Los poderes psíquicos

DURANTE DECENAS DE SIGLOS, los siddhis, o poderes sobrenaturales adquiridos por los yoguis, han constituido un misterio insondable al que nadie ha podido asomarse para certificar su veracidad o engaño. Sin embargo, cada generación de Maestros se ha referido a ellos como una etapa inevitable en el desarrollo espiritual. Paradójicamente, los mismos gurús que los proclaman advierten contra los peligros de su uso y aconsejan no exhibirlos cuando se obtengan.

La referencia más precisa se encuentra en los Aforismos de Patanyali. El genial sintetizador del Raya Yoga se refiere ampliamente a los efectos de la concentración, la meditación y el samadhi sobre los estados de conciencia del individuo, y al control que éste puede llegar a ejercer sobre las formas y fuerzas del universo. Cuando el yogui es capaz de alcanzar simultáneamente los tres estados —concentración, meditación, samadhi—, se produce un fenómeno denominado Samiama que le permite trascender aquellas leyes de la naturaleza sobre las que proyecte su mente. Así, explica Patanyali en el capítulo 3, aforismo 21, «practicando Samiama sobre el propio cuerpo se suspende la capacidad de verle de otros; la luz reflejada (del propio cuerpo) no alcanza a los ojos de otros y de ahí resulta el poder de la invisibilidad». Del mismo modo se lograrían la levitación, el conocimiento de vidas pasadas, la clarividencia, etc.

De acuerdo con la tradición yóguica son ocho los siddhis mayores:

  1. Anima, o la capacidad de reducirse hasta el tamaño atómico.
  2. Mahima, o la capacidad opuesta de agrandar el propio tamaño hasta llenar el universo.
  3. Laghima, la capacidad de hacerse tan leve como una pluma. El yogui produce una disminución de su peso específico tragando grandes cantidades de aire, lo que le permite quedar suspendido en el espacio.
  4. Garima, la cualidad opuesta de hacerse tan pesado como una montaña.
  5. Prapti, el poder de predecir el futuro, leer el pensamiento, entender todos los lenguajes, incluido el de las fieras, curar enfermedades, etc.
  6. Prakamia, el poder de vivir bajo el agua, hacerse invisible, entrar en el cuerpo de otros y mantener una apariencia de eterna juventud.
  7. Vashituam, el poder de someter a elementos, anímales y personas por el mero ejercicio de la voluntad.
  8. Ishituam, el logro del poder divino que permite devolver la vida a los muertos.

Antes que éstos, el yogui puede lograr otros poderes menores como verse libre del hambre y de la sed, del frío y del calor, morirse a voluntad, conocer el pasado y el futuro, hacer profecías certeras, transformar el metal en oro, adquirir el conocimiento de las estrellas y las plantas, ver a través del tiempo y la distancia, etc. Uno de los más aclamados Maestros de los tiempos modernos, Sivananda, que fue doctor en medicina y llegó a dirigir un hospital en Malasia, relata que algunos yoguis pueden preparar un ungüento mágico que, aplicado a sus pies, les permite atravesar graneles distancias en un corto espado de tiempo.

Otros, manteniendo en la boca una píldora de composición secreta, pueden permanecer enterrados hasta cuarenta días. También cita ejemplos de yoguis que se proyectaron mentalmente en el tiempo y en el espacio para ver y escuchar conversaciones que tenían lugar en otros países y en otras épocas.

La prolífica literatura oriental también está sazonada con abundantes ejemplos de hombres y mujeres que poseían este tipo de poderes y los utilizaban compasivamente para restablecer la justicia y ayudar al débil. Desgraciadamente, en la mitología hindú nunca resulta fácil distinguir la historia del mito, la narración de la metáfora y menos a las cartesianas mentes occidentales. Así que las interpretaciones de estos fenómenos se dividen en dos posturas irreconciliables: la de los creyentes a ultranza y la de los detractores implacables. Los primeros forman un vasto cuerpo de potenciales consumidores de software mágico y a ellos se aplican con gran diligencia los espabilados del espíritu, los mercaderes del milagro, las pirañas esotéricas que esquilman a los desavisados, aligerándoles de los dineros para que suban más rápidamente al cielo.

No sé por qué malévola asociación de ideas me viene a la memoria la campaña que, hace unos treinta años, llevó a cabo en todo el mundo el Maharishi Mahesh, yogui de la «Meditación Trascendental» —un pájaro de cuidado y con tales ansias de poder que llegó a constituir un Gobierno Mundial con ministerios tan pintorescos y utópicos como los dedicados a la Invencibilidad, o a la Iluminación— para promover unos cursillos de levitación que, según se afirmaba entonces, permitirían ir a la oficina, «volando como Peter Pan», Aunque parezca increíble, conocí a individuos que llegaron a instalar colchones de goma espuma en el techo de sus casas, por si se producía un despegue incontrolado. Y, en el colmo de los despropósitos, hube de soportar impasible el relato apasionado de algunos de ellos que juraban y perjuraban que dominaban la técnica, aunque no podían demostrarla en público porque aquello «no era un circo», aunque, la verdad, más pareciera eso que otra cosa. Recuerdo que, en la época, les dediqué un duro editorial titulado «El timo de la levitación. Pague ahora, vuele después», ilustrado con fotos que mostraban rostros sonrientes de personas suspendidas en el aíre, tal como las que figuraban en su propaganda. Esas fotos habían sido tomadas por mí y correspondían a estudiantes de yoga que saltaban en la postura del loto sobre una cama elástica. Bastaba captarles cuando alcanzaban el punto más alto.

Ignoro sí en tiempos pretéritos hubo seres capaces de quebrantar impunemente las inexorables leyes de la física, aunque lo dudo, pero en mi dilatada experiencia de estudioso del yoga y en mis numerosos encuentros con los Maestros vivos más reconocidos, ni por asomo topé jamás con alguien que tuviera otros poderes que los que se derivan de una mente poderosa, disciplinada, perceptiva, clarividente y conocedora de los secretos del pensamiento y de los poderosos efectos de la sugestión sobre las mentes más débiles. Estoy con Sivananda cuando afirma que en esta época (Kali Yuga) no existe hombre alguno capaz de lograr los siddhis. Y he de admitir, con él, que nunca hubo tantos charlatanes, embaucadores, engañabobos y timadores que, pretendiendo ser lo que no son, se aprovechan de la ingenuidad de los inadvertidos y de la necesidad de los desesperados.

He aquí una celebrada anécdota que reduce, en todo caso, a su justa medida la importancia de poseer ciertos siddhis: un sabio meditaba en un paraje solitario, a orillas del Ganges, cuando oyó unas voces excitadas, Intrigado, se dirigió al lugar de donde provenían los gritos y descubrió a un hombre que, jubiloso, le hizo partícipe del motivo de su alegría: «Lo he conseguido. He logrado vencer la gravedad. Han sido veinte años de esfuerzos y de tremendas austeridades, durante los que no me he movido de este lugar; pero, finalmente, mis esfuerzos se han visto recompensados. ¡Puedo caminar sobre las aguas!».

Y así diciendo, el hombre se adentró en la corriente, alcanzó la otra orilla y regresó sin que sus pies tocaran el agua.

—¿Qué le parece? —preguntó al sabio con renovada excitación.

—Pues ya que me lo pregunta —respondió el sabio— le diré que me parece una necedad haber malgastado veinte años de su vida para cruzar hasta el otro lado del río sin mojarse, cuando en cinco minutos lo hubiera hecho en una barca.

Sin comentarios.