La sexualidad en el misticismo oriental

UNA TRADICIÓN COMO LA HINDÚ, que acoge bajo su manto milenario las más variadas, paradójicas y, a menudo, contradictorias creencias religiosas, no podía dejar de sorprender al cartesiano mundo occidental con su aceptación de conceptos y actitudes totalmente contrapuestos del fenómeno sexual. Así, en la forma extrema del tantra, o vía de la mano izquierda, se estimula la práctica de elaboradas técnicas sexuales como medio de alcanzar, a lomos de la poderosa energía sexual desatada, las cimas del éxtasis espiritual, mientras que en la renuncia que propugnan el yoga y el vedanta, la castidad —bramacharia— se convierte en un instrumento básico e indispensable del crecimiento espiritual.

Esta renuncia al disfrute sexual que, en apariencia, se asemeja al temible no fornicarás de la tradición judeocristiana, está, sin embargo, radicalmente alejada de los conceptos y propósitos que animan el celibato religioso en Occidente, donde únicamente se persigue la virtud, atribuyendo a la renuncia valores exclusivamente ascéticos y morales.

En Oriente, por el contrario, siempre ha existido una elaborada tecnología de lo espiritual, basada en un conocimiento profundo de las energías sutiles que operan entre el cuerpo y el alma, y que son responsables tanto de las funciones mentales como de las meramente biológicas del individuo.

El propósito de la castidad, en este contexto, no sería otro que el de preservar valiosas energías para emplearlas en el propio crecimiento interior. Así, puede leerse en el Yoga Shastra: «La pérdida del semen trae la muerte; su preservación, la vida. El semen es la auténtica vitalidad del hombre; es un tesoro escondido que le ilumina el semblante, le fortalece la mente y le colma de bienestar». Coincidentemente, el moderno sabio hindú Sivananda, en vida médico y gurú de gran reputación, afirmaba: «La energía contenida en el fluido seminal —viria— es la esencia de las esencias que se encuentra en estado sutil en todas las células del cuerpo. La energía que consume un solo acto sexual equivale a la gastada en diez días de trabajo físico o tres de esfuerzo intelectual».

A pesar de constituir una vía completamente opuesta, el imira parece tener muy en cuenta estos principios, puesto que sus prácticas sexuales evitan estrictamente todo derrame del líquido seminal. Algunos, incluso, lo consideran un mero entrenamiento para disfrutar orgasmos sin malgastar la preciada energía. Para otros, en cambio, encierra una profunda simbología que representa la unión del principio femenino (Shakti) con el masculino (Siva), los dos tipos de energía complementarias (prona y apaña) que existen en el hombre, y cuya fusión daría lugar a la iluminación, o expansión de la conciencia, experimentada por los místicos de todos los tiempos. De acuerdo con esta concepción, no existe diferencia alguna entre la energía sexual y la espiritual; se trata de la misma fuerza fluyendo hacia abajo y estimulando los centros sexuales, o fluyendo hacia arriba y despertando las facultades espirituales latentes en el alma humana.

Tal vez sea por eso por lo que tanto los yoguis como los seguidores del tantrismo sienten una gran devoción por el sivalingam, o representación fálica del dios Siva, que tiene su contraparte en el yoni, o figuración del órgano sexual femenino de la diosa Shakti.

Curiosamente —las paradojas son la entraña del complejo mundo oriental—, no puede dejar de señalarse que una cultura tan consciente del ahorro sexual, sea la que ha dado al mundo el Kama Sutra, la sofisticada colección de técnicas sexuales que procura, sobre todas las cosas, el refinamiento del placer carnal.