Lo real

¿ES REAL NUESTRA PERCEPCIÓN de las cosas y de la vida? En términos absolutos, la respuesta es no. ¿A qué se debe este fenómeno? Parece que el hombre interpreta la realidad de manera subjetiva, influido por un fondo de prejuicios, apriorismos y creencias que tienden a dibujar en su mente una realidad de conveniencia.

La vida es cambio. Sin embargo, a menudo caemos en la errónea noción de que hay algo permanente en este caleidoscopio de formas, emociones e ideas que es la existencia. Cuando la mente humana se muestra incapaz de percibir los cambios que tienen lugar en su entorno —eso que llamamos evolución—, y se detiene en alguna característica particular del proceso, apegándose a ella con lazos de amor u odio, puede concluirse que se encuentra en un estado de ilusión. Es como si existiera una especie de pacto entre la mente y los objetos, de tal manera que aquélla seleccionara únicamente para sus propósitos ciertas características y aspectos de éstos y rechazara otros que no convienen a sus objetivos personales.

Un ejemplo ilustrativo de esta complicidad entre la mente y los objetos percibidos puede encontrarse en el fenómeno cinematográfico, en el que la vista transmite la ilusión óptica de movimiento en las imágenes proyectadas sobre la pantalla. Es bien sabido que el cine consiste en la proyección de imágenes fijas a una gran velocidad, pero éste es un hecho que la mente no capta debido a su dependencia de los ojos. Aunque la razón conoce el fenómeno, los ojos nos engañan haciéndonos creer que hay vida en la pantalla. Existe, obviamente, en este fenómeno una distorsión de la percepción: los ojos engañan a la mente dibujando una realidad ficticia.

Ningún fenómeno podría tener lugar si no existiera una realidad de fondo como referencia. La impermanencia de todos los objetos nos lleva a la conclusión de que ha de haber algo de naturaleza permanente tras las vicisitudes efímeras de las cosas. La búsqueda de esta realidad trascendente y esencial es el principio que inspira tanto la investigación científica como la especulación filosófica. Y, desde luego, también la aventura espiritual.

En efecto, a lo largo de su evolución el hombre transita por los caminos de la ciencia y la filosofía, antes de desembocar en ese océano de esencias que llamamos espiritualidad. Así, la física nos enseña que el universo se compone de materia y energía. Newton sostiene que el espacio actúa como una especie de receptáculo para los cuerpos materiales: las estrellas, los planetas, etc., y que existe una fuerza —la gravedad— que los mantiene en sus respectivas órbitas y posiciones, determinando también, hasta cierto punto, su carácter y constitución.

Los descubrimientos físicos posteriores a Newton muestran, sin embargo, hechos que relativizan y trascienden los conceptos de éste, estableciendo que el espacio no es simplemente un receptáculo que contiene cosas distintas a él, sino que puede considerarse como una especie de campo electromagnético infinito que penetra e impregna la estructura y función de todos los objetos materiales. Este descubrimiento llevó posteriormente a teorías más complejas, como la mecánica cuántica, y, finalmente, a la Teoría de la Relatividad, por la que llegamos a saber que no solamente las cosas están interconectadas entre sí en un campo electromagnético, sino que incluso el concepto de fuerza o energía es inadecuado para comprender la naturaleza real del universo. Se nos dice que no existen cosas, sino acontecimientos; que no hay objetos, sino procesos; que vivimos en un universo fluido, en el que lo único constante es el discurrir del espacio-tiempo y en el que la relatividad es la ley suprema.

El principio de la relatividad reduce todo a una interconexión entre los patrones estructurales y los acontecimientos tempoespaciales, de tal forma que el universo se transforma en un todo vivo y orgánico, donde la causalidad —la relación causa-efecto, tal como era normalmente interpretada—, ya no tiene sentido en una estructura orgánica en la que las partes están tan relacionadas entre sí que cada una es tanto causa como efecto, y donde todo determina lo demás.

Aunque la ciencia ha llegado a establecer principios incuestionables, como los que revela la Teoría de la Relatividad, sin embargo no ha podido aún liberarse de la noción de que el universo es físico, a pesar de que unos pocos genios en el pasado reciente hayan llegado, independientemente, a aceptar una Mente o Conciencia Universal, actuando como sustrato u observador de todos los fenómenos relativos.

En el libro de Samuel Alexander, Space, Time and Deity, hay una interesante exposición del moderno pensamiento científico sobre el proceso de la evolución, basado en la Teoría de la Relatividad, según la cual el flujo incesante del espacio-tiempo es la matriz de todos los fenómenos. Este flujo produce el movimiento y éste la materia, la cual se densifica hasta constituir los elementos físicos que vemos y percibimos con los sentidos. Las sustancias físicas que emanan del espacio-tiempo-moción están dotadas de lo que se conoce como cualidades primarias, tales como dimensión, peso, etc., y, más tarde, son caracterizadas por cualidades secundarias, tales como color, sonido, etc.

Percibir, afirma el profesor Rodríguez Delgado, es deformar la realidad. Parece que es nuestra mente quien otorga formas y características a lo que no es más que un flujo de energía. De acuerdo con las últimas investigaciones bioeléctricas del funcionamiento del cerebro, los sentidos envías una información codificada en impulsos eléctricos a las neuronas, donde se forma un patrón preciso, que la mente interpreta en lo que creemos son las formas externas.

Durante mucho tiempo se ha considerado al universo como algo objetivo, que puede percibirse o no, pero que tiene una existencia real e independiente. Ya hemos visto cómo esa noción es científicamente incorrecta, puesto que las cosas no existen como las vemos, sino que adquieren esas formas al ser percibidas.

Hasta aquí, la ciencia, con los hallazgos actuales y la consiguiente revolución en el pensamiento occidental, parece acercarse a las antiguas afirmaciones de los Upanishads: «El mundo es ilusorio (maya). No existe nada con independencia de la mente».

Pero ¿qué o quién es esa Mente o perceptor? La ciencia será siempre incapaz de dar respuesta a esta pregunta, porque solamente puede investigar los objetos con cualidades y características. Su sistema de investigación no sirve cuando se trata de conocer al Conocedor. Los ojos no pueden verse a sí mismos. La respuesta, una vez más, hay que buscarla en los Upanishads, el legado milenario de aquellos sabios que llegaron intuitivamente a las mismas conclusiones a las que ahora están llegando los científicos más avanzados, y aún más allá. Su contundente afirmación —«sólo existe la consciencia. La individualidad es ilusoria»—, puede parecer una afirmación absurda, pero no lo es tanto si se atiende a su desarrollo filosófico.

La filosofía Vedanta, elaborada a partir de las afirmaciones de los Upanishads, llega a la conclusión, que en cierta manera asume la Teoría de la Relatividad, de que el principio creador no es diferente del universo que crea, o, en otras palabras, que el conocedor no es diferente de lo conocido. Vemos, así, que hay dos realidades: una, la realidad absoluta, única, creadora. Otra, la realidad relativa, fluctuante, producto de la visión pequeña y subjetiva de la mente individual. La investigación científica solamente puede tener lugar en esta parcela de la realidad. Cuando llega a sus límites, ha de dar paso a la especulación filosófica que puede concebir mejor la naturaleza del conocedor. Sin embargo, es finalmente la experiencia espiritual la que ha de llevar a la realidad última, que ni la ciencia ni la filosofía podrán jamás alcanzar.