castrar la intuición.
El yoga es un camino alternativo que comienza con la experiencia, que procura el orden y la limpieza mental antes de iniciar la búsqueda, que no impone las respuestas antes de que el individuo se formule las preguntas, que no se afana en crear adeptos, que acepta las verdades parciales de cada uno, porque sabe que toda verdad está condenada a morir ante otra superior. El yoga es el método más potente, riguroso y completo de transformación y crecimiento personal. Comparado con el yoga, cualquier otro sistema es como un juego de niños. Ninguno dispone de la profundidad, los conocimientos, la experiencia, ni los resultados avalados por el tiempo que ofrece el yoga. Si cualquier cosa que haya durado miles de años en estos tiempos cambiantes merece un gran respeto, habría que añadir que el yoga es la escuela viva más antigua que existe. En su dilatada trayectoria no se ha modificado ni un ápice. Sus principios, afirmaciones, postulados y técnicas permanecen inalterables. Nadie ha sido capaz de mejorar nada. No queda más remedio que pensar que, ante la constante fluctuación de todas las cosas, el yoga representa el núcleo duro de la sabiduría perenne.
Con la emoción de quien ha visto su vida iluminada por la llama viva de esta sabiduría eterna, no puedo por menos que postrarme humildemente a los pies de tantos maestros, yoguis y sabios que, calladamente, con su ejemplo silencioso, han perpetuado y transmitido de generación en generación unos conocimientos que, a mi juicio, constituyen la única esperanza de la humanidad.